Vida del escudero Marcos de Obregón - Vicente Espinel
Vida del Escudero Marcos de Obregón
Vicente Espinel
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Texto núm. 4440
Título: Vida del Escudero Marcos de Obregón
Autor: Vicente Espinel
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Prólogo del autor
Muchos dias, y algunos meses y años estuve dudoso si echaria en el corro
á este pobre Escudero, desnudo de partes y lleno de trabajos, que la
confianza y la desconfianza me hacian una muy trabada é interior guerra.
La confianza llena de errores, la desconfianza encogida de terrores;
aquella muy presuntuosa, y estotra muy abatida; aquella desvaneciendo el
celebro, y ésta desjarretando las fuerzas; y así me determiné de poner por
medio á la humildad, que no solamente es tan acepta á los ojos de Dios,
pero á los de los más ásperos jueces del mundo. Comuniquélas con el
Licenciado Tribaldos de Toledo, muy gran poeta latino y español, docto en
la lengua griega y latina, y en las ordinarias hombre de consumada verdad;
y con el maestro fray Hortensio Félix Paravesin, doctísimo en letras divinas
y humanas, muy gran poeta y orador; y alguna parte de ello con el Padre
Juan Luis de la Cerda, cuyas letras, virtud y verdad están muy conocidas y
loadas; y con el divino ingenio de Lope de Vega, que como él se rindió á
sujetar sus versos á mi correccion en su mocedad, yo en mi vejez me
rendí á pasar por su censura y parecer; con Domingo Ortiz, secretario del
Supremo Consejo de Aragon, hombre de excelente ingenio y notable
juicio; con Pedro Mantuano, mozo de mucha virtud, y versado en mucha
leccion de autores graves que me pusieron más ánimo que yo tenia; y no
sólo me sujeté á su censura, pero á la de todos cuantos encontraren
alguna cosa digna de reprehension, suplico me adviertan de ella, que seré
humilde en recibilla. El intento mio fué ver si acertaria á escribir en prosa
algo que aprovechase á mi república, deleitando y enseñando, siguiendo
aquel consejo de mi maestro Horacio, porque han salido algunos libros de
hombres doctísimos en letras y en opinion, que le abrazan tanto con sola
la doctrina, que no dejan lugar donde pueda el ingenio alentarse y recibir
gusto: y otros tan enfrascados en parecerles que deleitan con burlas y
cuentos entremesiles, que despues de haberlos leido, revuelto, aechado y
aun cernido, son tan fútiles y vanos, que no dejan cosa de sustancia ni
provecho para el lector, ni de fama y opinion para sus autores. El padre
maestro Fonseca escribió divinamente del amor de Dios, y con ser materia
tan alta, tiene muchas cosas donde puede el ingenio espaciarse y vagarse
con deleite y gusto, que ni siempre se ha de ir con el rigor de la doctrina, ni
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siempre se ha de caminar con la flojedad del entretenimiento: lugar tiene la
moralidad para el deleite, y espacio el deleite para la doctrina; que la virtud
(mirada cerca) tiene grandes gustos para quien la quiere; y el deleite y
entretenimiento dan mucha ocasion para considerar el fin de las cosas.
En tanto que no tuve determinacion (así por la persecucion de la gota,
como por la desconfianza mia) para sacar al teatro público mi Escudero,
un caballero amigo me pidió unos cuadernillos de él, y llegando á la noticia
de cierto gentil-hombre (á quien yo no conozco) aquella novela de la
tumba de San Ginés, pareciéndole que no habia de salir á luz, la contó por
suya, diciendo y afirmando que á él le habia sucedido; que hay algunos
espíritus tan fuera de la estimacion suya, que se arrojan á entretener á
quien los oye, con lo que se ha de averiguar no ser suyo.
Si á alguno se le asentare bien tratar de personas vivas, y alegar con
sugetos conocidos y presentes, digo que yo he alcanzado la monarquía de
España tan llena y abundante de gallardos espíritus en armas y letras, que
no creo que la Romana los tuvo mayores, y me arrojo á decir que ni tantos
ni tan grandes. Y no quiero tratar de las cosas que los españoles han
hecho en Flandes tan superiores á las antiguas, como escribió Luis de
Cabrera en su Perfecto Príncipe, sino de los que nuestros ojos han visto
cada dia, y nuestras manos han tocado, como los que hizo Don Pedro
Enriquez, conde de Fuentes, con tan increible ánimo; la toma y saco de
Amiens, que escribió en sus Comentarios don Diego de Villalobos, donde
fué valeroso Capitan de lanzas é infantería, que con un carro de heno y un
costal de nueces, seis capitanes tomaron una ciudad tan grande,
plataforma y amparo de toda Francia; la felicidad y determinacion con que
acuden al servicio de su rey los españoles, poniendo sus vidas á peligro
de perderlas, como se vió ahora en lo de la Mámora, que anduvieron
nadando toda la noche, no hallando bajel ni tierra donde ampararse,
sobrepujando con valor á su fortuna, cosas que no se vieron en la
Monarquía romana. ¿Qué autores antiguos escedieron á los que ha
engendrado España en los pocos años que ha estado libre de guerras?
¿Qué oradores fueron mayores que Don Fernando Carrillo, Don Francisco
de la Cueva, el Licenciado Berrio, y otros que con excelentísimos y
levantados conceptos persuaden á la verdad de sus partes? De no leer los
autores muertos, ni advertir los vivos los secretos que llevan encerrados
en lo que profesan, nace no darles el aplauso que merecen; que no es
sólo la corteza lo que se debe mirar, sino pasar con los ojos de la
consideracion más adentro. Ni por ser los autores más antiguos son
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mejores, ni por ser más modernos son de menos provecho y estimacion.
Quien se contenta con sola la corteza, no saca fruto del trabajo del autor;
mas quien lo advierte con los ojos del alma, saca milagroso fruto.
Dos estudiantes iban á Salamanca desde Antequera, uno muy
descuidado, otro muy curioso: uno muy enemigo de trabajar y saber, y otro
muy vigilante escudriñador de la lengua latina; y aunque muy diferentes en
todas las cosas, en una eran iguales, que ambos eran pobres. Caminando
una tarde de verano por aquellos llanos y vegas, pereciendo de sed,
llegaron á un pozo, donde habiendo refrescado, vieron una pequeña
piedra, escrita en letras góticas ya medio borradas por la antigüedad, y por
los piés de las bestias, que pasaban y bebian, que decian dos veces:
Conditur unio, conditur unio. El que sabia poco, dijo: ¿Para qué esculpió
dos veces una cosa este borracho? (que es de ignorantes ser arrojadizos).
El otro calló, que no se contentó con la corteza, y dijo: Cansado estoy, y
temo la sed; no quiero cansarme más esta tarde. Pues quedaos como
poltron, dijo el otro. Quedóse, y habiendo visto las letras, despues de
haber limpiado la piedra, y descortezado el entendimiento, dijo: Unio
quiere decir union, y unio quiere decir perla preciosísima; quiero ver qué
secreto hay aquí, y apalancando lo mejor que pudo, alzó la piedra, donde
halló la union del amor de los dos enamorados de Antequera, y en el
cuello de ella una perla más gruesa que una nuez, con un collar que le
valió 4,000 escudos: tornó á poner la piedra y echó por otro camino.
Algo prolijo, pero importante es el cuento, para que sepan cómo se han de
leer los autores, porque ni los tiempos son unos, ni las edades están
firmes. Yo querria en lo que he escrito que nadie se contentase con leer la
corteza, porque no hay en todo mi Escudero hoja que no lleve objeto
particular, fuera de lo que suena. Y no solamente ahora lo hago; sino por
inclinacion natural en los derramamientos de la juventud lo hice en burlas y
veras; edad que me pesa en el alma que haya pasado por mí, y plegue á
Dios que lleguen los arrepentimientos á las culpas.
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Relación primera de la vida del escudero
Marcos de Obregón
Este largo discurso de mi vida, ó breve relacion de mis trabajos, que para
instruccion de la juventud, y no para aprobacion de mi vejez, he propuesto
manifestar á los ojos del mundo, aunque el principal blanco á que va
inclinado es aligerar por algun espacio, con alivio y gusto, la carga que,
con justos intentos, oprime los hombros de V. S. I., lleva tambien
encerrado algun secreto, no de poca sustancia para el propósito que
siempre he tenido, y tengo, de mostrar en mis infortunios y adversidades
cuánto importa á los escuderos pobres, ó poco hacendados, saber romper
por las dificultades del mundo, y oponer el pecho á los peligros del tiempo
y de la fortuna, para conservar con honra y reputacion un don tan precioso
como el de la vida, que nos concedió la divina Magestad para rendirle
gracias y admirarnos, contemplando y alabando este órden maravilloso de
cielos y elementos, los cursos ciertos é innumerables de las estrellas, la
generacion y produccion de las cosas, para venir en verdadero
conocimiento del universal Fabricador de todas ellas. Y aunque me coge
este intento en los postreros tercios de la vida, como á hombre que por
viejo y cansado se le hizo merced de darle una plaza tan honrada, como la
de Santa Catalina de los Donados de esta Real villa de Madrid (donde
paso lo mejor que puedo), en los intérvalos que la gota me concediere, iré
prosiguiendo mi discurso, guardando siempre brevedad y honestidad: que
en lo primero cumpliré con mi condicion y inclinacion natural, y en lo
segundo con la obligacion que tienen todos aquellos á quien Dios hizo
merced de recibir el agua del bautismo, Religion que tanta limpieza,
honestidad y pureza ha profesado, profesa, y profesará desde su principio
y medio, hasta el último fin de esta máquina elemental. Y con el ayuda de
Dios procuraré que el estilo sea tan acomodado á los gustos generales, y
tan poco cansado á los particulares, que ni se deje por pesado, ni se
condene por ridículo. Y así en cuanto mis fuerzas bastaren procederé
deleitando al lector, juntamente con enseñarle, imitando en esto á la
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próvida naturaleza, que antes que produzca el fruto que cria para
mantenimiento y conservacion del individuo, muestra un verde apacible á
la vista, y luego una flor que le regala el olfato: y al fruto le da color, olor, y
sabor, para aficionar al gusto que se coma, y tome de él aquel sustento
que le alienta y recrea, para la duracion y perpetuidad de su especie. Ó
haré como los grandes médicos, que no luego que llegan al enfermo le
martirizan con la violencia del ruibarbo, ni con otras medicinas
arrebatadas, sino primero disponen el humor con la blandura y suavidad
de los jarabes, para despues aplicar la purga, que ha de dejar el sugeto
limpio y libre de la corrupcion que le aquejaba. Y si bien son muy trilladas
estas comparaciones de los médicos, y las medicinas pueden traerse muy
bien entre manos, por ser fáciles é inteligibles, y más yo, que por la
escelente gracia que tengo de curar por ensalmos puedo usar de ellos
como uso del oficio con tanta aprobacion y opinion de todo el pueblo, que
me ha valido tanto el buen puesto en que estoy junto con traer unas
cuentas muy gruesas, unos guantes de nutria, y unos antojos que parecen
más de caballo que de hombre, y otras cosas que autorizan mi persona,
que estoy tan acreditado, que toda la gente ordinaria de esta Corte, y de
los pueblos circunvecinos acuden á mí con criaturas enfermas de mal de
ojo, con doncellas opiladas, ó con heridas de cabeza, y de otras partes del
cuerpo, y con otras mil enfermedades, con deseo de cobrar salud; pero
curo con tal dulzura, suavidad y ventura, que de cuantos vienen á mis
manos no se mueren más de la mitad, que es en lo que estriba mi buena
opinion: porque estos no hablan palabra, y los que sanan dicen mil
alabanzas de mí, aunque quedan perdigados para la recaida, que todos
vuelan sin remedio. Mas la gente que más bendiciones me echa es la que
curo de la vista corporal, porque como todos la mayor parte son pobres y
necesitados, con la fuerza de cierta confeccion que yo sé hacer de atútia, y
cardenillo y otros simples, y con la gracia de mis manos, á cinco ó seis
veces que vienen á ellas los dejo con oficio, con que ganan la vida muy
honradamente, alabando á Dios y á sus Santos con muchas oraciones
devotas, que aprenden sin poderlas leer.
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Descanso I
Estando pocos dias há con los ojos altos y humildes al cielo, el rostro
sereno y grave, las manos sobre un muy blanco lenzuelo en los oidos del
enfermo, y pronunciando con mucho silencio las palabras del ensalmo,
pasó cierto cortesano, y dijo: No puedo sufrir los embelecos de estos
embusteros: yo callé, y proseguí con mi acostumbrada compostura la
medicinal oracion, y en acabándola me dijo mi compañero: ¿No oisteis
cómo os llamó aquel gentil hombre de embustero? Él no habló conmigo,
dije yo, y de lo que á mí no se me dice derechamente no tengo obligacion
de responder, ni hacer caso; y deseo persuadir esto á los que por la poca
esperiencia, ó por la condicion alterada y presta que naturalmente tienen,
se dan por sentidos de las ignorantes libertades de quien no tiene
atrevimiento para decirlas descubiertamente, que ni llevan órden de
agravio, ni arguyen ánimo, ni valor en quien las dice: ella es ignorancia
grande, introducida de gente que trae siempre la honra y la vida en las
manos: que no tengo yo de persuadirme á que pues no me hablan
libremente me ofenden, aunque tengan intencion de hacerlo: que los tiros
que estos hacen son como los de una escopeta cargada de pólvora y
vacía de bala, que con el ruido espantan la caza, y no hacen otra cosa.
Los agravios no se han de recibir si no van muy descubiertos, y aun de
esto se ha de quitar cuanto fuere posible, desapasionándose, y haciendo
reflexion en si lo son ó nó, como discretísimamente lo hizo Don Gabriel
Zapata, gran caballero y cortesano, y de excelentísimo gusto, que
enviándole un billete de desafío á las seis de la mañana cierto caballero
con quien habia tenido palabras la noche antes, y habiéndole despertado
sus criados por parecerles negocio grave, en leyendo el billete dijo al que
le traia: decidle á vuestro amo que digo yo, que para cosas que me
importan de mucho gusto no me suelo levantar hasta las doce del dia,
¿que por qué quiere que para matarme me levante tan de mañana? Y
volviéndose del otro lado se tornó á dormir; y aunque despues cumplió con
su obligacion, como tan gran caballero, se tuvo aquella respuesta por muy
discreta.
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Don Fernando de Toledo, el tio (que por discretísimas travesuras que hizo
le llamaron el pícaro), viniendo de Flandes, donde habia sido valeroso
soldado y Maestro de campo, desembarcándose de una salva en
Barcelona, muy cercado de Capitanes, dijo uno de dos pícaros que
estaban en la playa, en voz que él lo pudiese oir: Este es D. Fernando el
pícaro. Dijo don Fernando, volviendo á él: ¿En qué lo echaste de ver?
Respondió el pícaro: Hasta aquí en lo que oía decir, y ahora en que no os
habeis corrido de ello. Dijo don Fernando muerto de risa: Harta honra me
haces, pues me tienes por cabeza de tan honrada profesion como la tuya.
Así que aun de aquellas injurias que derechamente vienen á ofendernos,
habemos de procurar por los mismos filos hacer triaca del veneno, gusto
del disgusto, donaire de la pesadumbre, y risa de la ofensa. Que pues
procura un hombre entender por donde camina una espada, los círculos y
medios, la fortaleza y flaqueza, la ofensa y la defensa, y lo ejercita con
grandísima perseverancia hasta hacerse muy diestro para que no le maten
ó hieran, ¿por qué no se ejercitará en lo que estorba á venir á tan
miserable estado, que es la paciencia? Que puesta la cólera en su punto, y
vistas dos espadas desnudas, una con otra han de herir, ó huir; cosa que
por tan infame se ha tenido siempre en todas las naciones del mundo; y si
con mucho menos trabajo y ejercicio se puede hacer un hombre diestro en
la paciencia, que es quien refrena los ímpetus bestiales de la cólera, la
potencia de los poderosos, la braveza de los valientes, la descortesía de
los soberbios ignorantes, y ataja otros mil inconvenientes, ¿por qué no se
procurará esto por no llegar á lo otro? En Italia dicen que la paciencia es
manjar de poltrones. Mas esto se entiende de una paciencia viciosa, que el
que la profesa por comer, beber y holgar, sufre cosas indignas de imaginar
entre hombres. Aquí se trata de la paciencia que acicala y afina las
virtudes, y la que asegura la vida, la quietud del ánimo, y la paz del cuerpo;
y la que enseña á que no se tenga por injuria la que no lo es ni lleva modo
de poderse estimar por tal: que en solo el uso de esta divina virtud se
aprende cómo se han de rechazar los agravios paliados, cómo se han de
resistir los descubiertos, qué caso se debe hacer de los que se dicen en
ausencia, que es otro yerro notable que anda derramado entre la gente
que ni sabe sufrir, ni lo quiere aprender, que así se ofenden de un agravio
encañado por arcaduces, como de una cuchillada en el rostro, como si
hubiese alguno en el mundo (por justo que sea) que tenga las ausencias
sin alguna calumnia. Y porque la materia de suyo es algo pesada, quiero
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aligerarla con decir lo que me pasó sirviendo al más desazonado colérico
del mundo: porque tras de muchos infortunios que toda mi vida he sufrido,
me vine á hallar desacomodado al cabo de mi vejez; de manera, que
porque no me prendiesen por vagamundo, hube de encomendarme á un
amigo mio, Cantor de la Capilla del Obispo (que estos todo lo conocen,
sino es á sí propios) y él me acomodó por escudero y ayo de un médico y
su mujer, tan semejante el uno al otro en la vanidad de valentía y
hermosura, que no les quedó que repartir en los vecinos, con los cuales
me pasaron lances harto dignos de saberse.
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Descanso II
Llamábase el Doctor Sagredo, hombre mozo, de muy gentil disposicion,
algo locuaz, y aun loco, más colérico y fácil de enojarse que gozque de
panadero, presuntuoso y estimador de su persona, y (para que no se
echasen á perder dos casas, sino una) casado con una mujer de su misma
condicion, moza, y muy hermosa, alta de cuerpo, cogida de cintura,
delgada y no flaca, derecha de espaldas, el movimiento con mucho
donaire, ojos negros y grandes, pestaña larga, cabello castaño, que tiraba
un poco á rubio, briosa, y no muy poco soberbia, vana y presuntuosa.
Llevóme á su casa el buen Doctor, y lo primero que encontré fué una mula
muy flaca en una caballeriza, tan ajustada con ella, que si tuviera alas no
pudiera caber dentro. Subimos una escalerilla, y representóseme luego la
sala donde estaba la señora Doña Mergelina de Aybar, que así se
llamaba, á quien yo miré de muy buena gana, que aunque viejo incapaz de
semejantes apetitos, por razon y por edad, la miré como á hermosa, que á
todos ojos es la hermosura agradable. Dijo el Doctor: Veis aquí á quien
habeis de servir, que es mi mujer. Yo le dije: Por cierto bien merece tan
gentil dama á tal galan. Ella respondió, como mujer hermosa ignorante, ó
por mejor decir, preguntó: ¿Quién os mete á vos en eso? Señora, dije yo,
advierta vuesa merced que cuando la llamé gentil no quise decir que no
era cristiana, sino que tenia muy gentil talle y cuerpo. Que bien os entendí,
dijo ella, sino que no quiero que nadie se me atreva á decirme requiebros.
Es la honra del mundo, dijo el Doctor, servidla con gusto y cuidado, que yo
os lo pagaré muy bien. Miré la casa muy de espacio, aunque se podia ver
muy de presto, porque no ví en toda ella sino es un espejo muy grande en
un poyo muy pequeño de una ventana, y unas redomillas que lo
acompañaban, con un cofrecillo pequeñuelo: y mirando á un rincon, ví á un
montante, con ciertas espadas de esgrima, dagas, y espadas blancas, una
rodela, y broquel. Díjome el Doctor: ¿Qué os parece de mi recámara?
Miradla bien, que en Alcalá era temida aquella espada. No miraba, dije yo,
sino á donde estaban los libros, que soy aficionado á ellos. Estos son, dijo,
mis Galenos y mis Avicenas, que por la negra y la blanca nadie me igualó
en Alcalá; y que no se meneó contra mí hombre de noche que no fuese
lastimado de mis manos. Luego vuesa merced, dije yo, más aprendió á
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matar que á sanar. Yo aprendí, respondió él, lo que los demás médicos; y
por haber poco que vine de mis estudios no me he reparado de libros, que
bien parece en los profesores de las facultades tener cada uno los de la
suya. Pero dejemos eso, y llevad á vuestra ama á Misa, que es ya tarde.
Púsose su manto mi señora Doña Mergelina, y llevéla, ó acompañéla
hasta S. Andrés, que vivian en la Morería vieja, y en el camino (como es
costumbre) muchos de los que la topaban le decian alguna cosa de su
buen talle y rostro: á lo cual ella respondia tan aceleradamente que todos
iban disgustados de sus respuestas. Yo le decia: Mire, señora, que ya que
no responda bien, á lo menos tiene obligacion de callar como mujer
principal, que en el silencio no puede haber que notar.
No soy yo mujer, decia ella, á quien nadie ha de perder el respeto. Si
alguno le decia que era muy hermosa, ella le decia: Y él hermoso
majadero. Díjole un dia un mozalvillo, no de mal talle: Así se me tornen las
pulgas en la cama; al cual muy de propósito respondió: Debe dormir en
alguna zahurda de lechon. Era tan descortés y sacudida, que todos lo iban
de sus respuestas, y ella lo quedaba de mis reprehensiones. Á cierto
clérigo de San Andrés, pequeño de cuerpo y grande de ánimo, conocido
mio, que yendo muy pulido con una sobrepelliz muy blanca, porque le dijo
que no se saliese de casa á hacer el oficio de la muerte, le replicó:
Tambien habla el escarabajo hinchado, que con aquel sacudimiento tenia
mucho donaire y gusto en cualquiera materia. Yo, entre muchas veces que
la reprendí su vanidad, me arrojé una á decirle todo lo que me pareció, que
aunque ella estaba confiada en su buen parecer, quise ver si podia
enmendarla con el mio, y le dije: Vuesa merced usa de su hermosura lo
peor del mundo; porque pudiendo ser querida y loada de cuantos andan
en él, quiere ser aborrecida de todos: quien dice hermosura, dice
apacibilidad, dulzura, suavidad de condicion y trato, y mezclándola con
soberbia y desapacibilidad, se viene á convertir en ódio lo que habia de ser
amor: que don tan excelente como la hermosura, concedido por merced de
Dios, es razon que tenga alguna correspondencia con el ánimo, que si no
parece lo uno á lo otro, arguye mal entendimiento, ó poco agradecimiento
á la merced que Dios hace á quien lo da. Hermosura con mala condicion,
es una fuente clarísima que tiene por guarda una víbora, y es sobrescrito y
carta de recomendacion, que en abriéndola tiene un demonio dentro. ¿Hay
en el mundo quien quiera ser aborrecido? ¿Hay quien quiera ser estimado
en poco? No por cierto. Pues quien tiene consigo porque le amen y
estimen, ¿por qué quiere que le aborrezcan y menosprecien? ¿Es por
fuerza que la hermosura ha de estar acompañada con vanidad, desdorada
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con ignorancia, y conservada con locura? ¿Por qué cuando se mira vuesa
merced al espejo no procura que lo interior se parezca al exterior? Pues
adviértole que suele el tiempo, y aun Dios, castigar de manera las
vanidades, que los montes se allanan, y las torres vienen al suelo.
¿Cuántas hermosuras se han visto y ven cada dia en esta máquina ó
ejemplo del mundo rendidas á mil desdichas y calamidades, por faltarles el
gobierno y cordura? Que aunque la hermosura, el tiempo que dura, es
querida y estimada, en marchitándose no le queda otra prenda sino las
que grangeó, y el crédito y amistades que á fuerza de buen término
conquistó, cuando estaba en su fuerza y vigor. Y es el mundo de tan baja
condicion, que á nadie acaricia por lo que tuvo, sino por lo que tiene. ¿Qué
hermosura se ha visto que no se estrague con el tiempo? ¿Qué vanidad
que no venga á dar en mil bajíos? ¿Qué estimacion propia que no padezca
mil azares? Cierto, que fuera bien que como hay para las mujeres
maestros de danzar y bailar, los hubiese tambien de desengaño, y que
como se enseña el movimiento del cuerpo, se enseñase la constancia del
ánimo. Yo digo, y aun aconsejo á vuesa merced, lo que como hombre de
experiencia me parece que es razon, y lleva camino. Mire no la castigue su
presuncion y demasiada estimacion de su persona. Estas y otras muchas
cosas le dije, y decia cada dia; pero ella se estuvo siempre en sus trece, y
quien no admite consejo para escarmentar en cabeza ajena, serále
forzoso escarmentar en la suya, por seguir las inclinaciones propias, como
sucedió á la señora Doña Mergelina, teniendo las suyas por ley, y al
tiempo por verdugo de ellas, desta manera.
Venia casi todas las noches á visitarme un mocito barbero, conocido mio,
que tenia bonita voz y garganta: traia consigo una guitarra con que
sentado al umbral de la puerta, cantaba algunas tonadillas, á que yo
llevaba un mal contrabajo; pero bien concertada (que no hay dos voces
que si entonan y cantan verdad, no parezcan bien), de manera, que con el
concierto y la voz del mozo, que era razonable, juntábamos la vecindad á
oir nuestra armonía. El mozuelo tañia siempre la guitarra, no tanto para
mostrar que lo sabia, como por rascarse con el movimiento las muñecas
de las manos, que tenia llenas de una sarna perruna. Mi ama se ponia
siempre á escuchar la música en el corredorcillo, y el Doctor, como venia
cansado de hacer sus visitas (aunque tenia pocas), no reparaba en la
música, ni en el cuidado con que su mujer se ponia á oirla. Como el
mozuelo era contínuo todas las noches en venir á cantar, si alguna faltaba,
mi ama lo echaba de menos, y preguntaba por él, con alguna
demostracion de gustar de su voz. Vino á parecerle tan bien el cantar, que
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cuando el mozuelo subia un punto de voz, ella bajaba otro de gravedad,
hasta llegar á los umbrales de la puerta para oirle más cerca las
consonancias; que la música instrumental de sala, tanto más tiene de
dulzura y suavidad, cuanto menos de vocería y ruido, que como el juez
que es el oido, está muy cerca, percibe mejor y más atentamente las
especies que envia al alma, formadas con el plauso de la media voz. El
mozuelo dejó de venir cinco ó seis noches, por no sé qué remedio que
tomaba para curarse, y en las cosas que son muy ordinarias, en faltando,
hacen mucha falta: y así mi ama cada noche preguntaba por él. Yo le
respondí, más por cortesía que por falta que le hiciese: Señora, este
mozuelo es oficial de un barbero, y como sirve no puede siempre estar
desocupado: fuera de que ahora se está curando un poquillo de sarna que
tiene. ¿Qué haceis, dijo ella, de aniquilarle y disminuirle, mozuelo barbero?
sarna, pues á fé que no falta quien con todas esas que vos le poneis, le
quiera bien. Bien puede ser, dije yo, que el pobrecillo es humilde y fácil
para lo que le quieren mandar; y cierto que muchas veces le guardo yo de
mi racion un bocadillo que cene, porque no todas veces ha cenado. En
verdad, dijo ella, que á tan buena obra os ayude yo: y de allí adelante
siempre le tenia guardado un regalillo todas las noches que venia: una de
las cuales entró quejándose, porque de una ventana le habian arrojado no
sé qué desapacible á las narices: á las quejas suyas salió mi ama al
corredor; y bajó al patio, estándose limpiando el mozuelo, y con grande
piedad le ayudó á limpiar, y sahumó con una pastilla, echando mil
maldiciones á quien tal le habia parado.
Fuése el mozuelo con su trabajo, sintiéndolo la señora Doña Mergelina,
tan llena de cólera como de piedad, y con harta más demostracion de lo
que yo quisiera, loando la paciencia del mozuelo, y agravando la culpa de
quien le habia salpicado con tanto estremo, que me obligó á preguntarle
por qué lo sentia tanto, siendo sucedido inadvertidamente y sin malicia. Á
que me respondió: ¿No quereis que sienta ofensa hecha á un corderillo
como este? ¿Á una paloma sin hiel, á un mocito tan humilde y apacible,
que aun quejarse no sabe de una cosa tan mal hecha? Cierto que quisiera
ser hombre en este punto para vengarle, y luego mujer para regalarle y
acariciarle. Señora, le dije yo, ¿qué novedad es esta? ¿Qué mudanza de
rigor en blandura? ¿De cuándo acá piadosa? ¿De cuándo acá sensible?
¿De cuándo acá blanda y amorosa? Desde que vos, respondió ella,
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vinisteis á mi casa, que trujisteis este veneno envuelto en una guitarra,
desde que me reprehendisteis mis desdenes, desde que viendo mi bronca
y áspera condicion, quise ver si podia quedar en un medio lícito y honesto,
y he venido de un estremo á otro: de áspera y desdeñosa, á mansa y
amorosa: de desamorada y tibia, á tierna de corazon: de sacudida y
soberbia, á humilde y apacible: de altiva y desvanecida, á rendida y sujeta.
¡Oh pobre de mí, dije yo, que ahora me quedaba por llevar una carga tan
pesada como esta! ¿Qué culpa puedo yo tener en sus accidentes de
vuesa merced, ó qué parte en sus inclinaciones? ¿Hay quien sea superior
en voluntades agenas? ¿Hay quien pueda ser profeta en las cosas que
han de suceder á los gustos y apetitos? Pero pues por mí comenzó la
culpa, por mí se atajará el daño, porque no venga á ser mayor con hacer
que él no vuelva más á esta casa, ó irme yo á otra: que si con la ocasion
creció lo que yo no pude pensar, con atajarla tornarán las cosas á su
principio. No lo digo, dijo ella, por tanto, padre de mi alma, que la culpa yo
la tengo, si hay culpa en los actos de voluntad: no os enojeis por mis
inadvertencias, que estoy en tiempo de hacer y decir muchas: antes os
admirad de las pocas que verédes y oyéredes en mí; ni hagais lo que
habeis dicho, si quereis mi vida, como quereis mi honra: porque estoy en
tiempo, que con poca más contradicion, haré algun borron que tizne mi
reputacion, y la deje más negra que mi ventura; no estoy para que me
desampareis, ni para admitir reprehension, sino para pedir socorro y
ayuda. Bien me decíades vos que mi presuncion y vanidad habian de caer
de su trono; cuanto me podeis repetir y traer á la memoria, yo lo doy por
dicho, y lo confieso; favorecedme, y no me desampareis en esta ocasion; y
no me mateis con decir que os ireis desta casa. Y con esto y otras cosas
que dijo, lloró tan tiernamente, cubriendo el rostro con un lienzo, que por
poco fuera menester quien nos consolára á entrambos; y si fué grande la
reprehension que le dí por soberbia, mayor fué el consuelo que le dí por
afligida: mas animándome en lo que era más razon, acudiendo á mi
obligacion, á su consuelo y honra de su casa, le dije, con la mayor
demostracion que pude: ¿Es posible que en tan estraordinaria condicion
ha podido caber tanta mudanza, y que por ojos tan llenos de hermosura y
desdenes hayan salido tan piadosas lágrimas, y que por mejillas tan
recatadas haya corrido un licor tan precioso, que siendo bastante á
enternecer las entrañas de Dios, se haya derramado y echado á mal por
un miserable hombre? ¿Y ya que se habia de precipitar y arrojarse, y
15
desdecir de sí propia, no hiciera eleccion de una persona de muchas
partes y merecimientos? Ya que se rinda quien no podia ser rendida,
¿habia de ser una sabandija tan desventurada? Que se rinda la hermosura
á la fealdad, la limpieza á la inmundicia y asquerosidad, no sé qué me diga
de tal eleccion, y tan abominable gusto. ¡Oh cuán engañados, dijo ella,
están los hombres en pensar que las mujeres se enamoran por eleccion, ni
por gentileza de cuerpo, ó hermosura de rostro, ni por más ó menos
partes, grandeza de linage, soberbia de estado, abundancia de riqueza!
(trato de lo que verdaderamente es amor); pues para que se desengañen,
sepan, que en las mujeres el amor es una voluntad continuada, que de la
vista crece, y con la comunicacion se cria y conserva, sin hacer eleccion
de este ni de aquel, y la que no se guardáre de esto, caerá sin duda: de
esta continuacion ha nacido mi llama, y con ella se ha criado, hasta ser tan
grande, que me tiene ciegos los ojos para ver otra cosa, y las orejas
cerradas para admitir reprehension, y la voluntad incapaz de recibir otro
sello. Y cuanto más lo deshaceis y aniquilais, tanto más se enciende la
voluntad y el deseo. ¿Por ventura los barberos son de diferente metal que
los demás hombres, para que aniquileis un oficio que tanta merced hace á
los hombres en tornarlos de viejos á mozos? ¿Llamaisle sarnoso por unas
rascadurillas que tiene en las muñecas, que parecen hojas de clavel? ¿No
echais de ver aquella honestidad de rostro? ¿La humildad de sus ojos?
¿La gracia con que mueve aquella voz y garganta? No me le deshagais, ni
reprehendais mi gusto, que no está para contradecirlo ni rechazarlo.
¡Ojalá, dije yo, fuera pelota, que yo la echara y rechazara! Pero pues ha
llegado á tan estrecho paso, haré con vuesa merced lo que con mis
amigos, que es, en la eleccion aconsejarles lo mejor que sé, y en la
determinacion ayudarles lo mejor que puedo. Díjele esto por no
desconsolarla, hasta que poco á poco fuese perdiendo el cariño, que
pudiera traer la ofensa de Dios y de su marido, y con esto me aparté
aquella noche de ella, espantándome de ver cuán poderosa es la
comunicacion, y considerando cuán mal hacen los hombres que donde
tienen prendas que les duela, consienten visitas ordinarias, ó
comunicaciones que duren: y cuánto peor hacen los padres que dan á sus
hijas maestros de danzar, ó tañer, cantar ó bailar; si han de faltar un punto
de su presencia, y aun es menos daño que no lo sepan: que si han de ser
casadas, bástales dar gusto á sus maridos, criar sus hijos y gobernar su
casa: y si han de ser monjas, apréndanlo en el monasterio; que la razon de
16
estar algunas disgustadas, quizás es por haber ya tenido fuera
comunicaciones de devociones, que por honestas que sean, son de
hombres y mujeres, sujetos al comun órden de naturaleza.
17
Descanso III
El dia siguiente vino el mozuelo más temprano de lo que solia, puesto un
cuello al uso, como hombre que se veia favorecido de tan gallarda mujer.
Sucedió que dentro de tres ó cuatro dias vinieron á llamar al doctor
Sagredo, su marido y mi amo, para ir á curar un caballero estranjero que
estaba enfermo en Carabanchel, ofreciéndole mucho interés por la cura de
que él recibió mucho contento por el provecho, y ella mucho más por el
gusto. Cogió su mula y lacayo, y un braco, que siempre le acompañaba, y
á las cuatro de la tarde dió con su persona en Carabanchel. Ella, visto la
buena ocasion, hízome aderezar de cenar lo mejor que fué posible,
regalándome con palabras, y prometiéndome obras, no entendiendo que
yo le estorbaria la ejecucion de su mal intento: vino el mozuelo al
anochecer, y comenzando á cantar como solia, ella le dijo que no era lícito,
ni parecia bien á la vecindad, estando su marido ausente, cantar á la
puerta, y así mandó que entrase más adentro. Mandó sentar al mozuelo á
la mesa, deseando que la cena fuese breve, porque la noche fuese larga;
pero apenas se comenzó la cena cuando entró el braco haciendo mil
fiestas á su ama con las narices y la cola. El doctor viene, dijo ella,
desdichada de mí, ¿qué haremos, que no puede estar lejos, pues ha
llegado el perro? Yo cogí al mozuelo, y púsele en un rincon de la sala,
cubriéndolo con una tabla, que habia de ser estante para los libros, de
suerte que no se podia parecer cuando entró el doctor por la puerta,
diciendo: ¿Hay bellaquería semejante, que envien á llamar á un hombre
como yo, y por otra parte llamen á otro médico? Vive Dios, si en años atrás
me cogieran, que no se habian de burlar conmigo. ¿Pues de eso teneis
pena, dijo ella, marido mio? ¿No vale más dormir en vuestra cama y en
vuestra quietud, que desvelaros en velar un enfermo? ¿Qué hijos teneis
que os pidan pan? Vengais muy en hora buena, que aunque pensé tener
diferente noche, con todo eso me dió el espíritu que habia de suceder
esto, y así os tuve, por sí ó por no, aderezada la cena. ¡Hay tal mujer en el
mundo! dijo el doctor; ya me habeis quitado todo el enojo que traia.
Váyanse con el diablo ellos y sus dineros, que más aprecio veros contenta,
que cuanto interés hay en la tierra. ¿Cuántos engaños, dije yo entre mí,
hay de estos en el mundo, y cuántas á fuerza de artificios y bondad fingida
se hacen cabezas de sus casas, que merecen tenerlas quitadas de los
18
hombros? Apeóse de la rucia el doctor, y el lacayo púsola en razon, y
fuese á su posada con su mujer, que le daban racion y quitacion. Sentóse
el doctor á cenar muy sin enojo, loando mucho el cuidado de su mujer. El
diablo del braco, que por la fuerza que estos animalejos tienen en el olfato,
no hacia sino oler la tabla que encubria al mozuelo, rascando y gruñendo
de manera que el doctor lo echó de ver, y preguntó ¿qué habia detrás de
la tabla? Yo de presto respondí: Creo que está allí un cuarto de carne.
Tornó el braco á gruñir, y aun ladrar algo más alto: mi amo lo miró con más
cuidado que hasta allí; yo eché de ver el daño que habia de suceder si no
se remediaba, y conociendo la condicion del doctor dí en una buena
advertencia, que fué decir que iba por unas aceitunas sevillanas, de que
eran muy amigos, y estúveme al pié de la escalerilla esperando su
determinacion: el braco no dejaba de rascar y ladrar, tanto que mi amo dijo
que queria ver por qué perseveraba tanto el perro en ladrar. Entonces yo
púseme en la puerta, y comencé á dar voces diciendo: Señor, que me
quitan la capa; señor doctor Sagredo, que me capean ladrones. Él con su
acostumbrada cólera y natural presteza se levantó corriendo, y de camino
arrebató una espada, poniéndose de dos saltos en la puerta, y
preguntando por los ladrones; yo le respondí, que como oyeron nombrar al
doctor Sagredo echaron á huir por la calle arriba como un rayo. Él fué
luego en seguimiento suyo, y ella echó al mozuelo de casa sin capa y sin
sombrero, poniendo el cuarto de carne detrás de la tabla, como ya le habia
dado la advertencia. Hasta aquí habia caminado el negocio; mas el
mozuelo iba turbado, lleno de miedo y temblor, que no pudo llegar á la
puerta de la calle tan presto que no topase mi amo con él á la vuelta. Aquí
fué menester valernos de la presteza en remediar este segundo daño, que
tenia más evidencia que el primero, y así antes que él preguntase cosa, le
dije: Tambien han capeado y querido matar á este pobre mocito, y por esto
se coló aquí dentro huyendo, que de temor no osa ir á su casa: mire vuesa
merced qué lástima tan grande; y como es muy de coléricos la piedad,
túvola mi amo del mozuelo, y dijo: No tengais miedo, que en casa del
doctor Sagredo estais, donde nadie os osará ofender. Ofender, dije yo; en
oyendo nombrar al doctor Sagredo les nacieron alas en los piés. Yo os
aseguro, dijo el doctor, que si los alcanzára, que os habia de vengar á vos
y á mi escudero de manera que para siempre no capearan más. Mi ama,
que estaba hasta allí turbada y temblando en el corredor, como vió tan
presto reparado el daño, y vuelta en piedad la que habia de ser sangrienta
cólera, ayudó á la compasion del marido de muy buena gana, diciendo:
¿Hay lástima como esta? No dejeis ir á ese pobre mozo, bástenle los
tragos en que se ha visto, no le maten esos ladrones. No le dejaré, dijo el
19
doctor, hasta que le acompañe. ¿Y cómo sucedió esto, gentil hombre? Iba,
señor, respondió el mozo, á hacer una sangría por Juan de Vergara, mi
amo, á cierta señora del tobillo, y con harto gusto; pero como no duerme
este ángel de los piés aguileños, sucedió lo que vuesa merced ha visto.
Que no faltará ocasion para hacerla, dijo la señora, sosiéguese ahora,
hermano, que en casa del doctor Sagredo está. Subíos acá, dijo el doctor,
que en cenando yo os llevaré á vuestra casa. El braco, aunque salió á los
ladrones imaginados, no por el ruido dejó de tornar á la tema de su tabla, y
si antes la habia rascado por el mozuelo, entonces lo hacia por la tentacion
de sus narices contra la carne: mi amo, como vió perseverar al braco, fué
á la tabla, y halló el cuarto de carne detrás de la tabla, con que se sosegó,
loando mucho el aliento de su perro. Ella, aunque se habia librado de esos
trances, todavía, durando en su intento, me dió á entender que no dejase ir
al mozuelo, que era lo que yo más aborrecia.
Cenaron, y el que primero habia sido cabecera de mesa, despues comió
en la mano como gavilan, y no como galan en la mesa, que la fuerza
puede más que el gusto. En cenando quiso el doctor llevarlo á su casa, y
aunque yo le ayudé, mi ama dijo que no queria que fuese á ponerse en
riesgo de topar con los capeadores, especialmente habiendo de pasar por
el pasadizo de San Andrés, donde suele haber tantos capeadores
retraidos. Y aunque esto, dijo, para vuestro ánimo es poco, será para mí
de mucho daño, porque estoy en sospecha de preñada, y podria
sucederme algun accidente ó susto que pusiese mi vida en cuidado; que
ese mocito podrá dormir con el escudero, que es conocido suyo, y por la
mañana irse á su casa. Alto, dijo el doctor, pues vos gustais de eso, sea
en hora buena, yo me quiero acostar, que estoy un poco cansado.
Fuéronse á la cama juntos (que siempre llevaba la mujer por delante),
aunque como ella vivia con diferentes pensamientos, no dió lugar al sueño
hasta que dió en una traza endiablada, que le costó pesadumbre y le
pudiera costar la vida. La sala era tan pequeña que desde mi cama á la
suya no habia cuatro pasos, y cualquiera movimiento que se hacia en la
una se sentia en la otra; y así no le pareció bien lo que por aquí podia
intentar. La mula era de manera inquieta que en viéndose suelta
alborotaba toda la vecindad antes que pudiesen cogerla. Parecióle á la
señora doña Mergelina que desatándola podria volver á la cama antes que
su marido despertase para ir á ponerla en razon, y en el espacio que se
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habia de gastar en cogerla y trabarla, le tendria ella para destrabar su
persona. Y como las mujeres son fáciles en sus determinaciones, en
sintiendo al marido dormido, levantóse paso á paso de la cama, y yendo á
la caballeriza desató la mula, entendiendo que pudiera volver á la cama
antes que la mula hiciese ruido y el marido despertase, con que tendria
lugar para ejecutar su intento. Pero parece que la mula y él se
concertaron; la mula en salir presto de la caballeriza haciendo ruido con
los piés, y él sentirlo tan presto que se levantó en un instante de la cama,
dando al diablo á la mula y á quien se la habia vendido; y si no se entrara
la mujer en la caballeriza, topara con ella el marido. Él cogió una muy
gentil vara de membrillo, y pególe á la mula, que huyendo á su estrecha
caballeriza, apenas cupiera, por la huéspeda que halló dentro. Ella no tuvo
donde encubrirse por la estrecheza sino con la misma mula, de suerte que
alcanzó, como la vara era cimbreña, gran parte de los muchos varazos
que le dió con los tercios postreros en aquellas blancas y regaladas
carnes. Yo estaba en la escalera como si aguardara al verdugo que me
echara de ella, turbado y sin consejo, porque veia lo que pasaba y sin
poder remediarlo. El braco, sintiendo el ruido, y oliendo carne nueva en mi
cama, comenzó á darle buenos mordiscones al mozuelo y á ladrarle, de
suerte que la mujer en manos del marido, y el mozuelo en los dientes del
braco, pagaron lo que aun no habian cometido. Yo viendo la ejecucion de
su cólera, sin saber lo que hacia, le dije: Mire vuesa merced lo que hace,
que cuantos palos da en la mula los da en el rostro de mi señora, que la
quiere de manera por andar vuesa merced en ella, que no consiente que la
toque el sol. Agradeced, señora mula, lo que me han dicho de vuestra
ama, que hasta la mañana os estuviera pegando. ¿Hay con qué trabar
esta mula? Yo respondí: En ese corralillo hallará vuesa merced una
soguilla, que yo estoy con un dolorcillo de ijada, y no me atrevo á salir. Así
como fué por ella, púseme á la puerta, haciendo pala á la señora, y
subióse á su cama callando, aunque lastimada. Yo como siempre procuré
que no llegase la ofensa á ejecucion, aunque no iba con mucho gusto para
ello; en saliendo el doctor le tomé la soguilla, y enviélo á la cama. Trabé la
mula, y subíme á reposar á la mia, donde hallé al mozuelo quejándose del
braco, y á ella en la suya llorando tiernamente; y preguntándole el marido
la causa, respondió muy enojada: Vuestras cóleras y arrebatamientos, que
como tan de repente os alborotastes, y yo estaba en lo mejor del sueño,
sobresaltada y despavorida, caí detrás de la cama, y dí con el rostro en mil
21
baratijas que estaban aquí, con que me he lastimado muy bien. Sosególa
el marido lo mejor que pudo, y pudo muy bien, porque las mujeres
honradas cuando tropiezan y no caen en el yerro, caen en la cuenta, que
habiendo de ser muy estrecha, es de perdones, y como vió que á tres va la
vencida, y ella lo quedó saliendo mal de ellas, no quiso probar la cuarta. Al
mozuelo con los peligros y los dientes del braco se le quitó el poco amor y
desvanecimiento como con la mano.
22
Descanso IV
Como toda la noche hasta allí habia sido tan inquieta y llena de disgustos,
pesadumbres y alteraciones, efectos propios de semejantes devaneos,
fundados en deshonor, ofensa y pecado, lo que hasta la mañana quedaba,
se durmió tan profundamente, que siendo yo de poquísimo sueño, no
desperté hasta que por la mañana dieron golpes á la puerta, llamando al
doctor para cierta visita muy necesaria. Alcé el rostro y ví que el sol
visitaba ya mi aposento, que en mi vida le miré de más mala gana, y llamé
al lastimado mozuelo, que más parecia embelesado que dormido, y
hallándolo con determinacion de no tornar á las burlas pasadas, le dije:
Pues el mayor peligro queda por pasar, si no vivís con cuidado y recato,
que aunque es verdad que vos actualmente no habeis hecho ofensa en
esta casa, y los deseos, ya que manchan la conciencia, no estragan la
honra, con todo eso, para la reputacion de ella y seguridad vuestra,
importa guardar el secreto, que como muchacho de poca experiencia,
podíades revelar pareciéndoos que son lances muy dignos de saberse, y
que diciéndolos por cifras no se entenderian, que es un engaño en que
caen todos los habladores, pues adviértoos que no os va menos que la
vida en saber callar, ó la muerte en querer hablar. Ningun delito se ha
cometido por callar, y por hablar se cometen cada dia muchos: el hablar es
de todos los hombres, y el callar de solos los discretos: yo creo que
cuantas muertes se hacen sin saber los autores, nacen de ofensas de la
lengua: guardar el secreto es virtud, y al que no le guarda por virtuoso, le
hacen que le guarde por peligroso: el callar á tiempo es muy alabado,
porque lo contrario es muy aborrecido: hablar lo que se ha de callar, nos
precipita en el peligro y en la muerte, y lo contrario asegura el daño, y
preserva la vida y quietud. Nadie se ha visto reventar por guardar el
secreto, ni ahogado por tragar lo que va á decir: las abejas pican á su
gusto; pero dejan el aguijon y la vida, ¿y á los que dicen el secreto que les
importa callar, les sucede lo mismo? y en resolucion el callar es
excelentísima virtud, y tan estimada entre los hombres, que de la suerte
que se admiran de ver hablar bien á un papagayo que no lo sabia, se
admiran de ver callar bien á un hombre que sabe hablar. Y para no
cansaros más, si no calláredes porque es razon, callareis por el peligro en
que os poneis, tratando de la honra de un hombre tan valiente como el
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Doctor. Con estas, y otras muchas cosas que le dije, lo envié á su casa
con más temor que amor, ó más temeroso que enamorado. El Doctor se
vistió tan de priesa que no tuvo lugar de mirar el señalado rostro de su
mujer, que lo primero que hizo antes de vestirse, y sin aguardar á poner
los piés en las mulillas, fué á mirarse al espejo; y viéndose el sobrescrito
con algunos borrones, lo sintió de manera, que en muchos dias no se quitó
del rostro un rebozo (que como era tan apacible y suave) parecia más que
le traia por gala, que por necesidad. En estando para poderla hablar me
llegué á donde estaba aderezándose el temeroso rostro, y lastimándome
de los muchos cardenales que le alcancé á ver (que en personas muy
blancas, de cualquier accidente se hacen) le dije, con la mayor blandura
que pude, y supe: ¿Qué le parece de su buena ventura? Que tal lo ha
sido, pues en cuantas veces la ha probado, la ha guardado de que los
pensamientos no viniesen á la ejecucion de las obras, para que su honra
(ya que ha estado para despeñarse) quedase salva en un aprieto tan
grande, que arrojándose con tan determinada voluntad, le ha puesto tantos
impedimentos para la caida, y tantas ayudas para el arrepentimiento. ¿Si
cayera en un rio muy hondo, y saliera sin mojarse la ropa, no lo tuviera á
milagro, y cosa nunca vista? ¿Si se arrojara entre mil espadas desnudas
sin salir herida, no le pareceria obra de la mano de Dios? Pues crea, y
tenga por cierto, que ha sido tanta evidencia de la misericordia divina,
usada con vuesa merced con su marido, pues de su misma voluntad ha
librado: que la más poderosa fuerza que hay con nosotros es la voluntad
propia, ella nos rinde, y hace al entendimiento tan esclavo que no le deja
libertad para conocer la razon, ó á lo menos para volver por ella; pues la
voluntad depravada rindió un pecho tan libre: ella misma con el
arrepentimiento y la razon le han de volver á su libertad. El arrepentirse, y
volver sobre sí, es de ánimos valerosos: el escarmiento nos hace
recatados, como la determinacion arrojadizos. Cuando la voluntad nos
arroja con atrevimiento, el mal suceso lo remedia con temor: mejor es
arrepentirse temprano, que llorar tarde. Un mal principio arrojado, mejora
el medio, y asegura el fin: más vale, considerando este mal suceso,
detenerse, que perseverando, esperar que se mejore. ¡Dichoso aquel á
quien le viene el escarmiento antes que el daño! Los malos intentos al
principio errados, engendran recato para los venideros: quien no yerra no
tiene de qué enmendarse, mas quien yerra tiene en qué mejorarse: que
Dios juzgó por mejor que hubiese males, porque les siguiesen los
arrepentimientos, que tener el mundo sin ellos; que más grandeza suya es
sacar de los males bienes, que conservar el mundo sin males. ¡Ojalá
cuantos males se cometen, tuviesen tan ruines principios como este! que
24
los males serian menores por el escarmiento. Vuesa merced vuelva en sí,
estimando su hermosura, igualmente con su honra, que este daño tengo
yo atajado, y le atajaré más. Á todas estas cosas que yo le decia, estuvo
destilando unas lágrimas tan honestas y vergonzosas por las rosadas
megillas, que enternecieran al más tirano ejecutor del mundo. Mas alzando
el temeroso rostro, despues de haberse enjugado con un lienzo la
humedad que lo habia bañado, con voz un poco baja, me dijo lo siguiente:
Quisiera que fuera posible sacarme el corazon, y ponerle en vuestras
manos para que se viera el efecto que ha hecho en él vuestra justa
reprehension, y fuera para mí algun descuento de mis desdichas, si me
creyérades como os he creido, no sólo para admitir el consejo, sino para
obedecerlo, y ponerlo en ejecucion: que quien oye de buena gana,
enmendaráse si quiere.
No digo que totalmente estoy fuera del caso, que como estos accidentes
tienen su asiento en el alma, no pueden desampararla tan presto; pero
como el amor y desamor nunca paran en el medio, porque en el modo de
engañarse van por una misma senda, así yo voy pasando de un extremo á
otro; porque despues que me ví acardenalada, y lastimado el rostro por
quien tanta honra me hace todo el mundo, se me ha revestido un ódio
mortal contra quien ha sido la causa de ello. Fuera de lo que esta noche,
en lo poco que mis ojos descansaron, soñé que estando cogiendo una
hermosa y olorosa manzana del mismo árbol, al tiempo que con los dedos
la apreté, salió de ella mucho humo, y una culebra tan grande, que me dió
dos vueltas al cuerpo por la parte del corazon, y me apretaba tanto, que
pensé morir: y como ninguno de los circunstantes se atreviese á
quitármela, un hombre anciano llegó y la mató con sola su saliva, echada
en la cabeza de la culebra, y que al punto cayó muerta dejándome libre, y
despierta del sueño. Y haciendo reflexion sobre él, á pocas vueltas le dí
alcance, de modo, que con los malos principios, y la buena consideracion
vine á cobrar mi honra y vida, y á tener mi corazon en el estremo de ódio,
que tenia de amor por vuestros buenos y saludables consejos. Por donde,
si hasta aquí habeis sido mi escudero, de aquí adelante seais mi padre y
consejero: y si alguna cosa habeis visto en mí, que sea en vuestros ojos
agradable, por ella os pido y ruego que no me dejeis ni desampareis en
esta ocasion, ni en todo el restante que os queda de vida, que el amor que
yo tengo á vuestra persona, es tan grande como el cuidado que vos habeis
25
tenido con mi honra: el desengaño me ha cogido antes que el gusto me
asalariase; aunque la voluntad se dobló, la honra quedó en pié. Si el
consentimiento fuera obra, yo confesára mi flaqueza por infamia: quien
tiene aliento para asirse tropezando, tambien lo tendrá para levantarse
cayendo: quien se arrepiente cerca está de la enmienda: ni me desanimo
por tierna ni me acobardo por derribada. Si está en mí quien pudo
derribarme, ¿por qué no lo estará para levantarme? Sin consejo me rendí,
pero con él tengo de librarme. Si me dejé llevar sin persuasion agena, ¿por
qué no volveré en mí por la vuestra? Para caer fuí sola, y para levantarme
somos vos y yo: más agradece el enfermo la medicina que le cura, que no
el consejo que le preserva. ¿No admití primero vuestro saludable consejo,
y ahora me rindo al cautiverio de vuestra medicina? Al enfermo que no se
ayuda, no le aprovechan los remedios: mas al que se esfuerza y vuelve en
sí, todo le ayuda y alienta. La caridad ha de comenzar de sí propia. Si yo
no me quiero á mí bien, ¿qué importa que me quiera quien no está en mí?
Si yo aborrezco la salud, en vano trabaja quien me la procura. Mas si yo
deseo convalecer, la mitad del camino tengo andado. Quien obedece al
consejo, acertar desea: y quien no replica á la reprehension, no está lejos
de convertirse. Cuando la culebra despide el pellejo, renovarle quiere: no
hay más cierta señal para venir el fruto, que caerse la flor; ni mayores
muestras de arrepentimiento, que aborrecer el daño, y conocer el
desengaño. Yo lo conozco, padre de mi alma, y estoy con deseo de
levantarme, y determinacion de no tornar á caer: ayudadme con vuestro
consejo y consuelo, para que vuelva en mí, cobre lo perdido, y remedie lo
pasado, me anime en lo presente, y arme para lo venidero. Más iba á decir
la hermosa escarmentada, sino que por llamar el marido á la puerta fué
necesario dejar la más que apacible disculpa, ó enmienda. Entró el Doctor,
y ella se fingió de la enojada, cubriéndose el lastimado, aunque bello
rostro, haciendo algunos melindres fingidos, para que la desenojase, que
amándola tan tiernamente, fácil era el hacerlo. Vióle el rostro, y sintiólo
mucho más que ella, y despues de haberse blandamente disculpado, le
dijo: Amiga, sacaos un poco de sangre. ¿Para qué, dije yo, se ha de
sangrar? Respondió el Doctor: Por la caida. ¿Pues cayó, pregunté yo, de
la torre de San Salvador, para que se saque la sangre? Sabeis poco, dijo
el Doctor, que de aquella contusion del lapso, que habiéndose removido
las partes hipocóndricas y renes, podria sobrevenir un profluvium sanguinis
irreparable, y del livor del rostro quedar una cicatriz perpétua. Y luego, dije
26
yo, vendrá el arturo meridional á circunferencia metafísica del vegetativo
corporal, y evacuarse la sangre del hepate. ¿Qué decís, dijo el Doctor, que
no os entiendo? ¿No me entiende? dije yo; pues menos entiende su mujer
á vuesa mercé, que para decir que del golpe de la caida puede venir algun
flujo de sangre, y quedar señal en el rostro, se han de decir tantas
pedanterías, contusion, lapso, hipocóndrios, profluvio, cicatriz, livor.
Póngase un poco de bálsamo ó ungüento blanco, ó zumo de hojas de
rábano, y ríase de lo demás. Y aun creo que es lo mejor, dijo ella riendo,
mas es lo peor que se me ha quitado la gana del comer. Poneos, dijo el
Doctor, unos absintios en la boca del ventrículo, y echaos un clistel; que
con esto y una fricacion en las partes inferiores, junto con la exoneracion
del ventrículo cesará todo eso. Otra vez dije yo: ¿Que no se podria acabar
con los médicos mozos que hablen en un lenguaje que no los entiendan?
Pues qué, ¿quereis vos, dijo el Doctor, que hablen los hombres doctos
como los ignorantes? Cuanto á la substancia, dije yo, no por cierto; pero
cuanto al lenguaje, ¿por qué no hablarán como los entiendan? Al conde de
Lemos, Don Pedro de Castro, el de las grandes fuerzas, yendo á visitar su
estado á Galicia, como era tan grande y grueso, y muy bebedor de agua,
del cansancio del camino le dió una enfermedad que los médicos llaman
hemorrois: y como no iba preparado de médico, díjole Diego de Osma:
Aquí hay uno que desea tomar el pulso á V. S. dias há. Pues llamadle, dijo
el Conde; llamáronle, y el buen hombre que supo la enfermedad fué muy
reparado de retórica medicinal, pareciéndole que por allí entraria en la
voluntad del Conde; y vistiéndose una ropa muy raida entre azul y negra, y
una sortija que parecia remate de asador, entró por la sala donde estaba el
Conde diciendo: Beso las manos á S. S., y el Conde: Vengais en hora
buena, Doctor. Prosiguió el Médico: Dícenme que su señoría está malo del
orificio. El Conde, que tenia estremado gusto de bueno, conocióle luego, y
preguntóle: Doctor, ¿qué quiere decir orificio, platero de oro, ó qué? Señor,
dijo el Doctor; orificio, es aquella parte por donde se inundan, exoneran y
espelen las inmundicias interiores que restan de la decoccion del
mantenimiento. Declaraos más, Doctor, que no os entiendo, dijo el Conde:
y el Médico: Señor, orificio se dice de os, oris, y facio facis, quasi os faciens
; porque como tenemos una boca general por donde entra el
mantenimiento, tenemos otra por donde sale el resíduo. El Conde, aunque
enfermo, pereciendo de risa, le dijo: Pues este de este modo se llama en
castellano (nombrándolo por su nombre): andad, que no sois buen médico,
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que lo echais todo en retórica vana. De manera, que por donde pensó
acreditarse con el Conde, se echó á perder: él se fué corrido, y el Conde
quedó de manera riendo que hacia temblar la cama, y aun la sala: yo creo
cierto que es alivio para los enfermos que el médico hable en lenguaje que
le entiendan, para no poner en cuidado al paciente. Tienen, fuera de esto,
obligacion de ser dulces y afables, de semblante alegre, y de palabras
amorosas: es bien que les digan algunos donaires y cuentecillos breves,
con que los alegren: sean corteses, limpios y olorosos: acaricien tanto al
enfermo, que parezca que sola aquella visita es la que le da cuidado:
miren si tiene bien hecha la cama, con aseo y limpieza, y hagan lo que el
Doctor Luis del Valle, que á todos juntamente con hacerles sacramentar,
los alienta con darles buenas esperanzas de salud; que hay algunos tan
ignorantes en la buena policía y trato, que sin estar una persona enferma,
por encarecer su trabajo y subir su ganancia, dicen al enfermo que está
peligroso, para que lo esté de veras: y es bien, que pues se tienen por
ministros de naturaleza, lo sean en todo. No digo mil descuidos que hay en
el conocimiento de las enfermedades, y en la aplicacion de las medicinas.
Es muy de médicos viejos, dijo mi amo, andar tan de espacio como vos
quereis, y en mirar esas niñerías: ya los neotóricos vamos por otro camino,
que para lo que es curar tenemos el método purgar y sangrar, con algunos
remedios empíricos, de que nos valemos. Y aun por eso, dije yo, huyo de
curarme con médicos mozos; porque un amigo mio, que lo era en edad y
en esperiencia, muy gentil estudiante, habiéndose acreditado conmigo con
ciertos aforismos de Hipócrates, que sabia de memoria, traidos en buena
ocasion, y pronunciados á lo melindroso, me entregué en sus manos la
primera vez que me dió la gota, de las cuales salí con veinte y dos sudores
y unciones, y me las estuviera dando hasta ahora, si yo propio no me
hallara el pulso con intercadencias; y con decir que habíamos errado la
cura (como si yo tambien la hubiera errado) me dejó, y se apartó de mí
confuso y corrido: mas yo, con la recia complexion que tengo, y con
gobernarme bien, en convaleciendo me encontré con él en la plazuela del
Ángel cara á cara, la suya de color de pimiento, y la mia de gualda, y me
hube con él de manera que salió de mi lengua peor que yo de sus manos.
Los grandes médicos que yo he conocido y conozco, en llegando al
enfermo procuran con gran cuidado saber el orígen, causa y estado de la
enfermedad, y el humor predominante del paciente, para no curar al
colérico como al flemático, y al sanguino como al melancólico; y aun si es
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posible (aunque no hay ciencia de particulares) saber la calidad oculta del
enfermo, y de esta manera se acierta la cura, y se acreditan los médicos.
No he visto en mi vida, dijo el Doctor, escudero tan licenciado. Pues más
tengo de licencioso, dije yo, porque en viendo una verdad desamparada,
me arrojo en su ayuda con la vida y el alma. ¿Qué sabeis vos de
intercadencias? dijo el Doctor; ¿qué señales teneis de gota, pues os
habeis escapado de lo uno, y no padeceis de lo otro? Las intercadencias,
respondí yo, otras veces las he tenido, que me he visto con enfermedades
apretadas; pero no me he desanimado, antes á un médico mozo, y muy
galan, que me curó en Málaga, le animé, porque se turbó hallándomelas
en el pulso (que en esto yo fuí médico y él paciente); y aunque me digan
que es calidad propia de mi pulso, ellas tienen todas las partes de
intercadencias. Y habiéndome escapado de esta ardentísima fiebre, de
que me curé con un cántaro de agua fria que me eché á los pechos, me
quedaron unas grandísimas ventosidades, para lo cual me dió un remedio
tudesco, que si yo le guardara hicieran tanta burla de mí los muchachos
como yo hice de él; porque á un hombre colérico, y nacido en region
cálida, le mandó que en toda su vida no bebiese gota de agua, y de la gota
me preservó con un consejo de Ciceron, que dice, que la verdadera salud
consiste en usar de los mantenimientos que aprovechan, y huir de los que
nos dañan: no uso de mantenimientos húmedos, no bebo entre comida y
comida, no ceno, bebo agua y no vino, hago todas las mañanas una
fricacion antes de levantarme de la cama con grande vehemencia desde la
cabeza, discurriendo por todos los miembros hasta los pies, y cuando me
siento cargado hago un vómito; con esto, y la templanza en otras cosas,
me preservo de la gota. Perdóneme V. S. I. si le canso con estas niñerías
que me pasaron con este médico, que las digo porque quizá encontrará
con ellas alguno á quien aprovechen. Díjome el Doctor entonces: Por
vuestra vida que me digais ¿si habeis estudiado, y á dónde, que procedeis
con tan buena gracia en todo, que me habeis aficionado de manera, que si
fuera un gran príncipe no os apartára de mi lado un punto? Lo mismo, dijo
ella, os ruego yo, padre de mi vida, y así os la dé Dios muy larga, que nos
deis cuenta de vuestra vida, que vos procedeis de modo que será
grandísimo entretenimiento al Doctor por el entendimiento, y á mí por la
voluntad. Contar desdichas, dije yo, no es bueno para muchas veces:
acordarse de infelicidades el que está caido puede traerlo á
desesperacion. Una diferencia hay entre la prosperidad y la adversidad,
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que la memoria de las desdichas en la adversidad entristece más; pero en
la prosperidad aumenta el gusto. No se le ha de pedir al que todavía está
en miserias, que cuente las que ha pasado; porque es renovarle la llaga
que ya se iba cerrando, con traerle á la memoria lo que desea olvidar. El
que se ha escapado de la tormenta no se contenta con solo verse fuera de
ella, sino con besar la tierra; pero el que está todavía padeciendo el
naufragio solamente se acuerda de lo presente, que solicita el remedio;
porque aunque yo tengo condicion de pobre, tengo ánimo de rico, y si no
me desanimo por caido, no tengo de qué animarme por levantado; y no
son mis trabajos para contados muchas veces.
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Descanso V
Mas como la privacion puede tanto con las mujeres, por el mismo caso
que yo rehusaba, mi ama procuraba más que lo dijese, que como tenia
pecho noble, y le parecia que la tenia obligada en alguna manera, sacaba
fuerzas de flaqueza, y buscaba modos cómo darme á entender que estaba
de mí agradecidísima. Que esta diferencia hace un pecho liso y sencillo, á
uno de mala raza y cosecha, que el bueno aun el bien imaginado
agradece, mas el bronco y desabrido, no solamente no agradece, pero
busca modos cómo desagradecer el bien recibido: pero cuanto más mi
ama se esforzaba por dar á entender su agradecimiento, tanto más me
ofendia yo en que pensase en que habia hecho algo en servirla, que el
saber flaquezas ajenas, que ó todos las cometemos, ó estamos
naturalmente dispuestos á ello, no ha de ser parte para estimar en menos
á aquellos de quien las sabemos: saber el secreto ajeno ó es acaso, ó por
confianza que hacen de nosotros: si es acaso, la misma naturaleza nos
enseña que puede suceder lo mismo por nosotros; y si es por confianza,
ya entra en guardarle la reputacion del que lo sabe. Encubrir faltas ajenas
es de ángeles, y descubrirlas es de perros que ladran cuando más dañan.
Querer saber secretos ajenos, nace de pechos sin merecimientos, que lo
que no pueden merecer por sí, quieren merecerlo á costa ajena: quien
quiere saber faltas ajenas, quiere estar mal con todo el mundo, y que se
publiquen las suyas. ¡Dichosos aquellos á cuya noticia no han llegado las
faltas ajenas, que ni ofenderán, ni serán ofendidos! Hay algunos ánimos
tan fuera del órden natural, que les parece que han alcanzado una gran
joya, cuando saben alguna falta de su prógimo: pues no se persuada á
entender quien tiene tan abominable costumbre, que no hay contratretas
para semejantes desafueros, que todos traen el castigo por sombra; y no
hay mala intencion que no tenga su semejante, ó peor. Un fraile, aunque
no muy docto, bien intencionado, preguntando en un escrutinio si sabia
faltas, ó descuido de sus compañeros, respondió que nó, porque si las
habia oido, ó no habia reparado en ellas, ó las habia dejado olvidar, y si
venian por relacion, no las habia oido, ó no las habia creido. Y otro,
habiendo desacreditado á todos los compañeros, por acreditarse á sí en el
escrutinio, salió más culpado que todos. Este almacen de palabras he
traido, para decir el recelo que mi ama debia tener, pareciéndole que podia
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revelar su secreto, ó que á lo menos lo queria tener, como dicen, el pié
sobre el pescuezo, y así, prosiguiendo en su intento, dijo, que por buen
término y trato, quisiera perpetuarme en su casa, para tenerme en lugar de
padre, queriéndome casar con una parienta suya, doncella, y de muy
buena gracia, y de poca edad; y declarándose con su marido y conmigo,
encareciendo la bondad y virtud de la moza, y cuán bien me estaria para el
regalo de mi vejez casarme con ella, yo le dije: Señora, no haré eso por
todas las cosas del mundo, porque quien se casa viejo, presto da el
pellejo: y riéndose ella, proseguí diciendo, que en Italia traen un refrancete
á este modo, que el que casa viejo tiene el mal del cabrito, ó que se muere
presto, ó viene á ser cabron. ¡Jesus! dijo mi ama, ¿pues eso ha de
imaginar un hombre tan honrado como vos? Señora, dije yo, lo que veo, y
he visto siempre es, que al viejo que se casa con moza, todos los
miembros del cuerpo se le van consumiendo, sino es la frente, que le
crece más. Las mozas son alegres de corazon, y regocijadas en
compañía, andan siempre jugando y saltando como ciervas, y los maridos
como ciervos, siendo viejos. No es tan perseguida la liebre de los galgos,
como la mujer del viejo de los paseantes: no hay mozo en todo el lugar
que no sea su pariente, ni vieja rezadera que no sea su conocida: en todas
las iglesias tiene devociones, ó por huir del marido, ó por visitar las
comadres: si es pobre el marido, se anda quejando de él: si es rico, á
pocas vueltas le deja como el invierno á la cornicabra, con solo el fruto en
la frente. He rehusado en mi mocedad tomar esa carga sobre mis
hombros, ¿y la habia de tomar ahora sobre mi cabeza? Dios me guarde mi
juicio, bien me estoy solo; ya me sé gobernar con la soledad, no quiero
entrar en nuevos cuidados, afuera consejos vanos. Á todo esto el doctor
estaba pereciendo de risa, y su mujer pensando en la réplica que habia de
hacer; y así con muy gran donaire y desenvoltura, dijo á su marido, y á mí:
Cada dia vemos cosas nuevas, bien es vivir para experimentar
condiciones: el primer viejo sois que he visto y oido decir, que haya
rehusado casamiento de niña; todos apetecen la compañía de sangre
nueva, para conservacion de la suya: los árboles viejos, con un enjerto
nuevo los remozan: á las plantas, porque no se hielen, les ponen abrigo: la
palma, si no tiene junto á sí su compañera, no lleva fruta: la soledad ¿qué
bien puede traer sino melancolía, y aun desesperacion? Todos los
animales racionales y brutos apetecen la compañía. No seais como aquel
bestial filósofo, que habiéndole preguntado cuál era buena edad para
casarse, respondió, que cuando era mozo, era temprano, y cuando viejo,
tarde. Mirad, que fuera de ser para mí grande gusto, para vuestra
comodidad es bien vivir con abrigo. Yo confieso, le dije, que tan elegantes
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razones, dichas con tanta gracia y estilo, persuadirán á cualquiera que no
estuviera con tanta experiencia de las cosas del mundo, y tan hecho á la
soledad como yo; pero verdades tan apuradas, no admiten persuasiones
retóricas, porque casarse un viejo con una muchacha, si ella es como
debe ser, es dejar hijos huérfanos y pobres, y en pocos años venir á ser
entrambos de una misma edad, porque naturaleza va siempre tras su
conservacion, y el viejo conserva la suya, consumiendo la juventud de la
pobre muchacha; y si no es de esta suerte, tiene puestos los ojos en lo
que ha de heredar, y la voluntad é intencion en el marido que ha de
escoger. Mas, ¿qué tal pareciera yo con mis blancas canas junto á una
niña rubia y blanca, bien puesta y hermosa, que cuando alzara los ojos á
mirarme el copete lo viera más liso que el carcañal, las entradas como el
colodrillo de la ocasion, la barba más crespa y cana que la del Cid? Eso no
os dé pena, dijo ella, que Juan de Vergara tiene una tinta tan negra y fina,
que á cuantos hombres y mujeres entran en su casa con canas los pone
de manera que á la salida no los conocen. Ni aun ellos propios se conocen
á sí mismos, dije yo, con un engaño como ese, y creo cierto, que nace
esta flaqueza de no conocer nuestra hechura, porque disfrazar y
entretener las canas, no sé de qué sirve, sino de una ocupacion de
zurradores, que no rehusan traer las manos como ébano de Portugal. Y
realmente los que lo hacen tienen tanta ventura que á nadie engañan sino
á sí solos, porque todos lo saben; de modo, que les añaden muchos más
años de los que tienen; y ellos no se desengañan, hasta que por alguna
enfermedad dejan de teñirse, y se hallan cuando se miran la barba, como
Urraca ahorcada. Pues si la tinta no acierta á ser del color de la barba, que
es muy ordinario, en dándoles el sol, hace visos como el arco del cielo. Si
con el teñir se reparara la flaqueza de la vista, se supliera la falta de los
dientes, se cobrara la fuerza de piernas y brazos, ó se entretuvieran los
años para engañar la muerte, todos lo hiciéramos; pero hace la muerte con
los teñidos, como la zorra con el asno de Cumas, que se vistió una piel de
leon para espantar á los animales y pacer con seguridad: mas la zorra,
viéndole andar tan despacio, miróle las patas, y dijo: asno sois vos. Así la
muerte mira los teñidos, y les dice: viejo sois vos. Tíñase quien quisiere,
que yo tengo por mejor lo claro que lo obscuro, el dia que la noche, lo
blanco que lo negro. Más quiero parecer paloma que no cuervo, más
hermoso es el marfil que el ébano. Si como las barbas que pasan de
negras á blancas, pasaran de blancas á negras, ¿cuánto mas odiosas
fueran por el color tapetado? En fin, la plata es más alegre que el ébano:
¿no bastaba casado, sino tiznado? Andad, dijo mi ama, que con eso se
disimulan algunos años, y sin eso no se pueden negar. Aunque los
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hombres de bien, dije yo, jamás han de mentir, en todas las cosas del
mundo puede aprovechar una mentira, si no es en los años y en el juego;
porque ni los años pueden ser menos por negarlos, ni la ganancia se ha
de quitar por confesarla. Pero volviendo á nuestro propósito, que el
matrimonio es cosa santísima no se puede negar, ni yo lo niego, que el no
apetecerlo yo nace de la incapacidad mia, y no de la excelencia suya;
apetézcalo quien está en edad y disposicion para ello con la igualdad que
la misma naturaleza pide, que ni sean ambos niños ni ambos viejos, ni él
viejo y ella niña, ni ella vieja ni él niño. Sobre lo cual hay diversas
opiniones entre filósofos, y la más cierta es que el varon sea mayor que la
mujer diez ó doce años; pero que tenga yo cincuenta años, y mi señora
mujer quince ó diez y seis, es como querer que un contrabajo y un tiple
canten una misma voz, que por fuerza han de ir apartados ocho puntos el
uno del otro. ¿Pues nunca habeis sido enamorado? dijo mi ama. Y tanto,
dije yo, que he compuesto coplas y tenido pendencias, que la mocedad
está llena de mil inconsideraciones y disparates. No lo serán, dijo ella, que
los hombres de buen discurso sazonan las cosas diferentemente, que los
demás. Reniego, dije yo, de ejercicio que ha de traer á un hombre hecho
lechuza, guardando cimenterios, sufriendo frios y serenos, incomodidades
y peligros tan ordinarios como suceden de noche, y aun cosas dignas de
callar. El que anda de noche ve los daños ajenos, y no conoce los suyos,
consume presto la mocedad, y se desacredita para la vejez: vénse de
noche cosas que se juzgan por malas, no siéndolo; ¡qué de temores y
espantos cuentan los que pasean de noche, que vistos de dia nos
provocarian á risa! Acuérdome, que teniendo cierto requiebro al barrio de
San Ginés, con otro juicio tal como el mio era entonces, mártes de
carnestolendas por la tarde me envió á decir la señora que le llevase algo
bueno para despedirse de la carne, que en estos dias hay libertad para
pedirlo, y aun para negarlo; pero por usar de fineza, por ser la primera
cosa que hacia en su servicio, vendí ciertas cosillas, que me hicieron harta
falta, y en acabándose la grita de jeringas y naranjazos, y el martirio
perruno, causado de las mazas (de quien sin saber por qué, huyen hasta
reventar) dí conmigo en un tabernáculo de la gula, donde henchí un paño
de manos de una empanada, un par de perdices, un conejo y frutillas de
sarten, y atándolo muy bien, caminé á darlo por una ventana á más de las
once de la noche; y como el dia siguiente, por ser miércoles de ceniza, era
dia de mucha recoleccion, aunque todo el pasado habia sido alegría para
los muchachos y trabajos para los perros, habia silencio general; de
suerte, que aunque yo iba bien cargado, no me podia ver nadie: llegando á
la plazuela de San Ginés sentí que venia la ronda, y retiréme debajo de
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aquel cobertizo, donde suele haber una tumba para los aniversarios y
exequias, y antes que pudiesen llegar á mí los de la ronda, metí el paño de
manos, atado como estaba, por un agujero grande que tenia la tumba por
la parte de abajo, y sacando un rosario, que siempre traigo conmigo,
comencé á fingir que rezaba. Llegó la ronda y pensando que fuese algun
retraido asieron de mí, preguntando qué hacia allí. Llegó el alcalde, y visto
el rosario y poca turbacion, que importa mucho en cualquier ocasion no
perturbarse el ánimo, dijo que me dejasen, y me recogiese: hice que me
iba, y trasponiendo la ronda torné por mi paño de manos y cena á la negra
tumba, donde lo habia dejado, y aunque con un poco de temor por la hora
y la soledad, alargué la mano y brazo todo lo que pude alcanzar, y no topé
con el paño ni con lo que estaba en él: de lo cual quedé temblando y
helado; y es de creer que me causaria horrible miedo una cosa tan
espantosa en un cimenterio, debajo de una tumba, á más de las once de la
noche, y con tan gran silencio, que parecia se habia acabado el mundo;
pues junto con esto, sentí dentro en la tumba tan gran ruido de hierro, que
se me representaron mil cadenas, y otras tantas ánimas, padeciendo su
purgatorio en aquel mismo lugar. Fué tanta mi turbacion y desatiento, que
se me olvidó el amor y la cena, y quisiera hallarme mil leguas de allí; pero
lo mejor que pude, ó lo menos mal que acerté, volví las espaldas, y fuíme
poco á poco, arrimándome á la pared, pareciéndome que iba tras mí un
ejército de difuntos; pues yendo con esta turbacion me sentí por detrás
tirar de la capa, desanimándome de manera que dí un golpazo con mi
persona en el suelo, y con los hocicos en la guarnicion de la espada; volví
á mirar si era algun cadáver descarnado, y no ví otra cosa sino mi capa
asida al calvario que está en aquella pared; con esto respiré un poco, y fuí
cobrando aliento, y descansando el temor del clavo y de la capa; pero no
el de la tumba.
Sentéme, y miré alrededor á ver si habia cosa que pudiese acompañar, y
descansé, porque estaba tan cansado que lo hube menester, que no lo
estuviera más si hubiera andado cien leguas por los altos y bajos de Sierra-
Morena. Hice reflexion sobre lo pasado, considerando qué cuenta daria yo
de mí el dia siguiente, contando lo que habia sucedido, sin haber visto
cosa que fuese de momento; porque decir un terror tan horrible sin haber
averiguado el fundamento, era desacreditarme y quedar en fama de
cobarde ó mentiroso: dejar de contarlo era quedar en opinion de miserable
con la señora Daifa, habiendo gastado lo que no tenia sin decir el fin que
tuvo. Por otra parte veia que si fuera algun difunto no tenia necesidad de
mi pobre cena, pues hombre no podia estar tan abreviado que no topara
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con él cuando extendí el brazo. Al fin hice mi cuenta de esta manera: Si es
demonio, mostrándole la señal de la cruz huirá; si es ánima, sabré si pide
algunos sufragios; y si es hombre, tan buenas manos y espada tengo
como él, y con esta resolucion fuíme animosamente á la tumba,
desenvainé la espada y rodeando la capa al brazo, dije con muy gentil
determinacion: yo te conjuro, y mando de parte del cura de esta iglesia,
que si eres cosa mala te salgas de este lugar sagrado, y si eres ánima que
andas en pena, que me reveles qué quieres, ó qué has menester (y el
ruido del hierro con mi conjuro andaba más agudo): una y dos, y tres
veces te lo digo y torno á decir; pero cuanto más le decia, tantos más
golpes de hierro sonaban en la tumba que me hacian temblar. Visto que mi
conjuro no era válido, y que si dejaba enfriar la determinacion que tenia,
tornaria el temor á desanimarme, púseme la espada entre los dientes, y
con ambas manos así de la tumba por el agujero de abajo, y en alzándola
salió corriendo por entre mis piernas un perrazo negro, con un cencerro
atado á la cola, que huyendo de los muchachos se habia recogido á
descansar á sagrado; y como despues de haber reposado olió la comida,
retiróla para sí, y sacó el vientre de mal año; pero con el grande y no
pensado ruido que hizo saliendo, fué tanto mi espanto, que como él fué
huyendo por una parte, yo fuera por otra, sino por un espinillazo que al
salir me dió con el cencerro, de que no me pude menear tan presto; pero
fué tanta la pasion de risa que despues de quitado el dolor me dió, que
siempre que me acuerdo de ello, aunque sea á solas y por la calle, no
puedo dejar de dar alguna demostracion de ello. Fué menester que el
Doctor y su mujer acabasen de reir, para proseguir el intento para que truje
el cuento; y habiéndolo solemnizado, les dije: No se podrá creer lo que yo
me holgué de averiguar aquella duda que en tanta confusion me habia de
poner, para contar lo que habia visto, por donde pusiera mal nombre á
aquel lugar, como lo han hecho otros muchos, que por no averiguar los
temores ó las causas de ellos, desacreditan mil lugares, y quedan
desacreditados por temerosos y espantables sin haber causa para ello,
más de haber visto alguna extraordinaria cosa, y sin averiguarla van á
contar mil deslumbramientos y disparates. Uno dijo, que habia visto un
caballo lleno de cadenas y descabezado, y era una bestia que venia del
prado á su casa, con las trabas de hierro.
Son infinitos los disparates que en esto se dicen; de manera, que no hay
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poblacion, donde no haya un lugar desacreditado por temeroso, y ninguno,
si no es burlando ó haciendo donaire, dice la verdad. En Ronda hay un
paso temeroso despues que se subió de noche una mona en un tejado,
que con la maza y cadena atoró, ó encalló en una canal, y desde allí
echaba tejas á cuantos pasaban, y todo es de esta manera. Solas dos
cosas hallo yo que pueden hacer mal de noche, que son los hombres y los
serenos, que los unos pueden quitar la vida y los otros la vista.
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Descanso VI
Al tiempo que me iba hallando mejor con el Doctor Sagredo, y mi señora
Doña Mergelina de Aybar, por el amor que me tenian, como mi suerte ha
sido siempre variable, hecha y acostumbrada á mudanzas de fortuna, y
ejercitada en ellas toda mi vida, vinieron á llamar de un pueblo de Castilla
la Vieja al doctor Sagredo con un gran salario, el cual no pudo rehusar por
haberlo menester, y para ejercitar lo que habia estudiado, que ni la
grandeza del ingenio, ni el contínuo estudio hacen á un hombre docto, si le
falta experiencia, que es la que sazona los documentos de las escuelas,
sosiega las bachillerías que hacen al ingenio confiado por las filoterias de
la dialéctica, que realmente no podemos decir que tenemos entero
conocimiento de la ciencia hasta que conocemos los efectos de las causas
que enseña la experiencia, que con ella se comienza á saber la verdad.
Más sabe un experimentado sin letras, que un letrado sin experiencia, la
cual faltaba al Doctor Sagredo, y así le estuvo bien aceptar aquel partido
por esto, y por repararse de las cosas necesarias para la conservacion de
la vida humana. Aceptado el partido, pidiéronme con toda la fuerza posible
que me fuese con ellos, lo cual yo hiciera, si no fuera que no me atreví á
los frios de Castilla la Vieja, que estando un hombre en los postreros
tercios de la vida, no se ha de atrever á hacer lo que hace en la mocedad.
El frio es enemigo de la naturaleza, y aunque uno muera de ardentísimas
fiebres, al fin queda frio. Las acciones del viejo son tardas por la falta de
calor; como la mocedad es cálida y húmeda, la vejez es fria y seca; por
falta de calor viene la vejez, y por esto han de huir los viejos de regiones
frias, como yo lo hice, que me quedé desacomodado por no ir á donde me
acabase el frio en breve tiempo. Fuéronse, y quedéme solo y sin arrimo
que me pudiese valer; que los que dejan pasar los verdes años sin
acordarse de la vejez, han de sufrir estos y otros mayores daños y
trabajos. Nadie se prometa esperanzas de vida, ni piense que sin
diligencia puede asegurarla, que hay tan poco de la mocedad á la vejez,
como de la vejez á la muerte; no puede creerlo sino quien ha entregado
sus años á la dilacion de las esperanzas. Cada dia que se pasa en
ociosidad, es uno menos en la vida, y muchos en la costumbre que se va
haciendo. Siendo estudiante en Salamanca el Licenciado Alonso
Rodriguez Navarro, varon de singular prudencia é ingenio, le hallé una
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noche durmiendo sobre un libro, y diciéndole que mirase lo que hacia, que
se quemaba las pestañas, respondió, que apelaria para el tiempo que le
diese otras; pero que si perdia el tiempo, no tenia para quien apelar sino
para el arrepentimiento. Al mismo, preguntándole por qué camino habia
venido á ser tan bien quisto en su ciudad, que es Murcia, respondió, que
haciendo placer, y disimulando desagradecimientos, pero que nunca
llegaron á engendrar en su pecho arrepentimientos de haber hecho el
bien: que los hombres de bien no han de hacer cosas de que se deban
arrepentir; y si el arrepentimiento viene tarde, y es bien recibido,
aprovecha para el reparo de la vida, que como el arrepentimiento sigue á
los daños sucedidos por propia culpa, viene acompañado con asomos de
virtud, nacida del escarmiento y ayudado de la prudencia. Mas no hay
arrepentimiento que venga tarde como sea bien recibido.
Cuatro efectos suelen resultar del tiempo mal gastado y peor pasado;
dejamiento de sí propio, desesperacion de cobrar lo perdido, confusion
vergonzosa, y arrepentimiento voluntario; estos dos postreros arguyen
buen ánimo, y estar cercanos á la enmienda; pero entiéndese, que como
el yerro fué con tiempo, el arrepentimiento no ha de ser sin tiempo: que si
el mucho tiempo se pasó presto, el poco se pasará volando, y llegará tarde
el arrepentimiento, como el tiempo que se pasa al descuido con gusto no
se cuenta por horas, como el que se pasa trabajando, no se echa de ver
hasta que es pasado. Yo quedé solo y pobre, y para reparo de mis
necesidades, me topó mi suerte con cierto hidalgo que se habia retirado á
vivir á una aldea, y habia venido á buscar un maestro ó ayo para dos niños
que tenia de poca edad, y preguntándome si queria criárselos, le respondí,
que criar niños era oficio de amas, y no de escuderos; rióse, y dijo: Buen
gusto teneis, á fé de caballero que habeis de ir conmigo: ¿no os hallareis
bien en mi casa? Yo respondí: Ahora sí, pero despues no sé. ¿Por qué?
preguntó el hidalgo. Porque hasta tomar el tiento á las cosas, dije yo, no se
puede responder afirmativamente; y no se ha de preguntar á los criados si
quieren servir, sino, si saben servir, que el querer servir arguye necesidad,
y saber servir, habilidad y experiencia en el ministerio que los quieren; y de
aquí nace, que muchos criados, á pocos dias de servicio, ó se despiden, ó
los despiden, porque entraron á servir por necesidad, y no por habilidad,
como tambien en algunos estudiantes perdidos, que en viéndose
rematados, entran en religion tan llenos de necedad como de necesidad, y
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á pocos lances, ó desamparan el hábito, ó el hábito los desampara.
Primero se ha de inquirir y escudriñar si es bueno y suficiente el criado
para el cargo que le quieren dar, que no si tienen voluntad de servir:
porque de tener criados ociosos, y que no saben acudir al oficio para que
fueron recibidos, fuera del gasto impertinente, se siguen otros mayores
inconvenientes. Aunque cierto Príncipe de estos reinos, diciéndole un
mayordomo suyo que reformase su casa, porque tenia muchos criados
impertinentes, respondió: El impertinente sois vos, que los valdíos me
agradecen y honran; y esotros, pagándoles, les parece que me hacen
mucha merced en servirme, y el que no obliga con buenas obras, ni es
amado, ni ama, y en las buenas se parece un hombre á Dios. Paréceme,
dijo el hidalgo, que quien sabe eso, sabrá tambien servir en lo que le
mandaren, especialmente que mi hijo el mayor os podrá hacer bien en
algun tiempo, que tiene accion, y espectativa á un mayorazgo de parte de
su madre, que ahora posee su abuela; y del hijo mayor, á quien le viene,
no tiene sino dos nietecillos enfermizos; y muriendo ellos y su padre,
queda mi hijo por heredero. Eso es, dije yo, como el que deseando
hartarse de dátiles, fué á Berbería por una planta de palma y compró un
pedazo de tierra en que la plantó, y está esperando todavía que dé el fruto;
así yo tengo de esperar á tres vidas, estando la mia en los últimos tercios,
para la poca merced que se aguarda de quien aún no tiene esperanza,
que como ella vive entre la seguridad y el temor, es necesario que tenga
larga vida quien se sustenta de ella; que no hay cosa que más la vaya
consumiendo que una esperanza muy dilatada; y es de creer, que el que
se va á pasar la suya entre robles y jarales, ni la tiene muy cerca, ni muy
cierta, que por no martirizarme con ellos ni verme en los tragos en que
ponen á quien los sigue, he tenido por mejor y más seguro abrazarme con
la pobreza que abrazarme con la esperanza. Esa, dijo el hidalgo, es la
cuenta de los perdidos, que por no esperar ni sufrir, quieren ser pobres
toda la vida. ¿Y qué mayor pobreza, dije yo, que andar bebiendo los
vientos, echando trazas, acortando la vida y apresurando la muerte,
viviendo sin gusto, con aquella insaciable hambre y perpétua sed de
buscar hacienda y honra? Que la riqueza, ó viene por diligencia buscada,
ó por herencia poseida, ó por antojo de la fortuna prestada: si por
diligencia, no da lugar á otra cosa de virtud; y si por herencia,
ordinariamente se posee acompañada de vicios y envidiada de parientes;
si por antojo ó arrojamiento de la fortuna, hace al hombre olvidarse de lo
40
que antes era, y de cualquier manera que sea, todos en la muerte se
despiden de mala gana de la hacienda y de las honras que por ella les
hacian. Una diferencia hallo en la muerte del rico y la del pobre, que el rico
á todos los deja quejosos, y el pobre piadosos.
41
Descanso VII
Parece, dijo el hidalgo, que nos habemos apartado de mi principal intento,
que es la crianza y doctrina de mis hijos, en que consiste salir industriados
en virtud, valor, estimacion y cortesía, que son cosas que han de
resplandecer en los hombres nobles y principales. Acerca de la materia de
criar los hijos, hay tantas cosas que advertir, y tantas que observar, que
aun de los propios padres que los engendraron, no se puede muchas
veces confirmar la doctrina que ellos han menester; porque las costumbres
corrompidas ó mal arraigadas en el principio de los padres, destruyen los
sucesores de las casas nobles y ordinarias. Si los antecesores saben los
hijos que fueron cazadores, los hijos quieren serlo; si fueron valientes,
hacen lo mismo; si se dejaron llevar de algun vicio que los hijos lo sepan,
siguen el mismo camino; y para corregir y enmendar vicios heredados de
sus mayores, casi es menester, y aun necesario, que no conozcan á los
padres, que seria lo más acertado sepultar las memorias de algunos
linages, que por ellos se van imitando lo que oyeron decir de sus mayores,
que más valiera que no lo oyeran para que no lo imitaran. Y de aquí nace
que suban unos en virtud y merecimientos, no habiendo á quien imitar en
su linage por la educacion valerosa que se imprimió en los verdes años, y
otros bajen al mismo centro de la flaqueza y miseria humana,
degenerando de la virtud heredada, ó por la imitacion adulterada de los
ascendientes, ó por la depravada doctrina, impresa y sembrada en los
tiernos años, que es tan poderosa, que de una yerba tan humilde como la
achicoria, se viene por la crianza á hacer una hortaliza tan escelente como
la escarola, y de un ciprés tan eminente y alto, por sembrarlo ó plantarlo
en una maceta ó tiesto, se hace un arbolito enano y miserable, por no
haberlo ayudado con buena educacion.
Si á los animales de su naturaleza bravos, nacidos en incultos montes y
breñas, como son javalíes, lobos y otros semejantes, los crian y regalan
entre gentes, vienen á ser mansos y comunicables; y si á los domésticos
los dejan con libertad irse á los montes y criarse sin ver gente, vienen á ser
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tan feroces como las mismas naturales fieras. En tiempo del potentísimo
Rey Felipe III anduvo una loba en los patios de los Consejos, y jugaban los
pajes con ella; y si le hacian mal, se amparaba con llegarse á las piernas
de un hombre. Yo la ví echarse á los piés de las criaturas, y porque no la
tuviesen miedo, se arrojaba á sus piés. Y en tiempo del prudentísimo
Felipe II en Gibraltar, se fué un lechon al monte, que está sobre la ciudad,
y vino á ser tan fiero dentro de cuatro ó cinco años que anduvo libre en el
monte, que á cuantos perros le echaban para matarle los destripaba: que
es tan poderosa crianza que hace de lo malo bueno, y de lo bueno mejor:
de lo inculto y montaraz, urbano y manso; y por el contrario, de lo tratable
y sujeto, intratable y feroz. Bien sé, dijo el hidalgo, que es importantísimo
el cuidado de criar bien los hijos, porque de ahí viene la vida y honra suya,
y la quietud y descanso de sus padres, que como han de conservar en
ellos su mismo sér y especie, al paso que los aman, desean su proceder y
término, y la imitacion de sus progenitores. Sabemos que dijo aquel Rey
de Macedonia, que tenia por tan gran merced del cielo haber nacido su
hijo en tiempo de Aristóteles, para que fuese su maestro, como tener quien
le sucediese en el Reino. De tal suerte, dije yo, han de ser los maestros ó
ayos, que con la aprobacion de su vida y costumbres enseñen más que
con los preceptos morales, llenos de supérflua vanidad; que muchas veces
enseña más el maestro por acreditarse á sí, y por mostrar jactancia, que
por mostrar virtud, y fundamentar el discípulo en valor, bondad y humildad:
la doctrina llena de este deseo santo á acertar el camino de la verdad, al
buen natural perfecciona, y á la mala inclinacion corrige. Al hijo del
caballero hánsele de enseñar con las letras juntamente virtudes, que
refieran aquellas del orígen que trae la antigüedad de sus pasados,
humildad con valor, y estimacion sin desvanecimiento, cortesía con el
superior, amistad con el igual, llaneza y bondad con el inferior, grandeza
de ánimo para las cosas árduas y difíciles de cometer, desprecio voluntario
de las que no pueden aumentar sus merecimientos. La zorra un tiempo
puso escuela de enseñar á cazar, y como el lobo se hallaba viejo, y sin
presas, rogóle que le enseñase un hijo, que le parecia que habia de ser
valeroso para mantenerlo á él y á su madre en su vejez; la zorra hallando
en que vengarse de los agravios que el lobo le habia hecho, con mucha
presteza y buen gusto recibió el pupilo. Lo primero que hizo, fué apartarle
de sus atrevidas inclinaciones, que eran de acometer á reses grandes, y
enseñarle las raposerías que ella solia usar por su natural instinto; y dióse
43
tan buena maña, que en menos de un año el lobillo salió grandísimo
cazador de gallinas. Envióselo al padre por muy hábil y diestro en el oficio:
holgóse el padre y la madre pensando que tenian un hijo que habia de
asolar la campiña de ganado. Enviáronle á buscar la vida para matar la
hambre que habian padecido; y habiendo tardado dia y medio volvió con
una gallina, y muchos mordiscones y palos que le habian dado. Viendo el
lobo la mala doctrina que habia aprendido, dijo: Al fin nadie puede enseñar
lo que no sabe. Dejéme engañar de la zorra, por no trabajar con mi hijo,
porque la poltronería hace buen rostro á la mentira, y háme salido á los
ojos, lo que no miré con los de la consideracion. Hijo, andad acá, y
mostrándole unas ternerillas cerca de un cortijo, le dijo: Aquella es la caza
que habeis de aprender y cazar. Apenas acabó de mostrárselas, cuando
inconsideradamente cerró con ellas, porque las madres, que ya los habian
olido, en un momento pusieron los hijos en medio, y todas puestas en
muela, hicieron trincheras de sus cuernos, y el pobre lobillo, que pensó
llevar presa, quedó preso, porque le recibieron con las picas ó picos de su
herramienta, y lo echaron tan alto, que cuando cayó, no fué para
levantarse más: el padre que con su ancianidad no pudo vengar la muerte
de su hijo, se volvió á su guarida, diciendo: La mala doctrina no tiene
medicina: costumbres de mal maestro sacan hijo siniestro. De aquí
quedaron los ódios para siempre confirmados entre la zorra y el lobo; y así
ella no va á buscar la vida sino adonde el lobo no se atreve, que es á las
poblaciones, porque allí no pueden encontrarse. Mucho gustára, dijo el
hidalgo, ya que habeis traido tan á propósito el cuento, que alargásemos
un poco más la materia, para que averigüemos cómo se podria elegir el
maestro, que ha de ser el guion del cuerpo y alma del hijo ajeno, que ha
de criar con más cuidado que si fuera suyo, y enseñarle para conseguir el
verdadero camino, que le guie á la perfeccion de caballero cristiano, que
de caballero solamente ya tenemos entendido el modo que todos siguen.
Este modo de caballero, dije yo, está muy cargado de obligaciones, por la
significacion que trae consigo, de que podrá ser tratar despues, si el
tiempo nos diere lugar; porque ni la materia quiere brevedad, ni yo tengo
espacio para ser largo; y alargando la que tenemos comenzada, digo, que
la primera y principal parte que ha de tener el que ha de ser maestro de
algun Príncipe, ó gran caballero, es que tenga experiencia, con madurez
de edad, que por lo menos tenga los aceros de la juventud gastados: edad
en que con dificultad puede ser sabio y prudente un hombre, por faltar el
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tiempo que nos hace previstos y recatados. Mas si fuere mozo, sea tal,
que le alaben los viejos experimentados en ciencia y bondad, aunque la
mocedad es tan sujeta á variedades, impaciencias, furores y otros
inconvenientes arrebatados, que si no es con mucho valor y entereza de
virtud experimentada y conocida, tendria por mejor elegir para maestro un
viejo cansado del mundo, y con buena opinion, que á un mozo que va
entrando en él, y con buenas esperanzas, que al fin se tiene la seguridad
que basta, y de este la confianza que puede mudarse. Ha de ser el
maestro lleno de mansedumbre, con gravedad, para que juntamente le
amen y estimen, y haga el mismo efecto en el discípulo, no perdiéndole un
punto de su vista: si no fuere los ratos diputados para el gusto de sus
padres, ó cuando el niño le tuviere con sus iguales: y en el entretenimiento
se halle presente el maestro, alentándole y mostrándole el modo con que
se ha de haber en el pasatiempo, no haciendo lo que yo ví hacer á un
pedante, maestro de un gran caballero, niño de muy gallardo
entendimiento, hijo de un gran Príncipe, que habiendo concertado con
otros sus iguales en edad y calidad un juego de gallos, dia de
carnestolendas, salió tambien el bárbaro pedante con su capisayo ó armas
de guadamacil sobre la sotana, con más barbas que Esculapio, diciendo á
los niños: Destrorsum heus sinistrorsum, y desenvainando su alfange de
aro de cedazo, descolorido todo el rostro, iba con tanta furia contra el
gallo, como si fuera contra Morato Arraez, diciendo á grandes voces:
Non te peto, piscem peto, cur me fugis, galle? de la cual pedantería él
quedó muy ufano y contento, y los que le oyeron llenos de risa y burla. Yo
me llegué, y le dije: Mire, señor Licenciado, que por tener poca memoria
los gallos se les olvida el latin. Él respondió muy de presto: Numquam
dicerunt, nisi rocantes excitare. Este con mil impertinentes bachillerías,
llenas de ignorancias gramaticales, dejó al caballero estragado su buen
natural: diéronle otro maestro cuerdo, poco ó nada hablador, modesto y de
buena compostura, y en pocos dias enmendó los borrones que el otro le
habia enseñado, y con muchas reglas mal sabidas, y peor enseñadas, y á
veces repetidas le habia estragado, y este otro con pocas y muy calladas
lo reparó. Parecieron á dos hermanos, el uno muy colérico, y el otro muy
reposado y lleno de santimonia, que ganaban la vida con un pollino: el
colérico le daba mil voces y palos, y el jumento no por eso hacia más
movimiento que antes. El reposado no le decia más que: Arre, válgate
Jesus, y hincábale un aguijon de un geme por las ancas, con que le hacia
45
volar. La modestia del maestro, y las otras partes buenas, se imprimen, y
son como espejo en que se mira el discípulo, y la imprudencia y poco valor
es causa de menosprecio para con el maestro, y de incapaz para con los
demás: y así, lo que habia de ser doctrina viene á ser pasatiempo, y si se
pasa no puede cobrarle, y en este poco se le puede enseñar con brevedad
la lengua latina, sin cargarle de preceptos que los mismos maestros, ó no
los saben, ó los han olvidado, de suerte, que en sabiendo declinar y
conjugar, les lean libros importantes, así para la lengua latina, como para
las costumbres, y todo lo demás tengo por tiempo mal gastado; porque las
diferencias ó propiedades de nombres y verbos se pueden declarar en los
libros que se fueren leyendo, sin hacer lo que los cirujanos, que detienen
la cura porque dura la ganancia: que en esto realmente son culpados los
maestros de lenguas que se aprenden por las reglas, porque faltaron los
que las hablan: porque las ordinarias fácilmente se aprenden con oirlas á
los que las hablan, y los que las aprenden para saberlas y no para
enseñarlas, con que entiendan el libro que les leyeren, sabrán más que
sus maestros: y volviendo al ejemplo de la zorra, sea el maestro de buen
nacimiento ó crianza, templado, vergonzoso, verdadero, secreto, humilde,
con valor, callado, no lisonjero, ni hablador, que como dicho tengo, enseñe
más con la vida y costumbres que con las palabras, ó á lo menos que se
parezca lo uno á lo otro, para que no le abata al discípulo los
pensamientos bien heredados á presas mal arraigadas, por la ignorante
doctrina, que la virtud ha de crecer con el discípulo, de manera, que con
enseñarle modestia, no le enseñan encogimiento que le desjarrete el valor
del ánimo con que nació. La educacion de los caballeros ha de ser como la
de los halcones, que el halcon que se cria encerrado no sale con aquella
fineza y aliento con que sale el que se cria donde le dé el aire, como le
criaban sus padres. Háse de criar el halcon en lugar alto, en donde
gozando de la pureza del aire, pueda ver las aves, á quien despues se ha
de abatir. El que se cria encerrado, fuera de ser más tardío en el oficio
para que le crian, no sale con aquel corage y determinacion que el otro
que se crió al aire. Así el caballero que se ha de criar para imitar la
grandeza de sus progenitores (aunque se crie lleno de virtud y modestia),
aquel recogimiento no ha de ser encogimiento de ánimo, sino, como arriba
dije, ha de tener valor con humildad; estimacion sin desvanecimiento;
cortesía y circunspeccion en todos sus actos; de suerte, que no le falte
cosa para cabal señor; que eso quiere decir caballero, compuesto de esta
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voz, cabal y hero, que en latin quiere decir, señor. Así, que caballero es
cabal hero, ó cabal señor, que no le falta cosa para serlo, y digan otros lo
que quisieren, que la filosofía cristiana nos da lugar y licencia para dar
sentido que tenga olor de virtud. Mucha satisfaccion y gusto, dijo el
hidalgo, he recibido con el buen discurso que habeis hecho: satisfaccion
en la doctrina, que realmente va encaminada á la verdad cristiana, y gusto
de las ignorancias de aquel pedante. Mas cuanto á la derivacion de
caballero, es muy sabido que se dice de caballo, porque sustentan caballo,
y andan á caballo, y pelean á caballo. Si por esa razon fuera, dije yo,
tambien se llamara caballero el playero ó arriero que trae caballos de la
mar, y tambien se dice el que va en un jumento ó acémila, que va
caballero, que realmente no es caballo, y parece que en esa opinion es
impropio. Tambien, dijo el hidalgo, llamaron eques al caballero, de esta
palabra equus, que quiere decir caballo. Tampoco, dije yo, concedo lo uno
como lo otro; porque los Romanos siempre dieron los nombres á las
cosas, que significasen la misma obra para que las criaban. Como á los
cónsules les dieron este nombre de Cónsulo, que quiere decir aconsejar, y
mirar por el bien de la República. Y así al caballero, no creo que le dieron
el nombre de eques por caballo, sino de aequus, aequua, aequum, por
cosa igual, cabal y justa, como tiene obligacion de serlo quien ha de ser
cabeza y modelo de las costumbres que han de imitar los miembros
inferiores de la República, aunque realmente se van deslizando algunos de
sus obligaciones, quizá entendiendo que el caballero quiere decir
alcabalero de los mercaderes, sacándolo de su propia significacion, y de la
entereza y firmeza que ha de guardar en todas sus acciones, que por eso
al baluarte le llaman caballero, porque ha de estar siempre firme, é
inmutable á la fuerza de los contrarios, y al ímpetu de la artillería, como el
caballero lo ha de estar á resistir las injusticias y agravios que se hacen á
los inferiores y oprimidos, y haciendo al contrario van contra su calidad, y
contra las obligaciones que heredaron de sus pasados.
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Descanso VIII
Toda esta plática ó conversacion pasó estando este hidalgo y yo echados
de pechos sobre el guardalado de la puente Segoviana, mirando hácia la
Casa de Campo, por donde vimos asomar un buen atajo de vacas que nos
interrumpió la conversacion, y viéndolas, le dije: Aquellas vacas han de
pasar por esta puente más apiñadas y más apriesa que vienen por aquella
parte, por eso no aguardemos aquí el ímpetu con que han de pasar. No
temais, dijo el hidalgo, que os guardaré á vos, y á mí. Guárdese á sí, le
dije yo, que á mí aquella pared que baja de la puente al rio me guardará,
porque yo no me entiendo con gente que no habla, ni sé reñir con quien
trae armas dobles en la frente. Fuera de lo que dicen: Dios me libre de
bellacos en cuadrilla. Háse de reñir con uno que si le digo teneos allá me
entienda; reñir con un animal bruto es dar ocasion que se ria quien lo mira,
y cuando salga bien de ello, no he hecho nada. No se ha de poner un
hombre en peligro que no le importa mucho; defenderse del peligro, es de
hombres, y ponerse en él es de brutos. El temor es guarda de la vida, y la
temeridad es correo de la muerte. ¿Qué honra ó provecho se puede sacar
de matar un buey, cuando se haga por ventura, sino tener que pagar á su
dueño? Si yo puedo estar seguro, ¿por qué tengo de poner mi seguridad
en peligro? Con todo esto que yo dije, él se quedó haciendo piernas, y yo
con las mias me puse lo más presto que pude detrás de la esquina. Venia
por la puente delante una mula con dos cueros de vino de San Martin, y un
negro atasajado en medio de ellos, y aunque venia un poco apriesa
delante de los bueyes, con el ímpetu que venian, por la priesa que los
vaqueros le dieron, cogieron á la mula en medio al tiempo que llegaron á
emparejar con mi negro hidalgo; la mula era maliciosa, y como se vió
cercada de cuernos, comenzó á tirar puñadas y coces, de manera que
arrojó al negro y á los dos cueros encima de la herramienta de un novillejo
harto alegre, y que comenzando á usar de sus armas, arrojó el un cuero
por la puente al rio en medio de muchas lavanderas. El hidalgo, por librar
al negro, y defenderse á sí, puso mano á su espada, y afirmándose contra
el novillo le tiró una estocada uñas abajo, con que hizo al otro cuero dos
claraboyas que alegraron harto á la gente lacayuna; pero no fué tan de
valde, que no le trujese por delante, asido por las cuchilladas de las
calzas, que de puro manidas, no pudiendo resistir á la violencia de los
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cuernos, se rindieron, y él quedó arrimado al guardalado de la puente, con
algunos chichoncillos en la cabeza, diciendo: Si trujera las nuevas, buen
lance habia hecho. En pasando la manada, que fué en un instante,
acudieron los gentiles hombres guiones de la gente de á caballo, y
acometiendo por los orificios de los ijares al cuerpo sin aliento, en un
instante le dejaron sin gota de sangre.
Las lavanderas acudieron al que habia caido en el rio, cada una con su
jarrillo, que llevando uno en las tripas y otro en la mano, le dejaron la boca
al aire, y el señor cuero callar; al negro medio deslomado le pusieron sobre
la mula, no sé lo que fué de él. Yo acudí á mi hidalgo, no á darle en cara el
no haber seguido mi consejo, sino á limpiarle y consolarle, diciendo, que lo
habia hecho muy como valiente hidalgo: que es yerro al afligido y corrido
reprehenderle lo que no tiene remedio: con la reciente pesadumbre á
nadie se ha de decir: bien os decia yo; que en el daño hecho es mala la
correccion temprana: al que está compungido de su daño, no se ha de dar
en cara lo que dejó de hacer, que él se tiene consigo la penitencia de su
yerro; y en semejantes sucesos el empacho y vergüenza son castigos de
la confianza. Él se puso muy hueco del consuelo que yo le dí en alabarle
de su disparate, aunque se le echó de ver la confusion que tenia en el
rostro. Con todo eso me agradeció lo que le dije, y para alegrarlo le mostré
el estrago que los lacayos hacian en el cuero, y la alegría de las
lavanderas, que le echaban mil bendiciones al novillo, rogando á Dios que
cada dia sucediese lo mismo. Y en habiendo ellos y ellas concluido con
dejar los pellejos sin alma, se tornaron á su costumbre antigua. Los
lacayos á decir mal de sus amos y del gobierno de la República, y las
lavanderas á murmurar de doncellas y religiosos. ¡Lastimosa cosa, que
pasando toda la vida en pobreza, trabajo y miseria, con que pueden ganar
á Dios la voluntad, vengan á hallar alivio y descanso en los brazos de la
murmuracion! Que es tan poco humilde nuestra naturaleza, que
ordinariamente la pobreza se rinde á la envidia, como si el arrepentimiento
de las partes suspendiese de sola la diligencia humana, sin órden de la
voluntad divina, y que se aborrezca por cosa infame, lo que tanto amó el
Autor de la vida. Los pobres son piadosos para otros pobres; pero no para
los ricos, y si considerasen con los ojos del alma, cuánto más cargados de
obligaciones y cuidados están los ricos que los pobres, sin duda no
trocarian su suerte por la del rico; que al rico todos procuran derribarle, y al
pobre nadie le tiene envidia: y con todo eso su mayor consuelo es
murmurar del que ven acrecentado ó en mejor estado que el suyo; pero
dejemos ahora á los lacayos gobernar el mundo, y á las lavanderas
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aniquilar y deshacer lo mejor que hay en él. El hidalgo, aunque algo
desabrido del suceso, con grandes veras me comenzó á persuadir que
fuese con él, yo á considerar si me estaba bien; porque cuanto á lo
primero yo echaba de ver que el andar vagamundo y ocioso era cosa
perniciosa para conservar la reputacion y sustentar la vida, que aunque es
así que la ocupacion cansa el cuerpo, y la ociosidad fatiga el espíritu, y el
que trabaja piensa en lo que hace de bien, y el ocioso en lo que puede
hacer de mal; gracia del cielo es menester para que el ocioso se ocupe en
cosas de virtud, y mucha fuerza de mala inclinacion, para que el ocupado
se ejercite en el vicio. Muchas veces oí decir al Doctor Cetina, gran juez,
que aborrecia las ocupaciones de su oficio, por no saber faltas agenas, y
por otra parte las deseaba por no estar ocioso. Cuanto á lo segundo,
consideraba que no era cordura salir de Madrid, á donde todo sobra, por ir
á una aldea, donde todo falta; que en las grandes Repúblicas el que es
conocido, aunque anochezca sin dineros, sabe que el dia siguiente no ha
de morir de hambre. En los pueblos pequeños en faltando lo propio, no
hay esperanza de lo ageno: el perro que no es de muchas bodas siempre
anda flaco. Si el conejo tiene dos puertas en su vivar, puede salvarse; pero
si no tiene más de una, luego es cazado. El hombre que no sabe nadar, en
un charco se ahoga; pero el que sabe entrar y salir en la mar, no se anega.
Lo tercero, veia tan inclinado al buen hidalgo á llevarme consigo; y á mí
tan agradecido á quien me quiere bien, que no sabia negárselo, que el
agradecer el amor y las buenas obras es de pechos nobles, y la ingratitud
de tiranos: el que no agradece no merece tener amigos: nada tienen los
hombres que no sea recibido, y así desde nuestro nacimiento habemos de
comenzar á agradecer. Tras de todo esto consideré mi estado, y la
obligacion natural que tengo á mí propio. El buen hidalgo era no muy rico,
y de sus acciones descubria estrecheza de corazon; no parecia liberal;
pobreza y miseria en un sugeto, aunque son para en uno, no quiero que
sean para mí; yo naturalmente soy enemigo de la escasez, y aun creo que
la misma naturaleza le aborrece, siendo como es pródiga en dar; y á este
hidalgo se le echaba de ver, que no era escaso por pobre, sino por
inclinacion: pero con todo eso me aventuré á no negarle lo que me pedia.
Fuíme con él á casa de cierto título, con quien profesaba parentesco ó
amistad; porque él tenia necesidad de algun regalo, por las burlas que le
habian pasado con el novillo, y en entrando dijo á un despensero de la
casa que me regalase: él entendió sin duda que no me regalase, y así lo
hizo; de manera, que de pura dieta casi se me vino á juntar el pecho con el
espinazo. Era ya tarde, y mostróme el dicho despensero un tinelo donde
comian los criados más importantes de la casa, como son gentiles-
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hombres y pajes. Llegóse la hora de cenar, y el tinelo estaba más escuro
que la última cubierta del navío. Entró cierto galancete, aunque no alto de
cuerpo, de razonable talle, trigueño de rostro, ceja arqueada, casi de
hechura de mariposa de seda, buena espedicion de lengua, pocos
conceptos y muchas palabras, más lleno de hambre que de hidalguía: y
como vió tan lóbrego el aposento, dijo: Ola, trae aquí velas. Vino un pícaro,
con más andrajos que un molino de papel, con un cabo de vela
portuguesa, é hincóla en un agujero de la misma mesa tinelar, que si no
tuviera nudo la madera, la hincara en la pared. Pusieron en ella unos
manteles desvirados, que parecian delantal de zurrador. Sacó aquel galan
una servilleta de la faltriquera, no más limpia, pero más agujereada que
cubierta de salvadera, y por gran cosa dijo: Más há de veinte años que la
tengo conmigo, lo uno por no ensuciarme con estos manteles; lo otro,
porque me la dió cierta señora, que no quiero decir más. Pusiéronles á
cada uno un rábano, cuyas hojas fueron la ensalada, y el rábano el sello
estomatical. Yo les dije que estaban seguros de la fatigosa pasion de
orina, así por el uso de las hojas, como por la templanza en la comida, que
no les dieron á cenar, sino unos bofes salpimentados con hollin y
salpimiento. Respondió aquel entonadillo: Siempre en casa de mis padres
oí alabar esta virtud de la templanza, y por haberme criado con ella, soy
templado en todas mis acciones. Si no es en hablar, dijo otro gentilhombre.
Prosiguió, que los hidalgos tan honrados y bien nacidos como yo,
no se han de enseñar á ser glotones, que no saben en lo que se han de
ver, en paz ó en guerra.
No se halla que mi padre comiese más de una vez al dia, y con mucha
templanza, (si no era cuando le convidaba el Duque de Alva, grande amigo
suyo, que entonces comia más que cuantos habia en la mesa), era muy
gran cortesano, tan discreto y decidor, que entretenia solo á una sala de
gente, pero con todo eso nos dejó muy pobres. No me espanto de esto,
dije yo, que el caudal eran palabras y la resulta sería viento: que cuando el
hablar no se acompaña con el hacer, como se queda en la primera parte,
nunca se ve el fruto de la segunda. La dulzura y gracia de la lengua
satisface tanto á su dueño, que todo se va en vanagloria para sí, y
detraccion para los demás. Y en resolucion, la lengua es la más cierta
señal de lo interior del alma, que la mucha locuacidad no deja cosa en ella
que no eche fuera. Á todo esto, yo esperaba mi cena, que segun se
tardaba, me parecia que servia ya en palacio. Asomó mi despensero con
un platillo de mondongo, más frio que las gracias de Mari Ángela. Tomélo
y despedacélo, que no habia con qué cortarlo; y al olor que subió de tripa
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mal lavada, dijo aquel hablador: En viendo este género de comida, siento
un olor ambarino que me consuela el alma, porque lo comíamos siempre
en mi aldea hecho con las manos de una hermana mia, que si no fuera por
unos cabellos más rubios que el oro, que se le caian encima, lo podia
comer un ermitaño. Á mí me olió de manera, que deseaba que el pícaro
me lo quitára de delante, y convidéle á aquel hidalgo con él, diciendo que
habia cenado; él lo probó y aprobó, y alabando el picante de la pimienta y
cebolla, y la limpieza de las manos que lo habian hecho, se acabó junto
con el cabo de vela. Comenzó este á decir: Pícaro, trae aquí velas.
¿Cuáles velas? preguntó el pícaro, váyase á pasear, y deje las velas. Á fé
de hidalgo, dijo aquel gentil-hombre, que os tengo de hacer quitar la
racion. Eso fuera, dijo el pícaro, si me la hubieran dado, pero la que no se
ha dado, mal se puede quitar; que como sabe, há más de cuatro meses
que no se da racion en esta casa. Oh villano, dijo el otro, deshonra
buenos; ¿y tal has de decir? Los mal nacidos como éste infaman las casas
de los señores, que no saben tener paciencia ni sufrir un mal dia; luego
echan las faltas en la cara; no se contentan con el respeto que les tienen
por servir á quien sirven; mal calláredes vos lo que yo he callado, y
sufriérades lo que yo he sufrido, y hubiérades hecho lo que yo he hecho,
supliendo sus faltas, gastando mi hacienda, prestando mi dinero, y
diciendo muchas mentiras por disculpar sus descuidos. Los bien nacidos
tienen consideracion á las muchas obligaciones de los señores: si hoy no
tienen, mañana les sobra y pagan junto lo que no dan por menudo. Señor,
dijo el pícaro, yo no tengo las inteligencias que vuesa merced que se va á
las casas de juego. Atajóle de presto el gentil-hombre, diciendo: Es verdad
que yo juego de ordinario, que aún no há más de esta tarde, que gané
dinero y ciertas joyuelas y una cadenilla de oro. ¿Pues cómo no tiene para
velas? dijo el pícaro. Porque dí, respondió, todo el dinero de barato. No es
mucho, dijo el pícaro, si es verdad esto, que de cuantas veces lo recibe le
dé una. ¿Yo, pícaro? dijo el mozalvillo. Como su padre, respondió el
pícaro. Mi padre, dijo el galan, tomábalo, porque se lo daban y lo merecia.
Y vuesa merced, dijo el pícaro, porque lo pide y no lo merece. Á toda esta
pendencia, y otra que se habia trabado entre dos pajes, sobre la
antigüedad del asiento, estaba á oscuras el lóbrego tinelo, y yo espantado
dije al mozuelo que callase y tuviese respeto, que á los que tienen oficio
superior en casa de los señores, no se les habian de atrever de aquella
manera. Déjelo vuesa merced, dijo otro gentil-hombre, que si el pícaro
habla, por todos habla: que si jugando sentencia una causa que no sea en
su favor, luego dice que lo hace porque le den barato. Fuera de ser el que
nos ponga á todos en mal con el señor, congraciador general, y celebrador
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y reidor de lo que el señor dice, arcaduz de la oreja, manantial de chismes,
estafeta de lo que no pasa en todo el mundo. Si dice algo, él lo celebra y
quiere que se lo celebren todos: si otro dice ó hace algo bueno, lo procura
derribar y deshacer; si malo, á pura risa lo persigue, y si alguno le parece
que se le va entrando al señor en la voluntad, por mil caminos le
descompone. Estas y otras muchas cosas le dije yo de mi persona á la
suya con cinco palmos de espada. Cuando yo esperaba una grande
pendencia, el habladorcillo dió una carcajada de risa, con que el otro se
indignó mucho más, y dijo: ¿Luego no es verdad lo que digo? Y el otro con
una risa falsa le dijo: Eso y mucho más es verdad: y vuesa merced sabe
poco de palacio, que aquí el doblez y la ficcion están en su lugar: no hay
verdad, sino lisonja y mentira, y el que no la trata no puede valer en
palacio. Desde que nací me crié en él, y aunque mi padre me avisaba de
esto mismo, nunca le ví medrar, sino cuando decia mal de algun ausente,
que como sea dicho con donaire, como él lo decia, alegra el ánimo,
endulza el oido, atrae la voluntad, y saca risa de los pechos melancólicos.
Y llevárase el diablo, dije yo, á quien lo dice, y á quien escucha, y á quien
incita á que se diga, y á quien tiene tan ruin opinion, y á quien lo consiente,
pudiéndolo estorbar que no se diga. Y querer nadie hacer ley de su mala
condicion y costumbre en las cosas de palacio, es yerro notable y digno de
castigo, que todos estos son actos que tienen su principal descendencia y
orígen de la antiquísima casa de la envidia. Pasion infame, engendrada en
pechos que piensan que el bien ajeno ha de redundar en daño suyo,
desnudos de partes y merecimientos, la cual envidia es la más perniciosa
de todas; porque como tiene su fundamento en un pesar del bien ajeno,
todo el tiempo que dura en aquel la prosperidad, dura en este la malicia, y
sin tasa ni eleccion, porque el mismo en quien se halla tan abominable
inclinacion, en todo se opone: al menor, porque no se iguale, y al igual,
porque no le deje atrás, y al mayor, porque no le sujete. ¡Qué templado
está á lo viejo! dijo el hablador. ¡Y qué destemplado está él á lo moderno!
dije yo. Y prosiguió diciendo: ¿Entre los religiosos y religiosas, puede
negarme que no son muy ordinarias las envidias sobre las elecciones de
superiores, y oficios? Cuando las haya, que pocas veces las hay, dije yo,
al fin son sobre cosas honradas, de mucha calidad é importancia para su
Religion, y cada uno sigue el bando que más le parece conveniente para
cosas de tanta substancia: pero en palacio, ¿sobre qué es la envidia, sino
sobre unas calzas viejas que desechó el señor por más que viejas? ¿ó
sobre hacerse secretario de lo que es público en la boca de todos? Pues
quiero que entiendan los habladores y zizañeros de palacio, que ya con su
argentería falsa pueden traer enlabiado al señor, en tanto que por la tierna
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edad se deja llevar de congraciadores, que al fin son descendientes de
sangres alimentadas con virtud y valor de ánimo, y han de caer en la
cuenta mejor que en el yerro, y conocer lo que es bien y mal, y premiarlo
conforme á la intencion con que ha corrido. Preguntó aquel gentil-hombre:
¿Pues no ha de tener el Príncipe criados, que por la reputacion del señor
sepan cumplir de palabra con los mercaderes, y entretener los acreedores
á quien deben? Eso, dije yo, es lo que menos importa á los señores,
porque los tales criados no mienten por entretener las trampas de los
señores, sino por dilatar las que ellos hicieron á vueltas de ellos. Mas
pregunto, ¿es forzoso que por estar un hombre ocioso y vicioso, ha de
servir toda la vida, sujeto á las costumbres envejecidas de los que no
pretenden más de vivir y morir, y por levantarse tarde y ejercitar la
poltronería, han de estar todo el dia arrimados á la pared, como ánima de
jiganton en puerta de taberna? Bien sé que no han de ser todos soldados,
ni todos estudiantes, oficiales y sacerdotes, que servirse tienen las gentes
de las gentes y los Príncipes de los hombres que sean hombres, que no
profesan la adulacion por comer y holgar. Estudien, lean, aprendan algo de
virtud, que no ha de ser todo congraciarse con el señor, derribando al uno,
desacreditando al otro, y amenazando á aquél, y enfadando á todos.
Sobre cosas que no tienen más calidad, ni cantidad, que comer y
pasearse, y á la vejez contar historias, que ni las vieron, ni las leyeron, ni
aun quizá las oyeron, que la necesidad los hace inventores. Ya se me iba
desatando el frenillo contra la vida de palacio, como el estómago estaba
desocupado y las partes orgánicas obraban más desenvueltamente,
cuando entraron achas encendidas, alumbrando toda la casa, que sirvió la
visita de que por una saetía entrase la luz á la mesa de los doce pages, y
acudiendo cada uno á sus obligaciones, quedé tan solo, que pude
desamparar las mias en el tinelo, y deslicéme lo más calladamente que
pude sin despedirme de nadie, ni hablar palabra, volviendo de cuando en
cuando el rostro atrás, por ver si me seguian por la cosa que habia hecho
en el regalo mondonguil, que no comí, ni comiera, y en verme libre de
aquel carnero de huesos mondos, entendí que me habia escapado de
alguna mazmorra de Argel. Fuíme á mi posadilla, que aunque pequeña,
me hallé con una docena de amigos que me restituyeron mi libertad, que
los libros hacen libre á quien los quiere bien. Con ellos me consolé de la
prision que se me aparejaba, y satisfice el hambre con un pedazo de pan
conservado en una servilleta, y á la dieta con un capítulo que encontré en
alabanza del ayuno. ¡Oh libros, fieles consejeros, amigos sin adulacion,
despertadores del entendimiento, maestros del alma, gobernadores del
cuerpo, guiones para bien vivir, y centinelas para bien morir! ¿Cuántos
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hombres de obscuro suelo habeis levantado á las cumbres más altas del
mundo? ¿Y cuántos habeis subido hasta las sillas del cielo? ¡Oh libros,
consuelo de mi alma, alivio de mis trabajos, en vuestra santa doctrina me
encomiendo! Reposé aquella noche muy poco, porque como el sueño, que
se dió para descanso del cuerpo, se hace de vapores cálidos y húmedos
que suben del estómago, y manjar al cerebro, y yo estaba casi en ayunas,
fué tan poco mi sueño, que á las seis de la mañana estaba ya vestido.
Santigüéme, y encomendándome al Autor de la vida, fuíme á un
humilladero del bendito Ángel de la Guarda, que está de la otra parte de la
puente Segoviana. El dia amaneció claro, y el sol grande, y de color
amarillazo. Fuera de esto en un rebaño de ovejas que encontré cerca de la
puente ví que los carneros se topaban unos con otros, y de cuando en
cuando alzaban los ojos al cielo; eché de ver la tempestad que amenazaba
al dia y díme prisa para volver pronto. Fuí á rezar, y en acabando llegó el
ermitaño á mí, que me pareció ser hombre de buen discurso, y me dijo: No
hará tan buen dia como hizo el del bienaventurado San Isidro, si se halló
vuesa merced aquí. Sí me hallé, dije yo, y he conocido las mismas señales
del mal tiempo, por donde este dia no se parecerá al otro. Cierto, dijo el
ermitaño, que miré desde este alto, y se me representó con la mucha
cantidad que habia de coches y carros, una hermosa flota de navíos de
alto bordo, que me trujo á la memoria algunas que he visto en España y
fuera de ella. En el mismo concepto, dije yo, estuve aquel dia que venia
con un poco de gota, con el espacio y remanso que requiere tal
enfermedad, y me acordé de la armada de Santander, que tan hermosa
apariencia tuvo, y tan mal se logró. Llegando al medio de la puente me
llamaron para subir en un coche dos caballeros del hábito eclesiástico, de
muy gallardos entendimientos, acompañados de prudencia y bondad.
Subí, y apenas estuve en el coche, cuando se alborotaron los caballos por
una superchería que usó un hombre de á caballo con un hidalgo de á pié,
de muy buena suerte, sobre haber sido estorbo para no hablar á su
comodidad con una cuadrilla de cien mujeres que ocupaban un coche
ageno, que en cogiéndole prestado cabe dentro todo un linage y toda una
vecindad. Alborotada la flota carrozal, llegóse cerca de nosotros el autor
de la pesadumbre, muy ufano de lo que habia hecho. Díjole uno de
aquellos dos caballeros, Bernardo de Oviedo: Si fuera lícito á los hombres
hacer todo lo que pueden, no se fuera vuesa merced riendo de la sinrazon
que ha hecho. Respondió el otro: Vuesa merced no debe de saber qué
cosa es ser enamorado. Á lo menos, dijo Bernardo, sé que el amor no
enseña á hacer cosas ruines. Pasó acaso por allí el Maestro Franco con
su mula, y dijo el agresor: No se desconsuele vuesa merced, que por lo
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menos ha granjeado la voluntad de doce mujeres, que con esa hazaña y
doce pasteles de costa, irán á decir que vuesa merced es un Alejandro y
un Scipion. ¿Huélganse conmigo, dijo el valiente? Pues vive Dios que si no
fueran clérigos habia de pasar el negocio adelante. Pues por eso, dijo el
Maestro Franco, lo hizo Dios mejor, que sin quedar vuesa merced
descomulgado nos ha dado harta materia para reir.
Á todo esto estaba muy colérico cierto gentil hombre que iba allí, de buena
conversacion y poca substancia, y dijo: ¿Es posible que ha tenido aquel
hidalgo paciencia para no vengarse de su agravio, aunque le hicieran
pedazos? ¿De cuál agravio? dijo Bernardo. Él anduvo muy bien en no
hacer diligencia donde no habia de aprovechar, y los agravios que no caen
sobre materia, no tocan á la honra, ni aun á la ropa, si bien perturban el
ánimo. Jugando suelen decir mil disparates los que pierden, como decir:
cualquiera que se huelga que pierda, miente, y es un cornudo. Háse de
reir de esto, porque nadie dió materia para la desmentida, y llámase
materia la ocasion de agravio hecho con palabras, ó con obras, sobre que
caiga la venganza. Si dándole á un jumento de varazos, le alcanzan á dar
á un hombre, ó si jugando al mallo ó á los trucos le aciertan á dar un palo,
no tiene de qué sentirse, porque aquel agravio no cayó sobre materia, y la
paciencia en semejantes casos arguye mucho valor de ánimo. Ea, señor,
dijo el otro, que la paciencia en tan notorias injurias descubre pocos
hígados en quien ordinariamente la tiene. Por tres cosas, dijo Luis de
Oviedo, tiene un hombre paciencia notable, ó por no entender bien las
cosas del mundo, ó por templanza natural de condicion, ó por virtud
adquirida de muchos actos; y el que sin estas tres cosas sufre injurias que
no puede remediar, manifiesta invencible ánimo para ellas, y menosprecio
para quien las hace. Al tiempo que acababa esta conversacion con el
ermitaño, ví todo el cielo revuelto y turbado, fuíme á despedir para irme, y
él me detuvo diciendo, que antes que acabase de pasar la puente me
cogeria la borrasca: dentro de poco espacio fué tan grande la tempestad
de truenos, relámpagos y rayos, que la creciente en menos de media hora
casi vino á cubrir los ojos de la puente, y fué forzoso cerrar las puertas del
humilladero, que combatidas del aire, hicieron mucho en no rendirse á su
violencia. Mejor está vuesa merced aquí, dijo el ermitaño, que no en el
camino. Qué mejor, dije yo, que estando en la casa del mismo defensor de
nuestras almas y cuerpos, criado para eso de la inefable bondad del
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Eterno Padre; más bien guardados estamos que fuera de ella. Guarda á
quien no solamente la heredad de Dios reverencia y conoce: pero aun la
antigüedad, ciega de la lumbre de Fé, tuvo grande veneracion,
dedicándole templos, y levantándole altares en nombre del génio, que así
llamaban los antiguos al benditísimo Ángel Custodio. ¡Jesus, y qué
contínuos é inciviles truenos! ¡qué gruesa piedra! ¡qué perseverancia tan
grande! Desde que yo vine á Castilla, nunca entendí que fuera tan sujeta á
tempestades tan desatadas como las que muchas veces he visto, que en
mi tierra, por ser llena de grandes montañas muy altas y sujetas á la fuerza
de los vientos, no es tan de admirar que se vean estos tan arrebatados
turbiones, mezclados con vientos y granizo. ¿De dónde es vuesa merced?
dijo el ermitaño. Yo, señor, respondí, soy de Ronda, ciudad puesta sobre
muy altos riscos y peñas tajadas, muy combatida de ordinario de ponientes
y levantes furiosos; de manera que si fueran los edificios como estos, se
los lleváran tormentas. Nunca he sabido hasta ahora, dijo el ermitaño, de
dónde fuese vuesa merced, aunque le conocí en Sevilla, y le comuniqué
en Flandes y en Italia. Miréle con cuidado, y haciendo refleccion, conocíle,
que habia sido soldado donde dijo; holguéme, y abracélo, y supe de él que
se habia retirado á la soledad de los montes algunos años á servir á Dios,
y por haber enfermado se vino á poblado, ó cerca de él, á pasar la vida
eremítica, dándole á Dios lo que le quedaba. Aunque la furia del argavieso
no duró más de una hora, el agua que tras él se siguió duró sin cesar
hasta el dia siguiente, con furia de vientos deshechos. El buen ermitaño se
halló con carbon, encendió un brasero, é hízome quedar á comer con él,
de lo que Dios le habia enviado por mano de gente muy devota, de que
hay mucha abundancia en Madrid.
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Descanso IX
Cerradas las puertas del humilladero, para defensa del viento, y encendido
el carbon para la del frio, estaba el lugar abrigado y apacible, que el
armonía que el aire hace con el ruido de las canales produce una
consonancia agradable para las orejas y no para el cuerpo, que en esto se
diferencia el oido del tacto, que hay cosas que tocadas son buenas, y
oidas son malas, y al contrario. Comimos, y encerrados todo el dia con la
oscuridad, la noche y dia fueron todo noche. Tornó el ermitaño á repetir su
primera pregunta, y como estábamos ociosos, y encerrados, sin tener otra
ocupacion, tratamos de lo que se nos ofreció. Preguntóme dónde habia
estudiado, y cómo me habia divertido tanto por el mundo, siendo de una
ciudad tan apartada del concurso ordinario, y que para la cortedad de la
vida humana tiene bastantes y sobrados regalos para pasar con alguna
quietud. Yo le respondí á todo lo que me preguntó: Aunque aquellos altos
riscos y peñas levantadas, por la falta de la comunicacion, despertadora
de la ociosidad, y engendradora de amistades, no son muy conocidos; con
todo eso cria tan gallardos espíritus, que ellos mismos apetecen la
comunicacion de las grandes ciudades y Universidades, que purifican los
ingenios, y los hinchen de doctrina, por donde hay vivos en este tiempo
varones, con cuya salud se alegra, con tanta aprobacion de hombres
doctos, que no tienen necesidad de la mia. Tuvimos allí un gran maestro
de gramática, llamado Juan Cansino, no de los que dicen ahora
Preceptores, sino de aquellos á quien la antigüedad dió nombre de
gramáticos, que sabian generalmente de todas las ciencias, doctísimo en
las humanas letras, virtuoso en las costumbres, dechado que obligaba á
que se las imitasen, las cuales enseñó juntamente con la lengua latina, en
que hacia muy elegantes versos. Era naturalmente manco de ambas
manos; pero de los más respetados y temidos á fuerza de virtud propia; lo
cual grangeó con enseñar silencio más que hablar, porque decia él
muchas veces que el hablar era para las ocasiones forzosas, y el callar
para siempre. De esto, y la lengua latina, si no fuí de los mejores
discípulos, tampoco fuí de los peores.
Estando yo razonablemente instruido en la lengua latina, de manera que
sabia entender un epígrama y componer otro, y adornado con un poco de
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música, (que siempre han tenido entre sí algun parentesco estas dos
facultades), por la inquietud natural que siempre tengo y he tenido, quise ir
á donde pudiese aprender alguna cosa que me adornase y perfeccionase
el natural talento que Dios y naturaleza me habian concedido. Mi padre,
viendo mi deseo é inclinacion, no me hizo resistencia, antes me habló á su
modo con la sencillez que por allá se usa, diciendo: Hijo, mi costilla no
alcanza á más de lo que he hecho, id á buscar vuestra ventura, Dios os
guie y haga hombre de bien; y con esto me echó su bendicion, y me dió lo
que pudo, y una espada de Bilbao, que pesaba más que yo, que en todo el
camino no me sirvió sino de estorbo. Partíme para Córdoba, aunque llegué
entero, que es donde acude el arriero de Salamanca, y allí vienen de toda
aquella comarca los estudiantes que quieren encaminarse para la dicha
Universidad. Fuíme al meson del Potro, donde el dicho arriero tenia
posada, holguéme de ver á Córdoba la llana, como muchacho inclinado á
trafagar el mundo. Fuíme luego á ver la Iglesia mayor, por oir la música,
donde me dí á conocer á algunas personas, así por acompañar á mi
soledad, como por tratar gente de quien poder aprender; que realmente
con la poca esperiencia y haberme apartado poco habia de mis padres y
hermanos, acto que engendra encogimiento en los más gallardos espíritus,
viendo que en aquella ausencia era forzoso, y que la fortuna nos acomete
en cobardía, animéme lo mejor que pude, diciendo: la pobreza me sacó, ó
por mejor decir, me echó de casa de mis padres, ¿qué cuenta daria yo de
mí si me tornase á ella? Si los pobres no se alientan y animan á sí propios,
¿quién los ha de animar y alentar? Y si los ricos acometen las dificultades,
los pobres ¿por qué no acometerán las dificultades, y aun los imposibles,
si es posible? Enternézcome con la memoria de mis hermanos; pero esta
se ha de olvidar con el deseo de poderles hacer bien; y si no pudiere, á lo
menos habré hecho de mi parte lo posible y obligatorio. No se vienen las
cosas sin trabajo; quien no se anima de cobarde, se queda en los
principios de la dificultad; si no hago más que mis vecinos, tan ignorante
me quedaré como ellos; ánimo, que Dios me ha de ayudar. Fuíme á mi
posada, ó á la del meson del Potro, y púseme á comer lo que yo pude, que
era dia de pescado: en sentándome á la mesa, llegóse cerca de mí un
gran marchante, que los hay en Córdoba muy finos, que debia ser
vagamundo, y me oyó hablar en la Iglesia mayor, ó el diablo hablaba en él,
y díjome: Señor soldado, bien pensará vuesa merced que no le han
conocido, pues sepa que está su fama por acá esparcida muchos dias há.
Yo soy un poco vano, y no poco: creímelo, y le dije: Vuesa merced
¿conóceme? Y él me respondió: De nombre y fama muchos dias há, y
diciendo esto sentóse junto á mí, y me dijo: Vuesa merced se llama N. y es
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gran latino, poeta y músico: desvanecíme mucho y convidélo si queria
comer: él no se hizo de rogar y echó mano de un par de huevos y unos
peces, y comiólos; yo pedí más, y él dijo: Señora huéspeda (porque no
posaba en aquella posada) no sabe vuesa merced lo que tiene en su casa;
sepa que es el mas hábil mozo que hay en toda la Andalucía: á mí dióme
más vanidad, y yo á él más comida, y dijo: Como en esta ciudad se crian
siempre tan buenos ingenios, tienen noticia de todos los que hay buenos
en toda esta comarca. ¿Vuesa merced no bebe vino? No señor, respondí
yo. Hace mal, dijo él, porque es ya un hombrecito, y para caminos y
ventas, donde suele haber malas aguas, importa beber vino, fuera de ir
vuesa merced á Salamanca, tierra frigidísima, donde un jarro de agua
suele corromper á un hombre: el vino templado con agua da esfuerzo al
corazon, color al rostro, quita la melancolía, alivia en el camino, da corage
al más cobarde, templa al hígado, y hace olvidar todos los pesares: tanto
me dijo del vino, que me hizo traer de lo fino media azumbre, que él
bebiese, que yo no me atreví. Bebió el buen hombre, y tornó á mis
alabanzas, y yo á oirlas de muy buena voluntad, y al sabor de ellas á traer
más comida, tornó á beber y á convidar á otros tan desengañados como él
diciendo que yo era un Alejandro, y mirando hácia mí, dijo: No me harto de
ver á vuesa merced, que vuesa merced es N. Aquí está un hidalgo, tan
amigo de hombres de ingenio, que dará por ver en su casa á vuesa
merced doscientos ducados.
Ya yo no cabia en mí de hinchado con tantas alabanzas, y acabando de
comer, le pregunté quién era aquel caballero. Él dijo: Vamos á su casa,
que quiero poner á vuesa merced con él. Fuimos, y siguiéndole aquellos
amigos suyos, y del vino, y yendo por el barrio de San Pedro, topamos en
una casa grande un hombre ciego, que parecia hombre principal, y
riéndose el bellacon, me dijo: Este es el hidalgo que dará doscientos
ducados por ver á vuesa merced. Yo corrido de la burla le dije: Y aun por
veros á vos en la horca los diera yo de muy buena gana. Ellos se fueron y
yo quedé muy colérico y medio afrentado con la burla, aunque dijo verdad,
que el ciego bien diera por verme cuanto tenia. Esta fué la primera baza de
mis desengaños, y el principio de conocer que no se ha de fiar nadie de
palabras lisonjeras, que traen el castigo al pié de la obra. ¡De qué podia yo
envanecerme, pues no tenia virtud adquirida en que fundar mi vanidad! La
poca edad está llena de mil desconciertos y desalumbramientos; los que
poco saben fácilmente se dejan llevar de la adulacion. Yo me dejé engañar
con aquello que deseaba hubiera en mí, pero no es de espantar que un
hombre sencillo y sin experiencia sea engañado de un cauteloso; mas será
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digno de castigo si se deja engañar segunda vez. No tenia de qué
correrme por lo hecho, sino de qué aprender para adelante á
desapasionarme de las cosas del mundo; pero al fin me lastimó la burla de
manera, que no siendo amigo de venganzas, quise probar la mano, á ver
si sabria dar una traza para que me la pagase aquel burlador. Habia otros
estudiantes esperando al mismo arriero, híceme camarada con ellos, y
comenzamos á pasear juntos. Yo me quité el vestido de camino y me vestí
una sotanilla y ferreruelo negro de muy gentil ventidoseno de Segovia, y
trújelo de manera, que los estudiantes lo conociesen bien, y luego me
torné á poner de camino. El bellaco del burlador vino á la tarde, riéndose
mucho, y yo más, porque no entendiese que me habia corrido; díjele: que
queria por mi amigo á hombre de tan buen gusto, y entre los dos y sus
amigos reimos el disimulo con que habia comido y hablado. Él tenia
conocimiento, no muy sencillo, en una casa donde se daba de comer
razonablemente, y á precio convenible, y así me dijo, que queria que
comiese yo allí siempre, porque nos harian cortesía; yo le dije: Sí haré, con
tal que vuesa merced coma conmigo, pero estoy esperando un mercader
que acude á las ferias de Ronda, para quien traigo una libranza de cien
ducados, y hasta que él venga, no lo puedo pasar muy bien. No le dé á
vuesa merced pena, dijo él, pensando que tenia lance, que yo haré que le
fien cuanto quisiere. Eso no, dije yo, que tiemblo de tratar de fiar, ni ser
fiado, que por ahí se perdió mi padre. Yo le daré á vuesa merced una muy
gentil prenda sobre que nos fien, hasta que venga este mercader. Sea en
hora buena, dijo el buen hombre. Fuíme á mi casa, y doblando muy bien
aquel ferreruelo de ventidoseno, llaméle á solas, de que él se holgó
mucho, y díselo para que le llevase por prenda; yendo yo con él, vísele
dar, y comenzamos á comer sobre él, el bellacon y los dos estudiantes, y
yo estuve siempre alerta, que no pudiese entrar sin mí á la casa donde
comíamos, porque no me hiciese alguna treta, como lo tenia pensado, que
de la mia no tenia sospecha. Vino el arriero de Salamanca, y tratamos de
irnos. El redomazo, como no pudo hacer treta con el cuidado que yo tenia,
á lo menos pidióle á la buena mujer una docena de reales sobre el
ferreruelo, porque dijo que queria ir fuera: no pudo decírselo sin que yo lo
entendiese; díjele: Pues se va fuera vuesa merced, dígale á esa señora
que si yo viniere por el ferreruelo con el dinero, me lo dé. Y así lo hizo, que
su intencion era desaparecerse hasta que se hubiese ido el arriero, y
quedarse con la prenda. Desaparecióse, y yo fuí á un juez, y le dije con
gran sentimiento y palabras que pudieran moverle, que como habia sido
estudiante, era fácil el persuadirle, quejándome: Señor, yo soy estudiante,
y estoy de camino para Salamanca; habiendo quince dias que estoy aquí
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esperando al arriero, hanme hurtado un ferreruelo que me llegó á veinte
ducados, tengo noticia que está en cierta casa, suplico á vuesa merced
porque no me desavie de ir con el arriero, pues sabe vuesa merced, como
tan gran estudiante y letrado, en qué caen estas cosas, me mande con
justicia restituir el ferreruelo, que el que lo hurtó guardó al punto crudo,
porque me faltase tiempo para cobrarlo, y gozar más de su bellaquería. No
le valdrá, dijo el juez, que á semejantes trazas sé yo acudir con justicia y
diligencia. ¡Qué grande maldad que á un pobre estudiante, que quizá no
llevaba otra cosa con que honrarse en Salamanca, le querian desaviar
quedándose con su hacienda hurtada! Dió luego á un alguacil y escribano
comision para que hiciese la diligencia. Yo repartí entre los dos ocho
reales, con que se les encendió el deseo de cumplir con lo mandado por el
juez. Fuí con los dos estudiantes á la buena mujer, Dios me lo perdone, y
dejando á la puerta el escribano y alguacil, díjele que me sacase el
ferreruelo. Sacólo, viéronlo los estudiantes, y conocieron ser el mio.
Entraron el alguacil y escribano, y tomados los testigos, la mujer dijo: que
no queria dar el ferreruelo, sino á quien se lo habia empeñado, que era un
conocido suyo, hombre muy honrado. El escribano se hizo depositario de
él, y en llegando al juez con la informacion, mandó entregarme mi
ferreruelo, dando mandamiento de prision contra el bellaconazo, que si
antes no parecia por lo que queria hacer, despues no pareció por lo que
queria hacer con él. Fuímonos con el arriero, y habiendo comido á costa
suya, lo dejamos en este trance, con que reimos todo el camino. No alabo
yo el haber hecho esta pesada burla, que al fin fué venganza, cosa indigna
de un valeroso pecho, y que realmente en esta edad no la hiciera; pero
quien hace mal á quien no se lo merece, ¿qué espera sino venganza y
castigo? Estos hombres vagamundos y ociosos, que se quieren sustentar
y alimentar de sangre agena, merecen que toda la república sea su fiscal y
verdugo.
El ocioso siempre piensa en hacer mal, ó en defenderse del que ha hecho,
y en no pensando en esto, está triste y melancólico. La melancolía
facilísimamente acomete á los holgazanes. ¡Qué contento queda uno de
estos cuando ha puesto en ejecucion una maldad, y qué presto vuelve á
estar en su mala intencion! La misma vida que trae el ocioso, lo trae
arrastrando: por más infelice tengo á un hombre ocioso, que á un enfermo;
porque éste tiene esperanza de salud, y la procura con todos los medios
62
posibles; mas los ociosos y vagamundos nunca desean salir de su mal
estado: como el que está en galeras muchos años no se halla fuera de
aquella miseria, así el ocioso, en ocupándolo, no se halla fuera de su ruin
vida. ¡Qué disgustos pasa cuando juega y pierde! ¡Qué desesperacion
siente cuando ve á los virtuosos bien puestos! ¡Qué carcoma infernal le
acomete cuando se ve incapaz de merecer lo que el otro alcanza! Dios nos
libre de tan abominable vicio, orígen y principio de pobreza, poca
estimacion, olvido de la honra y ofensa de la Magestad de Dios.
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Descanso X
Fuimos caminando con el arriero la mitad del camino al pié de la letra, y la
otra como tercios de pescado cuando al arriero se le antojaba; que era
mozo resuelto, de condicion desapacible, enseñado á perder el respeto á
los estudiantes novatos, y así nos quiso hacer una burla en un pueblo
pequeño, y en parte la hizo; lo uno por llevar sus mulos descansados, y lo
otro porque pensó quedándose solo derribar la fortaleza de una mujercita
de buena gracia que iba en nuestra compañía, destituyéndola del arrimo y
apoyo que llevaba con cierto oficial que se habia de casar con ella. Fingió
que le habian hurtado un zurron de dineros, y que la justicia venia á
prendernos á todos para darnos tormento hasta averiguar quién lo tenia: y
junto con esto juró que nos habia de dejar en la cárcel, y caminar con los
mulos lo que pudiese, que para muchachos sin esperiencia, cualquiera
temor de estos bastaba: creímoslo como si fuera verdad averiguada, y
encareciólo de manera que nos hizo andar toda aquella noche, tras lo que
habíamos caminado el dia antes, cinco ó seis leguas, y no caminando,
sino huyendo por dehesas y montañas fuera de camino, sin guia que nos
pudiese alumbrar por donde íbamos; y él se quedó riendo, importunando
con requiebros y mal lenguaje á la pobre mujer sola y sin defensa; pero no
le sucedió como pensaba, porque el ruido que él habia hecho habia sido
por medio de un alguacilejo amigo suyo: y la mujer como valerosa,
despues de haberse defendido de la violencia, que con ella quiso usar,
tuvo modo como escabullirse de él, y yéndose al Alcalde, le dijo con
grandísima accion de palabra y sentimiento, que aquel arriero habia hecho
una estratagema y maraña muy perniciosa, por aprovecharse de ella y
quitarle el remedio que consigo traia: Creyólo el buen hombre, así por
conocer la desvergüenza y mal trato del arriero, como por atajar el daño,
que á la pobre mujer le podia suceder; y afeándole este caso y la
inhumanidad que habia usado con los estudiantes, le mandó que diese
fianzas, que llevaria muy regalada á la mujer, sin hacerle agravio ni
ofensa, y que no le castigaba muy gravemente por no desaviar la jornada
á los estudiantes: y amonestóle, que mirase cómo procedia, porque le
castigaria con todo rigor, sin tener respeto á cosa alguna, si por el camino
iba haciendo insolencias, y mandóle con esto que se aviase muy de
mañana para recoger á los cansados y hambrientos estudiantes: ¡oh
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arrieros, impía gente y sin caridad! ¡crueles contra su misma naturaleza!
No conocen á nadie más de en cuanto le están quitando el dinero. Y así
los castiga Dios, porque tienen muchas posadas y pocos amigos. Todos
los géneros de gente aman la piedad, si no son estos. El dia que no hacen
alguna burla á los caminantes, no están en sí. Tratan con bestias, y así se
van convirtiendo en su naturaleza. No se ha visto que llevando bestias
vacías aliviasen del trabajo y cansancio del camino á algun miserable;
parece que les falta el uso de la razon natural como á este, que no pudiera
uno de ley contraria usar con nosotros más exorbitante bellaquería que
hacernos huir de noche, cansados de haber caminado el dia antes, sin
más ocasion que cometer dos enormes maldades. Íbamos huyendo, y por
no ser sentidos, y en tropa, dividímonos cada cual por donde mejor le
pareció. Yo seguí una media vereda, que estaba bien cubierta de árboles;
hice cuanto pude de mi parte por no quedarme más atrás de los otros,
pero mi cansancio era de modo que en poco espacio á ninguno de todos
sentia. Puse el oido en la tierra, que de este modo se oyen mejor los pasos
aunque estén algo lejos: no sentí cosa que me hiciese compañía.
Traspúseme un poco, y luego díme priesa á andar, volviéndome hácia
atrás, pensando que iba adelante, y así cuanto más andaba y me
apresuraba, menos esperanza tenia de alcanzar los compañeros: hácia las
espaldas me parecia que oía perros ladrar algo lejos, que como los
compañeros iban apriesa alteraban estos animalejos. Como no estaba
ejercitado en caminos, y el dia antes se habia trabajado en eso, el sueño,
como descanso general de todos los miembros, solicitaba sus horas
diputadas, y no pudiendo ya más conmigo, rendíme al cansancio y al
sueño. Topéme con un alcornoque, bien ancho de tronco, y por una parte
descorchado, de suerte que formaba un arrimo á modo de alacena, donde
pude arrimar y reclinar las molidas espaldas. Dejéme dormir; pero como no
se duerme bien sentado, caíme de lado como una cosa muerta. Desperté
á cabo de un rato, porque parecia que me andaban hormigas por el rostro,
limpiélas con la mano y volvíme del otro lado: torné á recordar, porque
sentí lo mismo; pero como el cansancio era tanto, y el sueño tan profundo,
aunque algo temeroso de la soledad en que me veia, dejéme caer tercera
vez en el mismo lugar. No mucho despues, aunque el sueño no mide el
tiempo, desperté á una tristísima y cansada voz de un ¡ay! que al parecer
salia de las entrañas de la tierra, que hizo en las mias tal armonía, que por
poco me faltara el aliento y la vida; mas teniendo la respiracion, así por el
temor como por tornar á escuchar con atencion la dolorosa voz, sentí otra
más cerca de mí, que como habia unas matas un poco altas, no veia el
instrumento de donde salia.
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Ya yo estaba casi para espirar, ó para hacer alguna flaqueza indigna de
hombre de pecho, cuando muy cerca de mí, tanto que veia el bulto, sonó
tercera vez la voz diciendo: ¡Ay de mí, más infelice y sola que cuantas
padecen cautiverio, servidumbre en las mazmorras de crueles é
inclementes moros! ¡ay de mí, la más desventurada que las que han visto
despedazar sus hijos en su presencia! ¡ay, más sin remedio y consuelo
que las ya condenadas por sentencia de rigoroso juez! ¡Oh sitio maldito,
árbol descomulgado, testigo de dos muertes, por quien yo diera mil vidas,
si las tuviera! ¿Qué exequias hará quien desea morir sin ellas, siendo
homicida de sí propia? ¿Con qué llanto podré entregarme á la rabiosa
muerte que tanto huye de mí? ¿Cuántos dias y noches vengo á ver si
puedo acompañar estos despedazados miembros? Yo me levanté, y
estando ella junto á mí, sin hacer movimiento, y yo temblando, me dijo:
¿Eres acaso sombra que vienes enviada de la region de los muertos á
llevarme á la compañía de mi esposo y de mi amigo? Si eres de allá, ya
sabes que en este mismo lugar adonde estás, mi amante dió la muerte á
mi esposo sin consentimiento mio, por gozarme á solas y con libertad, y
que en ese mismo árbol el amante, que me habia quedado para consuelo,
pagó la culpa de su delito. Veslo ahí sobre tí colgado, siendo
mantenimiento de aves y animales. Yo, escandalizado, alcé el rostro, y ví,
porque ya comenzaba á amanecer, á aquel cuyos gusanos andaban por
mi rostro, cuando yo pensaba que eran hormigas: y confieso que con el
horrendo espectáculo de la desesperada mujer, y con el hediente
espantajo del árbol, si no hubiera luz, me cayera muerto, cortado y sin
fuerzas; mas para no hacerlo, me ayudó el oir los cencerros y campanillas
de la recua del arriero, que ya salia del pueblo, porque como arriba dije,
pensando que iba delante, me iba hácia atrás, y á él le hicieron salir más
de mañana que solia, porque fuese á recoger los engañados estudiantes.
Y prosiguiendo la miserable mujer, dijo: Y si eres cosa de este mundo,
huye de este execrable lugar, y déjame proseguir mis acostumbradas
exequias, desesperado mantenimiento con que me desayuno todas las
mañanas: y bien pudo dudar la irremediable mujer si yo era fantasma ó
vision horrible de los olvidados sepulcros; porque el temor me habia
chupado los carrillos, alargando el rostro y teñido el color de rojo en pajizo:
la falta del sueño me tenia hundidos los ojos á lo último del colodrillo: el
hambre prolongado el pescuezo vara y media, y el cansancio desjarretado
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piernas y brazos; el ferreruelo tenia hecho turbante sobre la cabeza: miren
qué figura para no juzgarme por del otro mundo, y no digo lo demás por mi
honra. No pude responder palabra, ni ofrecerle ningun favor, porque para
mí le habia menester. No acertaba á apartarme de aquella más que
horrible mujer, de ojos encarnizados y hundidos, nariz prolongada, rostro
arrugado y hambriento, dientes amarillos, labios negros, barba aguzada, el
cuello que parecia lengua de vaca: torcíase las manos que parecian dos
manojos de culebras, y todo lo demás á esta traza. El temor me tenia
trabado el entendimiento, y el entendimiento las demás acciones que
podian aprovecharme para partirme de ella; pero alentándome lo mejor
que pude, y pude muy mal, fuí moviendo los piés como toro desjarretado,
maldiciendo la soledad, y á quien quiere andar sin compañía;
considerando qué bien puede traer, si no es estas cosas y otras peores;
¿qué temores no trae? ¿qué imaginaciones no engendra? ¿qué males no
causa? ¿qué desesperaciones no ofrece? Los que tienen aborrecida la
vida, buscan la soledad para acabarla de presto. Quien huye la compañía,
no quiere ser aconsejado en su mal. ¿Hay más apacible cosa que la
compañía? ¿ni más odiosa que la soledad? ¿cuántas desdichas, cuántos
robos, cuántas muertes suceden cada dia por ir sin compañía? ¿cuántas
venganzas se ponen en ejecucion, que no se pondrian sino por la
soledad? Al solo nadie le va la mano en el mal, ni le ayuda en el bien. ¡Ay
del solo que si cae, no hay quien le ayude á levantar! Ándese quien quiera
solo, que la soledad sólo es buena para Santos ó para poetas, que los
unos tratan con Dios, que los acompaña, y los otros con su imaginacion,
que los desvanece.
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Descanso XI
Con estas solitarias consideraciones llegué al camino, donde viéndome el
arriero, con más blandas palabras que solia, paró la recua, y con cortesía y
afabilidad me dijo que subiese, doliéndose mucho de la mala noche que
habíamos padecido. Y aun si bien lo supiérades, dije yo, y preguntando á
la mujer que venia con él, qué novedad era aquella, respondió lo referido.
Los demás, con el marido de la buena mujer, hallámonos ya hartos de
dormir y comer: yo, aunque me preguntaron cómo me habia quedado
atrás, no respondí más de que habia errado el camino. Del cuento
sucedido no les dije palabra; lo uno por pensar que pudiera haber sido
ilusion del enemigo del género humano, lo otro porque las cosas tan
estraordinarias hacen diferentes efectos en los que las oyen, y el más
cierto es reirse y dar matraca á quien las cuenta. Las cosas en que puede
ponerse duda no se han de decir sino á los muy particulares amigos, ó los
discretos, que las reciben como ellas son. No todos tienen capacidad para
oir cosas graves. Verdades que pueden escandalizar y alborotar los
pechos, cuando no es necesario, no se han de decir. Yo reventaba por
hablar; pero consideraba que me ponia á peligro de no ser creido. Más
vale callar que dar ocasion de incredulidad ó murmuracion. La admiracion
da ocasion al silencio, y de esta vez quise ver si podia enseñarme á callar.
Fuimos nuestro camino sin suceder cosa notable, yo callando, y los demás
preguntándome la causa: yo respondia no más de que era condicion
natural mia: pero en todo el camino no se apartó de mi imaginacion la
mujer, el árbol, la fruta, y la cama llena de gusanos, hasta que llegamos á
Salamanca, donde la grandeza de aquella Universidad hizo que me
olvidase de todo lo pasado. Alegróse mi alma de ver que los ojos gozasen
lo que tenian los oidos y los deseos llenos de la soberbia fama de aquellas
academias que han puesto silencio á cuantas ha habido en el mundo. Ví
aquellas cuatro columnas sobre quien estriba el gobierno universal de toda
la Europa, las bases que defienden la verdad católica. Ví al Padre Mancio,
cuyo nombre estaba y está esparcido en todo lo descubierto, y otros
excelentísimos sugetos, con cuya doctrina se conservan las facultades en
su fuerza y vigor. Ví al Abad Salinas, el ciego, el más docto varon en
música especulativa que ha conocido la antigüedad, no solamente en el
género diatónico y cromático, sino tambien en el armónico, de quien tan
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poca noticia se tiene hoy, á quien despues sucedió en el mismo lugar
Bernardo Clavijo, doctísimo en entender y obrar, hoy organista de Felipe
Tercero. En comenzando á beber del agua de Tórmes, frigidísima, y á
comer de aquel regalado pan, me cuajé de sarna, como les sucede á
todos los buenos comedores, de manera que estudiando una noche la
leccion de súmulas me comencé á rascar los muslos al sabor de unos
carboncillos que tenia encendidos en un tiesto de cántaro, y cuando volví
en mí los hallé tan desollados, que con el agua que destilaban me quedé
hecho un alquitara, y por quince dias me negaron la obediencia y respeto;
daño en que ordinariamente caen los principiantes en Salamanca, porque
como el pan es blanco, candeal y bien sazonado, y el agua delgada y fria,
sin consideracion comen y beben, hasta cargarse unos de la perruna, y
otros de la gruesa, y así es menester que los que comienzan nuevos en
Salamanca, lo uno por la frialdad y sutileza del agua, y lo otro porque los
estudiantes van hechos al regalo de sus casas, y de sus padres y tierras, y
con la poca edad se recibe más fácilmente el daño; fuera de que entrando
con éste cuidado, la templanza es la que conserva la salud y aviva el
ingenio.
Los repletos de comida y bebida están incapaces de acudir á cosas de
entendimiento y prudencia, y realmente la templanza da mas gusto á los
mantenimientos del que estos en sí tienen, y con ella se templa la lujuria
en los mozos; pero yo me hube tan destempladamente con el pan y agua
de Salamanca, que por la Natividad de nuestro Redentor me dieron unas
grandísimas calenturas; llamé al doctor Medina, Catedrático de Prima,
doctísimo de aquella Universidad, y lo primero que hizo fué mandar que
me quitasen el agua. Yo le dije que mirase que era colérico, y muy
encendido de sangre, y él me respondió, como si dijera una gran hazaña
suya: Ya saben que el doctor Medina quita el agua á los enfermos. Creció
la calentura, y no el remedio: comenzó á darme unos cordiales, que no
aprovecharon cosa, porque la salud de los coléricos con calenturas solo
consiste en darles agua fria á sus tiempos, y sangrías moderadas, y
consistiendo la salud mia en no negarme el agua, no me la dejaron en todo
el aposento. Diéronme unos baños con veinte suciedades, y dejáronse allí
una artesilla en que me los habian dado: yo me ví tan impaciente, y tan
acosado de la sed, que me levanté como pude á buscar agua, y como no
la hallé, pegué con la artesilla del agua, que estaba fria como un hielo, y á
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dos golpes que bebí, la dejé en el asiento, y la panza como vela latina con
el viento en popa; pero duró poco, porque dentro de un ochavo de hora
comenzó el estómago á basquear, y arrojó tanta cantidad de bocanadas,
que de vacía la barriga, la doblaba como alforja un lado sobre otro. Vino á
la mañana el Doctor, y vió la artesilla más llena que la dejó, porque en ella
misma descargó el nublado. Preguntóme cómo me hallaba, respondile que
muerto de hambre. Miró el pulso, y hallóle sin calentura: admiróse de ver la
mudanza, y dijo: ¡Oh milagroso baño! No se ha inventado tal medicina en
el mundo: no le he dado á hombre que no le haga notable provecho.
Habránle tomado, dije, como yo. Este baño, dijo el Doctor, alienta y
refresca, confortando las partes interiores. ¿Y cómo se le da vuesa
merced, dije yo, á los demás? Tibio, respondió él, y bañando todo el
cuerpo por de fuera. Pues désele, dije yo, frio, y bebido, que así lo tomé
yo, y les aprovechará mucho más, y contéle el caso; dijo: rectum ab errore,
repitiéndolo cuatro ó cinco veces, y haciéndose cruces se fué, y me dejó
sano. Hay médicos tan crueles, que á un pobre enfermo colérico fogoso le
dejan que se le abrase el hígado, y se le sequen los huesos; pareciéndoles
que negándole el agua acabarán más presto con la enfermedad y el
enfermo. Aquel refran que dicen: al que es de vida, el agua le es medicina,
se ha de entender de esta manera, que aquel debida es participio: de
manera, que al que es debida el agua, y al que se le debe el agua, á este
le es medicina, que no al otro. Y siendo así, ¿á quién se le debe más que
á un colérico con calenturas? Y esa otra significacion ordinaria la tengo por
burla y modo de hablar de gracia. En Ronda conocí un tejero, que habia
cuarenta y cuatro años que no probaba gota de agua, que decia por
donaire que él no habia de beber licor donde se ensuciaban las ranas.
Vino una vez con tanta sed y cansancio, que para quitarla bebió un jarro
de agua fria, que dentro de veinte y cuatro horas le puso como el barro con
quien trataba. Á este no se le debia el agua. Lo uno por no estar
acostumbrado á ella, lo otro porque su estómago no era de hombre
colérico, y al que es debida el agua le es medicina.
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Descanso XII
Si los trabajos y necesidades que los estudiantes pasan no los llevase la
buena edad en que los coge, no habia vida para sufrir tantas miserias y
descomodidades como se pasan ordinariamente; pero con ser en la
puericia y adolescencia, edad tan quitada de cuidados y sentimientos, se
hace gusto del acíbar, risa y pasatiempo de la necesidad, con que se va
pasando aquel espacio en que se sazona é hinche de doctrina el
entendimiento, que con la esperanza del premio todo se hace sufrible.
Ninguno hay que no se prometa grandes cosas en los primeros años, que
en comenzando á gustar ó disgustarse de la mala correspondencia, por la
tardanza de los arrieros, ó del olvido de los padres y parientes, por la
mayor parte se encogen y desaniman, especialmente aquellos que por ser
pobres no tienen quien les acuda con lo necesario, ó parte de ello; que
cierto desjarreta mucho la necesidad al que con buenos pensamientos
comienza los estudios. La falta de mantenimientos, el carecer de libros, la
desnudez, la poca estimacion que consigo traen estas cosas, tiene
muchos y grandes ingenios acobardados, arrinconados, y aun distraidos
por la privacion de sus esperanzas mal logradas. Yo confieso de mí, que la
inquietud natural mia, junta con la poca ayuda que tuve, me quebraron las
fuerzas de la voluntad, para trabajar tanto como fuera razon. Y como en
esta edad los alientos de la mocedad están tan dispuestos para el
mantenimiento, nunca se ve un hombre harto. Acuérdome, que despues
de haber comido la racion del pupilage de Galvez, me comí seis pasteles
de á ocho en una pastelería escelentísima, que habia en el desafiadero.
Miren qué alientos estos para las necesidades de Salamanca. Estábamos
despues de esto tres compañeros en el barrio de San Vicente tan
abundantes de necesidad, que el menos desamparado de las armas
reales era yo, por ciertas lecciones de cantar que yo daba; y aun las daba,
porque se pagaban tan mal, que antes eran dadas que pagadas; y aun
dadas al diablo. Consolábamonos con la igualdad de la provision, y
aunque parezcan niñerías, indignas de este lugar y aun de acordarse y
tratarse, tengo de decir alguna para que no se desanimen los que se
vieren con ingenio y pobreza, y con deseo de saber; que haciendo gusto
de la necesidad, puede llevarse la penuria que de ordinario se pasa en los
estudios: ver pasar á otros mayores trabajos, disminuye la fuerza de los
71
nuestros. Miserias y necesidades agenas (aunque sean contadas para
ejemplo) en parte consuela á los afligidos. ¿Qué trabajos puede tener un
estudiante, que no los haya mucho mayores? El trabajo y necesidad que
toca á muchos, y muchos le llevan, se hace sufrible, aligera y alivia las
cargas de todos. Cuanto más, que el que con buen ánimo acomete al
trabajo, la mitad tiene hecho, y al fin los valerosos ánimos atropellan las
forzosas necesidades. Dígolo, porque las que pasaron mis compañeros y
yo fueron de manera, que pudieran consolar á los estudiantes más llenos
de miserias del mundo, y entre otras contaré una que puede servir de risa
y de consuelo. Hallámonos una noche, entre otras muchas, tan rematados
de dineros y paciencia, que nos salimos de casa medio desesperados sin
cenar, sin luz para alumbrarnos, sin lumbre para calentarnos, haciendo un
frio que en echando el agua en la calle, se tornaba cristal. Yo fuí en casa
de cierto discípulo, y dióme un par de huevos y un panecillo: vine muy
contento á casa, y hallé á mis compañeros temblando de frio y muertos de
hambre (como dicen los muchachos), que no osaban desenvolver un poco
de rescoldo que se habia guardado para su menester. Dije lo que traia,
salieron á buscar algunas serojas para avivar el rescoldo; vinieron presto
muy contentos, por haberse hallado un leño bien largo: pusiéronlo al poco
rescoldo que habia quedado, y soplamos cuanto pudimos todos tres, y el
leño no se queria encender: tornamos á soplar una y otra vez; pero
quedándose el leño sin encender, se hinchó el aposento de un humo muy
hediondo.
Eché un papel en el rescoldo para que diera luz en el aposento, y en
encendiéndose, descubrió, que el leño era un muy descarnado zancarron
de un mulo, que por poco nos hiciera rebentar de asco; y si antes no
cenamos por no tener qué, despues no cenamos por eso, y por la náusea
de nuestros estómagos, que hubo alguno que purgó por dos partes lo que
no habia comido, ni cenado, hasta echar sangre por la boca, y el que lo
trujo quiso cortarse la mano. Bien confieso que no son estas cosas para
contarse; pero como sean para consuelo de afligidos, y mi principal intento
sea enseñar á tener paciencia, á sufrir trabajos, y á padecer desventuras,
puede llevarse con lo demás que no cuento. Todo lo que se escribe, para
doctrina nuestra se escribe, y aunque sea de cosas humildes, se ha de
recibir para el efecto que se dice. Y habemos de pensar, que ni en los
ejemplos de cosas grandes hay siempre provecho, ni que en las pequeñas
72
falta doctrina. Tan bien se reciben las fábulas de Hisopo, como las
estratagemas de Cornelio Tácito. Más gusto se halla en un higo que en
una calabaza: así conté una niñería como esta; porque para decir
necesidades de estudiante, que son de hambre, desnudez y mal pasar,
tambien las historias ejemplos han de ser de pobreza, para consolar á
quien la padece. No paró aquí la mala ventura de aquella noche, porque
estando á la puerta de la calle, por no poder sufrir el pestilencial olor del
leño mular, pasó rondando el Corregidor (que al presente era D. Enrique
de Bolaños, muy gran caballero, cortés, y de muy buen gusto), y nos dijo:
¿Qué gente? Yo me quité el sombrero, y descubrí el rostro, y haciendo
una gran reverencia, respondí: Estudiantes somos, que nuestra misma
casa nos ha echado en la calle. Mis compañeros se estuvieron con sus
sombreros y cebaderas, sin hacer cortesía á la justicia. Indignóse el
Corregidor, y dijo: Llevad presos á esos desvergonzados. Ellos, como
ignorantes, dijeron: Si nos llevaren presos, nos soltarán un pié á la
francesa; y asiéronlos, y lleváronlos por la calle de Santa Ana abajo: yo
con la mayor humildad que pude, le dije: Suplico á vuesa merced se sirva
de no llevar á la cárcel á estos miserables, que si vuesa merced supiese
cómo están, no los culparia. Tengo de ver, dijo el Corregidor, si puedo
enseñar buena crianza á algunos estudiantes. Á estos, dije yo, con dalles
de cenar, y quitalles el frio, los hará vuesa merced más corteses que á un
indio mejicano; y junto con esto (viendo que me escuchaba de buena
gana) le conté lo pasado de los huevos y de la humarada que procedió del
sacrificio acemilar. Rióse del cuento (que tenia mucha apacibilidad), y á
costa de ciertas espadas que habia quitado á ciertos escolares
vagamundos, les hinchó el vientre de pasteles y marrana, y de lo de la
tabernilla, y á mí me hizo mucha merced de allí adelante. Díjeles á mis
compañeros amigos: Muy mal anduvísteis con el Corregidor. ¿Por qué?
preguntaron ellos, ¿es nuestro juez? Respondí yo: Porque á las personas
constituidas en dignidad, sean ó no sean superiores nuestros, tenemos
obligacion de tratarlos con reverencia y cortesía: y no solo á estos, sino á
todos los más poderosos, ó por oficios, ó por nobleza, ó por hacienda,
porque siéndoles bien criados y humildes, en cierta forma los igualamos
con nosotros, y haciendo al contrario, nos damos por enemigos de los que
nos pueden agraviar muy á su salvo. Dios crió el mundo con estos grados
de superioridad, que en el cielo hay unos Ángeles superiores á otros, y en
el mundo se van imitando estos mismos grados de personas, para que los
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inferiores obedezcamos á los superiores. Y ya que no seamos capaces de
conocernos á nosotros propios, seámoslo de conocer á quien puede, vale
y tiene más que nosotros. Esta humildad y cortesía es forzosa para
conservar la quietud y asegurar la vida. Es muy gran yerro querer ajustar
nuestras fuerzas con las de los poderosos, usar del rigor de nuestra
condicion con quien es mas cierto el perder que el ganar. La humildad con
los poderosos, es el fundamento de la paz, y la soberbia la destruccion de
nuestro sosiego, que al fin pueden todo lo que quieren en la República. En
esta vida pasé tres ó cuatro años, hasta que se me dió una plaza en el
colegio de San Pelayo, estando entonces allí el Sr. D. Juan de Llanos de
Valdés, que cuando esto se escribe es del Consejo Supremo de la
Inquisicion, en compañía de sus hermanos, tan grandes estudiantes como
caballeros, y el señor Vigil de Quiñones, que á fuerza de virtud y
merecimientos es ahora Obispo de Valladolid; donde teníamos
conclusiones todos los sábados, y pudiera yo aprovecharme, si la
necesidad de mis padres, y el deseo que yo tenia de servirles, no me
sacára con una carta suya para ir á heredar cierta hacienda, de que un
pariente me queria hacer donacion, ó capellanía.
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Descanso XIII
Salí de Salamanca sin dinero que bastára para dejar de ser peon, y como
era fuerza el serlo, acordándome de la poca poblacion que habia en Sierra
Moreda, por aquella parte de la Hinojosa, que habia quince leguas sin
poblado, y por no dejar de ver á Madrid, y á Toledo, vine por esta máquina,
pasé por Toledo y Ciudad Real, donde una monja muy virtuosa y principal,
llamada Doña Ana Carrillo, me regaló y ayudó para el camino. Saliendo de
Ciudad Real me encontré con un mozo de muy buen talle, que parecia
extrangero: fuimos caminando hácia Almodóvar del Campo, y topamos con
dos gentiles hombres en el camino, que llevaban entre los dos un muy
gallardo macho, remudando á veces de cuando en cuando. Trabamos
conversacion con ellos, y parece que se inclinaron á no dejarnos atrás.
Colegí de su modo de proceder, que serian lengua de dos mercaderes,
que iban á la feria de Ronda con muy gentil dinero, que á mí me dió gusto
por ser aquel mi viaje. No me pareció bien, y con gran cuidado les miré á
las manos, y las bocas. Entramos en una misma posada, y como yo
llevaba tragada la malicia, y andaba sobre aviso, no hablaban palabra que
fingiéndome dormido no se la entendiese. El uno de ellos no hacia sino
entrar y salir en la posada, hasta que ya topó con la de los mercaderes. En
amaneciendo cogió el uno de ellos una cabalgadura, y se partió delante,
llevando para cierto efecto una graciosísima sortija (que no pudieron dar la
traza, sin que yo la oyese). Fuése aquel delantero, como criado, y quedóse
esotro como señor. Muy por la mañana aderezó su macho, y estubo con
mucho cuidado aguardando á que pasasen los mercaderes: en pasando,
hízose encontradizo con ellos, y preguntóles con grande comedimiento,
adónde caminaban, y respondiéndole ellos, que á la feria de Ronda, hizo
grandes desmostraciones de holgarse, diciendo: Mejor me ha sucedido
que pensaba, en haberme encontrado con tan principal compañía; porque
voy á la misma feria, á comprar un atajuelo de doscientas ó trescientas
vacas, y por no haber andado este camino, á lo menos de las Ventas
Nuevas adelante, iba con algun recelo de mil daños, que suelen suceder á
los que llevan dinerillo, y habiendo encontrado con vuesas mercedes, iré
muy consolado, así por la buena compañía, como porque vuesas
mercedes me encaminarán allá, pues tienen más inteligencia que yo para
lo que voy á comprar. Ellos le ofrecieron de ayudarle, y hacerle amistad en
75
la feria, por ser muy conocidos en la ciudad. Estos dos bellacones, que
iban en seguimiento de los mercaderes, á lo que despues entendí, eran de
un género de fulleros, que entre ellos llaman donilleros: fueron riendo por
el camino, porque el fullerazo era grande hablador, y les iba diciendo
cuentos, con que los entretenia con mucha gracia y donaire. Yo por no
perderlos hasta ver el fin, andaba lo más que podia asiéndome de cuando
en cuando al estribo, ó al trancado del macho, que como dije que iba á la
feria de Ronda, y era natural de ella, los mercaderes me animaban y
esperaban á ratos. Llegando cerca de cierta venta, que la mitad del año
está desamparada, puesta en una ladera á mano derecha como subimos,
el fullero sacó de la faltriquera ciertos mostachones, que por la mucha
especie, llaman la sed á tiro de arcabuz, y dió á cada mercader uno, y
como era por el mes de Mayo cuando llegaron á emparejar con la venta,
que estaba medio caida y sin gente, iban ya pereciendo de sed, dijo el
fullero: Aquí dentro hay una fuentecita muy fresca, entremos á cumplir con
los mostachones; y si vuesas mercedes quieren, aquí llevo una bota de
muy gentil vino de Ciudad Real, con que podemos hacer satisfaccion al
llamamiento. Apeáronse, y entró el fullero primero en la venta, llegó á la
fuente, y siguiéndole los mercaderes, bajóse á beber, y dijo con grande
admiracion: ¡Ay! ¿qué es esto que me hallo aquí? Y alzó la sortija que el
ladron de su compañero habia dejado en la fuente. ¡Oh qué graciosa
sortija! dijeron los mercaderes; sin duda que algun caballero se la quitó
para lavarse las manos, y se la dejó olvidada: cada cual se holgára de
habérsela hallado. Todos tres, dijo el bellaco del fullero, la hallamos, y de
todos tres ha de ser. ¿Pues qué haremos de ella? dijo un mercader.
Echarla á una quínola, dijo el fullero, en llegando á la venta, y á quien Dios
se la diere, San Pedro se la bendiga. Bien dice vuesa merced, dijeron los
mercaderes, y á fé que si la gana cualquiera de los dos, se ha de emplear
muy bien; pero cierto la sortijuela era de mucha codicia, porque alrededor
tenia doce diamantes, aunque pequeños, muy finos, y en lugar de piedra
un rubí de hechura de corazon, que á cualquiera aficionára, labrado todo
con mil donaires. Fueron todos muy codiciosos de ella, tratando por todo el
camino los mercaderes del descuido del que la habia perdido, y el bellacon
del cuidado del que la habia dejado, haciendo mil monerías con ella, para
ponerles más codicia. Llegaron á Ventas Nuevas, y no parando en la
primera, llegaron á la segunda, por hallarse más cerca del puerto.
Apeáronse, y el bellacon sacó la bota de vino añejo de Ciudad Real, de
más hojas que un Calepino, de que bebieron de muy buena gana. En
comiendo un bocado de prisa, por codicia que cada uno tenia de la sortija,
que les estaba haciendo del ojo, con el bocado en la boca, preguntaron al
76
huésped, ¿si tenia unos naipes para echar una rifa? Dijo que no, y el
ladron del compañero, haciéndose bobo, dijo: Yo llevo aquí unas no sé
cuántas barajas que me encomendaron en mi pueblo, y por las muchas
que allá se levantan sobre ellas, no las llevo de muy buena gana. Si sus
mercedes me las pagan, yo se las daré. Mostrad acá, dijo el fullero, que
estos señores y yo os las pagaremos muy bien. Dióles una baraja hecha á
su modo, y como el licor de Ciudad Real se arrima tanto al corazon, y
humea para el cerebro, alegráronse, y con mucho gusto echaron la rifa á
cuatro quínolas. El fullero les dejó llegar á cada uno á tres sin haber
tomado ninguna para sí, y en dos pasantes que echó, una de su mano, y
otra del que tenia al lado, hizo las cuatro, y arrebató la sortija, haciendo
grandes algazaras con ella. Picáronse de esto, y dijeron: Juguemos
dineros. El fullero, con cierta socarronería, negando al principio, dijo, que
no queria poner en peligro su dinero ó las vacas que se habian de comprar
de él: pero al fin, persuadido, jugó; teniendo más gana él que los otros,
que con palabras que tenia hechas á propósito, los iba haciendo picar.
Pedia que les diesen de beber de la olorosa bota que estaba metida en
parte fresca, y en calentándose las orejas echaban doblas como granizo;
de suerte, que se estuvieron toda la tarde jugando, una vez ganando el
fullero, y otra dejando ganar á los mercaderes, por disimular la fullería, y
quejándose á veces, decia: Vuesas mercedes me han de ganar aquí esta
tarde cuatro ó cinco mil escudos, segun estoy de picado.
Al tiempo que entramos en la venta el mocito y yo nos dijeron, que allí no
se daba posada á gente que no traia cabalgaduras. Recibimos con
humildad la notificacion, y parámonos á descansar un poco. Mi compañero
afligido preguntó: ¿Pues qué habemos de hacer para esperar el fin y
suceso de esta grande aventura? Yo le respondí: Dejadme, que yo
conjuraré á la ventera, de manera que no nos eche de la venta. ¿Pues es
endemoniada, dijo él, ó bruja? Á lo menos, dije yo, parécelo; pero no digo
yo, sino con el conjuro general de las mujeres. ¿Cuál es? preguntó el otro.
Ahora lo vereis, dije yo. Lleguéme á la ventera, que era una mujer coja y
mal tallada: tenia las narices tan romas, que si se reia, quedaba sin ellas:
los ojos parecian de capirote de disciplinante: echaba un tufo de ajos y
vino por unos dientes entresacados y pardos, bastante á ahuyentar todas
las víboras de Sierra-Morena; las manos parecian manojos de patatas;
solo tenia que notar la limpieza, que parecia haber salido del naufragio de
los Condes de Carrion: con todo esto me llegué á ella, y la dije: ¿Qué
desdicha fué la que trujo á estas soledades á una mujer de tan buena
gracia como vuesa merced? ¡Qué despacio está, dijo ella, el señor
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estudiante! No es cierto, dije yo, sino que desde el punto que llegué aquí,
puse los ojos en vuesa merced, para consolarme del cansancio del
camino. No haga burla, dijo ella, de las mal vestidas. Yo no hago tal, sino
que me parece vuesa merced muy hermosa. Hermosa, dijo ella, como gata
lagañosa. Parecióme que ya iba creyendo, y díjele: Pues miren con qué
gracia y donaire responde. Cierto que es igual el rostro con la habla, y todo
es con mucho gusto. Y como Deo gracias, dijo ella: si conociera á una
hermana mia que tengo, tabernera en las ventas de Alcolea, dijera eso de
veras: que por solo oirla echar pullas, van á beber á su casa cuantos
pasan. ¿Y vuesa merced, dije yo, cómo no se acerca hácia Córdoba?
Porque, señor, dijo ella, unas tienen ventura, y otras tienen ventrada.
¿Pues es posible, dije yo, que no ha habido quien saque á vuesa merced
de tan mal oficio? Y respondió ella: Estáse la carne en el garabato por falta
de gato. Pues á fé, dije yo, que si me hallara en disposicion que habia de
hacerlo; porque me da lástima ver entre estos riscos y montañas á una
mujer de tan buenas prendas. Pues calle vuesa merced, dijo ella, que mi
marido y yo les habemos de quitar el dinero á estos que quedaron con él, y
por la mañana haremos lo que nos pareciere; y si acaso mi marido volviere
á decir á la noche que se salgan de la venta, váyanse por la puerta trasera
del corral, que yo se la dejaré abierta. Fuése, y mi compañero me
preguntó: ¿Qué es del conjuro? ¿Qué mayor conjuro quereis, dije yo, que
haber llamado hermosa á una bestia, que parecia panza de vaca, con su
zumaque y menudillos? Conjuro es este, dijo, que puede servir de malilla
en todo el mundo. En tanto que pasamos esta conversacion se llegó la
noche, y la desesperacion de los mercaderes; porque con las trampas que
el fullero iba haciendo, y con los tragos de cuando en cuando de Ciudad
Real, los fué chupando la plata y oro, y los zurrones en que tenian el
dinero. Los mercaderes quedaron dados al diablo, y maldiciendo la venta,
y á quien á ella los habia traido, se volvieron á dormir á la que habian
dejado atrás, con intencion de volverse á Toledo. El huésped, que no era
lerdo, entendió muy bien la bellaquería: yo estaba para reventar por lo que
habia oido la noche antes, y por lo que habia visto entonces. Estuve
determinado de revelarles la maldad; porque volviéndose los mercaderes,
me faltaba el bien que me habian prometido hacer por el camino; pero
consideré, que decir el secreto que estaba tan en duda, era desacreditar á
los fulleros, y á mí ponerme en peligro; que no siendo una cosa sabida,
tenemos obligacion de callarla con secreto natural. La seguridad consiste
en el silencio, y en estas ocasiones y otras semejantes háse de advertir el
peligro de ambas partes. Yo callé contra mi voluntad, y el ventero que era
un bellaco redomado, disimuló y calló como yo y el otro. Los señores
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fulleros quedaron muy contentos; pero fueron tan miserables que no dieron
barato á nadie, por donde se aumentó en el ventero el deseo de hurtarles
la ganancia, y en mí de volvérsela á sus dueños. El ventero que realmente
lo sintió, les dió á entender que recibió mucho gusto en ver los mercaderes
despojados; y haciéndoles grandes zalamerías, les dió un aposento que
tenia aderezado para los mercaderes, donde estaba un arcaz muy grande
con tres llaves, que les dió para guardar su dinero y ropa. Era el arcaz de
una madera muy maciza y de tablas gruesas, que hacia pared con la
caballeriza, que me puso en cuidado, imaginando qué traza podria tener
para hurtarles el dinero de un arcaz cerrado con tres llaves, y por ningun
camino podia moverse de donde estaba. Habló con la mujer de secreto,
mirando con cuidado si los veian hablar. En cenando muy solemnemente
los fulleros, habiendo hecho el pancho de perdices y vino de Ciudad Real,
se atrancaron en su aposento, y se cerraron de manera que no podia
entrarles una bruja. En siendo una hora de la noche, ó poco menos, el
ventero dijo: Los que tienen cabalgaduras salgan de la venta, que ya que
no hay arrieros, queremos dormir sin cuidados. Salimos aquel mocito y yo,
y dando vuelta por las espaldas de la venta, hallamos abierta la puerta del
corral, y entramos en el pajar. Yo andaba pensando con cuidado cómo
diablos, ó con qué modo ó traza podian hacer tiro á los fulleros. Veia que
en el aposento no podian entrar, por estar muy bien encerrados, y el arcaz
muy bien guardado. Traer salteadores para el efecto no era negocio
seguro, sino muy peligroso; entrar y matarlos no podian, porque eran
menos que ellos; pues querer minar el aposento con pólvora era para
todos peligroso. Y no pude dar en el modo, hasta que entre once y doce,
estando ellos durmiendo el mejor sueño, vinieron el ventero y la ventera
muy paso entre paso, alumbrando ella con un cabo de vela: el marido
comenzó á desviar con mucho silencio un gran monton de estiércol que
estaba en la caballeriza arrimado al aposento de los fulleros.
Á pocas vueltas se descubrió la tabla del arcaz, que servia de pared al
aposento. Miré con gran cuidado, y ví que la tabla del arcaz estaba por la
parte de arriba asida con tres ó cuatro goznes, y por la parte de abajo con
dos tornillos, cada uno en su esquina. Quitó el ventero los tornillos, y en
quitándolos, mandó á la mujer que llevase de allí la vela, porque no
entrase la luz en el aposento: ella la llevó, y yo fuí muy poco á poco al
ventero, al tiempo que tenia la tabla alzada y los zurrones en las manos, y
con voz muy baja, ó por mejor decir, entre dientes, le dije: Dad acá esos
zurrones, y tornad á poner los tornillos; él me los dió, pensando que era su
mujer, y salíme con ellos y con mi compañero por la puerta del corral, que
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mientras tornaba á poner el monton de estiércol hubo lugar para todo; y
anduvimos un ratillo apriesa hácia atrás, cada uno con su zurron, no por el
camino real, sino por un lado á la parte de arriba, con todo el silencio
posible. Ya estábamos casi frontero de la otra venta, adonde los
mercaderes se habian vuelto á dormir, y nos sentamos á descansar un
poco, que el recelo y temor aumentan el cansancio. Yo le dije al
compañero: ¿Qué pensais que traemos aquí? nuestra total destruccion,
porque á ninguna parte podemos llegar donde no nos pidan muy estrecha
cuenta de este dinero, que como él de suyo es goloso y codicioso, ó por la
parte que le puede caber, ó por congraciarse, cualquiera dará noticia á la
justicia de dos mozos caminantes de á pié, cansados y hambrientos, y con
dos zurrones de moneda, y el tormento será forzoso, no dando buena
cuenta de lo que se pregunta; pues esconderlo para volver por él, tampoco
atinaremos nosotros, como los demás; y andar mucho por aquí dará
sospecha de algun daño, y el menos que nos puede suceder es caer en
manos de los ladrones, que nos quiten el dinero y la vida: ponerse á
peligro por ganar dineros, muchos lo hacen; pero poner en peligro la vida,
honra y dinero, ningun hombre de juicio lo ha de hacer: y así mi principal
intento fué volver este dinero á sus dueños, para tener tanta parte en él
como ellos, sin peligro de las vidas, y sin daño de las conciencias; y aquí
viene bien: quien hurta al ladron, etc. Esta y otras muchas cosas le dije
para desarraigarle cierta golosina que se le habia pegado, que como lo
llevaba á cuestas, habia contraido no sé qué parentesco con la sangre del
corazon: pero al fin le pareció muy bien. Fuimos á la venta, y aunque era
muy de madrugada, dimos golpes á la puerta, diciendo que veníamos con
un despacho de mucha importancia para unos señores mercaderes de
Toledo que estaban dentro. Ellos lo oyeron, y hicieron al ventero que
abriese. Encendió luz, y entramos en el aposento cargados, y sin hablarles
palabra arrojamos los gatos sobre una mesa, que si fueran de Algalia no
regalaran tanto las narices como estos regalaron las orejas. ¿Qué es esto?
dijeron los mercaderes. Su dinero, respondí yo, que ha vuelto á César lo
que era suyo. Contámosles el caso, y díjeles que antes que en la otra
venta se levantasen, pasásemos el puerto. De buena ventura mia, venian
mulas de retorno hácia Sevilla. Los mercaderes alegres y agradecidísimos
del caso, para mí y para el otro mozo tomaron dos mulas, y caminando
pasamos el puerto sin que lo sintiesen en las ventas. Encumbramos el
puerto, y bajamos á otra que está en lo más bajo, no mal proveida, adonde
estuvimos todo el dia descansando y durmiendo, por el poco sueño y
mucha pesadumbre que les habia causado la pérdida de su dinero: y á la
tarde supimos que el ventero (como martirizando á su mujer, no supo cosa
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del hurto, porque no osó decir que nos habia dejado dentro) sospechando
que los fulleros le habian hecho la treta que él no entendió, fué á dar aviso
á la Hermandad, de la vida y trato de aquellos hombres, y cómo tenian dos
zurrones de dinero mal ganado, y vino la Hermandad, y como no halló los
dineros, ni los zurrones que el ventero habia dicho en el arcaz, á él por
desatinado ó loco ó porque habia cargado demasiado, y á los fulleros por
gente sospechosa que tan tarde se estaban en la venta, y á la mujer por
suspensa y callada, que no supo dar razon de sí, les hicieron pagar las
costas sin averiguar el secreto. Holgámonos mucho con el suceso, de
manera que los mercaderes lo querian oir por momentos, que segun
pareció, hallaron más dinero dentro de los zurrones del que habian dejado;
y con donaire decia el uno de ellos: No quiera Dios que yo lleve dinero
ajeno en mi poder, gástese por el camino en perdices y conejos, que no
quiero tener que restituir; y así se hizo con beneplácito de todos. Yo
consideré á solas conmigo, y aun lo comuniqué con uno de los
mercaderes, cuán mal se logra lo mal ganado, y cuánto peor se goza lo
adquirido con juegos de ventaja, donde se aventura la reputacion, sin
asegurar la ganancia, que está sujeta á cuantos la ven, y á cuantos lo
imaginan, y á los ausentes, á quien toca la distribucion de la estafa, que
tasadamente les queda para consumir en los tabernáculos de la gula,
fiestas de Baco y sacrificios de Venus, sin aprovechar la sumision y
cortesía fingida para engañar al que quieren desollar, ó al que ya tienen
desollado; que si bien quisiesen los hombres sencillos advertir á las
cautelas, enredos y marañas de estos apacibles lobos, echarian de ver
que una cortesía sin tiempo, una amistad sin sazon ni conocimiento, un
comedimiento no acostumbrado, unas ceremonias no debidas, traen
consigo más daño que provecho para aquel con quien se usan; porque si
son los hombres de tan ruin condicion que aun á la cortesía debida acuden
de mala gana á quien tienen obligacion, ¿por qué no se ha de entender
que la novedad de cortesías estraordinarias traen consigo algun secreto,
especialmente no teniendo partes por donde se le deban? Los fulleros
tienen tambien su materia de estado, porque, ó engañan por sí ó por
amigos, que tienen señalados y diputados para el efecto; casas de
posadas, ó mesones, donde les dan el soplo de la gente nueva á quien
pueden acometer.
Tienen tambien su libro de caja ó de memoria de todos aquellos que
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acuden á favorecer su ministerio en todos los pueblos grandes ó
pequeños, porque es oficio corriente por toda España, y en las
poblaciones de importancia tienen correspondencia y avisos de las zorras
comadres, para chupar la sangre á los corderos inocentes. Y aunque son
tan grandes los sainetes de estos cautelosos culebrones, para chupar la
sangre de los que ven inclinados al juego, que no pueden reducirse á regla
cierta, ni guardarse de sus trampas, con todo eso digo, que todo lo que
fuere artificio apacible y no usado, se ha de temer aun de los mismos
amigos en materia de juego, porque se venden unos á otros. Cuando
convida á jugar un conocido á otro, llevándole á parte no sabida, vaya con
cuidado, sea en público ó en secreto; y me parece que no será malo este
refrancillo para este propósito: Si bien me quieres, trátame como sueles.
Caminamos con todo el gusto que pudimos mis mercaderes y yo,
buscando por el camino ocasiones en que tenerlo: llegamos á la
Conquista, que es un pueblecito que se comenzaba entonces, un domingo
por la mañana: entramos á oir misa, que la estaba diciendo un clérigo que
pronunciaba la lengua latina como gallego. La misa era de Requiem,
porque habian enterrado aquella mañana un pobre, y ayudábale un
sacristan, que sobre un sayo pardo muy rozagante traia una sobrepelliz de
cañamazo. Acabada la misa, diciendo el responso sobre la sepultura,
acabó el clérigo diciendo: Requiescat in pace, alleluja, alleluja. El sacristan
le respondió con muchos pasos de garganta: Amen, alleluja, alleluja.
Lleguéme al buen hombre, y díjele: Mire, padre, que en misa de Requiem
no hay alleluja. Respondióme muy confiadamente: Arre allá, señor
estudiante; ¿no ve que es entre Pascua y Pascua? Fuímonos cayendo de
risa por todo el camino.
82
Descanso XIV
Como el camino, por bueno que sea, siempre trae consigo un género de
soledad, porque ordinariamente se camina ó por necesidad, ó por
negocios forzosos, que ocupan la memoria y distraen el gusto,
procurábamos tenerle en todas las cosas que encontrábamos. Los mozos
de mula acudian á su costumbre, uno á echar pullas, otro á hacer burlas á
los caminantes, otro á cantar romances viejos, cual sea su salud: nosotros
de lo que se ofrecia á la vista. Encontrámos un pastor que pasaba su
ganado de un distrito á otro, pereciendo de sed él y los perros; que en
Sierra-Morena por mayo y por todo el verano, aunque de noche hace
fresco, de dia se encienden los árboles de calor: y era tan ignorante el
buen hombre, que teniendo sed llevaba los perros atados porque no se le
perdiesen. Preguntónos si sabíamos dónde hubiese agua; yo le respondí:
¿Pues llevando perros, preguntais esto? desatadlos, que ellos hallarán
presto el agua. ¿Y es eso así? dijo un mercader. Es cosa muy sabida, dije
yo, y muchas veces experimentada. Y dije al pastor: Desatad los perros, ó
el uno de ellos, y ponedle un cordelillo largo, con que lo vais siguiendo,
que él hallará fuente, arroyo ó laguna: y así lo hizo el pastor; de suerte,
que dándole larga con el cordel, rompió por una ladera alzando el hocico, y
se fué hácia una espesura derecho, que habia al pié de una peña, donde
halló agua, que refrescó al pastor y satisfizo al ganado. Y contaréles á
vuesas mercedes lo que me contó en Ronda un caballero de muy gentil
entendimiento, que se llama Juan de Luzon, muy experimentado en letras
humanas y divinas. Hay dos pueblecillos en Sierra de Ronda, entre otros
muchos, uno llamado Balastar, y el otro (si bien me acuerdo) Chucar, entre
los cuales andando un cabrero moro apacentando su ganado, apretándole
la sed, y no hallando agua, ni señal donde pudiese haberla,
despareciósele un perro, y á cabo de rato vino mojado todo y muy
contento, coleando al amo, y haciéndole muy grandes fiestas. Espantado
de aquello el cabrero, le dió muy bien de comer y lo ató, aguardando á que
le tornase á aquejar la sed, diligentísima despertadora de la pereza. Atóle
un cordelejo largo, y dejóle ir, y siguiéndole el amo, fué saltando matas y
peñas, rasgándose las manos y el rostro; y siguióle con todas estas
dificultades, hasta que entre unas grandes espesuras, se coló por la boca
de una cueva, que por debajo de altos riscos estaba naturalmente hecha,
83
con algunos resquicios, que le daban la luz que habia menester. En medio
de la cueva nacia un clarísimo arroyo, que se dividia en dos partes: bebió
el moro, é hinchó su zaque; y admirado de la novedad dió en una traza, á
su parecer buena, que despues le costó la vida; y fué, que atajó con unas
piedras el un arroyo de aquellos, echando todo el agua por una parte, para
ver al dia siguiente dónde iba á parar. Fuése á su ganado, y averiguó el
dia siguiente que habia faltado el agua en Chucar. El moro que sabia el
secreto, fuése al pueblo diciendo, que si se lo pagaban bien les daria su
agua, y otra tanta más, y contó el caso como habia sucedido. El poco
tiempo que les habia faltado el agua los necesitó de manera que le dieron
doscientos ducados porque les diese su agua y la del otro pueblo. En
recibiendo su dinero fué á la cueva, y soltó el agua por aquella parte.
Viéndose con su agua tan crecida, conociendo la inconstancia y codicia
del cabrero, antes que los de Balastar le corrompiesen con esperanza de
mayor interés, acordaron darle garrote, quedándose con el agua toda, y el
moro sin vida, sin que hasta hoy se haya sabido en qué parte está el
secreto: y hoy se echa de ver señal de que algun tiempo corrió por allí
agua, por las guijas y piedras que lo manifiestan. Halló aquella encubierta
cueva el aliento del perro, leal amigo y fiel compañero, descubridor de
enemigos de sus amos. Extraña fuerza de aliento, dijo un mercader, que
siendo el agua un elemento sin olor, la venga á descubrir un perro con solo
alzar el rostro al aire, principal movedor y embajador del olfato. Que son
las calidades de los perros y las excelencias que hay en ellos muy dignas
de admiracion, no por los cuentos que se dicen de ellos, ni haciendo caso
de historias atrasadas, sino por lo que vemos y experimentamos cada dia.
¡Qué fidelidad! ¡qué amor! ¡qué conocimiento!
Á lo menos, dije yo, tienen dos admirables virtudes, si se puede dar este
nombre en ellos, que si los hombres las tuviesen tan sentadas en el alma
como ellos en su natural inclinacion, vivirian en perpétua paz, que son
humildad y agradecimiento. ¡Oh, bien notado! dijo el mercader: ¡oh qué
gallarda consideracion! Del bienaventurado San Francisco, que fué hijo de
un mercader, se dice que alababa mucho la humildad de los perros,
deseando imitarlos en esto, por la mucha que tuvo nuestro Maestro y
Redentor Jesucristo. Pues en agradecimiento, dije yo, fuera de lo que la
ley natural nos enseña, lo tenemos por precepto suyo que enviando sus
santísimos discípulos á predicar por el mundo les mandó que en
84
agradecimiento del bien que les hiciesen en sus posadas curasen los
enfermos que en ellas hubiese. ¿Pues hay, dijo el mercader, quien
desagradezca, ó quien no sepa agradecer el bien que le hacen? ¿Hay
quien no le parezca que no satisface el beneficio recibido? ¿Quién ha de
carecer de tan admirable virtud? Yo creo, respondí, que nadie, si no son
los avarientos y los soberbios, que son dos géneros de gente pestilencial
en la República; los unos, porque no saben usar de caridad, y los otros
porque siempre van contra ella. Y pues se ha ofrecido materia tan
excelente y divina virtud, como es el agradecimiento, en tanto que
llegamos á Adamuz tengo de referir un caso digno de saberse, que le pasó
al autor de este libro viniendo de Salamanca, que no hay vida de hombre
ninguno de cuantos andan por el mundo de quien no se pueda escribir una
grande historia, y habrá para ella bastante materia. En una dispersion que
hubo de estudiantes en Salamanca, por cierto encuentro que tuvo el
Corregidor D. Enrique de Bolaños con la Universidad, y no con ella, sino
con los estudiantes, gente briosa, y fácil de moverse para cualquiera
alteracion; como se quedó la ciudad sin estudiantes, el autor tambien se
fué á su tierra como los demás, que las vacaciones estaban ya muy cerca,
tiempo deseado para descanso de los estudiantes. La necesidad suya era
tanta, que trilló el camino á la apostólica. Llegó un dia al anochecer á las
ventas de Murga, y no queriéndole dar posada, por el poco provecho que
habia de dejar en ellas, pasó adelante solo, y cantando por hacerse
compañía, que la voz humana tiene propiedad maravillosa para
acompañar á quien no lleva dineros que le puedan quitar. Salieron cuatro
hombres con cuatro ballestas, y preguntáronle de dónde venia. Él
respondió que de Salamanca. ¿Y á quién deja atrás? preguntaron ellos; y
él respondió: Antes todos me dejan á mí, porque ando poco. Pues ¿cómo
no se quedó en las ventas? preguntaron. Y él respondió: Porque como no
llevo dineros, ni cabalgadura que les pudiera dejar provecho, me dieron
voces que me saliese de la venta, y yo las voy dando á Dios porque me
acompañe, y juzgue la crueldad de estos venteros. Á lo cual dijo el más
pequeño de los ballesteros ó ballesteadores: Preguntamos esto, señor
estudiante, por ver si queda atrás quien nos pueda comprar caza, de que
tenemos mucha abundancia, y pocos compradores. Y volviéndose á los
compañeros, dijo: Gran lástima me ha dado el mal trato y crueldad de que
estos venteros usan con la gente de á pié, y más la necesidad que he visto
en este estudiante. Llevémosle á nuestro alojamiento, que algun tiempo
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nos valdrá con Dios esta caridad. Harto mejor, dijo uno, será matarlo
(despues lo supe) porque no diga que nos ha encontrado, y espante los
caminantes. Al fin el mozuelo dió y tomó con ellos hasta que lo llevaron
consigo, porque les pareció que era lo más sano para su negocio.
Mostróse el mozuelo muy compasivo, que si bien las ruines compañías
hacen prevaricar una buena inclinacion, tal vez naturaleza da una
sofrenada, para recordacion del primer natural, que por más que se olvide,
de cuando en cuando torna á su primer principio. Fuése con ellos, ó por
mejor decir, se lo llevaron por unas espesuras, escuridades y escondrijos,
llenos de revueltas y dificultades, que como ya era de noche y sonaba en
unas profundidades despeñándose el agua, y la fuerza del viento sacudia
los árboles con gran furia, y al estudiante el temor le hacia de las matas
hombres armados que le iban á despeñar en aquella infernal hondura, iba
con gran devocion mirando al cielo, y tropezando en la tierra; pero con
muy buen ánimo, hablando sin muestras de temor. Llegaron al fin á su
habitacion, que parecia más de zorras que de hombres, y desenvolviendo
mucha cantidad de brasa, que parecia ser de muy buena leña de encina,
encendieron, para alumbrarse, unas rajuelas de tea, que les daba la luz
bastante que habian menester para toda la noche. La cena fué muy
buenos tasajos de venado, si no eran quizá de algun pobre caminante. Él
no sabia fiestas que hacerles, diciéndoles cuentos, entreteniéndolos con
historias, alabándoles el vivir en aquella soledad apartados del bullicio de
la gente. Decíales que el ejercicio de la caza era de caballeros y grandes
señores, y que sin duda descendian de alguna buena sangre, pues se
inclinaban á él. Si algun disparate se les caia, se lo alababa y solemnizaba
por muy gran cosa. Al uno decia que tenia buen rostro, al otro que
plantaba bien los piés, al otro que tenia buen ingenio, al otro que hablaba
con mucha discrecion; que en semejantes conflictos la humildad mezclada
con la apacibilidad y distraccion, á los pechos que de suyo son fieros, y
aun de fieras, los vuelven mansos y amigables. La necesidad en los
peligros hace sacar fuerzas de flaqueza; y con gente de aquella traza el
temor engendra sospecha, y el ánimo arguye sencillez. Turbarse donde
(aunque se teme el daño) no estamos en él, es apresurarlo si ha de venir;
y ponerlo en duda y sospecha si no se temia. Él se hubo tan bien con los
cazadores de gatos muertos y rellenos, que le regalaron y dieron de cenar,
y dos zamarros en que durmiese, y antes que amaneciese, porque no
saliese con luz, le dieron de almorzar, y sacándolo al camino aquel
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mozuelo, el menor de los cuatro, le fué diciendo el peligro en que se habria
visto si no fuera por él: y en pago le rogaba no dijese á nadie lo que le
habia sucedido: despidióse de él, y fué su camino, volviendo atrás muchas
veces la cabeza, que aun le parecia que no estaba muy seguro de ellos. Si
encontraba algun caminante, le decia que no fuese por aquel camino,
porque le habia seguido una grandísima sierpe, que no osaba decir otra
cosa, pareciéndole que estaban oyéndolo. Al fin, para abreviar el cuento,
habiendo peregrinado por España y fuera de ella más de veinte años,
redújose al estado que Dios le tenia señalado; fuése á su tierra, que es
Ronda, hízose sacerdote, sirviendo una capellanía de que le hizo merced
Felipe II, sapientísimo Rey de España. Despues del suceso de los
salteadores, veinte y dos y veinte y tres años, vinieron en busca de tres
ladrones famosos, trayendo lengua de ellos, que estaban en Ronda, que
para hurtar tenian esta astucia. Las mujeres vendian buhonería (que todos
eran casados), entraban en las casas á vender su mercadería, mirábanlas
bien, y daban al punto á sus maridos de las señas de toda la casa, y á la
mañana amanecia robada. Llegó á Ronda este soplo, dieron con ellos en
la cárcel por la órden del licenciado Morquecho de Miranda, que al
presente hacia oficio de Corregidor, siendo Alcalde mayor. Y por abreviar
el cuento, dióles tormento, y confesaron de plano: pidióle al autor que los
confesase, y en entrando representósele la presencia del uno de ellos, que
le hizo cosquillas en el alma; y reparando en el sentimiento que habia
tenido, halló que era el que le habia dado la vida en Sierra-Morena:
buscando traza cómo agradecer el bien que le habia hecho, y pareciéndole
que estaba el negocio muy adelante para rogar por un hombre convencido
por su confesion, fuése al juez, y díjole que si hacia justicia de aquel,
perdia una grande ocasion secreta. El juez dispuso de los otros dos y dejó
aquel, para que descubriese una gran máquina que el confesor le habia
dicho, y apretándolo despues á que hiciese con el delincuente que lo
confesase, le respondió: Señor, martirizado de la piedad, y movido del
agradecimiento, fingí á vuesa merced lo que sabe: este hombre me libró
de la muerte, ha venido á mis manos, querria pagarle el bien que me hizo,
y á los jueces tan bien los acompaña la misericordia como la justicia:
suplico á vuesa merced por las entrañas de Dios que se compadezca del
trabajo de un hombre tan piadoso como este. Respondió: Estoy pensando
cómo satisfacer á vuestra demanda y á mi reputacion, y al bien de ese
hombre, que por piadoso lo merece: él no está ratificado, y en las cosas
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criminales tenemos ley del Reino que nos da licencia para poder conmutar
la pena de muerte en galeras; yo os siento tan ansiado por agradecer el
bien que os hizo, que quiero aprovecharme de esta ley, pues no hay parte,
y echarlo á galeras donde purgue su pecado. Hincóse de rodillas,
agradeciendo á Dios y al juez tan piadosa causa: llevó la nueva al casi
muerto preso, que respiró, volvió en sí como de la muerte á la vida, y el
autor quedó contentísimo de haber mostrado su agradecimiento en tan
apretada ocasion, que siempre las buenas obras tienen guardado su
premio en este y en el otro mundo. ¡Estraño suceso, y digno de memoria!
(dijeron los mercaderes): ¡qué santa cosa es hacer bien! ¡qué cierto la
buena obra es la prision del corazon noble! ¡qué buen fruto coge quien
siembra buenas obras! Que como el vestido cubre el cuerpo, las buenas
obras son coberturas del alma. ¡Qué contento quedaria ese hombre
cuando hizo este bien! Como queda sabroso el brazo cuando acierta un
tiro, así lo queda el alma cuando hace una buena obra. En esta
conversacion, el acabarse el cuento y descubrir á Adamuz, fué á un mismo
tiempo; lugar apacible, puesto en el principio ó fin de Sierra-Morena, en
jurisdiccion del Marqués del Carpio; y al mismo tiempo se descubrieron
aquellos fértiles campos de Andalucía, tan celebrada de la antigüedad por
los Campos Elíseos, reposo de las almas bienaventuradas. Posamos y
reposamos aquella noche en Adamuz.
88
Descanso XV
El dia siguiente, por ciertos respetos, me fué forzoso (por llegar primero á
Málaga que á Ronda), apartarme de los mercaderes, tomando la via del
Carpio; y ellos lo hicieron tan bien conmigo, que me dieron uno de los
machos en que iban y dineros, fiando de mí que se lo llevaria á la feria á
buen tiempo, y ellos se fueron con las mulas de retorno en que yo habia
venido hasta allí; el macho era endiablado, que ni se dejaba herrar, ni
poner la silla, y por momentos se echaba con la carga, aunque con la
compañía habia disimulado algo de su malicia, y así en saliendo del lugar,
por verse solo y por sus ruines resabios, en el primer revolcadero se
arrojó, cogiéndome una pierna debajo, de suerte que si yo no me echára al
mismo tiempo del otro lado, recibiera mucho daño; pero con esta
precaucion pude levantarme, y llevándolo del diestro muy contra su
voluntad un ratillo, se me quitó el dolor, sin entrar el frio que pudiera, si no
hiciera aquella diligencia. Eché de ver la ruin compañía que llevaba con mi
cabalgadura; pero por si otra vez se echaba, cogí un garrote para usar de
un remedio que habia oido decir á un viejo, que como la experiencia los ha
enseñado, saben más que los mozos, y para semejantes actos, que no
son de muchos lances, cerrados los ojos se puede seguir su parecer. Fuí
con gran cuidado para otra vez que se quisiese echar, y en sintiéndolo que
iba á caer, díle con el garrote entre ceja y ceja con tal furia, que cayendo le
ví volver lo blanco de los ojos, bien arrepentido de haberlo hecho, porque
realmente pensé que lo habia muerto; pero sacando de presto pan, y
mojándolo en vino, díselo, y tornó en sí tan castigado, que nunca más se
echó, á lo menos llevándome á mí encima, aunque topó arenales donde
pudiera hacerlo. Fuí mi camino, y en llegando á un bosquecillo del Carpio,
aunque pequeño, abundantísimo de conejos y otras trazas, en la ribera de
Guadalquivir, apeéme á cierta necesidad natural y forzosa, y antes que la
comenzase espantóse el macho, dió á huir por el ruido que hizo un
culebron y una zorra que salieron de un zarzal y matas muy espesas que
habia junto al camino, que debian de estar ambos en una cueva, que la
culebra con ningun animal hace amistad sino con la zorra. Ella dió por una
parte, y la culebra tras el macho, que como supe despues, á cuantos
pasaban acosaba, porque habian muerto su compañía: arrojéle una
piedra, no pensando que sucediera lo que sucedió, que como la piedra iba
89
por el aire, corrió más que la culebra, y dióla en el espinazo, de que volvió
con tal furia contra mí, que si no me pusiera de la otra parte del camino,
dejando en medio mucha arena, lo pasara mal, que como no se podia
aprovechar de las conchillas que le sirven de piés en la arena, como en lo
duro y liso, no se atrevió atravesar el camino; pero cuanto yo más corria
por la una banda, ella corria por la otra, con más de una vara de cuello
alzado de la tierra, vibrando la lengua muy apriesa, y haciendo cinco ó seis
de ella.
Iba yo de manera, que ya no sentia la falta del macho, sino la persecucion
de la culebra, que me tenia sin aliento, lleno de sudor y cansancio. Los
silbos no eran formados ni agudos, sino bajos y continuados, casi al modo
que pronunciamos acá las xx. Llegué á una parte del camino, á donde
habia piedras para tirarle. Paréme, así por descansar, como por
aprovecharme de las piedras; pero ella viendo mi temor, quiso pasar por la
arena para acometerme, por donde tuve yo esperanza de librarme de ella;
porque en entrando no pudo aprovecharse de las conchuelas, ni moverse
sino muy poco: animándome lo mejor que pude, le tiré tantas piedras, que
casi la vine á enterrar en ellas, y acertándole con una, despues de haberle
escupido muchas veces hácia la cabeza (que es veneno contra ellas) la
acerté con una piedra media vara más arriba de la cola, donde tiene el
principal movimiento, de que no pudo menearse más, y acudiendo con
otras muchas, le majé la cabeza, y me senté á descansar. Pasaron por allí
dos hombres que iban camino de Adamuz, y me contaron lo que arriba
dije. Midiéronla, y tenia diez piés de largo, y de grueso más que muñeca
ordinaria. Abriéronla, y halláronle dentro dos muy gentiles gazapos, que
estas serpientes son muy voraces y poco bebedoras, aunque pasan
mucho tiempo sin mantenimiento; y así hacen tarde la digestion, que en el
poco movimiento que ella hacia bien se echaba de ver que estaba pesada.
Consideré en el rato que estuve descansando, qué de cosas hay en el
mundo que contrastan la vida del hombre. Que hasta un animal sin piés ni
alas le persigue, y le comenzó á perseguir desde su principio antes que
otro animal ninguno, ó porque no piense el hombre que se le dió el
dominio y jurisdiccion en la tierra sin pension ni trabajo, ó porque con la
razon sepa distinguir lo malo de lo bueno, y guardarse de lo que le puede
dañar; mediante la cual razon conoce y sabe conocer el mantenimiento
provechoso, y desechar el nocivo. Huir de los animales bravos, y servirse
de los mansos; pero los feroces y dañosos avisan del mal que pueden
hacer, ó con las uñas, ó con los cuernos, ó con los dientes, ó con los
picos. ¡Mas que un animal sin piés, sin uñas, sin cuernos como éste sea
90
tan horrendo y abominable, que atemorice con solo mirarle! Ordenacion
fué de Dios, para sujetar la soberbia del hombre y desjarretársela con la
misma inmundicia y asquerosidad de la hez de la tierra, que aun muerta la
veia, y me daba horror; y confieso de mí, que siempre que veo semejantes
sabandijas, engendran en mí nuevo temor y espanto; ¿pero qué no
espantará ver, que una cosa que parece cerbatana ó varal, de su propio
movimiento corre tanto como un caballo? ¿Y que con hincar la cabeza en
el suelo, dé tan grande golpe á un hombre que lo derribe y aun lo mate,
acometiendo á traicion que no cara á cara? ¿Que sea tan astuto, que se
desnude el hábito viejo y se vista de nuevo? ¿que se cure la ceguera de
sus ojos causada de las humedades del invierno con refregarse en el
hinojo la primavera? Son tan contrarios á todos los demás animales, que
con ninguno hacen amistad, sino con la zorra, ó porque ambas habitan
siempre en cuevas de tierra y piedra, ó por buscar abrigo en el pelo de la
zorra. Hasta aquí habia estado el ermitaño callando, y aquí parecióle
preguntar, como hombre que habia estado en soledades y entre ásperas
montañas, huyendo el concurso de la gente, viviendo y conversando con
animales brutos, ¿cuál era la razon porque estas sabandijas sean tan
espantables, como son culebras, lagartos, sapos, escuerzos, áspides,
víboras, y otras semejantes que suelen verse? Respondíle: Lo primero,
que todas las cosas que no vemos y tratamos de ordinario, traen consigo
este género de admiracion. Lo segundo, que por tener tanto de los dos
elementos graves, que son agua y tierra, y tan poco de los elementos
leves, que son aire y fuego, que casi no tienen parentesco ni semejanza
con el hombre; porque éste tiene de lo espiritual, en que se parece á los
Ángeles, y de lo corporal, en que se parece á los animales brutos; y estos
en aquella parte terrestre, húmeda y fria, tienen semejanza con las
sabandijas, y estas consigo solas, y con las entrañas de la tierra. Lo
tercero y último, porque todos los animales que no pueden engendrar de la
putrefaccion de la tierra, sin generacion de su semejante, ni pueden ser
para el servicio, ni para el gusto del hombre, á quien Dios les manda que
obedezcan, y ellos mismos huyen de su presencia, como de señor á quien
aborrecen, por la superioridad y dominio que tienen sobre todas, ó por la
antipatía natural. Y esto baste, porque la pérdida de mi macho me da pena
y cuidado, y priesa que lo busque. Ya que hube descansado y limpiádome
el sudor del rostro, que lo de dentro no pude, fuí buscando mi macho, ó
por mejor decir, de los mercaderes, por toda la orilla y ribera del
Guadalquivir, sin topar á persona que me supiese dar rastro ni nuevas de
él yendo, como iba, cargado con ferreruelo, espada, cogin y alforjas, que
todo lo echó por alto, sino es la silla, que la llevaba en la barriga; de
91
suerte, que yo me cargué de todo lo que el macho se descargó, y mucho
más me cargaban las matracas que me daban los que me topaban hecho
caballo de postillon, que por no dejarlo lo sufria todo. Paréme á descansar
un ratillo, antes que pasase el rio, donde ví tanta abundancia de conejos,
que estaban más espesos á la orilla del rio, que liendres en jubon de
arriero, que en todo el dia no dejan de venir á beber muchas manadas de
ellos. Pasé de la otra parte del rio, y entréme á descansar á un meson que
está antes de llegar al pueblo, donde tampoco me supieron dar nueva de
mi negro macho, aunque prometí hallazgo, haciendo diligencias con las
guardas del bosque. Refresquéme lo mejor que pude de mantenimiento y
bebida, con la templanza que el cansancio pedia. Púseme á la puerta del
meson, para ver si pasaba el macho ó persona que de él me diese nuevas.
Miré aquel pedazo de tierra en el tiempo que allí estuve, que en fertilidad é
influencia del cielo, hermosura de tierra y agua, no he visto cosa mejor en
toda la Europa, y para encarecerla de una vez, es tierra que da cuatro
frutos al año, sembrándola y cultivándola con regadío de una aceña, con
tres ruedas, que la baña abundantísimamente, donde algunos años
despues pasó en presencia mia una desgracia muy digna de contarse;
para que se vea cuánta obligacion tienen los hijos de seguir el consejo de
los padres, aunque les parezca que repugna á su opinion. Y fué, que
siendo Marqués del Carpio Don Luis de Haro, caballero muy digno de este
nombre, y muy gallardo de persona, y adornado de virtudes y partes muy
dignas de estimar, vinieron allí madereros de la sierra de Segura con
algunos millares de vigas muy gruesas; y dando el Marqués licencia y
lugar para que las pasasen, alzaron la puente de la pesquera, para que
toda el agua se recogiese á un despeñadero ó profundidad, por donde los
maderos habian de pasar. Los gancheros eran todos mozos, de muy
gentiles personas, fuertes de brazos, y ligeros de piés y piernas, grandes
nadadores y sufridores de aguas, frios y trabajos. Quisieron hacer al
Marqués una fiesta de gansos, poniéndolos atados entre los dos maderos
de la puerta de la pesquera, y como iba el madero despeñándose, por la
violencia del grande cuerpo del agua, puesto el ganchero sobre el madero
hácia la cabeza del ganso, y tirando del pescuezo, se deslizaba de la
mano y caia en la profundidad del agua, saliendo lejos de allí nadando, en
que pasaron cosas de mucho gusto y risa, aunque no sin peligro de quien
la causaba, que siempre las caidas son de gusto para quien las ve, pero
no para quien las da, especialmente en ejercicios tan poco usados como
este.
92
Entre estos gancheros venia un mozo recio, de muy gentil talle, alto de
cuerpo, rubio, y bien hecho de miembros, grande hacedor de su persona, y
que entre todos los demás era conocido y respetado como por de tal
opinion, y por grandes fuerzas para cualquier ejercicio de hombres. Este
pidió licencia á su padre, que venia en compañía de los otros, para ir á
quitar el pescuezo á un ganso que estaba recien puesto; la cual el padre le
negó, que los padres, ó por tener más experiencia que los hijos, ó por ser
hechura suya y conocer sus inclinaciones, ó por haberlos criado, y conocer
de qué pié cojean, ó por el amor entrañable que les tienen, son algo
profetas de los bienes ó males de los hijos; y así este por ningun camino
consintió que de su voluntad fuese el hijo á la fiesta; pero diciendo él que
no queria que lo tuviese por menos hombre que á los demás, con
importunaciones alcanzó de su padre que lo dejase ir, aunque de muy
mala gana. Y reprehendiéndole algunos porque lo hacia tan forzado,
respondió en presencia mia unas palabras llenas de gran sentimiento y
dolor diciendo: No sabe nadie lo que es aventurar un hijo criado, y solo. El
mozo fué gallardísimamente, teniendo todos los ojos puestos en él, que en
asiendo el cuello del ganso, que él pensaba con facilidad arrancar con la
fuerza grande que hizo, estúvose casi colgado de las manos hasta que el
madero llegaba ya al cabo, en cuyo remate ó cabeza, deslizándosele la
mano, cayó, y dió de cerebro, sumergiéndose en el profundo del charco,
sin que más pareciese hasta el dia siguiente, con grande espanto y
compasion de todos los circunstantes, quedando el padre, que lo estaba
mirando, en éstasis. Todos los gancheros nadando le buscaron, y lo
hallaron al dia siguiente, que pareció en cierta manera castigo de la
desobediencia que tuvo al mandamiento del padre, y ejemplo para cuantos
le vieron. Fué contra el precepto y consejo paternal, del cual tienen
necesidad todos los que desean acertar. Pasó este caso en este mismo
lugar, y en presencia del marqués D. Luis de Haro, y de su hijo el marqués
D. Diego Lopez de Haro, que cuando esto se escribe están vivos, y más
mozos que el autor, en cuya compañía se halló presente á este infelice
suceso. Y porque no habrá lugar de contarlo adelante, se dice aquí, por
encargar á los hijos que aunque les parezca que saben más que los
padres, en razon de la superioridad que Dios les dió sobre ellos, y
representando la persona del verdadero Padre, los han de obedecer y
respetar, y creer que en cuanto á las costumbres morales saben más que
ellos; porque con esto se merece con el universal Padre de todas las
93
criaturas. Y volviendo al estado presente, y la pena que me daba la falta
de mi macho, aquella tarde no pude saber de él, y así me quedé aquella
noche en el meson, sin esperanza de poderlo hallar.
94
Descanso XVI
Amaneció el sol el dia siguiente con unos rayos entre verdes y cetrinos,
señal de agua, y yo sin macho, ni esperanza de hallarlo. Fuíme al pueblo á
las nueve, ó á las diez, y ví que unos gitanos estaban vendiendo un
macho, muy hechas las crines y el trenzado de atrás, con su enjalma y
demás aderezos, encareciendo la mansedumbre y el paso con mil
embelecos de palabras. Hacia el gitano mil gerigonzas sobre el macho, de
manera que tenia ya muchos golosos que le querian comprar. Lleguéme
cerca, y ví que era del color del mio; pero desconocido en verlo tan manso,
seguro, remozado de crines y cola. Ví que se dejaba tocar á todas las
partes del cuerpo sin alterarse, y así no me atreví á pensar que pudiera ser
el mio. Alzábanle los piés y manos, dándole palmadas en el pecho y en las
ancas, estando él con mucha paciencia y mansedumbre: yo estaba
desconfiado de que pudiera ser el mio, pero fuíme por un lado
disimuladamente, y púseme delante de él, aunque detrás del gitano, y en
viéndome amusgó las orejas, por el conocimiento, ó por el temor que me
tenia. Espantéme de ver su tan súbita y no esperada mudanza, y ví que
realmente era mi macho: mas no pude imaginar cómo le podia cobrar sin
dar testigos ó evidencia de cómo era mio; y así no me arrojé á decir que
era hurtado, y decia entre mí: ¿es posible que sean estos gitanos tan
grandes embusteros que en menos de veinte y cuatro horas hayan hecho
este macho de enjalma, y le hayan disfrazado de manera que me ha
puesto en duda el conocimiento de él, y que lo hayan hecho más manso
que una oveja, siendo peor que un tigre, y que no tenga yo modo para
cobrarlo manifestando mi justicia? Pero detúveme un poco, y lleguéme con
los demás á ver el macho, y alabándole, pregunté si era gallego.
Respondió el gitano: Vuesa merced, ceñor, á fé que sabe mucho de
bestiaz, y ha conocido bien la bondad de loz mejorez cuatro piéz que hay
en toda Andalucía. No ez gallego, mi ceñor, cino de Illezcaz, que allí lo
truqué por un cuartago cordovez, y aquí traigo el teztimonio. Será
levantado, dije yo entre mí, y junto con esto lo mostró. Ofrecióseme traza
para cobrarlo fácilmente, y lleguéme á un hidalgo, á quien ví que todos
respetaban, que era de los antiguos criados de aquella casa, llamado
Angulo, y le dije: Señor, este macho me han hurtado esos gitanos, y
aunque trae enjalma, es de silla; y aunque parece que traen testimonio, es
95
falso. Á lo cual me dijo el hidalgo: Mire, señor estudiante, que conocemos
este gitano de mucho tiempo acá, y nos ha tratado siempre verdad. Pues
ahora, respondí yo, no la trata, y haciendo vuesa merced las diligencias
que yo le suplicaré, se verá con evidencia la verdad que tengo dicha; y
vuesa merced está inclinado á comprarlo porque le parece manso, siendo
peor que un demonio.
Pues ¿puede ser fingida, preguntó el hidalgo, aquella mansedumbre y
bondad? Sí señor, respondí yo, porque lo han emborrachado; y no hay
bestia tan feroz ni maliciosa que echándole de grado ó por fuerza una
azumbre de vino en las tripas, no se amanse más que una oveja: y por
esto haga vuesa merced lo que yo le suplicaré, y saldrá de este engaño,
viendo que el macho es malicioso, y que es mio. Y lo primero digo á vuesa
merced que se lo llegue á comprar, y dígale esto y esto, hablándole algo al
oido, é informándole de todo lo conveniente. Fuése el hidalgo, despues de
bien informado, al gitano, y mirando el macho, le dijo: Yo estoy muy
contento de esta bestia, y la comprára si tuviera silla y freno, porque tengo
de hacer un viaje muy largo. El gitano se holgó mucho de ello, y trajo la
silla y el freno, diciendo que era el mejor caminador del mundo, y que por
pensar que para el campo se venderia más presto, le habia puesto la
enjalma. En viendo el hidalgo la silla y el freno, halló que conformaba con
las señas que yo le habia dado, y haciendo lo que yo le habia dicho al
oido, llevólo á su casa, asegurando á los gitanos que lo queria probar; y
túvolo hasta tanto que se gastaron los humos del vino encerrado en su
casa. Hecho esto llamó al gitano, y díjole que subiese en el macho y
caminase un cuarto de hora fuera del pueblo. Subió, aunque era muy
suelto, con mucha dificultad, por la poca seguridad del macho, que
gastada la suavidad del vino, tornó á su ruin natural, y caminando como un
viento, en saliendo de las casas, con la misma furia que llevaba dió
consigo y con el gitano en tierra, y cogiéndole una pierna debajo, se
revolcó de manera, que fué bien necesaria la ligereza del gitano para que
no se la quebrase. Acudió aquel hidalgo desengañado ya de la
bellaquería, y le dijo riéndose: ¿Qué desgracia es esta, Maldonado?
Señor, dijo el gitano, como está holgado, y mal herrado, se echa con la
carga. Y riéndose más el hidalgo, dijo: Pues alzadle los piés, veamos si há
menester herradura. Alzóle un pié, y dióle una patada en el carrillo
izquierdo, con que le dejó señalada la herradura y los clavos; díjole el
hidalgo: Mal se conoce lo que no se ha criado, hermano Maldonado; si vos
hubiérades tratado y conocido esta bestia, ni os engañárades, ni nos
engañárades. En lo ajeno dura poco la posesion: íbades con aquel refran:
96
quien no te conoce te compre. ¿Por qué pensábades que os preguntó el
dueño si era gallego, sino porque como tal os habia de dar la coz que os
dió? Vos queríades herrarlo; ¿mas él no os herró á vos? ¿cogistes ayer el
macho, y queríades hoy venderlo? Huélgome de saber que tambien sois
nigromántico, pues desde ayer habeis venido de Illescas. Señor, dijo el
gitano, yo hice como gitano, y su merced ha de sufrir como caballero; bien
eché de ver que este señor sabia de bestias. Descubierto el hurto con la
evidencia posible, me dieron mi macho, y me avié camino de Málaga,
pasando por Lucena, donde llegando un poco tarde, reposé y comí un
bocado, y pensando llegar aquella noche á Benamejí, cuyo camino yo no
sabia, partíme con la relacion que me dieron. Las leguas son más largas
de lo que yo me pensaba; el camino estaba lleno de lodo, porque la noche
antes habia llovido muy bien. Yo por priesa que me dí con mi macho, me
anocheció una legua antes de llegar á un riachuelo que está entre Lucena
y Benamejí. Halléme confuso, por ser la noche oscura, y caminar sin guia,
sin encontrar á quien preguntar por el camino, que era domingo en la
noche, cuando todos los labradores están en sus casas. Al fin poco á
poco, muchas veces tropezando, y algunas cayendo, llegué al rio, y en
pasando no hallé camino por la otra parte, por una costumbre que tienen
los labradores en aquella tierra, que es para desviar los caminantes, para
que no les entren por el sembrado, cavar por aquella parte por donde
suelen hacer senda los caminantes. Salió del rio mi macho lo mejor que
pudo, y echó á mano derecha por un cerro que tenia muchas sendas de
ovejas, ó de cabras. Llegó á lo más alto que pudo, y estaba tan empinado
el cerrillo, que en acabándose la senda ni pude ir adelante, ni volver atrás.
Víme en un gran peligro, porque si queria bajar con el pié derecho, habia
de rodar por la sierra abajo hasta llegar á un arroyo salado, donde cuando
bien librára llegára la cabeza llena de chichones. Roguéle al macho con
mucha humildad que me hiciese la merced de estarse quedo mientras
bajaba al revés; pero al tiempo que le mandé que volviese por la sendilla
que habia subido, él iba tan cansado que se echó, y echándose, como el
cerro estaba tan empinado rodó hasta el arroyo salado; yo volví por la
senda, hasta llegar al arroyo, y fuí á mi desdichado macho, y lo que pude,
ayudéle á levantar, que estaba tan molido que fué menester animarle con
sopa en vino, y llevándole del diestro lo más poco á poco que pude, fuí
considerando que todo aquello me sucedia por no haber tenido respeto á
la fiesta, caminando y haciendo el viaje que se pudiera hacer otro dia; que
al fin como las fiestas son para dar gracias á Dios y no para hacer
jornadas, no puede haber quietud para hablar con Dios despacio. Que
trabajando en los dias que la Iglesia tiene dedicados para Dios, no
97
solamente no aumenta el provecho, pero por mil caminos viene el daño,
como me sucedió esta noche, que yendo con mi macho á mano izquierda
por una ladera arriba, yendo yo por la parte de abajo por animarlo, deslizó,
y cogióme debajo; aunque no fué mucho el daño, porque pude fácilmente
salir, y dándole sopa en vino pudo subir hasta que descubrí en lo alto del
cerro un cortijo, donde me llegué con toda la humildad del mundo; y
aunque dí muchos golpes no me respondian, porque habia mucha gente,
que se habia juntado allí aquella noche por ser dia de fiesta.
Al fin, dí tantos golpes, que me respondió un mozo, y diciéndole con la
necesidad que venia, respondióme que me fuese en hora buena; y
tornando á llamar, acudió el aperador del cortijo, que en todas sus
acciones pareció ser muy hombre de bien, y abriéndome la puerta acudió
á mi necesidad y al cansancio de mi macho, y díjome: Perdone vuesa
merced, que por estar dando voces sobre una serilla de higos que estos
mozos me habian hurtado, no pude responder tan presto. Pues si no es
más de por eso, dije yo, no le dé pena, que yo le diré quién se la hurtó.
Ángel será vuesa merced, respondió él, y no hombre, si me dice eso.
Déjeme reposar, dije yo, y se lo diré. Descansé un rato, y mi macho cenó
lo mejor que pudo; yo cené un muy gentil gazpacho, que cosa más
sabrosa no he visto en mi vida, que tanto tienen las comidas de bueno,
cuanto el estómago tiene de hambre y de necesidad. Fuera de que el
aceite de aquella tierra y el vino y vinagre es de lo mejor que hay en toda
la Europa. Habiendo cenado, y estando todos los mozos alrededor, le dije
al aperador: Este dornajo en que habemos cenado ha de descubrir el hurto
de los higos. Dijo uno entre dientes: aun seria el diablo la venida del
estudiante. Pedíle al buen hombre un poco de aceite y almagre, y sin que
los mozos lo viesen unté el suelo del dornajo con una mezcla que hice del
aceite y almagre, y pedíle un cencerro de las vacas, y poniéndolo debajo
del dornajo dije, con voz que lo oyeron todos, habiendo puesto el dornajo
más adentro, donde estaba el pajar: Pasen todos uno á uno, y den una
palmada en el suelo del dornajo, y en pasando el que hurtó los higos
sonará el cencerro. Fueron todos uno á uno, y dió cada uno su palmada en
la almagre, y no sonó el cencerro que es lo que todos esperaban. Llaméles
á todos, y díjeles que abriesen las palmas de las manos, las cuales tenian
todos enalmagradas, si no era él uno de ellos; y así les dije á todos: Este
gentil hombre hurtó los higos, que porque el cencerro no sonase no osó
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poner la mano en el dornajo. Él se puso colorado como un escaramujo, y
los demás estuvieron toda la noche reventando de risa y dándole matraca,
y el aperador muy agradecido de haber hallado sus higos, y yo muy
contento del buen acogimiento: y por el buen hospedaje dejéle dos
cuchillos damasquinos, con que por poco le corta las orejas al ladron de
los higos.
99
Descanso XVII
Habiendo descansado aquella noche lo que parecia que bastaba para los
trabajos de mi macho, fuí á rogarle que se animase, y gruñendo alzó la
pata, y al mismo tiempo díle un palo, con que se le acordó el trabajo
pasado. Sosegóse luego, y echéle la silla; caminé á Benamejí, que estaba
muy cerca, y aunque quise pasar sin que me viese pasar el señor
Benamejí, el bellaco del macho se arrojó en su casa, y fué forzoso
descansar allí un rato. Al fin, por abreviar el cuento, llegué á Málaga, ó por
mejor decir, paréme á vista de ella en un alto que llaman la cuesta de
Zambara. Fué tan grande el consuelo que recibí de la vista de ella, y la
fragancia que traia el viento, regalándose por aquellas maravillosas
huertas cubiertas de todas especies de naranjos y limoneros y llenas de
azahar todo el año, que me pareció ver un pedazo de paraíso, porque no
hay en toda la redondez de aquel horizonte cosa que no deleite los cinco
sentidos. Los ojos se entretienen con la vista de mar y tierra, llena de tanta
diversidad de árboles hermosísimos como se hallan en todas las partes
que producen semejantes plantas; con la vista del sitio y edificios, así de
casas particulares como de templos excelentísimos, especialmente la
iglesia mayor, que no se conoce más alegre templo en todo lo descubierto.
Á los oidos deleita con grande admiracion la abundancia de los pajarillos,
que imitándose unos á otros, no cesan en todo el dia y la noche su
dulcísima armonía, con un arte sin arte, que como no tienen consonancia
ni disonancia, es una confusion dulcísima que mueve á contemplacion del
universal Hacedor de todas las cosas. Los mantenimientos abundantes y
substanciosos para el gusto y la salud. El de la gente muy apacible, afable
y cortesano, y todo es de manera que se pudiera hacer un grande libro de
las excelencias de Málaga, y no es mi intento reparar en esto. Negocié á lo
que venia en aquella santa iglesia, de donde se pueden sacar muchos
sugetos para obispos y oidores, y para gobernar el mundo, entre los
cuales hallé un prebendado amigo mio, hombre bien nacido, de grandes y
superiores partes, muy digno de estimarse, apasionado, porque sin razon
le ofendian las ausencias, hombres que por ningun camino podian correr
parejas con él. Que de la misma manera que la envidia no se halla ni se
cria sino en pechos olvidados de la buena educacion y partes, así acomete
siempre á los que las poseen, y resplandecen en actos de ciencia y virtud.
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Que les parece que reconocer superioridad y ventaja á quien se la tiene es
perder el derecho que tienen á la descortesía, á quien se crian
subordinados, por falta de buen entendimiento y sobra de mala voluntad.
Quejábase que habiendo hecho grandes bienes á un hombre que siempre
habia tenido pocos ó ningunos, y habiéndole librado de cosas de que él
por ningun camino tuviera trazas ni modo para librarse, no solo no le
agradecia, pero buscaba caminos por donde pudiese escurecer las buenas
obras recibidas. Vílo con determinacion de volver la hoja, y vengarse de él
por la mejor via que pudiese; pero atajéle con advertirle que arrepentirse
del bien que habia hecho no cabe en ánimos nobles.
Pues hacer mal, dije, al quien hicistes bien, arguye poca firmeza y
constancia en el valor del ánimo. Vengaros por tribunales es yerro notable,
porque nunca las ofensas manchan, hasta que lleguen á tan miserable
estado; especialmente que si vos me decís que es hombre desadornado
de partes heredadas ó adquiridas, ¿qué agradecimiento os ha de tener á
vos, si no agradece á Dios haberle puesto en el estado que no merecia, ni
pensó merecer? Y pregúntoos, ¿quién hizo mal, él ó vos? Respondióme:
Claro está que él. Pues enójese él, dije yo, que hizo tan gran maldad,
como no agradecer; que vos que no hicisteis mal, no teneis de qué
sentiros, sino de que estar muy contento. Y no querais desmerecer con
Dios la buena obra que hicisteis. Consolóse de manera que si habia sido
mi amigo hasta allí, por este consejo creció mucho más la amistad. Y
realmente, la quietud del ánimo no admite alteraciones advenedizas de
pechos, é intenciones, en quien se asienta mal la paz y tranquilidad del
alma. Hánse de huir semejantes recuentros, por el mejor medio que fuere
posible; y si es forzosa la comunicacion, como sucede en comunidades,
usar de ella en solo aquello que no puede escusarse, llevando siempre por
guia la justicia y la verdad, de manera, que los que viven con cuidado de
hallar en qué tropezar, se corran y confundan; y cuando no sucediere
como se desea y como seria razon, á lo menos quedará muy seguro en su
conciencia y desapasionado quien así lo hubiere hecho. Que el hombre
constante, y de ánimo quieto, á sí propio se ha de temer y guardarse de sí
más que de los contrarios. Si le ofenden con razon, calle por sí propio, y
enmiéndese de la culpa; si le murmuraren sin ella, consuélese, viendo que
está libre de calumnia. De suerte, que por todos caminos, el silencio es
refugio y acogida de los agravios con malicia. Pero tornando á lo primero,
101
¿por qué pensais, le dije, que dicen ordinariamente: nunca falta un Gil que
me persiga? que no dicen un don Francisco, ni un don Pedro, sino un Gil,
es porque nunca son perseguidores; sino hombres bajos como Gil
Manzano, Gil Perez; ni para verdugos y comitres buscan, sino hombres
infames y bajos, enemigos de piedad, bestias crueles, sin respeto ni
vergüenza, inclinados á perseguir á la gente que ven levantarse en actos
de virtud, como este miserable de quien os quejais. De estos la
comunicacion por ningun camino es buena, porque no son capaces de
hacer bien, ni pueden dejar de hacer mal; lo cual se ataja, no
conociéndolos para que no lo hagan. Pues suele pasar, dijo, por cerca de
mí, sin quitarme el sombrero. Eso, dije yo, ó será por descuido, ó por
descortesía. Si por descortesía, enójese como tengo dicho consigo propio,
porque ha hecho mal, y no os enojeis vos por los pecados del otro, que fué
descortés y mal criado. Que vos no os habeis de alterar, no habiendo
cometido culpa: y si se hace por descuidado, consigo trae la disculpa;
porque los que caen en esta inadvertencia, no podemos juzgar si van
pensativos, ú ocupados por imaginaciones de negocios que pueden
suceder por muchas cosas, é inculpados, de que no podemos ser jueces,
no tener ciencia, ni razon de sentirnos y alterarnos. Y en esto de las
cortesías, no tenemos de qué enfadarnos. Lo uno, porque el no usarla con
nosotros, no es por culpa nuestra. Lo otro, porque quien da, no da más de
lo que tiene, y quien no tiene cortesía, no es mucho que no la dé, y la regla
general es, que en ninguna manera habemos de tomar fastidio de lo que
no sucede por culpa nuestra, que los descorteses su castigo tienen acerca
de quien los conoce.
102
Descanso XVIII
Saliendo de Málaga, me paré entre aquellos naranjos y limoneros, cuya
fragancia de olor con gran suavidad conforta el corazon; y púseme á mirar
y considerar la escelencia de aquella poblacion que así por la influencia
del cielo, como por el sitio de la tierra, escede á todas las de Europa en
aquella cantidad que su distrito abraza. Y estando en esta contemplacion,
ví venir hácia mí una cosa que parecia hombre sobre una mula hablando
entre sí á solas, con un movimiento de brazos, meneo de rostro y
alteracion de voz, como si fuera hablando con alguna docena de
caminantes. Volví la rienda á mi macho, picándole con toda la priesa
posible, antes que pudiese llegar á mí, porque le conocí la enfermedad;
que para huir de un hablador de estos querria tener, no solamente piés de
galgo, sino alas de paloma; y si ellos supiesen cuán odiosos son á cuantos
los oyen, huirian de sí propios. Que la locuacidad, fuera de ser enfadosa y
cansada, descubre fácilmente la flaqueza del entendimiento, suena como
vaso vacío de substancia, y manifiesta la poca prudencia del sugeto, y
tiene tan buena gracia con las gentes, que jamás son creidos en cosas
que digan, porque aunque sea verdad, va tan derramada, ahogada y
desconocida entre tantas palabras, como el olor de una rosa entre muchas
matas de ruda: son estos habladores como el helecho, que ni da flor ni
fruta: son el raudal de un molino, que á todos los deja sordos y siempre él
está corriendo. No hay toro suelto en el coso que tanto me haga huir como
un palabrero de estos, y en resolucion no hay buen rato en ellos sino
cuando duermen, como me sucedió en este, que por mucha priesa que me
dí á huir, me alcanzó y saludó como el verdugo por las espaldas, y apenas
le hube respondido, cuando me preguntó adónde iba, y de dónde era. Á lo
primero le respondí, mas á lo segundo no me dió lugar á que le
respondiese, y prosiguiendo me dijo: Pregunto de dónde es vuesa merced
porque yo soy del reino de Murcia, aunque mis padres fueron montañeses,
de un linaje que llaman los Collados. Á lo menos no callados: miréle
mientras iba hartándose de hablar (si pudo ser) que tenia razonable
cuerpo y talle, aunque era con un gran defecto que era zurdo, y queria
parecer derecho. Que aunque la fealdad del zurdo es grande, tengo por
peor la del que disfraza, ó quiere disfrazar la falta natural, porque arguye
doblez y artificio en lo interior de la condicion; y siendo este género de
103
hombres tan conocidos por este defecto, como los eunucos por el de las
barbas, así quieren persuadir á que no lo son, como estotros á que no han
llegado á edad de barbar, y los unos y los otros con querer negarlo, ó
disimularlo, dan á entender cuán grande falta es, pues la niegan.
Este buen hombre, jugando de una y otra mano, y arqueando las cejas,
que tenia grandes, con dos rayas entre ellas profundas, ojos aunque no
pequeños, cerrados siempre que hablaba, como si con los ojos se oyera, y
todo el rostro acabronado, quiero decir, libre, alto y desvergonzado; dijo mil
disparates, á que yo nunca estuve atento, porque le conocí luego. Contó
valentías suyas, á las cuales yo estuve tan atento, como á todo lo demás,
de suerte que nunca me dió lugar para responderle á lo que me habia
preguntado, hasta que habiendo andado dos leguas, como de tanto hablar
habia gastado la humedad del celebro, labios y lengua, en una venta que
llaman del Pilarejo, pidió un jarro de agua, y en comenzando á beber le
respondí á su pregunta, diciendo: De Ronda. Quitóse el jarro de la boca, y
díjome: Huélgome porque voy hácia allá de llevar tan buena compañía.
Tornó el jarro á la boca, y mientras acabó de beber, le dije: Antes es la
peor del mundo, porque no hablaré palabra en todo el camino. ¿Esa virtud
del silencio, dijo, tiene vuesa merced? Será prudente y estimado de todo el
mundo, que del poco hablar se conoce la prudencia de los sabios, que es
una virtud con que un hombre asegura los daños que por su causa sola
pueden venir. Yo no soy amigo de hablar: cuando dan tormento á alguno si
no habla ni confiesa, lo tienen por valeroso, por haber callado lo que le
habia de dañar. En un banquete, los callados comen más y mejor que los
otros, y hablan menos, porque oveja que bala bocado pierde, aunque yo
no soy amigo de hablar. El sueño tan importante para la salud y vida, ha
de ser con silencio. Cuando uno está escondido, como suele suceder, en
casa ajena, por callar se salva, aunque se le salga algun estornudo. Que el
silencio es virtud sin trabajo, que no es menester cansarse con libros para
callar. El callado está notando lo que los otros hablan, para echárselo
despues en cara. Yo no soy amigo de hablar. Con estos disparates y otros
tan materiales, iba alabando el silencio, y cansándome á mí y prosiguiendo
con su inclinacion, dijo: Yo no soy amigo de hablar, sino por entretener en
el camino á vuesa merced, que me parece hombre principal, voy aliviando
el cansancio. Yo busqué mil invenciones para librarme de él, y seguir mi
camino á solas: pero no fué posible dejarlo, y al fin le dije: Señor, yo tengo
necesidad de apartarme á la mano izquierda, y pasar este rio, porque
tengo qué hacer en Coin. ¿Pues por tan desconversable me tiene vuesa
merced, dijo él, que no le habia de acompañar? Él prosiguió, y como no
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salió bien lo primero, fuíme divirtiendo con los ruiseñores, que nos daban
música por el camino, admirándome de ver con cuánto cuidado se van
poniendo delante de los hombres para que oigan la melodía de su canto, á
veces llevando el canto llano con la quietud del tenor, y luego con la
disminucion del tiple, convidando al contrabajo á que haga el fundamento,
sobre que van las voces saliendo á veces sin pensar con el contralto.
Concierto no imitado de los hombres, sino enseñado á los hombres, á
quien sirven con gran cuidado de darles gusto, pues en la orilla de aquel
rio, y en cualquiera parte que los haya, tanto con más escelencia usan de
su armonía, cuanto más cerca se hallan de los hombres. Con esto pude
disimular, y sufrir algun tanto la gotera y continuacion de este impertinente
hablador, hasta que llegamos á una venta, donde fué forzoso comer. En
acabando yo me hice enfermo, por quedarme sin él, mas él dijo: Juntos
salimos de Málaga, juntos habemos de llegar á Ronda; que como yo
callaba y él hablaba cuanto queria, le parecí bien para compañía. Víme
cansado, atajado y molido; porque aunque confieso de mí que sé usar de
la paciencia en muchas cosas, sé que no la tengo para oir hablar mucho y
prolijamente, y así me determiné á usar del remedio contra los habladores,
que es hablar más que ellos. En acabando de comer el buen hombre,
estendiendo los brazos con un gran bostezo, comenzó á decir: Por aquí
pasó el Rey Don Fernando y su gente, cuando despues de ganada Ronda
vino sobre Málaga, y habiéndole faltado recursos, por los muchos gastos
que se le habian recrecido, y por haber acosado á los pueblos
circunvecinos con los contínuos rencuentros, trazas y estratagemas de
que habia usado por ganar á Ronda, estuvieron dos ó tres dias los
soldados sin recibir mantenimiento, por donde pensaron perecer de
hambre. Yo le atajé con gran furia, diciendo: Y aun yo me acuerdo, que lo
oí contar á mi bisabuelo, que habia traido de la campiña de los pueblos
circunvecinos de cristianos de Ronda una gran manada de ganado de
cerda, de que ahora hay más abundancia que en toda España, para
mantenimiento del real: como se hubiese acabado ya todo el ganado
vacuno, y quedasen algunos cochinos, mandó el Rey Católico que le
guardasen una docena de ellos, y que por ningun camino tocasen á ellos,
por ser grandes y largos, para casta. Como los soldados, gente sin
paciencia, se veian perecer de hambre, y la provision que esperaban se
tardaba, aunque estaban atrincherados, y cercados de enemigos de toda
la Hoya de Málaga, donde por fuerza habian de vivir con recato; vieron dos
ó tres camaradas que se habian desmandado los puercos hácia la
espesura de estos árboles, por la ribera del rio, que como llevaban
seguridad y salvoconducto, nadie tocaba á ellos. Acudió un arcabucero de
105
la camarada, y por entre las ramas le encerró dos balas en el cuerpo á un
cochino de aquellos. ¡Arma, dijeron todos, arma, enemigos, arma! Púsose
todo el real en arma; los soldados arrastraron el puerco hácia su tienda, y
metiéronlo entre la ropa de un baul. Acudieron á todas las partes por
donde se podia temer flaqueza ó peligro, porque en semejantes ocasiones
ninguno sino los centinelas puede disparar un arcabuz; y como hallaron
seguridad, mandóse que se hiciese pesquisa por un sargento mayor
adónde y por qué se habia disparado el arcabuz: echóse de ver que habia
sido por la muerte del cochino. Los tres soldados con los piés borraron el
rastro de la sangre, y envolviéndole entre sus vestidos y camisas, lo
encerraron en el suelo del baul, que le sirvió de sepulcro hasta que llegó el
sargento mayor, é informándose de tienda en tienda. Llegando á la de los
soldados, negando ellos lo del cochino, llegó el sargento mayor á mirar
detrás del baul, y en meneándolo, el cochino de lo entrañable de las tripas
en contrabajo dió un profundo gruñido, porque no era muerto, y secundó
con otro más recio.
El sargento mayor, que se enteró del caso, y padecia tanta hambre como
ellos, mirólos sin hablar palabra. Ellos erizado el cabello, temblándoles las
manos, y confuso el rostro, cuando entendieron que los habia de ahorcar,
ó hacer otro castigo muy grave, el sargento mayor, poniendo el dedo en la
boca, les dijo: Envíenme mi parte, y comamos todos. Con mucha
disimulacion tornó á su pesquisa de tienda en tienda, y cuando llegó á la
suya, halló entre unos drapos sucios la parte del cochino, que le pareció
que habia venido del cielo. Entonces dijo el hablador: Pues á propósito de
esto contaré: y al momento atajéle con decir: Pues no paró aquí, ni he
contado la mitad del cuento, y diciendo mil disparates, semejantes á los
pasados, lo rendí de manera que cogió su mula y se fué camino de Alora
sin despedirse, y yo me quedé en la venta de Don Sancho, descansando
de lo mucho que habia hablado y habia sufrido hablar, que con ser el
medio con que se entienden los hombres unos con otros, la demasía
destruye el buen fin para que fué concedido á los hombres, y no á los
demás animales; la comunicacion del hablar, y la dulzura de la lengua que
tantas excelencias tiene, y que ella es el intérprete del alma, satisfactoria á
lo que le preguntan, exhortadora al bien, consoladora en el mal, relatora
fiel de las sentencias, medianera en las amistades, agradable para el oido,
en la soledad compañera, declamadora para persuadir, y voz para
106
comunicarnos. Dejo otros muchos provechos, que aunque son materiales,
son muy necesarios, como es traer la lengua el mantenimiento de una
parte á otra, para que si está muy caliente se temple, y si está frio se
acaliente, y baje al estómago, de manera que lo abrace bien. Mas, ¿qué
asquerosa y babosa fuera la boca, si no hubiera lengua que recogiera la
saliva que sin licencia se destila del celebro, y sube del estómago? ¿Como
si pudiera arrancar la flema del pecho si no ayudara la lengua? ¿Quién
negará la gracia que tiene para pedir, y la desgracia para despedir?
Maravillosas propiedades tiene para lo material.
107
Descanso XIX
Pero ¿quién, ó cómo podrá decir las calidades de la lengua, aunque ella
propia tuviese su libre alvedrío sin tener dependencia de otra parte, para
hablar de sí? Dicen algunos que es de hechura de hierro de lanza, y
engáñanse, porque ni es tan ancha por lo ancho, ni tan puntiaguda por el
remate. Á mí me parece que tiene hechura de cabeza de culebra; y quien
quisiere advertir en ello, véala mirándose á un espejo, y hallará lo que
digo: verá el fácil movimiento que tiene, más veloz que todos los demás
miembros del cuerpo, como de su movimiento propio se alarga y se
encoge, se angosta y ensancha, con qué ligereza sube á lo alto de la
boca, y baja á lo bajo, y se mueve al un labio y al otro, cómo sale afuera, y
vuelve adentro, sin ver con qué se alarga, ni dónde se encoge: y mirándola
con todos estos accidentes parece víbora que está á la boca de su cueva
para salir ó no salir. Y en fin sale, teniendo en su guarda y defensa los dos
adarves de dientes y labios, que le estorban la libertad del hablar, pero no
por eso deja de hablar cuanto le mandan, y algunas veces mucho más de
lo que le mandan. Vicio infame, y que ordinariamente se halla en gente
muy humilde, como pescaderas y lavanderas; y si son hombres, son
semejantes en nacimiento y costumbres, que si pensasen cuánto importa
para la quietud de la vida y seguridad de la muerte, antes querrian ser
mudos que hablar tanto y tan mal. Mil veces he pensado por qué llaman á
estos deslenguados, teniendo tan larga la lengua. Y dejadas otras
razones, digo que como hablan tanto, y tan mal, parece que han de tener
la lengua gastada y consumida de hablar; y por eso les llaman
deslenguados, siendo lenguados, y aun acedías, pues tantas engendran
en quien los sufre. Y dije que parece la lengua cabeza de culebra, porque
tan dispuesta se halla para picar ó morder, como para alabar ó persuadir.
Mas ¡cuán dulce cosa es decir bien! ¡Qué de amigos se grangean por ello,
y qué de enemigos por lo contrario! En cuantas pesadumbres suceden en
el mundo habria templanza y moderacion, si la hubiese en la lengua, que
por ella se traban cuantas pendencias suceden en las comunidades ó
cabildos. ¡Qué fácil cosa es conceder una verdad, y qué dificultoso
contradecirla! Pues al fin no se ha de dar razon conveniente para
derribarla. El contradecir la verdad, por salir (como dicen) cada uno con la
suya, bien se echa de ver que es estimarla en poco, y su misma
108
reputacion. Que aunque por algunos respetos le dejan salir con su
intencion, al fin todos echan de ver la vanidad que sustentaba, y él queda
corrido y arrepentido; y á todos los que se aprovechan mal de la lengua les
viene luego el pesar al pié de la obra. Tristes de aquellos que ponen su
justicia en la confianza de su ruin lengua, que si por ese camino la
alcanzan, toda la vida pasan con escrúpulo, y la muerte sin restitucion
(quizá me engaño). Todas las heridas que un hombre da con el brazo
paran allí donde se recibe el daño. Si ofende con la pisada no pasa de allí
el daño. Pero la herida que hace la lengua (como dice el doctísimo Pedro
de Valencia) va cundiendo y extendiéndose de la misma manera que el
movimiento que hace una piedra en un charco de agua, que á todas partes
se va estendiendo, ó como la voz que se da al aire, que á todas partes
corre, y va creciendo, que la palabra una vez echada no sabe volverse á
su dueño, ni es señor de lo que pudo retener en sí y lo dejó ir. Llaman
satírico de pocos años á esta parte al que tiene ruin lengua; mas
impropiamente, que no tiene lo uno parentesco con lo otro: porque las
sátiras no nacen de la ponzoña de la lengua, sino del celo de reprehender
un vicio, que por ser insensible él en sí, se reprehende en quien lo tiene.
Mas la hambre y sed de la ruin lengua no tiene discurso como el que
compone la sátira; y si lo tuviese, ó espacio para pensar los
inconvenientes, no se arrojaria tan fácilmente contra la honra del prógimo.
Aquel filósofo que preguntándole cuál era el animal más ponzoñoso en la
mordedura, respondió que de los bravos el maldiciente, y de los mansos el
lisonjero, no declaró cuál se llama verdaderamente lisonjera, que
realmente la lisonja es una mentira dicha con blandura en alabanza del
presente: como si á un hombre ignorante le llamasen sabio, ó á la mujer
fea la llamasen hermosa.
Esta es realmente adulacion y conocida lisonja, y es grande maldad
decirla, y mayor ignorancia consentirla; pero no se llamará lisonja á la
mujer que es medianamente hermosa y parece bien, llamarla muy
hermosa, ni al hombre que tiene razonable talle, decirle que es gentil
hombre; ni lo será al que canta á gusto de quien lo oye, decirle que es un
Orfeo, ni al que es muy razonable poeta decirle que es un Horacio, que
algo se ha de añadir para que los ánimos se alienten á pasar adelante con
los actos de virtud; porque si la honra es el premio de la virtud (como lo es)
¿cómo sabrá el virtuoso la opinion que tiene en el pueblo si no se lo dicen
109
en su cara, y le animan para que prosiga en merecer más y más cada dia?
Así que decirle bien de sí propio al que tiene en qué fundarlo no es lisonja,
sino dejarlo sabroso para que no cese en su buen propósito; y el que lo
dice, sabiéndolo decir, se acredita de afable, y de juez que conoce lo que
se debe á las buenas partes. ¿Quién será tan inhumano que tenga por
lisonja decirle á Lope de Vega que no ha habido en la antigüedad más
escelente ingenio por el camino que ha seguido? ¿Ni tan bruto que porque
el otro sabe echar cuatro pullas con donaire, diga que es gran poeta?
Todos estos son oficios de la lengua, que si es como la de aquel hablador,
todo lo destruye y todo lo daña, así solapando el mal, como
desacreditando el bien; porque en la demasía es imposible caber los actos
de justicia, y más si el hablar mucho cabe en una mujer ignorante y
hermosa, que para un hombre de recogimiento y estudio hace más ruido y
ocupa más en una casa que un corral de doscientas gallinas. El hablar
mucho está lleno de mil inconvenientes, y pocos habladores ó ningunos he
visto enmendados; porque cuanto más viven y duran, crece más la licencia
del hablar y el parecerles que lo pueden hacer. El hablar con moderacion
regala el oido, cria voluntad y amor en quien lo oye, y hace una armonía
en el oyente, que no hay cuatro voces concertadas que así lo suspendan.
Mas, ¿qué fuera de la música de voces si no hubiera lengua que
pronunciára las sílabas y formára los puntos? Parecieran los músicos
vacas en acequias, ó azudas en procesion. Y aunque yo use mal del
precepto que doy en hablar poco, no puedo dejar de condenar un género
de gentes que en comenzando á hablar son como rueda de cohetes, que
hasta que ha despedido toda la pólvora no para. Son descorteses si no
oyen lo que les responden, y se hacen odiosos á todo el mundo. Háse de
hablar lo necesario, respondiendo y dando lugar á que se responda con
silencio justo, ó ajustado con la conversacion, si pudiere ser con agudeza y
donaire, si no á lo menos con cordura, moderacion y aplauso, no
pensando que se lo han de hablar todo. Como divinamente hace Doña
Ana de Zuazo, que usa de la lengua para cantar y hablar con gracia,
concedida del cielo para milagro de la tierra. Ó como Doña María Carrion,
que si no fuera con tantas ventajas hermosa, con sola la cordura y gracia
de su lengua pudiera ser estimada en el mundo. No quiero traer en
consecuencia de esto á los grandes oradores, como es el Maestro
Santiago Pico de Oro, al Padre Fray Gregorio de Pedrosa, al Padre Fray
Plácido Tosantos, y el Maestro Ortensio, divino ingenio, el Padre
110
Salablanca, tan semejante en la vida á la escelencia de sus palabras, y
otros escelentísimos sugetos, que parece que hablan con lenguas de
ángeles más que de hombres. Pero para reprehender el mucho hablar he
yo hablado demasiado, por persuadir á quien tiene esta falta que se
reforme en ella. Aquella noche descansé en un pueblo que está cerca del
camino que llaman Cazarabonela, abundantísimo de naranjas y limones,
con muchas aguas y frescuras, aunque al pié de muy altas peñas.
111
Descanso XX
Por la mañana tomé el camino por entre aquellas asperezas de riscos y
árboles muy espesos, donde ví una extrañeza entre muchas que hay en
todo aquel distrito, que nacia de una peña un gran caño de agua, que salia
con mucha furia hácia afuera, como si fuera hecho á mano, mirando al
oriente, muy templada, más caliente que fria, y en volviendo la punta del
peñasco salia otro caño correspondiente á éste, muy helado, que miraba al
poniente; en lo primero el romero florido, y á dos pasos aun sin hojas, y
todo cuanto hay por ahí es de esta manera. Unas zarzas sin hojas, y otras
con moras verdes, y poco adelante con moras negras. Todo cuanto mira á
Málaga muy de primavera, y cuanto mira á Ronda muy de invierno, y así
es todo el camino. Por entre aquellos árboles muy lleno el camino de
manantiales y aguas, que se despeñan de aquellas altísimas breñas y
sierras, por entre muy espesas encinas, lentiscos y robles; y como solo
imaginando en las extrañas cosas que la naturaleza cria, cuando sin
pensar dí con una transmigracion de gitanos, en un arroyo que llaman de
las Doncellas, que me hiciera volver atrás si no me hubieran visto, porque
se me representó luego las muertes que sucedian entonces por los
caminos, hechas por gitanos y moriscos; como el camino era poco usado,
y yo me ví solo y sin esperanza de que pudiera pasar gente que me
acompañára, con el mejor ánimo que pude, al mismo tiempo que ellos me
comenzaron á pedir limosna, les dije: Esté en hora buena la gente. Ellos
estaban bebiendo agua, y yo les convidé con vino, y alarguéles una bota
de Pedro Jimenez de Málaga, y el pan que traia, con que se holgaron;
pero no cesaron de hablar y pedir más y más. Yo tengo costumbre, y
cualquiera que caminare solo la debe tener, de trocar en el pueblo la plata
ú oro que há menester para el espacio que hay de un pueblo á otro,
porque es peligrosísimo sacar oro ó plata en las ventas, ó por el camino, y
trayendo en la faltriquera menudos, saqué un puñado, con que les dí y
repartí limosna (que nunca la dí de mejor gana en toda mi vida) á cada uno
como me pareció. Las gitanas iban de dos en dos, en unas yeguas y
cuartagos muy flacos; los muchachos de tres en tres, y de cuatro en
cuatro, en unos jumentos cojos y mancos. Los bellacones de los gitanos á
pié, sueltos como un viento, y entonces me parecieron muy altos y
membrudos, que el temor hace las cosas mayores de lo que son; el
112
camino es estrecho y peligroso, lleno de raíces de los árboles, muchos y
muy espesos, y el macho tropezaba cuanto podia; dábanle los gitanos
palmadas en las ancas, y á mí me pareció que me las querian dar en el
alma; porque yo iba por lo más bajo y angosto, y los gitanos por los lados
superiores á mí, por veredillas enredadas con mil matas de chaparros y
lentiscos, que cada momento me parecia que me iban ya á pegar; y en
medio de esta turbacion y miedo, yendo mirando con cuidado á los lados,
moviendo los ojos, sin mover el rostro, llegó un gitano de improviso, y asió
del freno y la barbada del macho, y queriéndome yo arrojar en el suelo dijo
el bellaco del gitano: Ya ha cerrado, mi ceñor. Cerrada, dije yo entre mí,
tengas la puerta del cielo, ladron, que tal susto me has dado. Preguntaron
si lo queria trocar, y habiéndome atribulado del trago pasado, y de lo que
podia suceder; mas considerando que su deseo era de hurtar, y que no
podia echarlos de mí sino con esperanzas de mayor ganancia, con el
mejor semblante que pude, saqué más menudos, y repartiéndolos entre
ellos, dije: Por cierto, hermanos, sí hiciera de muy buena gana, pero dejo
atrás un amigo mio mercader, que se le ha cansado un macho en que trae
una carga de moneda, y voy al pueblo á buscar una bestia para traerla. En
oyendo decir mercader solo, macho cansado, carga de moneda, dijeron:
Vaya su merced en hora buena, que en Ronda le serviremos la limosna
que nos ha hecho. Piqué al macho, y le hice caminar por aquellas breñas
más de lo que él quisiera. Ellos quedaron hablando en su lenguaje de
gerigonza, y debieron de esperar ó acechar al mercader para pedirle
limosna, como suelen, que si no usára de esta estratagema, yo lo pasara
mal. Sabe Dios cuántas veces me pesó de haber dejado la compañía del
hablador, cuando hablára mucho y me enfadára, mas al fin no me pusiera
en el peligro en que estuve. Que realmente para caminar por enfadosa que
sea la compañía tiene más de bueno que de malo, y aunque sea muy ruin,
la puede hacer buena el buen compañero, no comunicándole cosas que
no sean muy justas. Y para tratar de lo que se ofrece á la vista, por el
camino es buena cualquiera compañía. Que bien nos dió á entender Dios
esta verdad cuando acompañó un brazo con otro, una pierna con otra, ojos
y oidos, y los demás miembros del cuerpo humano, que todos son
doblados sino la lengua, para que sepa el hombre que ha de oir mucho y
hablar poco. Iba volviendo el rostro atrás, para ver si me seguian los
gitanos, que como eran muchos, podian seguirme unos y quedarse otros;
pero la misma codicia que cebó á los unos detuvo á los otros, y así me
dejaron de seguir. Llegué al pueblo más cansado que llegára si no fuera
por miedo de los gitanos. Despues ví en Sevilla castigar por ladron á uno
de los gitanos, y una de las gitanas por hechicera en Madrid; pero despues
113
que estuve sosegado y sin alteracion, se me representó en aquellos
gitanos la huida de los hijos de Israel de Egipto. Iban unos gitanillos
desnudos, otros con un coleto acuchillado, ó con un sayo roto sobre la
carne: otro ensayándose en el juego de la correguela. Las gitanas, una
muy bien vestida, con muchas patenas y ajorcas de plata, y las otras
medio vestidas y desnudas, y cortadas las faldas por vergonzoso lugar:
llevaban una docena de jumentillos cojos y ciegos, pero ligeros y agudos
como el viento, que los hacian caminar más que podian. Dios me ofreció y
deparó aquella estratagema, porque los gitanos eran tantos que bastaban
para saquear un pueblo de cien casas. Reposé y comí en aquel pueblo, y
á la noche llegué á Ronda, donde hallé á mis mercaderes muy deseosos
de verme y muy adelante en su trato. Lo que allí me pasó no es de
consideracion, porque en una feria tan caudalosa son tantos los enredos,
trazas, hurtos y embelecos que pasan, que para cada uno es menester
una historia. Yo no iba á tratar ni á contratar, sino á negocios de mis
estudios, y visitar mis parientes; pero servíles á los mercaderes de
gozquecillo, para mostrarles algunas cosas muy notables y dignas de ver
que tiene aquella ciudad, así por naturaleza, como por artificio, como es el
edificio famoso de la mina por donde se proveia de agua siempre que
estaba cercada de contrarios.
Esta ciudad fué reedificada de las ruinas de Munda, que ahora llaman
Ronda la vieja: ciudad donde tan apretado se vió César de los hijos de
Pompeyo, que confiesa él mismo que siempre peleó por vencer, y allí por
no ser vencido. Está edificada sobre un risco tan alto, que yo doy fé que
haciendo sol en la ciudad, en la profundidad, que está dentro de ella
misma, entre dos peñas tajadas, estaba lloviendo en unos molinos y
batanes, que sirven á la ciudad, de donde subian los hombres mojados; y
preguntándoles de qué, respondian que llovia muy bien entre los dos
riscos que dividen la ciudad del arrabal. Dígolo á fin de que cuando esta
ciudad se edificó, por la falta que habia de fuentes arriba les fué forzoso
hacer una mina, rompiendo por el mismo risco hasta el rio, que no hay en
toda ella cosa que no sea de la misma dureza de la piedra, en que hay
cuatrocientos escalones, poco más ó menos, por donde bajaban por agua
los míseros esclavos cautivos, en el cual trabajo morian algunos; y se tiene
por tradicion antigua que una cruz que yo he visto al medio de la escalera,
la hizo un cristiano, que del mismo trabajo reventó, con la uña del dedo
114
pulgar, tan honda, que fuera menester más que punta de daga para
hacerla. Es de la misma grandeza de rayas que un Cristo que está en la
iglesia antigua de Córdoba, hecho por manos de otro santo cautivo, y con
el mismo trabajo. Algunos han dicho que tan insigne obra no pudo ser
hecha sino de romanos. Pero hay en contrario una piedra grande que está
en el fundamento de la torre que llaman del homenage, que está escrita de
letras latinas, y están vueltas hácia abajo, que si supieran leerlas no la
pusieran al revés. Fuera de que las calles son todas angostas, y las casas,
que se heredaron de la antigüedad bajas, muy fuera de la costumbre de
los romanos y españoles. Sea como fuere, el edificio de la mina es hecho
con mucho trabajo y cuidado, y de las más memorables obras que hay de
la antigüedad en España; y que esta ciudad fuese edificada de las ruinas
de Munda, en mil piedras que allí hay se echa de ver, y en algunos ídolos
que hay, entre los cuales son excelentes dos que hay de muy maltratados,
de alabastro en las casas de don Rodrigo de Ovalle, en que ahora vive,
heredadas de sus padres y abuelos á quien yo conocí: y aunque yo no
hago oficio de historiador, no puedo dejar de decir de paso, que engañado
Ambrosio de Morales por la semejanza del nombre, dijo que Munda habia
sido un lugarcillo edificado á la falda de Sierra-Bermeja, que se llama
Munda, que si hubiera visto esta tierra no lo dijera. Porque á lo que dice
Paulo Hircio que hay desde Osuna á Munda, concierta esta verdad, y con
estar vivo hoy el coliseo grande, y que muestra haber sido colonia de
romanos, que yo ví años de ochenta y seis. Junto con esto me acuerdo
que oí decir á Juan Luzon, caballero de muy gentil entendimiento y buenas
letras, y un hidalgo, nieto é hijo de conquistadores, que se llamaba
Cárdenas, que en un cortijo suyo que está en el mismo sitio de Munda,
arando unos gañanes, hallaron una piedra en que estaban estas letras:
Munda Imperatore Sabino. Junto con esto le oí decir á mis abuelos, que
eran hijos de conquistadores, y tuvieron repartimiento de los Reyes
Católicos. Y esto digo, porque como se van acabando los que lo saben,
quede esta verdad asentada para la posteridad. Tiene aquella ciudad
naturalmente cosas que se pueden ir á ver, por monstruosas de muchas
leguas, por la extrañeza de aquellas altas peñas y riscos. Es
abundantísima de todo lo necesario para la vida, y así salen pocos
hombres de ella para ver el mundo; pero los que salen, así para soldados
como para otras profesiones, prueban muy bien en cualquiera ministerio, y
porque no haga oficio de historiador, paso fácilmente por estas verdades.
115
Yo mostré á los mercaderes lo que pude, y los dejé con intento de ir á las
Indias occidentales.
116
Descanso XXI
Yo negocié á lo que iba, y vine á Salamanca, donde estuve hasta que se
hizo una armada en Santander, de donde fué general Pedro Melendez de
Avilés, adelantado de la Florida, muy gran marinero, que por ser para
navegar se la encomendaron. Yo con el deseo que tenia de ver mundo
desamparé los estudios, y me acogí en compañía de un amigo capitan,
que iba haciendo gente para la dicha armada, que quien viera la gente que
se juntó en ella de Andalucía y Castilla, juzgára que para todo el mundo
bastaba: pero como la mano de Dios lo gobierna todo, y sin su
incomprehensible voluntad, ni el poder de los reyes, ni el valor de los
generales, ni la furia de los grandes soldados es bastante para derribar la
flaqueza de un miserable hombre, tuvo infelicísimo fin aquel poderoso
ejército: no en batalla, porque no llegó á ese punto, sino que se cundió una
enfermedad en los soldados, de que casi todos murieron sin salir del
puerto. Embarcóse lucidísima gente moza y robusta, con muy grandes
esperanzas que el gallardo brio les prometia. Yo me embarqué en una
zabra con la compañía en que fuí, aunque con diferente capitan, porque
hubo reformacion, y de este segundo fuí yo alférez en armada, de quien se
dijo: Desdichada la madre que no tuvo hijo alférez. Era almirante don
Diego Maldonado, caballero de bonísimo gusto, en cuya gracia yo caí, y en
su desgracia nunca, por cuyo respeto me dió su bandera el segundo
capitan. Diéronme unas tercianas dobles que andaban fuera y dentro de la
mar; y como nunca las cosas, por poco prósperas que sean, se poseen sin
envidia, dió en tenerla de mí un hidalguete de la misma compañía que traia
ocho ó diez camaradas que procuraban con grandes veras derribarme del
oficio de alférez; pero cuanto más ellos ocasiones me daban para su
intento, tanto más me apartaba yo de tomarlas; porque puesto un hombre
en ellas, mal sabe resistirse, y no hay remedio tan excelente para huir los
males, como no aceptar el envite de las ocasiones, particularmente en la
edad robusta que yo entonces tenia, que aunque no era muy mozo, era
muy colérico, y la enfermedad me hacia andar desgraciado. Por apartarme
de este hidalguete me estuve en tierra algunos dias sin entrar en el navío,
que todo esto se ha de hacer por evitar pesadumbres: y una huéspeda mia
me curaba las calenturas con darme á beber vino de Rivadavia con
suciedad de ratones, que los enfermos todo lo creen, como vaya en órden
117
de darles salud. Como yo era fogoso, más se encendian las calenturas, y
más se encendia el ódio del envidioso; de suerte que por su causa me
mandaron que fuese al navío: hícelo, y aun estando con mi calentura; y
como él estaba puesto en su malicia, determinó con sus camaradas, con
quien el pobre gastaba lo poco que tenia muy bien, de darme la ocasion á
manos llenas. Yo sabia nadar, y él no; fué tanta la ocasion, que me obligó
á responder: estando él y sus camaradas al bordo del navío, me desmintió.
Ofrecióseme de improviso si le daba un bofeton, que me ponia en peligro
que los camaradas me diesen de puñaladas; y así, sin hablar palabra, me
abracé con él, y me arrojé en la mar, y dándole cuatro coces donde los
camaradas no podian ayudarle, echélo á fondo, y dando dos braceadas,
asíme al bordo de la chalupa. El pobre, habiendo tragado algunos
cuartillos de agua, salió hácia arriba; y lo primero que encontró con que
asirse fué una pierna mia, que agarró tan fuertemente, que con muchas
coces que le dí con la otra, no fué posible hacer que la soltase. Los
bellacones, en cuyo favor y ánimo él se habia fundado para atreverse, en
lugar de favorecerle á él y á mí, estaban al bordo del navío pereciendo de
risa de verlo asido de mi pierna, y á mí asido de la chalupa. Yo dí voces á
los marineros, porque él no podia hablar, que echasen un cabo: echáronle
y bajaron dos de ellos, y como si fuéramos dos atunes, dieron con
nosotros en la chalupa, aunque á mí solo me estorbaba para salir no dejar
el otro mi pierna; pero él, como se vió en elemento que no conocia, salió
medio ahogado: subidos arriba, le dieron al otro ciertas coces en la
barriga, con que vomitó el agua mala, y yo me enjugué de la que habia
cogido en el vestido: de suerte, que para la vida le aprovechó más al pobre
una pierna del enemigo, que doce brazos de sus amigos; que ordena el
cielo de manera las cosas, que las amistades y favores fundados en malos
intentos, no aprovechen para el mal fin. Nadie se fie en lo que no fuere
suyo, que es fácil el prometer ayuda y dudoso darla, que cada uno en la
ocasion mira su daño, y no la obligacion en que le pusieron. Dábale osadia
el desprecio mio con el favor de los otros, y en ese mismo desprecio halló
la vida que por el favor tuvo en duda. Yo con mi determinacion deshice mi
agravio, ahuyenté la calentura y dí que reir á toda la armada. En confianza
de ajeno favor nadie se atreva á hacer cosas mal hechas. Súpolo el
adelantado, que rió mucho de ello. Vino á vernos el almirante por saber
que habia sido conmigo la pesadumbre, y diciendo con grandísima gracia:
Estas amistades pasadas por agua y hechas por Neptuno, yo como
almirante las confirmo; y pues saben, señores soldados, que debajo de
bandera no hay agravio, al que lo hiciere se le darán tres tratos de cuerda,
y al que lo sufriere le tendrán por muy honrado soldado, considerado y
118
cuerdo. Regaló al medio muerto de temor, y á mí me llevó á comer
consigo, diciendo mis disparates á cuantos encontraba de la armada, que
fué tan desdichada, que de casi veinte mil soldados que se embarcaron
muy gallardos, solo trescientos quedaron de provecho, que llevó el capitan
Vanegas á donde le mandaron, que no bastó la diligencia del conde de
Olivares, excelentísimo ministro, capaz para gobernar un mundo, discreto,
sagaz y sabio en todas materias. Murió allí el adelantado, y otros grandes
ministros de S. M., con que aquella gran máquina se acabó de deshacer.
Yo disparé como los demás que quedaron á reparar la salud con la
convalecencia: que realmente todos los que no murieron cayeron
enfermos: y entendióse que se hizo algun daño en los mantenimientos.
Salí de Santander, y tomé mi derrota por Laredo y Portugalete: llegué á
Bilbao, donde me siguió mi fortuna, como suele. Aunque no iba muy recio
ni convalecido, llevaba algunas galillas de soldado; y como aquella armada
habia dado tan grande tronido, todos gustaban de ver soldados de ella.
Las mujeres particularmente, como más noveleras, salian á ver cualquiera
soldado que venia.
Estando en una Iglesia de Bilbao, puso los ojos en mí una vizcaina muy
hermosa, que las hay en estremo de lindísimos rostros; yo correspondí de
manera, que antes que saliese, dijo, despues de haber hablado un gran
rato, y dado y tomado sobre cierta inclinacion que tenia que venir á
Castilla, que pasase aquella noche por su casa, y que hiciese una seña.
Yo la dije que señas ordinarias son muy sospechosas, y así, que en
oyendo el ruido de un gato, se pusiese á la ventana, que yo seria. Túvele
en cuidado, y á las doce de la noche, cuando me pareció que no habia
gente, fuí arrimado á una pared que hacia sombra, y con mucho silencio
me puse en un rinconcillo que estaba debajo de su ventana, donde por la
sombra no podia ser visto, y entonces hice la seña gatuna, á cuyo ruido se
alborotaron los perros, y un jumento soltó su contralto. Andaba de la otra
parte un hombre tambien haciendo hora, y como oyó al gato y los perros,
estando yo muy atento á la ventana á ver si se asomaba, cogió una piedra,
y dijo en vascuence: Valga el diablo los gatos, que han venido á alborotar
los perros, y jugando del brazo y piedra, tiró á bulto donde habia oido el
gato, y dióme en estas costillas una pedrada, pensando espantar el gato.
Callé, y llevé lo mejor que pude mi dolor, con que me quitó la atencion de
la ventana, y aun el amor de la moza, porque me acordé que Dios lo habia
permitido por el poco respeto que habia tenido en la Iglesia, concertando
en ella lo que habia de ser ofensa suya; que en los lugares sagrados el
temor y la vergüenza han de ser freno para no hacer semejantes
119
atrevimientos; que si los templos son para ofrecer á Dios sacrificios y
pedirle mercedes, ¿cómo las concederá, teniéndole poco respeto en su
casa? Y quien no tiene temor y respeto en semejantes lugares, arguye
ánimo desvergonzado; porque el temor del hombre viene á redundar en
honra de Dios, y quien no lo tuviere, tampoco vendrá á tener fortaleza.
Nadie siga mujeres en la Iglesia; pues hay harto espacio para verlas fuera,
que se han visto muy grandes castigos en hombres que no han tenido
respeto á los templos, y muy grandes mercedes en quien ha temblado de
hacer descortesías en ellos; y no solamente en la verdadera religion, pero
aun en el culto de los falsos dioses ha permitido el verdadero muy grandes
males en los tales; porque ya que engañados del demonio piensan que
van acertados, son sacrílegos de lo que tienen por bueno. Retiréme por el
mal suceso, y porque las cosas que se han comunicado poco no dan
mucha pesadumbre en dejarlas; pero como ella tenia gana de venir á
Castilla, tuvo modo para enviarme á decir con una amiga suya, tan cerrada
en la lengua castellana, como yo en la vizcaina, que ya que no queria
pasar por su casa para hablarla, me fuese á la salida de Bilbao para
Vitoria, que allí me hablaria. Y los hombres que en pueblos no conocidos,
y de cuyas costumbres no tienen noticia, se atreven á hacer su voluntad,
merecen verse en el peligro en que yo me ví. No hay confianza que no
esté sujeta á algun peligro: y es grande ignorancia tenerla en lo que no se
tiene esperiencia. Quien dice en Castilla vizcaino, dice hombre sencillo,
intencionado; pero yo creo que Bilbao, como cabeza de reino, y frontera ó
costa, tiene y cria algunos sugetos vagamundos, que tienen algo de
bellaquería de Valladolid y aun de Sevilla.
Yo fuí al puesto un poco tarde, y hallé á la señora vizcaina con una amiga
ó compañera suya: fuímonos hablando, y á ratos ella cantando en
vascuence, porque la otra no sabia una palabra en castellano, y con la
materia que ella iba tratando de su ida á Castilla, divertímonos de manera
que anocheció algo lejos de la ciudad. Volvímonos, y llegando á un molino,
encontramos cuatro hombres perdidos que salian de una taberna, no de
sidra, sino de muy gentil vino, que las hay por aquellos molinos arriba. Y
viendo con un castellano dos vizcainas, gobernáronse por sus cabezas,
como estaban entonces, pusiéronse dos de ellos de un lado, y dos de otro,
y puesta mano á sus espadas, me comenzaron á acuchillar: yo no fuí
señor de mí, porque de la una parte estaba un cerro bien alto, y de la otra
una pared bien alta, que bajaba á un caz de un molino.
Las vizcainas huyeron, y yo hice todo cuanto fué posible por cogerlos
120
delante, por verme con ellos mejor: pero los bellacos eran matantes, y
sabian cómo se habia de hacer una bellaquería. Yo, visto que por fuerza
habia de peligrar, no pudiendo tomar la delantera, ni subir por el cerro, ni
por los lados, arremetí con los dos para cogerles la delantera, y al mismo
tiempo todos juntos cerraron conmigo, y me arrojaron en el caz de aquel
molino, y fué tan cerca del rodezno, que la corriente furiosa del agua me
llevaba á hacer pedazos, si no me asiera de una estaca ó maderilla que
estaba hincada, aunque poco fuerte, cerca de la puerta que atajaba el
agua para que fuese al rodezno; pero era tan cerca de él, y la estaca poco
fuerte, que se doblaba con el peso, y yo me iba acercando más á
perdicion; los bellacos se fueron siguiendo las mujeres en viéndome caido
abajo, y como los peligros imprevistos carecen de consejo, yo no le tenia
para valerme: la estaca se iba rindiendo, y yo llegándome hácia el
rodezno. Volví el rostro hácia el lado izquierdo, y ví un arbolillo pequeño,
que se criaba de la humedad del agua, que pensé que tuviera más fuerza
que la estaca, mas no tenia fortaleza. Por que la corriente no hiciese su
oficio, fuí cobrando espíritu, dejé la mano derecha en la estaca, y alargué
la izquierda al arbolillo, y pude asirlo de una rama. Repartido el peso entre
las dos, aunque no podia resistir á la inmensa furia del agua, por estar casi
llegando con los piés al rodezno, pude mejor sostenerme, pero no volver
arriba, hasta que sacando la pierna izquierda, que estaba más arrimada á
aquel lado que al derecho, topé en la paredilla con una piedra, en que
pude estribar muy bien, y haciendo fuerza con ella, ayudándome de la de
los brazos, mejoréme, hasta poder asir el madero, en que estaba asida la
puerta del desaguadero, y encomendándolo á la mano izquierda, saqué
con la derecha la daga, y metiendo el brazo debajo del agua, apalanqué
con la daga, y alcé la puerta tanto, que se coló la mitad del agua, y
segundando, como pude, con toda la mano derecha, la levanté de manera,
que con la misma furia que iba al rodezno, todo el agua se despeñó por su
natural corriente, con que yo pude valerme de mis piés, y subir por toda la
acequia, asiéndome á las estacas que ayudaban á la presa del molino, y
como el que ha resucitado de muerte á vida, sin capa y espada ni
sombrero, iba mirando si era yo el que se habia visto en tan evidente
peligro; iba corriendo por aquellos molinos abajo, como el que se habia
soltado de la cárcel, por llegar presto donde me alentase y mudase el
vestido, porque no se me entrase aquella humedad de la ropa en las
entrañas. Los que me encontraban me hablaban en vascuence, debian de
preguntar si estaba loco, yo no respondia palabra, por no me poner á
resfriar.
121
Cuando llegué á mi posada llevaba la muñeca de la mano derecha más
gorda que el muslo, del golpe que habia dado. Estúveme en la cama ocho
ó diez dias, restaurando la batería que habia hecho en mí el espanto de la
ya tragada muerte, que fué el mayor peligro de los que yo he pasado, por
ser con quien no sabe hablar, sino hacer y callar. Admiréme de ver que
entre gente que tanta bondad y sencillez profesan, se criasen tan grandes
traidores, sin piedad, justicia y razon. En el tiempo que estuve en la cama
me tomaba cuenta á mí propio, diciendo: Señor Márcos de Obregon, ¿de
cuándo acá tan descompuesto y valiente? ¿qué tiene que ver estudio con
bravezas? Muy bien guardais las reglas de vivir, ¿qué os enseñó vuestro
padre? ¿no os acordais que el primer precepto que os dió fué que en
todas las acciones humanas tomásedes el pulso á las cosas antes que las
acometiésedes; y en el segundo, que si las acometíades, mirásedes si
podia redundar en ofensa agena; y el tercero, que con vos mismo
consultásedes el fin que pueden tener los buenos ó malos principios? Muy
bien os aprovechais de ellos: ¿mas qué bien parece pasar de estudiante á
soldado, profesiones tan honradas, y despues de soldado á molinero, y no
á molinero sino á molido? ¡Qué poca pena le diera al bellaco del rodezno
hacerse verdugo y descuartizarme! Tentábame mis piernas y mis brazos, y
como los hallaba, aunque cansados, buenos, daba mil gracias al bendito
ángel de la guarda, que él por su bondad es la prudencia de los hombres,
que la nuestra no basta para librarnos de los trabajos y adversidades: pero
bastára para no ponernos en ellos, sino que se adquiere esta divina virtud
tan tarde, y con tanta esperiencia de trabajos y vejez, que cuando les
viene á los hombres parece que ya no la han de menester: y la juventud
está tan llena de variedades y mudanzas naturalmente, que apetece más
arrojarse á la fortuna y suerte, que obedecer á la Providencia. Y confieso,
que la poca que yo tuve, me trajo á punto de perecer miserablemente,
donde habia de ser manjar, aun no de peces, sino de gusarapos, si no era
que los perros del molino querian hacer algun banquete antes que viniera
á noticia del amo. Yo pasé mi trabajo lo mejor que pude, y pude muy mal,
porque en la soldadesca no habia mucho dinero, aunque se hacen en ella
los hombres esperimentados para estimar la paz, y animosos para ejercitar
la guerra.
122
Descanso XXII
Salí de Vizcaya, echándola mil bendiciones, lo más presto que pude por
llegar á Vitoria, donde hallé un gran caballero amigo mio que se llamaba D.
Felipe Lezcano, y él me hospedó y regaló de manera que pude repararme
del trabajo pasado: y por no dejar de verlo todo fuí de allí á Navarra,
siendo Condestable de ella un hijo del gran Duque de Alba D. Fernando de
Toledo; pero con gran cuidado de no arrojarme á cosa que no fuese muy
bien pensada; porque como en cada reino, ciudad y pueblo hay diversas
costumbres, el que no las sabe, con vivir bien y quietamente cumple con la
obligacion natural; y con aquel primer documento que me dió la afliccion
del molino, procuré valerme siempre, si no era cuando me olvidaba de él,
que como mozo tropezaba de cuando en cuando, principalmente en
aquellas cosas que sola la edad puede madurar. Cuanto más que, es tan
poderoso el hacer costumbre en las cosas, que ellas mismas se facilitan
con el uso: y cuando no repugnan á la razon, no se han de dejar si no pide
otra cosa la fuerza. Al fin me valí por Navarra y Aragon de manera que
adquirí muchos amigos. Y en llegando á Zaragoza, ciudad y cabeza del
antiguo reino de Aragon, que entonces no tenia tan buena fama como
mereciera, hallé tantos amigos, y tan buenos, que más parecí natural que
forastero en el amor que me tenian; pero yo fuí siempre con cuidado de no
mirar á ventana, que son celosísimos los de aquel reino, ni tomar
pesadumbre con nadie, ni asir de palabras de poca importancia, que es de
donde se traban las enemistades y ódios. Honróme en su casa por el
tiempo que allí estuve un gran Príncipe muy amigo de música, y de todos
actos de ingenio y virtud, honrándome y acudiéndome á las necesidades
de naturaleza; y fué tanto el favor que me hizo, que me divertí más de lo
que fuera razon, en juegos, que hasta entonces no habia dado en ellos,
que fué bastante para distraerme, y dar en aquel vicio que me trajo más
inquieto. Que como en palacio la ociosidad es tanta, y el ejercicio en letras
y uso de las ciencias tan poco favorecido, dí en lo que todos daban. Vicio
contra caridad, lleno de ira insolente en el que gana, y de humildad forzosa
en el que pierde, y que arrastra de manera á quien lo sigue, que no le deja
voluntad para otra cosa. Cuál antepone el juego á la honra; cuál deja mujer
é hijos perecer de hambre, y estos son daños muy ordinarios; que hay
muchos que ni se pueden ni se sufren decir. Un hidalgo de muy buen
123
entendimiento se vió tan lleno de trampas por el juego, y tan sujeto á la
costumbre, y convertido ya el uso en naturaleza, que reprehendiéndole su
misma madre, y rogándole que dejase el juego, y ella le alargaria toda su
hacienda, que no era poca, respondió, que estaba como hombre que tiene
atravesada una daga, que vive mientras la tiene, y en sacándola muere, y
que en quitándole el juego se habia de morir. Pero es tanta la golosina del
que gana, y tan grande la desesperacion del que pierde, que ni el uno
reposa hasta perderse, ni el otro vive hasta desquitarse. El uno se inquieta
con la ganancia, el otro se ahoga con la esperanza de ganar, y ambos
fácilmente mudan de estado; pero no duran en él de costumbre, ni se
puede creer el ódio infernal que tiene el que pierde con el que le gana,
aunque más y más disimule, que parece que en aquel punto le falta el
conocimiento de la primera causa, nacido de no poderse vengar de su
enemigo: quien quisiere meter cizaña entre dos grandes amigos, haga que
jueguen el uno contra el otro, que no há menester más fuerza el diablo
para hacerles grandes enemigos; tal es la fuerza del ódio que se cobra en
el juego: ¡qué de muertes infames hechas con supercherías y traiciones,
robos y mentiras nacen del juego! No quiero que se me representen las
cosas que he visto suceder en el juego y por el juego; sólo quiero decir,
que es tan poderoso que un hombre que trata de recogimiento, ó por
escribir, ó por leer, ó por otros actos de virtud, si juega una vez y pierde,
há menester ayuda del cielo para tornar á añudar el hilo por donde lo habia
quebrado. Yo me divertí en esta materia, y la dí á entender á amigos que
trataban este infame ejercicio, con uno de los cuales me pasó una cosa
muy vergonzosa para mí, y de risa para quien lo supo. Fué, que una noche
me pidió que le acompañase porque iba á hablar con cierta persona, y
quiso llevarme para que le guardase la suya. Yo me puse como de noche
con una espada y broquel, unos calzones ó zaragüelles de lienzo, un
capotillo de dos faldas, y otras cosas de disfraz, con que fuimos adonde
me llevó, que era una casa donde habia un poyo á la puerta. Dió las once
el reloj, y despues las doce, que era la hora que tenia aplazada, y díjome
que lo esperase sentado en aquel poyo, que luego saldria. Sentéme bien
rellanado, y musitando entre dientes comencé á entretener el sueño lo
mejor que podia, que ya era hora de ello. El dia siguiente era dia
solemnísimo de los Apóstoles: oí las dos y luego las tres, que el buen
hombre no podia salir, porque hubo estorbo para ello; yo me caia de
sueño; dí en pasearme y en rezar, entendiendo que aprovecharia para no
dormirme, siendo cosa que más concilia el sueño de cuantas hay en el
mundo. Torné á sentarme, porque me cansaba de tanto pasear, y como
habia digerido ya la cena gran rato habia, por más que me refregaba los
124
ojos con saliva, no pude valerme hasta que no sé cómo ni de qué manera,
sin querer, me quedé dormido sobre el poyo, adonde estuve, hasta que
tañendo á Misa mayor el dia siguiente, con el ruido de las campanas de la
fiesta y de la mucha gente, pasando unas señoras por allí, dijeron: ¡Qué
bien lo ronca el cochino! y mandaron á un escudero que me despertase.
Despertóme, y alzando los ojos con un gran bostezo ví el sol en medio de
la calle, y oyendo la armonía de las campanas, arrebocéme un capotillo
que llevaba, y dí á correr no hácia mi posada, sino hácia la placeta de
Médicis, siguiéndome más de trescientos perros; y á la vuelta de una
esquina topé con un ciego que llevaba una docena de huevos en el seno,
y al mismo compás que le topé volvió el báculo, y alcanzóme en el hombro
izquierdo, y como le destilaba lo amarillo de la tortilla, decian que le habia
quebrado la hiel en el cuerpo, y ya que con mi huida llegaba cerca de la
casa donde me habia de acoger, con la priesa que llevaba y la que me
daban los perros tropecé, y tendíme á la puerta de esta señora, tan buena
de nacimiento, que habiéndole yo enviado dos perdices para que se
regalase con ellas, las echó en una necesaria, porque venian lardeadas
con tocino.
Parece que con estas menudencias se desautoriza la intencion que se
lleva en este discurso; pero mirando bien, para eso mismo lleva mucha
substancia, que aquí no se escriben hazañas de príncipes y generales
valerosos, sino la vida de un pobre escudero que ha de pasar por estas
cosas y otras semejantes, y por reprehender una inadvertencia tan grande
como la que hizo aquel amigo y la que hice yo. Llevar compañía de noche
quien va á cosa hecha, téngolo por yerro; porque si va adonde no tiene
peligro, no há menester llevar testigo de sus mocedades; y si va con
sospecha de algun peligro, claro está que no ha de querer infamar una
casa, y por fuerza se ha de retirar; y para huir más desembarazado, mejor
va solo que acompañado, porque al fin no lleva consigo quien diga que
huyó. Y aunque es lo más sano y seguro no hacerlo, si se hiciere sea á
solas, no acompañado, porque las amistades de hombre se acaban, y
luego se revelan los secretos. Pues la fineza que yo usé en esperarle y
guardarle el cuerpo, ¿quién dirá que no fué disparate? Pasaban dos horas,
y acercándose el dia, ¿qué necesidad tenia yo de ponerme á padecer
tormento de sueño? ¿Qué fortaleza de Rey me habia mandado que
guardase, sino la que era de un hombre perdido, para ponerme á peligro,
demás de la vergüenza que pasé? Cuando se ha de poner un hombre á
tan grandes riesgos, ha de ser por conocer un evidente peligro en alguna
persona de vida ó de honra, ó por obedecer el mandamiento de algun gran
125
príncipe ó república. Pero que me ponga yo á los sucesos de fortuna por
quien está muy contento, sin tener más cuidado de mi cuerpo que de su
alma, téngolo por fineza impertinente. ¿Qué honra ó hacienda perdiera yo
cuando me fuera á tomar el reposo y descanso que naturaleza pide para
su conservacion? Si me culpára en haberlo dejado, le preguntára yo si lo
dejaba en alguna mazmorra, de donde lo podia sacar con la mano, ó si me
dejó él á mí en mi lecho reposado, ó si quedaba entre enemigos de la fé,
como quedaba entre enemigos de guardarla. Siempre oí decir que el que
fuere compañero en los trabajos tambien lo ha de ser en los gustos; pero
aquí la parte del trabajo era para mí, y la del gusto para él. La conclusion
es, que tengo por yerro llevar compañía en semejantes jornadas, y por
mucho mayor acompañar á nadie en ellas, que si llama la compañía por
pusilánime, lleva la vida jugada el que le acompaña, porque á la primera
ocasion huye, y lo deja en manos de enemigos que él no tenia ni temia. Y
mire cada uno, si le sucediere, que es participante del daño que el otro
hiciere en ofensa ajena. Yo me reparé de vestido y de sueño, aunque
habia dormido lo bastante para un hombre de bien, en aquella misma casa
donde llegué, y á donde hallé un vecino suyo muy lleno de melancolía, y
tanta, que me vió dar con mi persona en el suelo, con la espada á una
parte y el broquel á otra; no conocí en él accidente de risa, como en
cuantos me vieron caer, que una caida es ocasionada para mucho
disgusto de quien la da, y mucha risa de quien la ve. Con todo se llegó
este buen hombre estando ya puesto de rua en casa de aquella mujer,
amiga del tocino; y pareciéndole que yo estaba disgustado, llegó como á
consolarse conmigo, diciéndome que todos los hombres del mundo
padecen trabajos, y que él estaba tan dentro de ellos como todos cuantos
vivian en él. Yo le pregunté, qué eran sus males que tan triste lo traian,
porque siempre he sido compasivo; y él me respondió en una palabra:
Zelos. ¿Ese mal tiene? le dije yo; no quiero preguntarle si son
averiguados, ó si es sospecha; pero quiero decirle que es enfermedad de
mozos de poca experiencia, que si la tuviesen, sabrian que los mismos
tienen unos de los otros. Y si advirtiesen que el otro de quien yo los tengo
anda rabiando de ellos por mí, consolaríame con su daño y con verle
padecer, y consumirse con un perpétuo desasosiego. ¿Qué mayor
consuelo puedo tener yo que ver á mis enemigos padecer, y reirme de
ellos? Porque pensar que una mujer divertida en estos tratos se ha de
contentar con lo que uno le da, es pensar que un fullero ha de andar bien
puesto con sola la ganancia que hace á un cuitado. Los zelos tienen al
diablo en el cuerpo del que los tiene, y parece que lo trae consigo, pues á
nadie hacen mal sino á quien los mantiene, y cuanto más se callan más
126
crecen. Su remedio está en tan ruin fundamento, que con averiguar la
verdad, ó se mueren, ó se halla ocasion para perderlos, poco á poco,
apartándose de quien los causa. Yo aseguro que son más de cuatro los
zelosos, sin saber unos de otros en esa misma ocasion, y crea que se usa
esto. Si son zelos de la mujer propia, es agravio que se le hace, que la
más baja mujer del mundo estima en más la sombra de su marido que á
todo lo restante de él.
Un príncipe de esta ciudad dijo muy bien quién son los zelos, y materia tan
odiosa no se ha de traer á la memoria, sino consolarse con lo que tengo
dicho de ver que padecen por mí lo que yo padezco por otros: que han
venido las mujeres á tan infeliz estado, que han privado á su misma
naturaleza del gusto que ella les concedió, porque lo han puesto en solo
hurtar y robar las haciendas, fingiendo querer á los que desean desollar,
por solo igualarse en galas á las que de su nacimiento por herencia de
patrimonio nacieron nobles y honradas, ricas y principales, que les parece
no ha de haber diferencia y desigualdad en la tierra de mujeres á mujeres,
como en el cielo la hay de ángeles á ángeles. He mezclado de esta
materia con esotra, porque de la perdicion de esto viene la comunicacion
de muchos, para que todos anden zelosos: y con tener cada una su
docena de ángeles de guarda, pasan por moneda corriente y honrada.
Despedí al buen hombre algo consolado, y fuíme á mi posada, y dentro de
pocos dias me fuí á Valladolid, despues de haber visto á Búrgos y toda la
Rioja. Provincia fértil, de bonísimo temperamento, y que parece en algo al
Andalucía.
127
Descanso XXIII
En Valladolid serví al Conde de Lemos, D. Pedro de Castro, el de la gran
fuerza, caballero de excelentísimo gusto y bondad muy suya, sin la
heredada que era y es, cuando menos, descendiente de la sangre de los
Jueces de Castilla, Nuño Rasura y Lain Calvo, junta con la de los Reyes
de Portugal. Entré en su gracia, é hice muy poco, porque tenia el Conde
un pechazo tan generoso, manso y apacible, que con poca diligencia se
entraba en las entrañas de quien le queria. Con todo no me hallé muy bien
á los principios, porque me faltaba lo que es menester para servir en
palacio, que es decir con gracia una lisonja, salpimentar una mentira, traer
con blandura y artificio un servil chisme, fingir amistades, disimular ódios,
que caben mal estas cosas en los pechos ingénuos y libres. Dejo aparte el
rigor y magestad de los porteros, que ordinariamente tienen una gravedad
más seca que sus personas, y ellos lo son tanto como sus palabras.
Aunque eché de ver, que lo que más importa es, que en presencia del
señor el criado tenga el rostro alegre, y en las cosas que le mandan, y
aunque no se las manden, será menester ser diligente y solícito, y cumplir
cada uno puntualmente con su ministerio. En lo primero, que es traer el
rostro alegre, mal lo puede hacer un melancólico; pero para esto hay un
remedio, que es no ponerse delante del señor, sino cuando estuviere el
criado de buen humor: que la alegría de los criados, fuera de hacer su
negocio, ayuda á vivir al señor, y si no la muestra, piensa que está
disgustado en su servicio, y así durará poco con él. Aunque este príncipe
mostraba tan buen pecho con sus criados, que él mismo los obligaba á
andar muy contentos, y servirle con muy apacible semblante: porque
haciendo todo lo que podia tenia obligacion de hacer, los honraba donde
quiera que se hallaba. Y siempre en esta antiquísima casa han llevado y
llevan esta grandeza de ánimo y cortesía, como se ha parecido y parece
en el que ahora lo posee D. Pedro de Castro, que desde niño tierno
descubrió tanta excelencia de ingenio y valor, acompañado de ingénuas
virtudes, que habiéndolo puesto su Rey en los más preeminentes oficios y
cargos que provee la monarquía de España, ha sacado milagroso fruto á
su reputacion, siendo muy grato á su Rey, muy amado de las gentes
subordinadas á su gobierno, y muy loado de las naciones extranjeras.
128
Estando en esta casa y en Valladolid, se descubrió aquel gran cometa,
tantos años antes pronosticado por los grandes astrólogos, amenazando á
la cabeza de Portugal. Hubo tan grandes juicios sobre ella, y algunos tan
impertinentes, que dieron harto que reir, entre los cuales hubo uno que
decia, que las cosas grandes habian de descrecer, y las pequeñas habian
de crecer: llegó este juicio al de un hombrecico pequeño, que tambien en
esto lo era, que estaba muy mal contento de verse con tan aparrada
presencia, que trayendo unos pantuflos de cinco ó seis corchos, aun no
podia lucir entre la gente. Andaba siempre pulido y bien puesto,
enamorado y bien hablado, y aun hablador no sin afectacion. En las
conversaciones procuraba, no que sus conceptos llegasen á igualarse con
los otros, sino que sus hombros se ajustasen con los de la rueda, y como
no podia ser, pensando que era la culpa de las agujetas, meneaba un lado
y otro, hasta que crujian todas. Pues como llegó á su noticia la
interpretacion del cometa, que las cosas pequeñas han de crecer, se le
encajó que se decia por él. Que fácilmente nos persuadimos á creer lo que
deseamos, aunque sea tan gran disparate como este. Dijéronle que yo era
nigromántico, y que si yo queria, podia hacerle dos ó tres dedos ó más;
pero que habia de ser muy secreto, porque no se supiese que yo sabia tal
arte diabólica. Pasando por la plaza, haciendo mil escuderajes con los
demás gentiles-hombres de casa, me señalaron con el dedo, para que me
conociese. Sin haberme avisado los que le tornaban loco, se llegó á mí
con una retórica bien pensada, ofreciéndome amistad y hacienda y favor
para toda la vida, y el fin de todo fué decir: Ya vuesa merced ve el agravio
que naturaleza hizo á un hombre de mis partes, en dar á tan altos
pensamientos tan pequeño cuerpo: yo sé que si vuesa merced quiere,
puede suplir esta falta, con que tendrá un esclavo para siempre jamás.
Eso, dije yo, solo Dios puede hacerlo, que es superior á la naturaleza, y si
vuesa merced quiere crecer por los piés, póngase más corchos de los que
trae; y si del pecho arriba, con ahorcarlo, crecerá tres ó cuatro dedos. Oh
señor, dijo él, ya venia informado que vuesa merced no me habia de negar
este bien, por amor de mí que se disponga á ello, y en lo demás corte por
donde quisiere. Veíalo tan rematado en su disparate, que lo hube de
reducir á la obra de naturaleza, diciéndole: Señor, vos vais tras de un
imposible, que no solamente no es hacedero, pero os tendrán por loco
cuantos supieren que dais en ese error. Las obras de naturaleza son tan
consumadas, que no sufren enmienda: nada hace en vano, todo va
fundado en razon, ni hay supérfluo en ella, ni falta en lo necesario; es
naturaleza como un juez, que despues que ha dado la sentencia, no puede
alterarla, ni mudarla, ni es señor ya de aquel caso, sino es que apelen para
129
otro superior.
En formando naturaleza sus obras con las calidades que les da, ya no es
señora de la obra que hizo, sino que Dios, como superior, quiera mudarlas;
si hace grande, grande se ha de quedar; si chico, chico se ha de quedar; si
mónstruo, así ha de permanecer. Ni hay para qué cansarse nadie
pensando imposibles. Á esto replicó diciendo: ¿Pues no es más dificultoso
hacerse un hombre invisible, y hay quien lo hace? No es, dije yo, sino
facilísimo, que con ponerse un hombre detrás de una tapia, queda
invisible, ó encubriéndose con una nube. Y vos os hareis invisible con solo
poner delante de vos un mosquito. Gentil consuelo, dijo, he hallado, en
quien pensé tener todo lo que he deseado toda mi vida. ¿Qué consuelo ha
de hallar, dije, quien quiere ir contra las obras de la misma naturaleza, que
es la que nos representa la voluntad del primer movedor y autor de todas
las cosas? Que aunque crió á todos los hombres iguales, no fué en los
actos exteriores, sino en la razon del alma. Y esta es la que hace al
hombre superior á todos los demás animales, que no el ser grande ó
pequeño. Si naturaleza os hubiera criado desigual de miembros, como
habiéndoos dado esa de gozque, tener unos brazos de jigante, ó en esa
carilla de mandrágora os hubiera puesto unas narices trastuladas,
pudiérades os quejar, pero no enmendar. Mas al fin, si sois pequeño, sois
tan bien hecho y tan igual de miembros, como que teneis las orejas
mayores que los piés: y quien tiene andada la mitad para una de las más
importantes virtudes que resplandecen en los hombres, ¿por qué ha
buscar quien le haga crecer? ¿Qué virtud? preguntó él. La humildad,
respondí yo, que para alcanzar tan divina virtud, teneis andada la parte del
cuerpo, que parece que estais siempre de rodillas, y con humillar el ánimo,
la tendreis alcanzada toda. Si naciérades en tiempo de los gentiles, que se
usaban transformaciones, la naturaleza enojada con vos, por no
contentaros con ella, y por soberbia, os hubiera transformado en
renacuajo, por humillar la soberbia del ánimo, y cercenar la cantidad del
cuerpo. Á todo cuanto le dije calló, y dijo por último: Aténgome á la
significacion de la cometa, que dice, que los pequeños han de crecer, y los
grandes han de disminuirse; pero ya que vuesa merced se ha holgado
dándome matraca, obligacion tiene de ponerme en estado, que no me la
den otros: que quien sabe decir lo uno, sabrá hacer lo otro, y eso de ser
humilde, guárdelo para sí, que yo tengo porque estimarme en mucho, que
soy hijodalgo de parte de mi abuela, que antes que se casase con mi
abuelo, habia sido casada con un hidalgo muy honrado, y tiene hoy la
ejecutoria de él guardada y á buen recaudo. ¿De suerte, dije yo, que de
130
ahí os viene la vanidad, y no querer ser humilde? Sereis como los que
lucen y se arreglan con hacienda ajena. Ahora digo que no me espanto
que seas soberbio, teniendo mucha razon de ser humilde, y rendiros á la
humildad, virtud que jamás tuvo émulos ni envidiosos: que todas las partes
que adornan á un hombre, padecen esta mala ventura, sino es la humildad
y la pobreza, tan aborrecida de los hombres, y tan amada del Autor de la
vida: pero si la humildad nace del conocimiento de sí propio, y esto os falta
á vos, ¿por qué habeis de ser humilde? Yo no vine, me dijo, á oir virtudes,
sino á probar encantamientos ó cosas sobrenaturales para conseguir mi
intento. Fuése el buen hombre, y luego llegaron á mí cuatro amigos de
buen gusto y no poca malicia, preguntando si habia venido á mis manos
con aquella demanda: respondíles que sí, y que lo habia desengañado de
aquel disparate y deslumbramiento tan grande. Por vida vuestra, dijeron,
que le hagamos una burla, porque es tan gran loco, que se persuade á
que pueda crecer y le sacaremos una muy gentil merienda riéndonos un
rato á costa suya. Eso, respondí yo, no lo haré por todas las cosas del
mundo, porque burlas de que puede resultar escándalo general y daño
particular, ni son lícitas, ni se permite por camino alguno. Sabed, dijeron,
que es la misma avaricia y miseria, y habemos dado en esto por hacerle
gastar, que lo sentirá en el alma. Si esa condicion tiene, dije yo, no le
sacarán de ella aunque le hagan llegar á la Giralda, que los avarientos y
los borrachos nunca se ven hartos de lo que desean, ni apagan la sed que
traen. Acuérdome que por hacerle gastar á un hombre ciertos maleantes,
se pusieron á trechos, diciéndole que estaba enfermo, de suerte que
cuando llegó al último ya lo estaba de veras, por el caso que habia hecho
la imaginacion; y fué menester llevarle á su casa medio muerto, y de
quererle hacer burla tan pesada, nació el arrepentimiento tardío para todos
ellos y grave daño para el paciente. Y en este caso seria mayor, cuanto es
más imposible la obra, que para persuadir una cosa tan contra la misma
naturaleza, se han de hacer grandes embelecos, y no pueden ser sin
grande daño del pobre raton, que ni ve su cuerpo ni conoce su ignorancia.
Porfiaron todavía que le hiciésemos un engaño que pareciese cosa de
encantamiento. Cuando eso se hiciese, pregunté yo, ¿quién quedará más
confuso, él en recibir este engaño, despues de descubierta la verdad, ó yo
en haber sido autor de él? En todas las cosas se ha de considerar el fin
que pueda tener, y esa ficcion y engaño no puede estar mucho encubierta:
131
y para mí tengo por mejor y más seguro el estado del engañado, que la
seguridad del engañador: porque al fin, lo uno arguye sencillez y buen
pecho, y lo otro mentira y maldad profunda. Yo no puedo tragar una
mentira ni engaño, porque se arremete á desdorar la opinion de quien se
tiene por hombre de bien. Las burlas han de ser pocas y sin daño de
tercero, y tales, que el mismo contra quien se hacen guste de ellas. No
sabemos la capacidad de cada uno, que la burla llevadera para uno, será
para otro muy pesada; y las burlas no se han de juzgar por malas ó peores
de parte de quien las hace, sino de parte de quien las recibe; y si él las
tomare bien, serán de sufrir; y si las tomare pesadamente, serán
pesadísimas. Dábanle matraca á cierto ordenante por una necedad que
habia dicho, y cuando estuvo harto de sufrir, dijo: Que queria que pecase
mortalmente quien más se la diese. Que de burlas pesadas vemos cada
dia resultar agravios que no se pensaron. Este miserable no tiene talento
para llevar una burla tan pesada como esta que por fuerza lo ha de ser. Yo
me tengo de oponer en eso, porque iria contra mi propia opinion, que es
justo y mal hecho: y no me espantaré del que se deja engañar por lo que
desea, pero espantaríame de quien le quisiere engañar, sin esperar de ello
más gusto que hacer mal. Fuéronse, y al fin le hicieron una burla muy
pesada, dándome á mí por autor de ella. Pusiéronle en estrecho de ayunar
tres dias con cuatro onzas de pan y dos de pasas y almendras, y dos
tragos de agua, y primero le tomaron la medida de su cuerpo en una pared
muy blanca, poniendo para señal de su altura un clavito pequeño ó
tachuela. Hizo su dieta, unas hermanas suyas le fregaban los brazos y
piernas todas las noches y mañanas, por consejo de los maleantes:
preguntábanle las pobres despues de cansadas: ¿Hermano, para qué
hace esto? Y él las respondia: Bárbaras, no os entremetais en las cosas
de los hombres. Todos estos tres dias de la dieta y las fricaciones, se
subia á una azotea en amaneciendo, y se ponia hácia el nacimiento del
sol, haciendo ciertas señales que le habian mandado contra las nieblas de
Valladolid, que él hizo muy puntualmente como todo lo demás. Cumplidos
los tres dias, y lleno el celebro de nieblas, vino á los bellacones con tanta
cara como una calavera de mandrágora, que como estaba tan chupado y
flaco, parecia más alto. Fué uno de ellos á la pared blanca donde se habia
metido, y mudó el clavito dos dedos más abajo, y tapó el agujero con un
poco de cera blanda, que era en la cerería recien hecha, blanca y muy lisa.
Enviáronle á medirse, y como topó con el colodrillo en el clavito, quedó
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fuera de sí de contento, entendiendo que él habia crecido lo que el clavo
habia bajado. Vino con la boca llena de risa, que parecia mico desollado, y
fuése á echar á los piés de quien le habia hecho crecer: ellos le dijeron
que callase, porque sino se descreceria lo crecido, y que lo dificultoso
quedaba por hacer. Él dijo que aunque fuera bajar al infierno, lo haria por
no descrecer. Pues no es menos, dijeron ellos, y aquella noche le
mandaron que entre las once y las doce de la noche entrase en cierto
aposento por un callejon muy estrecho, que estaba debajo de unas casas
lóbregas y obscuras, solo y sin luz, y que allí le dirian lo que habia de
hacer. Él se turbó todo con la dificultad que le pusieron, pero al fin dijo, con
todo el miedo posible: Sí haré, sí haré. Fuése á la noche entrando por su
callejon, espeluzado el cabello, cortado de brazos y piernas, sin oir perro ni
gato que le pudiese hacer compañía, y en llegando al aposento, salieron
por las cuatro esquinas debajo la cama cuatro carátulas de demonios, con
cuatro candelillas en la boca, que con el temor que habia concebido, se le
representó el infierno todo; porque todos los hombres muy crédulos son
tambien temerosos; y como se fueron alzando los demonios, él se fué
quedando, y sin saber de sí, ni poder moverse de donde estaba, cayó en
el suelo, dándole tan gran corrupcion, que no se le pareció haber tenido
dieta, que la cólera habia desbaratado cuanto las almendras y pasas
habian detenido. Él caido, y ellos turbados y aun arrepentidos, no supieron
qué hacer, sino dejarlo y acogerse. Él volvió á cabo de rato en sí, y hallóse
revolcado en su sangre, de que anduvo muy corrido, y de manera
enfermo, que fué menester de veras valerse de las pasas y almendras
para no morirse, y ellos anduvieron escondidos y ausentes. Yo me sangré
en salud, refiriéndole el cuento al Conde, que le solemnizó mucho con su
buen gusto, y tomó á su cargo las amistades, contando lo pasado á
cuantos entraban en su casa. Sosegóse el negocio con la autoridad de un
tan gran príncipe, aunque ellos anduvieron hartos dias inquietos: porque el
hombrecito se quejó á todo el mundo, y á quien podia castigar la burla. Yo
los cogí cuando hubo oportunidad, y les dí á entender con la verdad,
cuánto importa no hacer mal, tanto en burlas como en veras, que de
haberle dado la vaya sobre su ruin talle y cuerpo, vino á buscar tan pesado
remedio, que nadie quiere oir faltas, y por más que se hagan sufridores y
finjan risa, no hay á quien no le pese en el alma oir mal de sí propio: y
tanto más, cuanto más parece verdad lo que se dice: que aun cuando no
lo es ni lo parece, se le abrasa el corazon á quien se dice, ora sea por dar
133
pesadumbre, ó sea por chisme, de que era tan enemigo este príncipe, que
en trayéndole alguna novedad de palacio, llamaba á aquel de quien se
decia, y delante del parlero se lo reprehendia: si se encogia de hombros el
otro negándole, decia el Conde: Pues veis aquí á fulano que me lo dijo: y
así andaban todos ajustados con la lengua y con el Conde.
134
Descanso XXIV
Y porque no habrá otra ocasion en que contarlo, digo que era Príncipe tan
enemigo de chismes y parlerías, que en presencia mia vino cierto
congraciador á decirle, que estaba tratando mal de su persona un hidalgo
de Valladolid: y encareciendo mucho esta insolencia, le preguntó el Conde:
¿Y vos qué hicisteis? Yo, dijo el buen hombre, vine luego á avisar á V.
Excelencia, porque al pié de la obra le enviase el castigo que merecen
ofensas hechas á tan grande señor. Vos teneis razon, dijo el Conde; ola,
dadle á este gentil-hombre una libranza de media docena de palos muy
bien dados. Pues á mí, ¿por qué? dijo el buen hombre. No son para vos,
respondió el Conde, sino para que los lleveis al que dijo mal de mí: porque
como me trujisteis lo que yo no sabia, le lleveis á él lo que no sabe. Y dijo
á un paje: Bermudez, corre y dí á fulano, que cuando hubiere de decir mal
de mí, no sea delante de tan ruin gente que me lo venga á decir luego, y
que para castigo suyo basta que sepa él que yo lo sé. Ambos quedaron
muy bien pagados, como merecian, que aunque no se dió la libranza,
quedó el pobre espantado de la merced. El ermitaño á todo comenzó á dar
cabezadas y bostezar muy á menudo, como hombre que está de mala
gana en locutorio de monjas, porque despues de la comida todo habia sido
hablar al son de las canales, que aunque pocas, con el ruido y fuerza del
aire, hacian su figura de manera, que se echó de ver que habia música
para toda la noche. Cenamos lo que tenia el buen hombre, que por poco
que fué, ayudó para reposar y darle al sueño bastante lugar, no solamente
para hacer la digestion, pero para soñar disparates, conforme á lo que se
habia cenado, y al tiempo borrascoso que hacia, que realmente, aunque
más anden desvaneciéndose y buscando interpretaciones de los sueños
algunos amigos de adivinacion, ellos andan conforme á los tiempos y á los
mantenimientos, y obedeciendo al humor predominante, que es lo más
ordinario; es grande ignorancia ponerse á interpretar lo que procede de
humores calientes ó frios, húmedos ó secos. Y si alguna cosa sucediere,
que sea verdad en los sueños, ó será acaso ó representacion de Ángeles
buenos ó malos; y no hay para que divertirnos en probar la verdad de esto,
135
que tan manifiesta y clara la conocemos.
136
Relación segunda de la vida del escudero
Marcos de Obregón
Aunque amanecia el dia con acabarse la furia del agua, que toda la noche
habia combatido la ermita ó humilladero, era tanta la abundancia que el rio
habia recogido, que sobrepujando la puente, ni de la una parte ni de la otra
se podia pasar, ni pasaron, hasta que se fué avadando el dia siguiente. Yo
quisiera irme, por parecerme que ya el ermitaño estaba harto de oirme
hablar relaciones de mi vida; y como yo naturalmente, ni soy inclinado á
hablar, ni oir hablar mucho, parecióme que el demasiado sueño del
ermitaño nacia del enfado de oirme: y como los habladores, gente sin
memoria de lo que está por venir, son para mí tan odiosos, no queria caer
en la culpa que reprehendo, que los que tienen esta falta, aunque por
sobra de palabras sin sustancia, son ordinariamente cizañeros,
congraciadores, chismosos, que á trueque ó fin de hablar no reparan en
falso ó verdadero, ni saben distinguir la mentira de la verdad, y de la
misma manera que lo dicen lo desdicen; amigos de averiguar un chisme, y
de traer y de llevar adelante su opinion, soldando un yerro con otros
ciento, y el menor daño que hacen es ser grandes aduladores: no se
asientan ni reposan en cosa con la facilidad que proceden, ni temen caer
en falta, ni cobrar mala opinion, que realmente he visto que á este vicio le
siguen otros muy peores. Huyendo yo de no caer en fama de hablador me
quise despedir del ermitaño, si bien el tiempo aun no daba lugar para ello;
pero él me porfió que no le dejase solo, por una grande melancolía que le
habia dado un sueño aquella noche, que afirmativamente decia: que
estando más dispierto que dormido, le habia hablado un muerto, en cuya
muerte se habia hallado en Italia. Reíme, y lo mejor que pude procuré
deshacerle aquella imaginacion. Preguntóme de qué me reia. Ríome,
respondí, de que la aprehension de los sueños sea tan poderosa con
algunas personas, que les parece que es verdad lo que sueñan, cosa tan
reprobada por el mismo Dios en muchos lugares del Testamento viejo, y
recibido en el nuevo, siendo todo vanidad del celebro, y ahora de la
melancolía que ha causado la esperanza del tiempo; que junta con el poco
y no buen mantenimiento, causara ese efecto y otros más ridículos. Digo,
respondió el ermitaño, que aun ahora me parece que le tengo presente.
137
Reíme mucho más que antes; replicóme: ¿Luego no suelen venir los
muertos á hablar con los vivos? No por cierto, respondí yo, sino cuando
por algun negocio de mucha importancia les da Dios licencia para ello,
como en aquel caso tan estupendo y digno de saberse que le pasó al
Marqués de las Navas, que habló con un muerto á quien él habia quitado
la vida; pero vino á cosas que le importaban para la quietud y reposo de su
alma. Es caso que todos los que vemos en los libros antiguos no tienen
tan asentada verdad como este, reservando aquellos de que las divinas
letras hacen mencion, porque pasó en nuestros dias, y á un tan gran
caballero, y tan amigo de verdad, y en presencia de testigos, que hay
algunos vivos ahora, que ni á él, ni á ellos, aun siendo verdad, les importa
nada confesarlo. ¿Á cuál Marqués? preguntó el ermitaño. Al que es ahora
vivo, respondí yo, D. Pedro de Ávila. Si no se cansa vuesa merced, dijo el
buen hombre, y aunque se canse, cuéntelo cómo pasó, que cosa tan
espantosa y de nuestros dias es bien que todos lo sepan. Bien divulgada
está, dije yo; pero por que no se quede en el sepulcro con el muerto es
bien decirla, y hacer particular memoria de cosa que tanta apariencia tiene
de verdad; y no me afirmára en ella, si no la hubiera oido de la boca de un
tan gran caballero como el mismo Marqués, y á su hermano el señor D.
Enrique de Guzman, Marqués de Pobar, gentil hombre de la Cámara del
potentísimo Rey D. Felipe III de las Españas, en cuyo palacio nunca ha
hallado lugar la adulacion ni mentira. El caso fué de esta manera:
Estando el Marqués preso por mandado de su Rey en San Martin de
Madrid, monasterio de la Orden de San Benito, y visitándole sus amigos
grandes caballeros, muchas veces ó siempre se quedaban de noche
acompañándole, particularmente el Sr. D. Enrique, Marqués de Pobar, su
hermano, y el Sr. D. Felipe de Córdoba, hijo del Sr. D. Diego de Córdoba,
Caballerizo mayor de Felipe II, y una noche, entre muchas, dióles gana de
irse á pasear al Marqués y á D. Felipe: fueron hácia el barrio de Lavapiés,
y estando hablando por una ventana, dijo el Marqués: Esperadme aquí,
que voy á aquella callejuela á cierta necesidad natural; halló en ella dos
hombres en las dos esquinas, que no le dejaron pasar. El Marqués dijo:
Vuesas mercedes sepan que voy con esta necesidad, y fué á pasar contra
su gusto. Arrojóle uno de ellos una estocada, y el Marqués otra á él propio;
cada uno pensó que dejaba muerto al otro. Con el mismo movimiento que
le sacó el Marqués la espada, que tenia la guarnicion en el pecho, le dió al
otro una cuchillada, con que le abrió la cabeza. Quedáronse los dos que
no pudieron moverse; el de la estocada muerto, aunque en pié, el de la
herida fuera de sí. Fuése el Marqués y llamó á D. Felipe, y fuéronse á San
138
Martin. Estando allá, pareciéndole que dormir sin averiguar bien lo que
habia pasado era yerro, contóselo, y los dos determinaron de ir. Fué el
Marqués con ellos, que no quiso que fuesen sin él, y hallaron alborotado el
barrio, diciendo que habian muerto allí dos hombres. Volviéronse sin hallar
en el sitio donde habia pasado otra cosa sino dos lienzos ensangrentados.
El que habia quedado con la herida fuése á Toledo, y desde allí envió á
saber si el Marqués era muerto, que lo habia conocido cuando le dió la
estocada, y curándose lo mejor que pudo, vino á morir de la herida: hizo
testamento antes, y como supo que el Marqués no habia recibido daño,
porque la estocada habia sido al soslayo, dejólo por su testamentario.
Supo el Marqués esto por relacion de un Religioso que se lo vino á decir
quién era el que lo dejaba por testamentario. Dentro de cinco ó seis dias,
despues de muerto este hombre, estando el Marqués acostado en su
cama, y D. Enrique su hermano, y D. Felipe de Córdoba en el mismo
aposento en otra cama, cerrada la puerta para dormir, llegaron y le
quitaron la ropa de la misma cama. El Marqués dijo: Quitaos allá, D.
Enrique, y respondió la persona que era con una voz ronca y llena de
horror: No es D. Enrique. Escandalizado el Marqués se levantó muy de
priesa, y desenvainando la espada que tenia á la cabecera, tiró tantas
cuchilladas, que preguntó D. Felipe: ¿Qué era aquello? El Marqués mi
hermano es, respondió D. Enrique, que anda á cuchilladas con un muerto.
Él dió cuantas pudo, hasta que se cansó, sin topar en cosa, sino algunas
en las paredes.
Abrió la puerta, y tornó á verlo fuera, y con la misma priesa fué dando
cuchilladas, hasta que llegó á un rincon donde habia oscuridad, y entonces
dijo la sombra: Basta, señor Marqués, basta, y véngase conmigo, que le
tengo que decir. El Marqués le siguió, y á él los dos caballeros, su
hermano, y D. Felipe. Bajóle abajo, y diciendo el Marqués qué le queria,
respondió, que mandase los dejasen solos, que no podia hablar delante de
testigos. Él, aunque de mala gana, les dijo que se quedasen; mas ellos no
quisieron. Al fin la sombra se entró en cierta bóveda donde habia huesos
de muertos: entró el Marqués tras de ella, y en pisando los huesos le fué
discurriendo por los suyos tan grande temor, que le fué forzoso salir fuera
á respirar y cobrar aliento, lo cual hizo por tres veces. Lo que le queria, y
pudo el Marqués con la turbacion percibir, era que en pago de la muerte
que le habia dado, le hiciese aquel bien de cumplir lo que en su
139
testamento dejaba, que era una restitucion, y poner una hija suya en
estado. Hubo en esto dares y tomares entre el Marqués y la sombra,
segun dijeron los testigos. Y confiesa el Marqués, que siendo tan hermoso
de rostro, blanco y rojo, como sus hermanos, desde esta noche quedó
como está ahora, sin ningun color y quebrantado el mismo rostro. Dice que
le vino á hablar otras veces, y que antes que le viese le daba un frio y
temblor, que no podia sustentarse. Al fin cumplió lo que le pidió, y nunca
más le apareció. Si fué el mismo espíritu suyo, ó del ángel de su guarda, ó
ángel bueno ó malo, dispútenlo los señores teólogos, que para mí bástame
el haberlo oido de la boca de un tan gran caballero como el Marqués y D.
Enrique su hermano, para tener el caso por más cierto; y que por cosas
tan particulares, que importan la salvacion de un alma, suele el Señor del
cielo y tierra dar licencia para semejantes negocios, que no son estas de
las cosas que algunos autores gentiles dicen, de llamar las almas para
hacerles preguntas, como hacia Empedocles y Apion Gramático, que llamó
la sombra de Homero, y no osó decir lo que habia respondido, que estas
eran artes de la necromancia, de que dice Ciceron, que fingian cuerpos de
aquellos que ya estaban quemados, y les daban alguna forma ó figura;
porque el espíritu por sí era incapaz de ser visto, que todas eran artes del
demonio, y acudia á lo que le pedian como poderoso, permitiéndoselo
Dios, que sin esta permision no podia hacerlo. Y que el venir de las almas
de los muertos con dispensacion de Dios, no se puede negar haber
sucedido algunas veces; no porque anden vagando por el mundo, que sus
lugares tienen señalados, ó en el cielo ó en el infierno, ó en el purgatorio.
Y si he sido prolijo en este cuento contra mi condicion y estilo, es porque
cosas tan graves se han de decir con la sencillez y llaneza con que
pasaron, sin dorarlo ni desdorarlo. Admiracion me ha puesto el caso, dijo
el ermitaño, y estoy determinado de apartarme de soledad, que aunque he
pasado algun tiempo en ella, no he visto cosa que me perturbe, y aun con
todo eso me he retirado de la soledad hácia el poblado, por los temores
que pasaba entre los altos riscos de Sierra-Morena: pero dejemos ya esta
materia, y volvamos á proseguir lo comenzado; que con la dulzura del
estilo y gracia del contarlo, se olvidará la melancolía del sueño y de la
verdad referida. Luego se fué á Sevilla, donde ahora vive muy recogido.
140
Descanso I
Tornando de nuevo á coser ó á anudar la conversacion pasada,
sentámonos al brasero, prosiguiendo mi comenzada relacion, porque el
ermitaño, hombre de muy buen discurso, me importunó de manera, que se
echó de ver que gustaba mucho de oir los trances de mi vida, y mostrando
mucha atencion, que es lo que da nuevo ánimo á las conversaciones,
proseguí lo que la noche antes habia dejado por el sueño del ermitaño, y
comencélo de muy buena gana, porque de la misma manera que quita el
gusto de hablar la descortesía de que algunos ignorantes usan, en atajar
lo que un hombre va diciendo, por encajar un disparate que se les ofrece
fuera de propósito, así la atencion da fuerzas y espíritu al que habla para
no cesar en su materia; yerro en que he visto caer á muchas personas,
muy reprehensible en quien le tiene, porque arguye poco gusto ó mal
entendimiento. El que no quiere oir lo que otro habla, bien puede apartarse
y dar lugar á que oiga quien tiene gusto; que hay algunos de tan
estraordinaria condicion y natural, que, ó por deslucir lo que otro habla, ó
por no entenderlo, que es lo más cierto, procuran atajarlo con poca razon y
menos cortesía. El premio del que dice bien, es la atencion que se le
presta, y aunque no sea muy limado, es gran descortesía no dar aplauso á
lo que dice, que al fin procura que parezca bien, y dice lo mejor que puede
y sabe. Hay un género de gentes que hablan con intercadencia,
careciendo de hebra y caudal para la materia que se trata: que despues de
haberles respondido, aunque se haya mudado el primer motivo, acuden
con lo que se les ofrece fuera de la intencion que se lleva: este es un
disparate y una inadvertencia que hace muy odioso al que la usa, y de
quien se debe huir la conversacion, porque son estorbo al que habla y á
los que oyen: y cuando va con malicia de desdorar al que dice, que todo
esto puede la envidia, es una malicia sin disculpa y merecedora de
cualquier mala correspondencia, que no se halla sino en hombres de poca
substancia, así en ingenio, como en letras. Y estiéndese á tanto, que aun
en los libros que se imprimen, no rehuye la infame y mal nacida envidia, de
usar de libertades muy conocidas. Los libros que se han de dar á la
141
estampa, han de llevar doctrina y gusto que enseñen y deleiten, y los que
no tienen talento para esto, ya que no lo alcanzan, no se deslicen á echar
pullas, con ofensa de los hombres de opinion, ó no escriban; que no ha de
ser todo danza de espadas, que despues de hechas no queda fruto ni
memoria de cosa que se pegue al alma. Han de llevar los libros que se
dan á la estampa, mucha pureza y castidad de lenguaje; pureza en la
eleccion de las palabras, y honestidad de conceptos, y castidad en no
mezclar bastardías que salen de la materia, como maledicencias ó
desestimacion de lo que otros hacen, especialmente cuando son contra
quien sabe decir, y sabe qué decir; y tan mal dichas, que van señalando
con el dedo, con que descubren su ignorancia, y desacreditan sus escritos,
y manifiestan su envidia, y declaran su malicia. Tornando á la materia del
hablar, digo que en las conversaciones háse de dar lugar á que hable el
que habla, y él ha de ser tan remirado, que no se derrame, ni divierta, ni
quiera hablárselo todo, que ha de dar lugar á la respuesta. Yo, como iba
historiando mi vida, no advertí que podria el ermitaño cansarse de oirme
hablar tan diversamente: pero sucedióme bien, que no solamente no se
cansó, pero tornó á importunarme que prosiguiese en mi principal intento,
que para eso me lo habia rogado al principio, y tornando á hablar con él,
proseguí diciendo.
142
Descanso II
Luego que por el pronóstico y significacion de aquel cometa, ó por lo que
la Magestad de Dios sabe y fué servido, murió el Rey Don Sebastian de
Portugal, en aquella tan memorable batalla, donde se hallaron tres Reyes,
y murieron todos tres, como sucedió al Cardenal Don Enrique, tio de Felipe
II y lo llamó á la sucesion del Reino toda Castilla y Andalucía, se movió á ir
sirviendo á su Rey con el amor y obediencia, que siempre España ha
tenido á sus legítimos Reyes. Víneme de Valladolid á Madrid, y siguiendo
la variedad de mi condicion y la opinion de todos, fuíme á Sevilla con
intencion de pasar á Italia, ya que no pudiese llegar á tiempo de
embarcarme para África. Estuve gozando de la grandeza de aquella
ciudad, llena de mil escelencias, tesorera y repartidora de la inmensa
riqueza que envia el mar Océano, sin la que deja para sí en sus profundas
arenas escondida para siempre. Sosegadas, ó por mejor decir, reducidas á
mejor forma las cosas de Portugal, quedéme en Sevilla por algun tiempo,
donde entre muchas cosas que me sucedieron, fué una dar en la valentía;
que habia entonces, y aun creo que ahora hay, una especie de gentes,
que ni parecen cristianos, ni moros, ni gentiles; sino su religion es adorar
en la diosa valentía, porque les parece que estando en esta cofradía, los
tendrán y respetarán por valientes, no cuanto á serlo, sino cuanto á
parecerlo. Sucedióme pasando por la calle de Génova, topar con uno de
estos, encontrándome con él, de suerte que por pasar yo por lo limpio le
hice pasar por el lodo, volvióse á mí, y con gran superioridad me dijo:
Señor marquesote, ¿no mira cómo va? Yo le dije: Perdone vuesa merced,
que no lo hacia á sabiendas. Él replicó: Pues si lo hiciera á sabiendas, ¿no
habia de estar ya amortajado? Yo no llevaba espada, que iba como
estudiante, profesion de que siempre héme preciado, y así usé de toda la
humildad posible, y él de toda la soberbia que tienen los de su profesion.
Díjele: No fué tan grave el delito, que merezca tan gran castigo como ese.
Díjome entonces: No debe de saber el morlaco con quién se ha
encontrado; pues estése quedo, que no quiero darle mas castigo de
ponerle cuarenta dedos en los carrillos, que por mi cuenta venian á ser
ocho bofetadas; esperéle, y viniendo alzadas las manos para ejecutar el
castigo, usé de una treta que siempre me ha salido bien. Y fué, que como
venia tan atento á su negocio, yo hice el mio; y asiéndole la espada por la
143
guarnicion, con toda la presteza posible se la saqué de la vaina, con el
mismo movimiento le puse los cinco dedos en la cara, y con la guarnicion
le herí en el carrillo izquierdo.
Él que se vió desarmado, dió á correr hácia gradas, y unos jubeteros
comenzaron á decir: Víctor, víctor al escolar; pero dijéronme: Váyase de
aquí, que este va á llamar retraidos, y volverán presto. Fuíme hácia San
Francisco, y el bellacon entró muy descolorido, sin espada, en el corral de
los naranjos, la capa arrastrando, la cara llena de sangre, y preguntándole
qué habia sido, respondió, que lo cercaron treinta hombres, y abrazándose
con él, le sacaron la espada, y habiéndole herido, á bocados se libró de
ellos, y le habia sacado las narices á uno de ellos de un bocado, y que iba
por una espada y rodela para hacerlos pedazos á todos. Acudieron á
donde habia pasado el ruido, y todos los oficiales hablaron en favor mio, á
lo cual dijo uno que iba entre ellos, hombre de menos que mediana
estatura, zurdo y dobladillo de cuerpo á quien todos pareció que
respetaban: Bien está, ese hombrecillo debe de tener buen hígado y así es
menester hacerlos amigos, porque el herido lo es de todos los honrados
de la cofradía, y antes de dos horas estará con los muchos si lo saben:
llamen á ese pobrete. Llamáronme unos oficiales, y trajeron al otro, que
para que quisiese ser amigo, fué menester llevarlos todos á la taberna de
Pinto, y gastar una hanega de lo de Cazalla: todos á una voz dijeron: Buen
hijo es; bien merece entrar en la cofradía.
144
Descanso III
Pasado esto, como el bellacon quedó mal contento buscó traza cómo
vengarse, y hallóla muy buena. Como yo entré nuevo, y tenia poca
esperiencia de las cosas de Sevilla, recatéme poco, que en las repúblicas
tan grandes es menester entrar con tiento, y el que no tiene conocimiento
ni esperiencia de ellas, háse de valer de quien tenga para no hallarse
atajado. Púseme espada, y en las obligaciones en que se pone quien la
ciñe, que con el desvanecimiento de la valentía, y con haber dado en
poeta y músico, que cualquiera de las tres bastaba para derribar otro juicio
mejor que el mio, comencé á alear más de lo que me estaba, y á tenerme
por paseante y gran ventanero, y enamorar cuantas encontraba; de
manera, que no habia portugués más azucarado que yo, por donde halló
mi contrario flaqueza en mí con la de una dama de buen talle, en cuya
casa él entraba y era señor absoluto. Andando yo en la brama entre
aquellos árboles de la alameda, sentíme llamar de una cierva, y acudiendo
al bramido me dijo: ¿Es posible, señor galan, que tan al descuido viva
vuesarcé, que no ha echado de ver que le miran con más cuidado que el
ordinario? Miréle el rostro y talle, y aunque le tenia estremado de bueno,
con todo lo creí, porque yo estaba tan desvanecido, que por este camino
creyera cualquier favor que se me diera. Prosiguió diciendo: ¡Que haya
venido yo á tiempo que no mire la calidad de mi persona ni autoridad de mi
marido! ¡oh mal hayan los ojos que no se recatan, y mal hayan los piés
que salen de los umbrales de su casa para ver sus desdichas! ¡que haya
entregado mi libertad á quien no sé si la estimará! ¡que mire yo á quien ni
me conoce ni conozco, y que haya de rogar á quien jamás admitió ruegos
de nadie! Más quiero morir, que no rendirme á quien quizá se reirá y
despreciará mis prendas. Y con eso fingió unas lágrimas tan tiernas, que
me sacó de juicio. Y en habiendo hecho su embeleco, me dejó y volvió las
espaldas con grandísimo donaire y garbo. Yo quedé helado y abrasado de
su presteza en irse, y de sus palabras en rendirme. La criada me dijo:
Buena tiene vuesa merced á mi señora, que estas eran sus melancolías;
de aquí nacen sus malas condiciones, que no hay quien en casa se
145
averigüe con ella. Sígala vuesa merced, y recátese no le vea su marido,
que es un caballero muy principal, y no poco celoso, aunque jamás ha
visto en mi señora ocasion para serlo. Seguíla espantado, y contento de
parecerme que mereceria yo mucho: estimándome interiormente en harto
más de lo que fuera razon. Entré en su casa, que era en una calle angosta
que iba á dar á la calle de las Armas, y luego me favoreció haciendo
ventana: y advirtióme que no diese muchos bordos, que ella me avisaria
de lo que habia de hacer. Anduve algunos dias en pretension, pareciendo
que por su estimacion no queria rendirse luego. ¡Oh engaños del mundo, y
qué fácilmente cree un hombre las cosas que van encaminadas á su gusto
ó á su provecho! Si mirásemos y tanteásemos lo que mira á nuestro bien,
como lo que mira á nuestro mal, no caeríamos en tantos daños y
desventuras como suceden. En la apariencia del gusto nos arrojamos con
la esperanza del bien, y en el mal no nos recatamos, siendo tan peligroso
ó dudoso el fin de lo uno como de lo otro. Más seguros vamos por el
camino del daño que yertos por el del provecho; porque lo uno nos pone
en recato, y lo otro en descuido. En el uno puede haber engaño, y en el
otro está el desengaño claro, como me sucedió, que creyendo el engaño
de aquella mujer, me ví en grande peligro; ¿pero á quién no engañará un
rostro hermoso y un talle gallardo con palabras dulces y ojos bachilleres?
Al fin yo perseveré hasta que me envió á decir con un papel amorosísimo
que me llegase allá aquella noche. Púseme lo más galan que pude, cogí
mi espada y una linterna grande, que podia servir de broquel, y fuíme
derecho á su casa sin considerar otra cosa más que obedecer al gusto;
hallé la puerta y sus brazos abiertos, recibióme con todas las caricias que
yo podia desear de actos exteriores y sencillos, y palabras dobladas: cerró
la puerta, luego al punto llamaron á ella. Ella sin preguntar quién llamaba,
dijo: Amigo, mi marido llama, entraos en esta bodeguilla, que luego se
tornará á ir. Entréme con mi linterna encendida: cerraron la puerta de la
bodeguilla con cerrojo, y dejáronme muy bien cerrado. El aposentillo
estaba casi todo lleno de sarmientos y chamiza seca; habia un pozo, que
respondia á lo alto, con su cubo colgado: púseme á escuchar lo que
hablaban, porque de haber cerrado la puerta sospeché no bien; preguntóle
la señora al marido fingido: Ya tengo cerrado á este hombre, ¿qué se ha
de hacer? Él respondió, aunque paso, en voz que le pude conocer que era
mi contrario: Abrasarlo ó ahogarlo en el pozo, que este es el que me sacó
la espada de la vaina. Luego se me representó la traza para salir salvo de
146
su cautela; que el peligro, descubridor de grandes secretos, y el temor de
la muerte levantan la imaginacion á cosas nunca pensadas: tapé con una
tabla el brocal del pozo: y de aquella chamiza y sarmientos secos llegué
cantidad á la puerta de la bodeguilla, y con la linterna, que aun no habia
apagado, encendílos. La puertecilla estaba tan seca, que comenzó á arder
con la ayuda de la leña, saliendo muchas llamaradas de la chamiza por
debajo la puerta: metíme en el cubo del pozo, y asíme á la soga muy bien,
que como estaba tapado el pozo iba seguro yo. Comenzó toda la gente á
dar voces: Fuego, fuego, agua, saquen agua del pozo; tiraron de la soga
para sacar agua, y como pesaba el cubo demasiadamente, por estar yo
dentro, llegáronse muchos vecinos á tirar de la soga, y tanto y con tanta
fuerza tiraron, que al fin me subieron arriba. Asíme muy bien al brocal del
pozo, yo debia de estar con el rostro pálido de la turbacion, y con esto y
hacerles un gesto de abominable demonio, desmayaron todos, diciendo
que era un diablo lo que sacaron del pozo. Acabé de salir, y escabullíme
entre la gente lo mejor que pude, y pude muy bien, porque como estaban
turbados no me echaron de ver, dejándoles la casa encendida, y llevando
mi persona libre, que vine á hallar la vida donde era tan fácil el perderla;
como en un pozo, y encerrado en tanta estrecheza, como en una
bodeguilla llena de curianas.
147
Descanso IV
Mi enemigo tomó para vengarse de mí por instrumento una mujer
hermosa, que al fin todas tienen fuerza natural para mover corazones, tan
bien como criaturas con aficion y lágrimas; pero como nacieron para llorar,
saben enternecer. Maldiga Dios sus determinaciones, que tan resueltas
son para ejecutar cuanto se les pone en la testa, que por el mismo caso
que no lo pueden con fuerza, lo hacen con astucia y embeleco. Tienen tan
grande fuerza en decir lo que quieren, y nosotros tanta flaqueza en
creerlas, que parece que para eso solo nacimos. Muchas he visto de muy
justificada vida, pero aun en estas he hallado desigualdades de
condiciones: y conocido algunas muy honradas de sus personas, que lo
son por solo decir mal de las que tienen alguna flaqueza. Y en resolucion,
pocas hay que se escapen de algun azar. Libréme del daño que pudiera
suceder, ó en que ya me ví, pero no de las manos de un alguacil que se
habia llegado al ruido, y como me vió ir corriendo, asióme; mas yo con
mucha presteza le dije: ¿Qué hace vuesa merced? ¿quiere que muramos
ambos á las manos de ese demonio que está en esta casa? Huya y
póngase en salvo, que viene matando á cuantos encuentra. Él me soltó y
dió á correr, porque como habia oido decir el demonio del pozo, como yo
se lo afirmé, se confirmó en ello. Yo no paré hasta llegar á tomar descanso
á la sombra de dos amigos, Hércules y César, que están en dos altísimas
columnas, á la entrada del alameda que hizo aquel gran caballero D.
Francisco Zapata, Conde de Barajas, que tantas deshizo en Sevilla. Pero
no acabaron aquí las de aquella noche, que estando descansando, sentí á
las espaldas de la calle de la Garbancera, en un malvar muy alto que allí
se hace, un ruido muy grande, moviéndose las malvas sin ver quién las
movia, que por ser de noche y estar solo en el lugar muy sujeto á
melancolía, me causó alguna: mas llegándome cerca con la espada
desenvainada, no ví cosa sino el movimiento de las malvas, y algun ruido
entre unas piedras que habia en el malvar, hasta que salieron fuera
luchando una culebra y un gato: la culebra procurando ceñir al gato por el
cuerpo, y el gato puesto sobre los piés, é hiriendo á la culebra con las
148
uñas por entre las conchuelas, que duró algun espacio: pero la culebra no
pudiendo resistir las uñas del gato, se tornó á sus malvas, y el gato como
diestro, dando un salto le cogió la delantera, y con el mismo movimiento,
mascándole la cabeza, retiróse antes que la culebra le diese con todo el
cuerpo; y lo hiciera si no se retirára, porque con el golpe dió en unas
piedras con la parte del lomo, á donde tiene la fuerza, de que no pudo más
moverse, y llegando el gato la acabó de matar. Dióme que considerar la
destreza del gato, viendo cuán cierta tiene la herida más que los demás
animales, por donde yo fuí aficionado desde allí á los gatos, habiendo sido
siempre enemigo de ellos, porque aunque no tienen tanto conocimiento ni
amor como los perros, son de gran seguridad contra las sabandijas que se
aparecen en las casas. Yo me fuí á reposar aquella noche, admirado y
corrido del doblez que tan pesadamente usó conmigo aquella mi
enamorada, que lo sea del diablo: y no del que salió del pozo; que la
apacibilidad que promete el rostro de una mujer hermosa sea capaz de tan
pesado engaño, y que con tanta facilidad se rinde á un mal consejo, es
cosa que aun no acabo de creerla. Que se apiade un hombre á unas
lágrimas de una mujer, es mucha nobleza; pero que ella las finja por mal
fin, parece abominacion. Rendirse á la hermosura es cosa natural; pero
rendirse la hermosura al engaño es contra razon, y aun contra naturaleza.
Y un ánimo como el del hombre, que hace cara á un ejército entero, se
rinda á una mujer, que huye de un raton, es cosa que espanta. Dios me
libre de sus revueltas, y me guarde de sus dobleces, que aun sin gusto
suelen tenerlos, por dar á entender que son queridas y desdeñosas; que
las aman y que no las estiman; que las regalan, y que ellas hacen burla de
quien las sirve.
149
Descanso V
Yo no quedé tan seguro de lo pasado que no me fuera necesario vivir con
mucho cuidado de las tretas de aquel valiente, porque si antes estaba
sentido del despojo de la tajante hoja, despues lo estuvo de haber salido
tan á su costa la burla que pensó hacerme. Yo, para más seguridad mia,
acudí á favorecerme de la casa de un gran caballero que está junto á
Omnium Sanctorum, en la feria, que en todas mis travesuras y sucesos me
fué amparo y refugio. Envióme á desafiar el valiente con un valiente amigo
suyo. Estando yo en la dicha casa del señor Marqués de Algaba, don Luis
de Guzman y sus criados, que tenia muchos y muy honrados, me quitaron
de la obligacion, por ser mis amigos, que por la descortesía de haber
perdido el respeto á la casa le enviaron á la suya sin narices, dejando la
espada, broquel y daga para merienda de los mozos de cocina. Hizo de
manera el malsin, mal fin le dé su suerte, que vino á saber un alcalde de la
justicia, grande enemigo mio, si estaba engañado Dios lo sabe, que yo
habia pegado fuego á la casa de su dayfa, que por andar celoso
injustamente de mí, por momentos me llevaba preso, y aunque yo procuré
siempre vencerle en cortesía, y quitarle la ocasion que lo traia con pecho
vengativo, como debia de tener el ánimo poco noble, no hacia caso del
buen término y humildad de que yo usaba con él, que los ánimos poco
levantados en viéndose superiores á su enemigo procuran vengarse como
pueden, sin mirar si les está bien ó mal. Mas los valerosos ánimos, con ser
señores de la venganza, tienen por grandeza no hacer caso de ella. Este
que digo, en viendo que pudo satisfacer á su bárbaro apetito, con la
relacion que le dió mi enemigo, luego puso por obra la ejecucion de sus
malas entrañas, haciendo corchete y explorador á la misma parte, que
tuvo harto cuidado de seguirme los pasos, de modo que yo lo vine á saber
por medio de amigos suyos y mios. Sabido esto, que el alcalde de la
justicia habiendo incriminado el delito, diciendo que era incendiario, como
hombre que no tenia más de una oreja, y esa inficionada, no admitió
advertencia ni consejo que se le daba. Dijo que me habia de sacar de la
iglesia en cualquiera que me hallase, porque el delito de incendiario era
muy grave. No lo hiciera el que ahora está en el mismo oficio, que es
justísimo juez, cristiano y discreto, y de gran consideracion en cuanto dice
y hace, no precipitado, ni arrojadizo, sino muy templado y considerado en
150
todas sus acciones, Justino de Chaves, que hay algunos jueces, aunque
pocos, que no quieren dejar delito para el tribunal de Dios, que parece que
los elige el demonio para hacer por manos de ellos lo que no puede por las
suyas, que se las tiene Dios atadas. En sabiendo que este juez andaba
conmigo tan tirano, mudéme de trage con un vestido viejo y malo, para
andar disfrazado: yo le traia junto á su persona una espía que me avisase
de todo, porque yo no me apartaba de Omnium Sanctorum, donde el
sacristan era mi amigo, con quien habia tratado lo que habia de hacer si
viniese á sacarme. Vino á avisarme de esto el amigo, y que para esta
empresa traia consigo al Toledanillo, corchete endiablado, y yo juré que le
habia de hacer una burla, que me habia de llevar acuestas á mi casa.
Luego pareció venir con tanta priesa, que por poco no pudiera ejecutar mi
traza. Dí al sacristan capa, ropilla y espada, quedándome en un jubon viejo
y sucio, y atándome á la cabeza un lienzo muy roto y ensangrentado,
echéme entre unos pobres muy asquerosos que estaban á la puerta
pidiendo limosna: llegó muy furioso á buscarme en la iglesia; el sacristan
cerró la iglesia antes que llegase, y juró, y con verdad, que no habia en
toda ella retraido, ni otra gente, sino aquellos pobres, que á nadie dejaban
oir misa, y que si queria sacar algun retraido, él se lo daria en las manos,
echándolos de allí. Luego él comenzó á echarlos, diciéndoles: Vosotros
algunos delincuentazos debeis de ser. Y á mí, porque dijo el sacristan que
estaba tullido, y que no podia menearme, le dijo al Toledanillo que me
llevase de allí, habiéndole dicho el sacristan que yo tenia mucho dinero de
que se podia aprovechar, con que le puso codicia de llevarme acuestas.
Mientras que su amo andaba revolviendo los altares y coro, y esteras de la
sacristía, yo le iba diciendo: En verdad, señor, que me huelgo que no
entrásedes allá, porque aquel hombre que van á sacar tiene jurado de
mataros, que sabiendo que sois muy hombre, él lo es tanto que tiene ya
dos corchetes en sal, y lo mismo hará de vos si os coge: Bien voy aquí de
esa manera, dijo el Toledanillo; y yo: Daos priesa antes que envie por vos
el teniente, y él lo hizo de muy buena gana, porque esta gente, ó porque
no les va nada en ello, ó porque quieren guardar su vida huyen de
semejantes peligros.
El amo, como no halló la presa que buscaba, y porque el sacristan le dijo
que se la daria pacíficamente, no llamó al Toledanillo. Él me llevó
paseando por toda la alameda, y el barrio del Duque, hasta la calle de San
151
Eloy, donde era mi posada; yo animábale diciendo que fuera de que se lo
habia de pagar muy bien, hacia una obra de misericordia. Venian dos
conocidos mios tras él pereciendo de risa, y él no osaba preguntarles de
qué se reian, hasta que llegando á donde le pareció que ya estaba fuera
de peligro, preguntóles: ¿De qué se rien voarcedes? Ellos le respondieron
sonriendo: De la carga que llevais, que es el que íbades á sacar de la
iglesia. Él sobresaltado, soltóme luego en el suelo, y yo encarándome á él,
le dije: Pues qué, ¿pensaba el ladron, que habia de cogerme el dinero?
Agradezca que no le visité las tripas por el pescuezo cuando me traia
acuestas hecho San Cristóbal. En este tiempo andaba el señor juez
riñendo con el sacristan porque le diese el retraido. Él dijo: Yo ya cumplí mi
palabra con dárselo al Toledanillo, que lo llevó acuestas. Riéronse tanto
los circunstantes con la burla hecha al Toledanillo, por ser tan bravo
corchete, que se olvidó el enojo de juez por lo que alcanzaba de la burla
viendo la que se habia hecho á su corchete: y él por no dar á entender su
corrimiento disimuló, por la parte que le tocaba. Esto es para que los
ministros de justicia entiendan, que ni todo ha de suceder como ellos
quieren, ni los delincuentes lo han de remitir todo á las manos, como
suelen en Sevilla, ni hacer resistencias, que si una vez sucede bien, treinta
les sucede mal. Los jueces nunca pierdan el respeto á los templos, porque
les sucede lo que á los perros que andan buscando la vida, que si muchas
veces comen, alguna los vienen á coger entre puertas. Debe proceder el
juez con los delincuentes de manera que no parezca que la justicia y
venganza se conforman para un fin, que se ha de averiguar las verdades
oyendo ambas partes: ni ha de creer, que uno es malo porque se lo diga
quien no es bueno. Juez apasionado no lo ha de ser en su negocio propio,
porque la pasion hace mayores los delitos del enemigo. Como es
dificultoso juzgar por malo aquello que nos deleita, así es imposible juzgar
por bueno lo que aborrecemos: que mal podrá guardar la autoridad de la
ley quien quiere hacerla de su condicion en ódio ó en amor. Muy confuso
se halla un juez cuando le apelan la sentencia que dió con pasion, no
siendo ya señor de ella. Los delincuentes han de usar de todos los medios
humanos y divinos antes que hacer una resistencia, y quien la hace en
confianza del favor que tiene, merece que le falte cuando lo há menester,
como sucede. No puede haber causa, si no es por salvar la vida, que
obligue á un hombre á tan bárbaro delito, que no se halla sino en hombres
desconfiados de la vida y honra. La humildad con los ministros de justicia
152
arguye valor y ánimo noble, en que consiste el fundamento de la paz y
concordia. Y si á los tales que se persuade á que son poderosos para
cuanto quieren, los tratamos con soberbia, ¿cómo podremos conservarnos
con ellos? Huir de ellos cuando nos siguen, no es falta de ánimo, sino
reconocimiento de superioridad: y el que de ellos es bien considerado,
huélgase de ver que el delincuente le tiene respeto, en huir ó en retraerse,
sin querer perseguirle ni apretarle más de lo que es justicia y razon. Yo no
pude hacer buen amigo de este hombre, y así me determiné, por no
resistirme ni huir, de hacerle esta burla que se tuvo por acertada, tanto
como reida, con que él me dejó, y el otro se sosegó en perseguirme. Yo
para aquietarme de todo, determiné de arrimarme á algun favor poderoso,
en cuya sombra pudiera descansar. Andaba entonces en Sevilla un gran
Príncipe, de gallardísimo talle, muy gentil hombre de cuerpo, hermoso de
rostro, con gran mansedumbre de condicion y consumada bondad, más de
ángel que de hombre, amiguísimo de hacer bien, amado y admirado en
aquella república, por estas y otras muchas partes que en su persona
resplandecian: sobrino del arzobispo que entonces era en Sevilla, que era
Marqués de Dénia. Yo me determiné de buscar modo como entrar en la
gracia de este Príncipe, y comunicándolo con cierto amigo, le dije: No es
posible, sino que este gran señor me ha de recibir en su favor y gracia.
¿En qué lo echais de ver? dijo mi amigo. Y respondí yo: En que yo le soy
grandemente apasionado, y perpétuo historiador de sus admirables
virtudes: y no es posible sino que la constelacion que me obliga á este
excesivo amor á él, le incline á serme agradecido. Sucedióme como yo me
lo tenia imaginado, porque estando en el corral de los naranjos, y pasando
por allí este gran Príncipe, me determiné á hablarle lo más cortesmente
que yo pude y supe. Paró el coche, y oyóme con entrañas piadosísimas,
haciéndome la merced que yo deseaba, y mandándome que le viese.
Recibido en su gracia, no me sucedió cosa mal en Sevilla, ni mis émulos
tuvieron brio ni atrevimiento más contra mí; que el favor de los Príncipes y
grandes señores es poderoso para vivir con quietud en la República, quien
quiere ampararse de su valor y reclinarse á su sombra. Y es cordura el
hacerlo, aunque no sea más de por imitar sus nativas costumbres, que
exceden con gran ventaja á las de la gente ordinaria; que como en las
plantas, las más bien cultivadas dan mejor y más abundante fruto, así
entre los hombres, los más bien instruidos dan mayor y más claro ejemplo
de la vida y costumbres, como son los príncipes y señores, criados desde
153
su niñez en costumbres loables, no derramados entre la ignorancia del
libre vulgo; que entre los caballeros está, y se usa la verdadera cortesía:
de ellos se aprende el buen trato y la crianza con lo que se debe dar á
cada uno; en ellos se halla la discreta disimulacion y paciencia, y cuando
há lugar el perderla, que como tratan siempre con gente que sabe todos
saben. Los que huyen el trato de los caballeros, no pueden entrarse en la
verdadera nobleza que consiste en la práctica y no en la teórica, y con ella
se aprende el respeto que se les ha de tener, para tratar con la nobleza
ignorada de todo el vulgo.
154
Descanso VI
Estuve en Sevilla algun tiempo viviendo de noche y de dia inquieto con
pendencias y enemistades, efectos de la ociosidad, raíz de los vicios, y
sepulcro de las virtudes. Torné en mí, y halléme atrás de lo que habia
profesado, que en la ociosidad no solamente se olvida lo trabajado, pero
se hace un durísimo hábito para volver á ello. El que pierde caminando la
verdadera senda, cuanto más se aleja, tanto más dificultosamente vuelve
á cobrarla: el que hace costumbre en la ociosidad, tarde ó nunca olvida los
resabios que de ella se siguen. En cuatro cosas gasta la vida el ocioso, en
dormir sin tiempo, en comer sin razon, en solicitar quietas, en murmurar de
todos. Llórame el corazon gotas de sangre cuando veo prendas de
valerosos capitanes y de doctísimos varones rendidas á un vicio tan
poltron como la ociosidad: quéjase el ocioso de su desdicha, y murmura de
la dicha del que con gran diligencia ha vencido la fuerza de su fortuna:
tiene envidia de lo que él pudiera haber grangeado con ella. El ocioso ni
come con gusto, ni duerme con quietud, ni descansa con reposo, que la
flojedad viene á ser verdugo y azote del dejamiento y pereza del ocioso.
Determiné de apartarme de este vicio poltron que en Sevilla me arrastraba,
y para esto tuve modo de pasar á Italia en servicio del duque de Medina-
Sidonia, que en un galeon aragonés enviaba mucha parte de sus criados á
Milan. Alcanzada esta buena gracia, detúveme en Sevilla hasta que fué
tiempo de partir. En este espacio, vinieron algunos portugueses, de los
que en África se habian hallado en aquel desdichado conflicto del rey
Sebastian, muchos de los cuales rescató Felipe II. Trabé amistad con
algunos de ellos, y como tienen tanta presteza en las agudezas del
ingenio, pasé con ellos bonísimos ratos. Estaba un caballero portugués,
amigo mio, haciéndose la barba con un mal oficial, que con mala mano y
peor navaja le rapaba, de manera que le llevaba los cueros del rostro. Alzó
el suyo el portugués, y le dijo: Señor barbero, si desfollades, desfollades
dulcemente; mais si rapades, rapades muito mal. Estando un amigo mio y
yo á la puerta de una Iglesia, que se llama Omnium Sanctorum, pasó un
caballero portugués, con seis pajes y dos lacayos muy bien vestidos á la
155
castellana, y quitándose la gorra á la Iglesia, quitámosela nosotros á él
usando de cortesía. Volvió como afrentado, y me dijo: Ollai, senhor
castillano, non vos tirei á vos á barreta, se naon á ó Santísimo
Sacramento. Dije yo: Pues yo se la quité á vuesa merced. Compungido de
esta respuesta dijo el portugués: Ainda vos á tirei á vos, senhor castillano.
Venia por la calle del Atambor un portugués con un castellano, y como el
portugués iba enamorando las ventanas, no vió un hoyo donde metió los
piés y se tendió de bruces. Dijo el castellano: Dios te ayude; y respondió el
portugués: Ja naon pode. Estando jugando tres castellanos con un
portugués á las primeras, los engañó agudísimamente, que habiéndole
dado despues de quinoleada la baraja cincuenta y cinco, dijo con
desprecio del naipe entre sí, como lo pudiesen oir: Os anhos de Mafoma.
Los demás, que estaban bien puestos, y lo vieron pasar, embidaron su
resto: él quiso, y echando el uno cincuenta, y los demás lo que tenian,
arrojó el portugués sus cincuenta y cinco puntos, y arrebatóles el resto;
dijo el uno de ellos: ¿Cómo dijo vuesa merced que tenia los de Mahoma,
que son cuarenta y ocho años, si tenia cincuenta y cinco? Respondió el
portugués: Eu cudei, que Mafoma era mas vello. (Yo pensé que Mahoma
era más viejo.) Otros excelentísimos cuentos y agudezas pudiera traer,
que por evitar proligidad los dejo. Vino en este tiempo una grandísima
peste en Sevilla; y mandóse por materia de estado que matasen todos los
perros y gatos, por que no llevasen el daño de una casa á otra. Yo,
procurando asentar mi vida, fuíme á Sanlúcar á casa del duque de Medina-
Sidonia, y navegando por el rio fué tanta la abundancia de gatos y perros
que habia ahogados en todas aquellas quince leguas, que algunas veces
fué necesario detener el barco, ó echarlo por otra parte.
156
Descanso VII
Embarcámonos en Sanlúcar, no con mucho tiempo. Pasamos á vista de
Gibraltar por el estrecho, que lo era tanto por alguna parte, que con la
mano parecia poderse alcanzar la una y otra parte. Vimos el Calpe tan
memorable por la antigüedad, y más memorable por el hachero ó atalaya
que entonces tenia, y muchos años despues de tan increible y perspicaz
vista, que en todo el tiempo que él tuvo aquel oficio, la costa de Andalucía
no ha recibido daño de las fronteras de Tetuan, porque en armando las
galeotas en África, las veia desde el Peñon, y avisaba con los hachos ó
humadas. Yo soy testigo, que estando una vez en el Peñon algunos
caballeros de Ronda y de Gibraltar, dijo Martin Lopez, que así se llamaba
el hachero: Mañana al anochecer habrá rebato: porque se están armando
galeotas en el rio de Tetuan; que son más de veinte leguas, y yo creo que
por mucho que se encarezcan las cosas que hizo con la vista de Lince,
que fué hombre y no animal como algunos piensan, no sobrepujaron á las
de Martin Lopez; realmente lo temian más los corsarios, que al socorro
que contra ellos venia. Quiero de paso declarar una opinion que anda
derramada entre la gente, poco aficionada á leer y engañada en pensar,
que lo que llaman columnas de Hércules, sean algunas que él mismo puso
en el estrecho de Gibraltar. Con otro mayor deslumbramiento, que dicen
ser las que mandó poner en la alameda de Sevilla D. Francisco Zapata,
primer conde de Barajas; pero la verdad es que estas dos columnas, son
la una el Peñon de Gibraltar, tan alto, que se disminuyen á la vista los
bajeles de alto bordo que pasan por allí. La otra columna es otro cerro muy
alto en África, correspondientes el uno al otro. Dícelo así Pomponio Mela
de Situ orbis. Volviendo al propósito, digo, que pasamos á la vista de
Marbella, Málaga, Cartagena y Alicante, hasta que engolfándonos
llegamos á las islas Baleares, donde no fuimos recibidos por la ruin fama
que habia de peste en poniente; de manera, que desde Mallorca nos
asestaron tres ó cuatro piezas. Faltónos viento, y anduvimos dando bordos
en aquella costa, hasta que vimos encender quince hachas, que nos
pusieron en mucho cuidado, porque como en Argel se cundió la fama de la
riqueza que llevaba el galeon de un tan grande príncipe, salieron en corso
quince galeotas á buscarnos, que hicieron mucho daño á toda la costa, y
lo pudieran hacer en nosotros, si el viento les favoreciera, permitiéndolo
157
Dios. Con el aviso que nos dieron de las atalayas, engolfámonos,
fortificando las obras muertas, y las demás partes que tenian necesidad,
con sacas de lana y otras cosas que para el propósito se llevaron.
Repartiéronse los lugares y puestos como les pareció á los capitanes y
soldados viejos que el galeon llevaba. Puestos en órden aguardamos las
galeotas, que ya se venian descubriendo con el suyo de media luna, que
como al galeon le faltaba el viento, y ellos venian valerosamente batiendo
los remos, llegaron tan cerca que nos podíamos cañonear.
Estando ya con determinacion de morir ó echarlas á fondo, disparó nuestro
galeon dos piezas tan venturosas, que desparecieron una de las quince
galeotas, y en el mismo punto nos vino un viento en popa tan desatado
que en un instante las perdimos de vista. Esforzóse el viento tan
demasiadamente, que nos quebró el árbol de la mesana; rompiendo las
velas y jarcias de lo demás con tanta furia, que nos puso en menos de
doce horas sobre la ciudad de Frigus en Francia; y sobreviniendo otro
viento contrario por proa anduvimos perdidos, volviendo hácia atrás con la
misma priesa que habíamos caminado. El galeon era muy gran velero y
fuerte, bastante para no perdernos, y con solo el trinquete de proa
pudimos vandearnos, con la gran fortaleza del galeon. Y al tercero dia de
la borrasca comenzó la popa á desencajarse y á crugir, á modo de
persona que se queja. Con esto comenzaron á desmayar los marineros,
determinados de dejarnos y entrarse de secreto en el barcon que venia
amarrado á la popa. Pero siendo sentidos de los soldados, que no venian
mareados, se lo estorbaron. Viendo el peligro, todos determinamos de
confesarnos y encomendarnos á Dios: pero llegando á hacerlo con dos
frailes que venian en el galeon, estaban tan mareados, que nos daban con
el vómito en las barbas y pecho, y como las ondas inclinaban el navío á
una parte y á otra, caian los de una banda sobre los de la otra, y luego
aquellos sobre estos otros. Andaba una mona saltando de jarcia en jarcia,
y de árbol en árbol, hablando en su lenguaje, hasta que pasando una
furiosísima ola por encima del navío se la llevó, y nos dejó á todos bien
refrescados. Anduvo la pobre mona pidiendo socorro muy grande rato
sobre el agua, que al fin se la tragó. Llevaban los marineros un papagayo
muy enjaulado en la gavia, que iba diciendo siempre: ¿Cómo estás, loro?
como cautivo, perro, perro, perro; que nunca con más verdad lo dijo, que
entonces. Apartónos Dios de resulta segunda vez junto á Mallorca á una
158
isleta que llaman la Cabrera, y al revolver de una punta, yendo ya un poco
consolados, nos arrojaron unas montañas de agua otra vez en alta mar,
donde tornamos de nuevo á padecer la misma tormenta. Algunos de los
marineros cargaron demasiadamente, y echáronse junto al fogon del navío
por sosegar un poco: sopló tan recio el viento que les echó fuego encima,
que tenian muy guardado, que á unos se les entró en la carne, y á otros
les abrasó las barbas y rostro, quitándoles el sueño y adormecimiento del
vino. Yo me ví en peligro de morir, porque el tiempo que quebró el árbol de
la mesana, por temor del viento habíamos atado, mis camaradas y yo, el
transportin al árbol y cuando se quebró arrojó el transportin en alto, y á
cada uno por su parte. Yo quedé asido al borde del galeon, colgado de las
manos por la parte de afuera, y si no me socorrieran presto, me fuera al
profundo del agua: y si se rompiera cuatro dedos más abajo, con la coz
nos echara hasta las nubes. Mareáronse los marineros, ó la mayor parte
de ellos. Estábamos sin gobierno, aunque venia entre ellos un
contramaestre muy alentado, con una barbaza que le llegaba hasta la
cinta, de que se preciaba mucho, y subiendo por las jarcias hácia la gavia,
á poner en cobro su papagayo, con la fuerza del viento se le desnudó la
barbaza, que llevaba cogida, y asiéndose á un cordel de aquellos de las
jarcias, quedó colgado de ella, como Absalon de los cabellos. Pero
asiéndose, como gran marinero, al entena, lo sumergió tres veces por un
lado por la mitad del navío, y pereciera si otro marinero no subiera por las
mismas jarcias y le cortara la barbaza, que dejándola anudada donde se
habia asido, y ayudándole, bajó vivo, aunque muy corrido de verse sin su
barba. Tornámos á proejar lo mejor que fué posible, quejándose siempre la
popa, y al fin tomamos el puerto de la Cabrera, isleta despoblada, sin
habitadores, ni comunicada sino es de Mallorca cuando traen
mantenimientos para cuatro ó cinco personas que guardan aquel castillo
fuerte y alto más porque no ocupen aquella isla los turcos, que por la
necesidad que hay de él. Habia estado mareado todo este tiempo el
mayordomo ó contador que gobernaba los criados del Duque, y volviendo
en sí, fué luego á visitar lo que venia á su cargo, y hallando de menos
ciertos pilones de azúcar, como no parecieron, dijo: Yo sabré presto quién
los comió, si están comidos; y fué así, porque el dia siguiente comenzaron
á dar á la banda todos, que no se daban mano á vaciar lo que habian
henchido, que como habian metido tan abundantemente del azúcar, les
corrompió el vientre en tanto extremo, que en quince dias no volvieron en
159
su primera figura. Al contramaestre no le vimos el rostro en muchos dias,
por verse desamparado de la barbaza, que debe ser en Grecia de mucha
calidad una cola de frison en la cara de un hombre. Al fin nos recibieron en
aquella isleta, que por falta de comunicacion no sabian que veníamos de
tierra apestada, y aunque lo supieran nos recibieran por ver gente que los
tenian por fuerza sin ver ni hablar sino con aquellas sordas olas que están
siempre batiendo los peñascos donde está el castillo edificado.
Detuvímonos allí quince ó veinte dias, ó más, haciendo árboles, reparando
jarcias, remendando velas, padeciendo calor entre mayo y junio, sin saber
en toda la isleta donde valerse contra la fuerza del calor, ni fuente donde
refrescarnos, sino el algibe ó cisterna de donde bebian los pobres
encerrados. Esta isleta es de seis ó siete leguas en circuito, toda de
piedras, muy poca tierra, y esa sin árboles, sino unas matillas que no
suben arriba de la cintura. Hay unas lagartijas grandes y negras, que no
huyen de la gente, aves muy pocas, porque como no hay agua donde
refrescarse no paran allí.
160
Descanso VIII
Como el calor era tan grande, y yo he sido siempre fogoso, llamé á un
amigo, y fuímonos saltando de peña en peña por buscar algun lugar que, ó
por verde ó por húmedo, nos pudiese alentar y aliviar de la navegacion y
trabajo pasado, de que salimos muy necesitados. Yendo saltando de una
peña en otra, espantados de ver tan avarienta á la naturaleza en tener
aquel sitio con tan cansada sequedad, trajo una bocanada de aire tan
celestial olor de madres-selvas, que pareció que lo enviaba Dios para
refrigerio y consuelo de nuestro cansancio. Volví el rostro hácia la parte de
oriente, de donde venia la fragancia, y ví en medio de aquellas contínuas
peñas una frescura milagrosa de verde y florida, porque se vieron de lejos
las flores de la madre-selva, tan grandes, apacibles y olorosas como las
que hay en toda Andalucía. Llegamos, saltando de piedra en piedra como
cabras, y hallamos una cueva, en cuya boca se criaban aquellas cordiales
matas de celestial olor. Y aunque era de entrada angosta, allá abajo se
estendia con mucho espacio, destilando de lo alto de la cueva por muchas
partes una agua tan suave y fria, que nos obligó á enviar al galeon por
sogas para bajar á recrearnos en ella. Bajamos, aunque con dificultad, y
hallamos abajo una estancia muy apacible y fresca, porque del agua que
se destilaba se formaban diversas cosas, y hacian á naturaleza
perfectísima con la variedad de tan estrañas figuras: habia órganos,
figuras de patriarcas, conejos y otras diversas cosas, que con la
continuacion de caer el agua se iban formando á maravilla: de esta
destilacion se venia á juntar un arroyuelo, que entre muy menuda y rubia
arena convidaba á beber de él, lo cual hicimos con grandísimo gusto. El
sitio era de gran deleite, porque si mirábamos arriba, veíamos la boca de
la cueva cubierta de las flores de madre-selva que se descolgaban hácia
abajo, esparciendo en la cueva una fragancia de más que humano olor. Si
mirábamos abajo el sitio donde estábamos, veíamos el agua fresca, y aun
fria, y el suelo con asientos donde podíamos descansar en tiempo de tan
excesivo calor, con espacio para pasearnos. Enviamos por nuestra comida
y una guitarra, con que nos entretuvimos con grandísimo contento,
cantando y tañendo, como los hijos de Israel en su destierro. Fuímonos á
la noche á dormir al castillo, aunque siempre quedaba guarda en el
galeon. Dijimos al castellano cómo habíamos hallado aquella cueva, que
161
era un hombre de horrible aspecto, ojos encarnizados, pocas palabras y
sin risa, que dijeron haber sido cabeza de bandoleros, y por esto lo tenian
en aquel castillo siendo guarda de él. Y respondiéndonos en lenguaje
catalan muy cerrado: Mirad por vosotros, que tambien los turcos saben
esa cueva: no fué parte esta advertencia para que dejásemos de ir cada
dia á visitar aquella regalada habitacion, comiendo y sesteando en ella.
Hicímoslo diez ó doce dias arreo. Habiendo un dia comido, y estando
sesteando, vimos asomar por la boca de la cueva bonetes colorados y
alquiceles blancos; pusímonos en pié, y al mismo punto que nos vieron, de
que venian descuidados, dijo uno en lengua castellana, muy clara y bien
pronunciada: Rendíos, perros. Quedaron mis compañeros absortos de ver
en lengua castellana bonetes turcos; dijo el uno: Gente de nuestro galeon
debe de ser, que nos quieren burlar. Habló otro turco, y dijo: Rendí presto,
que torco extar. Pusieron los tres compañeros mano á las espadas
queriéndose defender. Yo les dije: ¿De qué sirve esa defensa, si nos
pueden dejar aquí anegados á pura piedra, cuanto más con las escopetas
que vemos? Y á ellos les dije: Yo me rindo al que habló español, y todos á
todos; y vuesas mercedes pueden bajar á refrescarse, ó sino subirémosles
agua, pues somos sus esclavos. Dijo el turco español: No es menester,
que ya bajamos. Rogamos á Dios interiormente que lo supiesen en el
galeon; obedeciendo á nuestra fortuna. Mis compañeros muy tristes, y yo
muy en el caso, porque en todas las desdichas que á los hombres
suceden no hay remedio más importante que la paciencia. Yo, aunque la
tenia, fingiendo buen semblante, sentia lo que puede sentir el que
habiendo sido siempre libre entraba en esclavitud. La fortuna se ha de
vencer con buen ánimo: no hay más infeliz hombre que el que siempre ha
sido dichoso, porque siente las desdichas con mayor afliccion. Decíales á
mis compañeros que para estimar el bien era menester esperimentar algun
mal, y llevar este trabajo con paciencia para que fuese menor. Púseme á
recibir con buen semblante á los turcos que iban bajando, y en llegando al
que hablaba español, con mayor sumision y humildad, llamándole
caballero principal, dándole á entender que lo habia conocido; de que él
holgó mucho, y dijo á los turcos sus compañeros, que yo le conocia por
noble y principal, porque él, como despues supe, era de los moriscos más
estimados del reino de Valencia, que se habia ido á renegar, llevando muy
gentil pella de plata y oro. Viendo que aprovechaba la lisonja de haberle
llamado caballero y noble, proseguí diciéndole más y más vanidades,
porque él venia por cabo de dos galeotas suyas, que de las quince habian
quedado por falta de temporal, escondidas en una caleta, adonde aquel
mismo dia nos llevaron maniatados, sin tener remedio por entonces, y
162
zongorrando con la guitarra, apartóme mi amo, y dijo de secreto: Prosigue
en lo que has comenzado, que yo soy cabo de estas galeotas, y á mí me
aprovechará para la reputacion, y á tí dará buen tratamiento. Hícelo con
mucho cuidado, diciendo, como el que no lo oyese, que era de muy
principales parientes, nobles y caballeros. Fué tan poca nuestra suerte,
que les vino luego buen tiempo, y volviendo las proas hácia Argel, iban
navegando con viento en popa sin tocar á los remos. Quitáronnos el traje
español, y nos vistieron como miserables galeotes, y echados al remo los
demás compañeros, á mí me dejó el cabo para su servicio. Por no ir
callados con el manso viento que nos guiaba, me preguntó mi amo cómo
me llamaba, quién era, y qué profesion ú oficio tenia. Á lo primero le dije,
que yo me llamaba Márcos de Obregon, hijo de montañeses del valle de
Cayon.
Los demás por ir ocupados en oir cantar á un turquillo, que lo hacia
graciosamente, no pudieron oir lo que tratábamos: y así le pregunté, antes
de responderle, si era cristiano ó hijo de cristianos, porque su persona y
talle, y la hermosura de un mocito hijo suyo, daban muestras de ser
españoles. Él me respondió de muy buena gana; lo uno, porque la tenia
que tratar con cristianos, lo otro, porque los demás iban muy atentos al
musiquillo, y así me dijo, que era bautizado, hijo de padres cristianos, y
que su venida en Argel no fué por estar mal con la religion, que bien sabia
que era la verdadera, en quien se habia de salvar las almas, sino que yo,
dijo, nací con ánimo y espíritu de español, y no pude sufrir los agravios
que cada dia recibia de gente muy inferior á mi persona, las supercherías
que usaban con mi persona, con mi hacienda, que no era poca, siendo yo
descendiente de muy antiguos cristianos, como los demás, que tambien se
han pasado y pasan cada dia, no solamente del reino de Valencia, de
donde yo soy, sino del de Granada y de toda España. Lastimábame
mucho, como los demás, de no ser recibido á las dignidades y oficios de
Magistrados y de honras superiores, y ver que durase aquella infamia para
siempre, y que para deshacer esta injuria, no bastase tener obras
esteriores é interiores de cristiano. Que un hombre, que ni por nacimiento,
ni por partes heredadas ó adquiridas, se levantaba del suelo dos dedos, se
atreviese á llamar con nombres infames á un hombre muy cristiano y muy
caballero. Y sobre todo ver cuán lejos estaba el remedio de todas estas
cosas. ¿Qué me podrás tú decir á esto? Lo uno, respondí yo, que la Iglesia
ha considerado eso con mucho acuerdo; y lo otro quien tiene fé del
bautismo, no se ha de rendir ni acobardar por ningun accidente y trabajo
que le venga para apartarse de ella. Todo esto te confieso, dijo el turco,
163
pero ¿qué paciencia humana podrá sufrir que un hombre bajo, sin partes
ni nacimiento, que por ser muy obscuro su linage, se ha olvidado en la
república su principio, y se ha perdido la memoria de sus pasados, se
desvanezca, haciéndose superior á los hombres de mayores
merecimientos y partes que las suyas? De esas cosas, respondí yo, como
Dios es el verdadero juez, ya que consienta el agravio aquí, no negará el
premio allá, si puede haber agravio, no digo en los estatutos pasados en
las cosas de la Iglesia, que eso va muy justificado, sino en la intencion
dañada del que quiere infamar á los que ve que se van levantando y
creciendo en las cosas superiores y de mayor estimacion. Ellos, dijo el
moro, como ni pueden llegar á igualar á los de tan grandes merecimientos,
tomando ocasion de prevaricar los estatutos con su mala intencion, no
para fortificarlos, ni para servir á Dios ni á la Iglesia, sino para preciarse de
cartas viejas como dicen: y pareciéndoles que es una grande hazaña
levantar un testimonio, derraman una fama que lleva la envidia de lengua
en lengua, hasta echar por el suelo aquello que va más encumbrado; que
como su orígen fué siempre tan obscuro, que no se vió sujeto en el que lo
ennobleciese, y á la pobreza nadie le tiene envidia, quédanse sin saber
qué son, teniéndolos por cristianos viejos, por no ser conocidos, ni tener
noticia que tal gente hubiese en el mundo. La Iglesia, dije yo, no hace los
estatutos para que se quite la honra á los prógimos, sino para servirse la
religion lo mejor que sea posible, conservándola en virtud y bondad
conocida. Íbame á replicar mi amo, pero dejando el turquillo de cantar,
díjome que callase, y tornóme á preguntar lo primero: respondíle á todo
con brevedad, diciendo: Yo soy montañés de junto á Santander, del valle
de Cayon, aunque nací en Andalucía; llámome Márcos de Obregon, no
tengo oficio; porque en España los hidalgos no lo aprenden, que más
quieren padecer necesidades ó servir, que ser oficiales, que la nobleza de
las montañas fué ganada por armas, y conservada con servicios hechos á
los Reyes, y no se han de manchar con hacer oficios bajos, que allá con lo
poco que tienen se sustentan paseando lo peor que pueden, conservando
las leyes de hidalguía, que es andar rotos y descosidos, con guantes y
calzas atacadas. Yo haré, dijo mi amo, que sepais oficio muy bien. Y
respondió un compañero de los mios que estaba al remo: Eso á lo menos
no lo haré yo, ni se ha decir en España que un hidalgo de la casa de los
Mantillas usó oficio en Argel. Pues, perro, dijo mi amo, ¿estás al remo y
tratas de vanidades? Dadle á ese hidalgo cincuenta palos. Suplico á vuesa
merced, dije yo, perdone su ignorancia y desvanecimiento, que ni él sabe
más, ni es hidalgo, ni tiene más de ello que aquella estimacion, no cuanto
á hacer las obras de tal, sino cuanto á decir que lo es por comer sin
164
trabajar. Y no es el primer vagamundo que ha habido en aquella casa, si
es de ella; y á él le dije: Pues, bárbaro, ¿estamos en tiempo y estado que
podamos rehusar lo que nos mandaren? Ahora es cuando hemos de
aprender de ser humildes, que la obediencia nos ata la voluntad al gusto
ajeno. La voluntad subordinada no puede tener eleccion. En el punto que
un hombre pierde la libertad, no es señor de sus acciones. Solo un
remedio puede haber para ser un poco libre, que es ejercitar la paciencia y
humildad, y no esperar á hacer por fuerza lo que por fuerza se ha de
hacer. Si desde luego no se comienza á hacer hábito en la paciencia,
harémoslo en el castigo. Que el obedecer al superior, es hacerlo esclavo
nuestro. Como la humildad engendra amor, así la soberbia engendra ódio.
La estimacion del esclavo ha de nacer del gusto del señor, y esta se
adquiere con apacible humildad. Aquí somos esclavos, y si nos
humilláremos á cumplir con nuestra obligacion, nos tratarán como á libres,
y no como á esclavos. ¡Oh qué bien hablais! dijo nuestro amo, y cómo he
gustado de encontrar contigo para que seas maestro de mi hijo, que hasta
que encontrase un cristiano como tú no se lo he dado, porque por acá no
hay quien sepa la doctrina, que entre cristianos se enseña á los de poca
edad. Por cierto, dije yo, él es tan bella criatura, que quisiera yo valer y
saber mucho, para hacerle grande hombre, pero fáltale una cosa para ser
tan hermoso y gallardo. Estuvieron atentos á esto los demás moros, y
preguntó el padre: ¿Pues qué le falta? Respondí yo: Lo que sobra á vuesa
merced. ¿Qué me sobra á mí? dijo el padre. El bautismo, respondí yo, que
no lo há menester.
Fué á arrebatar un garrote para pegarme, y al mismo compás arrebaté yo
al muchacho para reparar con él. Cayósele el palo de las manos, con que
rieron todos, y al padre se le templó el enojo que pudiera tener
descargando el palo en su hijo. Fingióse muy dél enojado, por cumplir con
los compañeros ó soldados, que realmente lo tenian por grande
observador de la religion perruna ó turquesa. Aunque yo lo sentí, en lo
poco que le comuniqué, inclinado á tornarse á la verdad católica. ¿Por
qué, dijo, pensais vosotros que vine yo de España á Argel sino para
destruir todas estas costas, como lo he hecho siempre que he podido, y
tengo de hacer mucho más mal de lo que he hecho? Como lo sintieron
enojado quisieron echarme al remo; y él dijo: Dejadlo, que cada uno tiene
obligacion de volver por su religion, y este cuando sea turco hará lo mismo
165
que hace ahora. Sí haré, dije yo, pero no siendo moro, y para sosegar más
su enojo mandóme que tomase la guitarra que sacamos de la cueva:
hícelo acordándome del cantar de los hijos de Israel cuando iban en su
cautiverio. Fueron con el viento en popa mientras yo cantaba en mi
guitarra, muy alegres, sin alteracion del mar, ni estorbo de enemigos,
hasta que descubrieron las torres por la costa de Argel, y luego la ciudad,
que como los tenian perdidos, hicieron grandes alegrías en viendo que
eran las galeotas del renegado. Llegaron al puerto, y fué tan grande el
recibimiento por verle venir, y venir con presa, que le hicieron grandes
algazaras, tocaron trompetas y jabebas, otros instrumentos que usan más
para confusion y bulla que para apacibilidad de los oidos. Saliéronle á
recibir su mujer y una hija, muy española en el talle y garbo, blanca y
rubia, con bellos ojos verdes, que realmente parecia más nacida en
Francia, que criada en Argel: algo aguileña, el rostro alegre y muy
apacible, y en todas las demás partes muy hermosa. El renegado, que era
hombre cuerdo, enseñaba á todos sus hijos la lengua española, en la cual
le habló la hija con alguna terneza de lágrimas, que corrian por las rosadas
mejillas, que como les habian dado malas nuevas, el gozo le sacó aquellas
lágrimas del corazon. Yo les hice una humillacion muy grande, primero á la
hija que á la madre, que naturaleza me inclinó á ella con grande violencia;
díjele á mi amo: Yo, señor, tengo por muy venturosa mi prision, pues junto
con haber topado con tan grande caballero, me ha traido á ser esclavo de
tal hija y mujer, que más parecen ángeles que criaturas del suelo. ¡Ay,
padre mio, dijo la doncella, y qué corteses son los españoles! Pueden, dijo
el padre, enseñar cortesía á todas las naciones del mundo: y este esclavo
es en mayor grado, porque es noble, hijodalgo montañés, y muy discreto.
Y cómo lo parece, dijo la hija; pues ¿por qué lo trae con tan mal traje?
Hágale vuesa merced que se vista á la española. Todo se hará, hija mia,
respondió el padre; reposemos ahora el cansancio de la mar, ya que
habemos venido libres y salvos.
166
Descanso IX
Hallé un agradable albergue en hija y madre; pero mucho más en la hija,
porque como habia oido decir á su padre muchos bienes de España y los
habitadores de ella, naturaleza la llevaba por este camino. Regalábame
más que á los demás esclavos; pero servia con más gusto que ellos, así
por lo que habia visto, como porque no iba de mala gana á Argel, por ver
un hermano mio que estaba cautivo en él; y fuí venturoso en que antes
que preguntase por él supe que habia incitado á otros esclavos para que
tomando un barco, despues de haber muerto á sus amos, se arrojasen á la
fortuna, ó por mejor decir, á la voluntad de Dios, y no atreviéndose los
demás, él puso en ejecucion su intento, y sucedióle tan bien, que vino á
España, y despues murió sobre Jatelet, que si supieran ser mi hermano,
quizá yo lo pasara mal. Yo serví á mis amos con el mayor gusto y
diligencia que podia, y mi servicio les era más grato que el de los otros
cautivos, porque hacia de la necesidad virtud: y como al principio les gané
la voluntad, con facilidad los conservé despues: tratábalos con mucho
respeto y cortesía, martirizando mi voluntad, y forzándola á lo que no era
inclinado, que es á servir; que á los hombres naturalmente libres el tiempo
y la necesidad les enseña lo que han de hacer. Sufria más de lo que mi
condicion me enseñaba, que el rendirse á la fuerza yo creo que es de
ánimos valerosos y nobles. Poco valor y menos prudencia tiene el que no
sabe obedecer al tiempo. Servir bien quien por fuerza ha de servir, es
ganarle la fortuna por la mano; y obedecer mal al superior, es poner en
duda el gusto y la vida. Y al fin vive con seguridad quien hace lo que
puede sirviendo. Aunque yo me via regalado de mis amos, no por eso
dejaba de repartir el favor con los demás cautivos, y ellos conmigo su
trabajo; y para sosegar la envidia se han de hacer estas diligencias y otras
mayores. Que no hay gente que más se gobierne por ella que esclavos,
perseguidores de sus iguales, y solapadores de la honra y hacienda de
sus dueños. Pocos he visto de los que han pasado por este miserable
estado, que no tengan algun resabio infame.
167
Junto con el buen tratamiento que se me hacia, eché de ver en mi ama la
doncella, que siempre que pasaba por donde pudiese verla hacia cambio
en el color del rostro y en el movimiento de las manos, que parecia alguna
vez que tocaba tecla. Al principio atribuílo á la mucha honestidad suya;
pero con su perseverancia, y con la esperiencia que yo tenia de
semejantes accidentes, que no era poca, le conocí la enfermedad.
Mandábame un millon de cosas cada dia, que ni á ella tocaba el
mandarlas, ni á mí el hacerlas; pero yo confieso que me holgaba en el
alma de servirla y de que me mandase muchas más: todas cuantas
niñerías venian á mis manos, ó yo hacia, venian á parar en las suyas,
diciendo que eran de España; tanto que una vez, parándosele el rostro
como una amapola, me dijo, que cuando no hubiera venido de España otra
cosa sino quien se las daba, bastaba para ella; y luego echó á correr, y se
escondió. Yo con estos favores enternecíame demasiadamente; pero miré
el estado en que me via, y que habiendo de buscar la libertad del cuerpo
iba perdiendo la del alma, y que el menor daño que me podia suceder era
quedarme por yerno en casa, volvia sobre mí, y me reprehendia conmigo á
solas; pero cuanto más me contradecia hallaba en mí menos resistencia. Y
el remedio de estas pasiones más consiste en dejarlas estar que en
escarbarlas, buscando el olvido ó camino para él. Echaba de ver que al
tiempo que estas pasiones entran en un hombre le arrebatan de modo que
le dejan incapaz para otra cosa. Y aunque me persuadia á que por
entretenerme podia llevar aquella dulce carga, la esperiencia me habia
enseñado que el amor es rey, que en dándole posesion se alza con la
fortaleza; pero hacíame contradiccion en mi propio pensar cómo podia ser
desagradecido quien siempre se preció de lo contrario. Aunque para esto
se me ponia por delante la sospecha que podian tener los padres si vian
alguna demostracion de buena correspondencia; apartábame de esto estar
entre enemigos de la nacion y de la fé; el acudir mal al amor que el padre
me mostraba, que me habia entregado su hija para que la enseñase, y
sobre todo, y más que todo, no ser ella bautizada. Resolvíme al fin de que
aunque me abrasase no habia de mirarla con cuidado. La pobre doncella
que sintió novedad en mí, llevólo con mucha melancolía de corazon,
abatimiento de ojos, arcaduces y lumbreras del alma, color mudado de
rostro, suspension en las palabras y encogimiento en el trato.
Preguntábanle qué tenia. Y respondia que era enfermedad que ni la habia
tenido, ni conocido, ni sabia decir qué fuese. Preguntábanle si queria
168
alguna cosa. Respondia que era imposible lo que deseaba, que era
solamente ver á España, y esto entre risa y tristeza, vino á ser melancolía
de manera que hizo cama contra su voluntad, porque no podia ser visitada
de quien ella queria, ni entraban allá sino es las mujeres solamente, y
aquellos eunucos, gente vigilantísima, que como sea para quitar el gusto,
sirven con gran cuidado, que estas doncellitas no tienen esperiencia del
mundo, ni saben gobernar sus pasiones y apetitos. En faltándoles aquello
que miran con buenos ojos y mejor voluntad, les parece que les ha faltado
el cielo y tierra, y se rinden á cualquier borron por satisfacer á las ansias
que padecen. Y así las que usan de ser miradas, es lo más sano ó
casarlas, ó quitarles la ocasion de ver y ser vistas: más impresion hace la
pasion en la sangre nueva que en los pechos que se han de guardar. Á los
sembrados, si cuando están granados les falta el agua, no les hace mucha
falta; pero si les falta cuando están tiernos, luego se marchitan y paran
amarillos; y todas las cosas naturales van por este camino. Las doncellas
ignorantes de querer y olvidar, con cualquiera disfavor se marchitan, como
hizo esta doncellita á quien yo queria más de lo que ella pensaba.
169
Descanso X
Al fin comenzaron á curar de melancolía á esta doncellita, aplicándole mil
medicamentos que la echaban á perder, que como era tan amable por su
hermosura y condicion, súpose en todo Argel su enfermedad con mucho
sentimiento de todos. Yo sabiendo la causa de su melancolía, tan bien
como de mi pena y disimulacion, pensando cómo podria verla y consolarla,
propuse entre mí que habia de decirle amores en presencia del padre y de
la madre sin que lo sintiesen, y que ellos me habian de llevar para el
mismo efecto. Y con esta seguridad dije á mi amo que yo habia aprendido
en España de un gran varon unas palabras que dichas al oido sanaban
cualquiera melancolía por profunda que fuese; pero que se habian de
recibir con grande fé, y decirse al oido, sin que nadie las oyese sino sola la
persona paciente. El padre me dijo: Sana mi hija, y sea como fuere. La
madre con las mismas ansias y deseo me pidió que luego se las dijese.
Entré adonde las mujeres estaban acompañando la enferma lo más limpio
y aseado que pude, que la limpieza y curiosidad ayuda siempre á
engendrar amor; y entrando el padre y la madre la dijeron: Hija, ten buen
ánimo, y mucha fé con las palabras, que aquí viene Obregon á curarte de
tu melancolía. Y mandando que todos se apartasen, yo me llegué con
mucho respeto y cortesía al oido de la paciente, diciéndole el siguiente
ensalmo: Señora mia, la disimulacion de estos dias no ha sido á causa de
olvido, ni por tibieza de voluntad, sino recato y estimacion de vuestra
honra, que más os quiero que la vida que me sustenta; y con esto
apartéme de ella: y luego con un donaire celestial abrió aquellos divinos
ojos, con que alentó los corazones de todos los circunstantes, diciendo:
¿Es posible que tan poderosas palabras son las de España? porque habia
seis dias que no se le habian oido otras tantas. Pero todo esto vino á
resultar en disgusto mio, porque á la fama de la cura, que se habia
divulgado, otras melancólicas de diversos accidentes quisieron que las
curase, sin saber yo cómo lo podria hacer, ni el orígen de sus
enfermedades, más de lo dicho. Holgáronse todos, y alabaron la fuerza de
las palabras, la cortesía y humildad con que yo las habia dicho. La
doncelluela quiso levantarse luego por la fuerza del ensalmo, pero yo dije:
Ya vuesa merced ha comenzado á convalecer, y no es bien que tan presto
se gobierne como sana; estése queda, que yo volveré á decir estas
170
palabras y otras de mayor escelencia cuando vuesa merced fuere servida,
y el señor diere licencia. Así lo hice muchas veces hasta que se levantó, y
á mí un testimonio, que fué decir que tenia gracia de curar melancolía.
Holgáronse de verla sana, y yo mucho más que todos, como aquel que la
amaba tiernamente. En ese mismo tiempo habia estado enferma de
melancolía una señora principal, moza y muy hermosa, casada con un
caballero muy poderoso en el pueblo. Y habiendo estado enferma vino á
quedar con tan grande melancolía que á nadie queria ver ni hablar. Pues
como llegó á oidos del marido la salud que habia cobrado la hija de mi
amo, envióle á decir que le llevase allá aquel esclavo que curaba de
melancolía. Mi amo por darle gusto me dijo: De buena ventura has de ser,
porque me ha enviado á decir fulano, que es caballero de grandes partes,
que vale mucho en Argel, y con el gran Turco, que te lleve á curar á su
mujer de melancolía, que por ser gallarda y hermosa te holgarás de verla.
Oh señor, dije yo, no me mande vuesa merced eso, que si una vez lo hice
fué por ver á vuesa merced apasionado por la enfermedad de su hija; y
bien sabe cuán mal se recibe por acá lo que se dice y hace en virtud de la
verdadera religion. Es por fuerza, dijo, el hacerlo, que importa mucho
tenerlo grato. Señor, dije yo, vuesa merced me escuse con él, que no con
todas personas hacen las palabras un mismo efecto, que es necesario
tener con ellas tanta fé como tuvo su hija de vuesa merced, y esta señora
no la ha de tener. Trájele otras muchas causas escusándome, por ver si
podia escaparme. Él fué á hablar al caballero por disculparme, y cuanto
más me escusaba, tanto más porfiaba en ello, hasta que dijo, si no queria
ir, que me llevase arrastrando á palos. Pobre de mí, dije yo, ¿quién me
hizo cirujano ó médico de melancolías? ¿qué sé yo de recetas y de
ensalmos? ¿cómo podré salir ahora de este trance tan riguroso? que ó ella
ha de quedar sin melancolía, ó yo tengo de padecerla toda mi vida. Decirle
amores como á la otra, ni yo podré, ni ella me los entenderá, ni su
enfermedad es de este género: pues decirle al oido cosas de santos y de
la verdadera religion será doblarle más la enfermedad, y á mí los palos,
aunque Dios es poderoso para hacer pan de las piedras, y de los paganos
cristianos. Al fin me resolví con un gentil ánimo, llevando á mi amo por
lengua, y él á mí por escorzonera. Y para más acertar la cura cogí debajo
de la saltambarca una guitarra; procurando con todas las fuerzas posibles
salir con la cura, y para esto poner todos los medios necesarios, y así
entrando con muy desenvuelto semblante, adelantándome, le dije: Vuesa
merced, señora, sin duda sanará, porque las palabras que yo digo
solamente son para curar á las muy hermosas, y vuesa merced es
hermosísima. Tengo esperanza que saldrá bien con la salud, y yo con la
171
cura. Recibió bien este ensalmo, que es eficacísimo con las mujeres. Y
luego le dije: Tenga vuesa merced grande fé en las palabras, y póngase
en la imaginacion que ya ha ahuyentado el mal. Hícele estar con gran fé
suya, y suspension de todos: llegándome á ella, que estaba con la
imaginacion muy en el caso, díjela al oido un grandísimo disparate que
aprendí oyendo artes en Salamanca, y fué:
Barbara Cælarent darii ferio Baralipton,
Cælantes Dabitis Fapesmo frisesomorum.
Y luego sacando la guitarra le canté mil disparates, que ni ella los
entendia, ni yo se los declaraba. Fué tanta la fuerza de imaginativa suya,
que antes que de allí me saliese quedó riendo, y rogándome que volviese
allá muchas veces, y que le diese aquellas palabras escritas en su lengua;
yo dí gracias á Dios de verme libre de este trance, y busqué modo para no
curar más. Pero como habia cobrado fama, si algunas veces acudian,
fingia que me daba mal de corazon, y así me escapaba. Mas réstame por
decir los celos que tuvo mi ama la moza, que pensando le habia dicho á la
otra las mismas palabras que á ella, estaba llorando celos; apacigüéla en
pudiéndola hablar, que como era doncella de pocos años y menos
esperiencia, todo lo creia: y queriéndola yo con todo el estremo del mundo,
me pesaba que mis cosas le diesen un mínimo disgusto. Díjele un dia que
sus padres estaban fuera de casa, con la confianza que de mí hacian, y
habiéndome dicho que podia hablar delante de las criadas, porque no
entendian la lengua: Señora mia, ¿qué desdicha nuestra, y buena suerte
mia hizo que siendo vos un ángel en hermosura, en años tierna y en
cordura y madurez muy prudente, hayais entregado vuestro gusto y
voluntad á un hombre cargado de años, desnudo de partes y
merecimientos; que siendo digna de lo mejor y más granado del mundo,
no recuseis de recibir en vuestro servicio á un hombre rendido y
subordinado á cuantos daños la fortuna le quisiere hacer? ¿Que una
sabandija arrojada en la furia del mar maltratado de golpes de fortuna, en
mísera esclavitud, haya hallado tan soberano albergue en vuestro sencillo
pecho? ¿Que el blanco donde todos tienen puestos los ojos y las entrañas
haya recibido en las suyas á quien se contentára con ser perpétuamente
su esclavo? Que por supuesto que nunca en mí ha habido imaginacion de
llegar á manchar á vuestra castidad, ni el deseo se estenderá á tal, con tan
grandes y no merecidos favores me levanto á pensar que soy algo, no
siendo capaz de que vuestros ojos se humillen á mirar mi persona.
172
Encendido el rostro en un finísimo carmin, temblando las manos y
encogiendo el cuerpo con la fuerza de la honestidad, me respondió de esta
manera: Á lo primero os digo, señor mio, que no sé responder, porque ello
se vino sin cuidado, ni eleccion, ni saber por qué, ni cómo. Á lo segundo,
que no haber mirado en lo que por acá me podia estar bien, digo, que
despues que supe de mi padre haber sido bautizada, luego aborrecí lo que
por esta parte me podia venir. Y si yo fuese tan dichosa que viniese á ser
cristiana, no desearia más de esto, y lo que tengo presente; y sacando un
lienzo como para limpiarse el rostro, se lo cubrió como reprehendiéndose
de haber respondido con libertad. Quedóle como la azucena entre las
rosas, y yo mudo con solamente mirar y contemplar aquella honestidad
enamorada los efectos que hacia tan fuera del ordinario. Recogíme porque
sentí venir por la calle sus padres, y tomando mi guitarra canté: «¡Ay bien
logrados pensamientos mios!» Holgáronse mis amos de hallarme
cantando, que como él tenia en el corazon las cosas de España, se
regalaba con oir canciones españolas. Eché de ver de las palabras de la
doncella, y de otros accidentes, que yo habia sentido lo que yo me traia
entre ojos, que me iban regalando para heredero de la hija y de las
galeotas. Yo daba leccion al hijo, y lo instruia lo mejor que podia en las
costumbres cristianas, que el padre no lo rehusaba, aunque armaba contra
cristianos, haciendo grandísimos daños en las costas de España y en las
islas Baleares. Con esta ocasion gozaba algunos ratos de buena
conversacion con la hija, y con mucha cortesía y miramiento, sin que
pudiese notarse cosa que no fuese muy honesta y limpia. Mas como estas
cosas nunca se gozan y poseen sin azares y contradicciones, se entró el
diablo en el corazon de una vieja, cautiva de muchos años, entresacada
de dientes, de mala catadura, grande boca, labio caido á manera de oveja,
muelas pocas, ó ningunas, lagrimales llenos de alhorre, y contrahecha de
cuerpo, y tan mal acondicionada que se andaba siempre quejando de los
amos, diciendo que la mataban de hambre; y porque yo no la regalaba, y
no le daba lo que no tenia, dió en poner mal nombre á la sencillez de la
doncella, y la cortesía con que yo la trataba, por donde los padres la
pusieron silencio en hablarme con harta reclusion y aprieto: que le pareció
á aquella maldita vieja, que congraciándose con los amos por este camino,
pasaria mejor vida que hasta entonces; pero no nos sucedió como
pensaba, porque como el amor es tan grande escudriñador de secretos, á
pocos lances dí alcance al chisme de la esclava, y al momento hice que lo
supiese la hija, que como era tan querida de sus padres creyeron cuanto
dijo contra ella, de manera que nunca más entró donde estaban las
mujeres, ni comió ni bebió á gusto en el tiempo que yo estuve allí; justo
173
pago del chisme. Y si todos los que lo llevan fuesen mal recibidos, y peor
pagados, vivirian las gentes en más paz y quietud. Que si los chismosos
supiesen cuál dejan aquel á quien llevan la parlería, más querrian ser
entonces mudos que habladores; y los que los oyen, si quieren estar en el
caso, bien echarán de ver que no la traen por bien que quieren al que la
oye, sino por querer mal á aquel de quien la dicen, y por vengar sus ódios
por manos agenas. El chisme es un congraciamento, engendrado en
pechos ruines, que da pesadumbre al que le oye, y desacredita al que lo
trae. Á todas las gentes del mundo es justo guardarles secreto, sino es al
chismoso. Á tres personas ofende el chisme, al que lo dice, á quien se dice
y de quien se dice. Este lastimó á los padres, é hizo á la vieja odiosa, y
atormentó á la pobre doncella, y á mí me privó por entonces del regalo que
me hacian, y la estimacion con que me trataban. El renegado era hombre
cuerdo, y aunque usó con la hija de aquel rigor, conmigo disimuló sin
darme á entender cosa de su enojo, hasta enterarse de la verdad del caso;
pero hizo que me bajase á servicios viles, como era traer agua, y otras
cosas semejantes, más por ver mi sentimiento ó humildad que por que
perseverase en ello.
Yo que le entendí muy bien, hice con grandísimo gusto y llaneza cuantas
cosas me mandaba, malas ó buenas, procurando de desvelarlo del
cuidado con que vivia; que para desarraigar del pecho una sospecha que
se arremete á la honra, es menester usar de mil estratagemas, que ni lo
parezcan ni se aparten mucho de la verdad. Mudar de alegría en el
semblante, es novedad que se echa de ver. Hacer más servicios de los
ordinarios, dan ocasion de averiguar la sospecha. El medio que se ha de
guardar, con sola humildad y paciencia se adquiere, y aún ese no ha de
exceder el trato ordinario. Hice todo cuanto se me mandaba, sin diferencia
del gusto y pesadumbre con que antes lo haria. Iba con mucha humildad
por agua á una fuente que llaman del Babason, agua muy delgada y de
grande estimacion en aquella ciudad, de donde se proveen grandísima
cantidad de jardines, viñas, y olivares de grande provecho y recreacion.
Contóme un turco, estando allí, que no se sabe de dónde nace ni por
dónde viene aquella agua, porque habiéndola traido de lo alto de aquellos
montes y sierras dos turcos y dos cautivos con inmenso riesgo, el Rey ó
Virey que entonces era les pagó su trabajo con darles garrote, porque en
ningun tiempo revelasen el secreto con que pudieran quitarles el agua que
174
provechosa es á la ciudad; que sitiada una fuerza, el mayor daño que
pueden recibir para que se rinda ó se tome, es quitarle el agua. Y viven
con tanto recato, que cualquiera Virey procura saber alguna nueva
invencion, para mayor fortificacion de su ciudad: en tanto extremo, que el
viernes, cuando van á sus mezquitas, dejan encerradas las mujeres y los
esclavos con gran seguridad de traicion, porque sólo los hombres van al
templo, dejando bien cerradas sus casas y seguras sus mujeres. Y parece
con sola esta relacion que seria muy fácil hablar á la doncella estando
encerrada por defuera, y entrando los cautivos á servir á las mujeres,
tambien encerradas. Pero no es así, porque ellos van tan descuidados de
daño secreto ó público, dejando tan fuerte guarda para la defensa de sus
casas, que aunque el demonio pudiese dar lugar á la ejecucion del deseo,
seria más fácil saquear toda la ciudad que hacer traicion en una casa
particular. Porque dejan por guarda un género de hombres, que ni lo son
para ese efecto, ni lo parecen en el rostro, que, ó por preciarse de
fidelísimos, ó porque otros no hagan, lo que aunque no se parece se viene
á parecer, de que ellos están privados, son tan vigilantes en la guarda de
lo que se les encomienda, que por ningun camino admiten descuido ni
engaños. Y aunque quisiera valerme de él, por tener ya noticia y
conocimiento de la invencible entereza de estos mónstruos artificiales, no
quise ponerme en probarlo, antes el mismo eunuco ó guardadamas me
reprehendia porque no queria entrar á donde las mujeres estaban, como
persona que ya estaba avisada del caso; á que yo le respondia, que yo no
habia de hacer lo que no se usaba en mi tierra, ni se permitia que los
hombres se mezclasen con las mujeres. Y en resolucion, yo me goberné
con tanta fineza con esta espía, que no hallaron en qué tropezar, que era
lo que mi amo deseaba; y el eunuco, por la mala condicion que tenia,
estuvo siempre bien conmigo, que este género de gentes está en la
república muy infamado de mal intencionado, no sé si con razon, porque la
libertad de que usan en no disimular cosa, antes creo que les queda de ser
siempre niños, más que ser mal intencionados. Esto se entiende acerca de
los que no profesan la música, que en los que la profesan he visto muchos
cuerdos y muy virtuosos, como fué Primo, racionero de Toledo; y como es
Luis Onguero, capellan de Su Magestad, y otros de este modo y traza, que
por evitar prolijidad callo.
175
Descanso XI
Muy contento mi amo de la bondad de su hija, y satisfecho de mi fidelidad
tornaron las cosas á su principio, y yo á la reputacion y estimacion en que
me solian tener. La doncelluela realmente andaba un poco melancólica, la
madre muy arrepentida de verla disgustada, de manera que la hija se
retiraba de ella, haciéndose de la enojada y regalona. La madre andaba
pensando cómo darle gusto, buscando modos para alegrarla y
desenojarla, porque andaba con un ceñuelo que á todos nos traia
suspensos, á mí de amor, y á los demás de temor no enfermase de
aquella pesadumbre. Al fin, como procuraban volverla á su gusto y tenerla
alegre, dijo la madre á mi amo que me mandase decirle aquellas palabras
contra la melancolía, que no hallaba con qué alegrarla, sino con ellas.
Mandómelo, y yo le dije: Sin duda esta tristeza debe de nacer de algun
enojo, y así será menester decírselo muchas veces, para desarraigarle del
pecho la ocasion de su mal, haciéndole algunas preguntas, con que
respondiendo ella se sazonase mejor su pena. Y así fué, que me dejaron
un grande rato hablar con ella, y decirle el ensalmo primero y otros
mejores, á que ella respondia muy á propósito, quedando muy contenta de
haberla dicho que la verdadera salud y contento y gusto del alma le habia
de venir del agua del bautismo, que su padre habia despreciado. Y
despues de bien instruida en esto me aparté de su persona, habiendo
hablado, y ella respondido, media hora. Alegróse la madre de lo que veia,
rogóme que le enseñase aquel ensalmo, á que yo le respondí: Señora,
estas palabras no las puede decir sino quien hubiere estado en el estrecho
de Gibraltar, en las islas de Riatan, en las columnas de Hércules, y en el
Mongibelo de Sicilia, en la sima de Cabra, en la mina de Ronda y en el
corral de la Pacheca, que de otra manera se verán visiones infernales que
atemorizan á cualquiera persona.
Dije estos y otros muchos disparates, con que se le quitó la gana de saber
el ensalmo. Yo, aunque tenia con esto algun entretenimiento, al fin andaba
como hombre sin libertad en miserable esclavitud, entre enemigos de la
verdadera religion, y sin esperanzas de libertad, por donde el amor se iba
aumentando en la doncella y menguando en mí: como pasion que quiere
pechos, y ánimos vagabundos y ociosos, desocupados de todo trabajo y
176
virtud; ¿pues qué efecto puede hacer un amor holgazan en una alma
trabajadora? ¿qué gusto puede tener quien vive sin él? ¿cómo puede
hacer á su dama terrero, quien lo está hecho á los golpes de la fortuna?
¿cómo saldrán dulzuras de la boca por donde tantos tragos de amargura
entran? Al fin, el amor quiere ser solo, y que acudan á él solo mozos, sin
obligaciones, sin prudencia y sin necesidad, y aun en estos es vicio, y
distraimiento para la quietud del cuerpo y del alma. Cuanto más en un
hombre subordinado á tantos trabajos, mirado de tantos ojos, temeroso
por tantos testigos. Yo andaba muy triste, aunque muy servicial á mi amo y
á todas sus cosas, con tanta solicitud y amor que iban las obligaciones
cada dia creciendo con el amor de mis amos; pero pesábale de verme
andar triste y sin gusto, que aunque no se parecia en el servicio echábase
de ver en el rostro. Y así, llegándose el dia de San Juan de junio cuando
los moros, ó por imitacion de los cristianos, ó por mil yerros que en aquella
secta se profesan, hacen grandísimas demostraciones de alegría, con
invenciones nuevas á caballo y á pié, me dijo el renegado: Ven conmigo,
no como esclavo, sino como amigo, que quiero que con libertad te alegres
en estas fiestas que hoy se hacen al profeta Alí, que vosotros llamais San
Juan Bautista, para que te diviertas viendo tan excelentes ginetes, tantas
libreas, marlotas de seda hechas un ascua de oro, turbantes, cimitarras,
gallardos hombres de á caballo vibrando las lanzas con los brazos
desnudos y alheñados: mira la bizarría de las damas, tan adornadas de
vestidos y pedrerías, cómo favorecen con mucha honestidad á los
galanes, haciendo ventana, dándoles mangas y otros favores: mira las
cuadrillas de grandes caballeros, que llevando por guia á su Virey,
adornando toda la ribera, así del mar como de los rios, cuán gallardamente
juegan de lanzas, y despues de arrojadas, con cuánta ligereza las cogen
del suelo desde el caballo. Á todo esto yo estaba reventando con lágrimas,
sin poderme contener ni disimular la pena y sentimiento que aquellas
fiestas me causaban. Á que volviendo los ojos mi amo, y viéndome
deshecho en lágrimas me dijo: Pues en el tiempo donde todo el mundo se
alegra, no solamente entre moros, sino en toda la cristiandad, y en una
mañana donde todos se salen de juicio por la abundancia de alegría,
¿estás limpiando lágrimas? Cuando parece que el mismo cielo da nuevas
muestras de regocijo, ¿lo celebras tú con llanto? ¿Qué ves aquí que te
pueda disgustar, ó que no te pueda dar mucho contento? La fiesta,
respondí yo, es milagrosa de buena, y tan en extremo grado, que por
alegrísima me hace acordar de muchas que he visto en la córte del mayor
monarca del mundo, Rey de España. Acuérdome de la riqueza y bizarría,
de las galas y vestidos, de las cadenas y joyas que esta mañana
177
resplandecen en tan grandes príncipes y caballeros. Acuérdome de ver
salir á un duque de Pastrana una mañana como esta á caballo, con un
semblante más de ángel que de hombre, elevado en la silla, que parecia
centauro, haciendo mil gallardías, y enamorando á cuantas personas le
miraban: de aquel gran cortesano don Juan Gaviria, cansando caballos,
arrastrando galas, haciendo cosas de muy valiente y alentado caballero.
De una prenda suya que en tiernos años ha subido á la cumbre de lo que
se puede desear, en razon de andar á caballo. De un don Luis de
Guzman, marqués del Algaba, que hacia temblar las plazas á donde se
encontraba con la furia desenfrenada de los bramantes toros. De su tio el
marqués de Ardales don Juan de Guzman, ejemplo de la braveza y
gallardía de toda caballería. De un tan gran príncipe como don Pedro de
Médicis, que con un garruchon en las manos ó tomaba un toro, ó lo rendia.
Del conde de Villamediana don Juan de Tasis, padre é hijo, que entre los
dos hacian pedazos un toro á cuchilladas. De tanto número de caballeros
mozos que admiran con el atrevimiento, vencen con la presteza, enamoran
con la cortesía, que como tras de esta mañana se sigue otro dia la fiesta
de los toros, acuérdome de todo en confuso. Fiesta que ninguna nacion
sino la española ha ejercitado, ni ejercita, porque todos tienen por excesiva
temeridad atreverse á un animal tan feroz que ofendido se arroja contra mil
hombres, contra caballos y lanzas, y garrochones, y cuanto más lastimado
tanto más furioso. Que nunca la antigüedad tuvo fiesta de tanto peligro
como este; y son animosos y atrevidos los españoles, que aun heridos del
toro se tornan al peligro tan manifiesto, así peones como ginetes. Si
hubiese de contar las hazañas que en semejantes fiestas he visto, y traer
á la memoria los ingénuos caballeros que igualan en todo á los
nombrados, así en valor como en calidad, seria obscurecer esta fiesta, y
cuantas en el mundo se hacen. Díjome aquí el ermitaño: ¿Pues cómo no
hace vuesa merced mencion de la que hizo en Valladolid don Felipe el
amado en el nacimiento del príncipe nuestro señor? Respondí yo: Porque
no habia de contar yo en profecía lo que aun no habia pasado; pero esa
fuera la más alegre y rica que los mortales han visto, y donde se muestra
la grandeza y prosperidad de la monarquía española. Que si el otro
emperador vicioso hacia cubrir con las limaduras de oro el suelo que
pisaba, saliendo de su palacio con el oro que salió aquel dia en la plaza, la
podia cubrir toda como con cargas de arena. Y si para engrandecer la
braveza de Roma, dicen que en la batalla de Canas, en la Pulla, se
hincheron tres moyos de las sortijas de los nobles, con las cadenas,
sortijas y botones de aquel dia se podian llenar treinta fanegas, esto sin lo
que quedaba en las casas particulares guardado. Estuvieron aquel dia
178
todos los embajadores de los reyes y repúblicas esperando la grandeza de
España, y la flor y valor de la caballería que los dejó suspensos, y en
éxtasis de ver la gallardía con que se jugó de los garrochones, revolviendo
los caballos, que aunque herir á espaldas vueltas es mucha gala, como lo
usan en otras naciones en cazas de leones y otros animales, este dia hubo
quien esperó en la misma puerta del toril, cuando con más furia y
velocidad sale el toro, y le mató cara á cara con el garrochon, que fué don
Pedro de Barros; y aunque esto tiene mucha parte de atrevimiento y
ventura, tambien la tiene de conocimiento y arte, que enseña la
experiencia con gentil discurso. Al fin estas fiestas admiraron á los
embajadores y al mundo: pero mucho más ver á un rey mozo, don Felipe
III el amado, siendo cabeza de su cuadrilla, guiar con tan grande sazon,
cordura y valor, y enmendar muchas veces los juegos de cañas que los
muy experimentados caballeros erraban: porque fué tanta la abundancia
de caballos y cuadrillas, que no pudieron caber en la plaza, y con esta
confusion algunas veces se descuidaban en el juego, que con la anciana
prudencia del mozo rey se tornaba á la primera perfeccion, que cierto
parecia ir guiado de los ángeles; porque al fin fué el mejor hombre de á
caballo que aquel dia se mostró en la plaza. Despues acá se han cultivado
grandes caballeros muy mozos y muy acertados, como don Diego de
Silva, caballero de mucho valor, presteza y donaire, atrevidísimo con el
garrochon en las manos, y su valeroso hermano don Francisco de Silva,
que pocos dias há sirviendo á su rey, murió como valentísimo soldado, y
con él muchas virtudes que le adornaban. El conde de Cantillana, que con
grandísimo aliento derriba muerto á un toro con el garrochon, don Cristóbal
de Gaviria, excelentísimo caballero, y otros muchos que por no salir de mi
propósito callo. Proseguimos en ver en la fiesta de los turcos y moros
algunos muy grandes ginetes; pero no tan grandes como don Luis de
Godoy, ni como don Jorge Morejon, alcaide de Ronda, ni como el conde
de Olivares mozo. Pero fué la fiesta alegrísima, que como gente que no ha
de tener otra gloria sino la presente, la gozan con toda la libertad que se
puede desear. Últimamente ví á mis amas, ya que la fiesta se iba
acabando, que me pesó en el alma, no por verlas tarde, que la doncellita
estaba hecha ojos, no hácia la fiesta, sino hácia su padre, que viéndole á
él me veia á mí. No pude negar á la naturaleza el vigor y aliento que de
semejantes encuentros recibe. Hice del ignorante en su vista, y dije á mi
amo que nos fuésemos, sabiendo lo que me habia de responder, como lo
hizo, diciendo: Esperemos á mi mujer é hija para acompañarlas. Bajaron
de una ventana donde estaban, y fuimos acompañándolas, la hija
temblándole las manos, y mudando el color del rostro, hablando con
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intercadencias. Díjole el padre: Ves aquí tu médico, háblale, y agradécele
la salud que suele darte.
Preguntóme la madre ¿qué me habia parecido la fiesta? Hasta que ví á
mis señoras, respondí, no ví cosa, que aunque eran buenas, me lo
pareciese, porque la gracia, hermosura y talle de mi señora y de su hija, yo
no la veo en Argel. Rióse el padre, y ellas quedaron muy contentas, que
teniendo por este camino contenta á la madre, de buena gana me dejaba
hablar con la hija. Pidióme la doncella un rosario en que iba rezando,
díselo, y en pudiendo hablarla, le dije para qué era el rosario, y que si
verdaderamente entregaba su voluntad á la Vírgen, le abriria camino
ancho y fácil para llegar á tanto bien como recibir la gracia del santo
bautismo, que la doncella con grandes ansias deseaba, y que le habia yo
de pedir cuenta de aquel rosario, que le guardase muy bien, y le rezase
cada dia; y así lo prometió hacer.
180
Descanso XII
En este tiempo sucedió un notable, y no usado hurto, delito castigadísimo
entre aquella gente, de que se escandalizó toda la ciudad, y causó mucha
turbacion, por ser hecho al Rey ó Virey, y de moneda que tenia guardada
para enviar al gran Señor. Y habiéndose hecho grandes diligencias, por
ningun camino se pudo sospechar ni imaginar quién pudiese ser el autor,
aunque un gran privado del Rey prometia grandísima cantidad de dineros,
exenciones y libertades á quien lo descubriese. Dióse traza que de secreto
y sin alboroto se fuesen escalando todas las casas, sin dejar salir á nadie
de la ciudad, y no aprovechando cosa, me dijo mi amo: Si supieses algun
secreto para descubrir este hurto, diciéndote quién lo hizo, sin que fuese
por relacion de ningun hombre, yo te daria libertad y dinero. ¿Ha de faltar,
dije yo, modo para eso, con una carta echadiza, sin firma ó con ella? Esto
es lo que voy obviando, dijo mi amo, porque yendo con firma matarán á
quien la diere ó la firmare; y si va sin firma atormentarán á todo el pueblo
para averiguar cuya es la letra, porque cualquier aviso ha de llegar primero
á las manos del ladron que á otra ninguna, porque es el mismo privado
suyo; y si lo descubre algun hombre libre le darán garrote, y si esclavo le
quemarán. Las premisas que yo tengo para esta verdad son grandes, y el
conocimiento de la parte y de su crueldad es de muchos años, que aquí
más tiemblan de Hazén su privado que del Rey; y así cualquiera modo de
los ordinarios causará grandísimo daño en descubrirlo. Y pues siendo este
el mayor enemigo que yo tengo, y aun toda la república, no lo descubro, ni
quiero que tú lo descubras; muy escesivos daños se han de seguir de ello.
Pues déjeme vuesa merced, dije yo, que ya tengo traza para vengar á
vuesa merced y descubrir el hurto sin que nadie padezca, y deje de
hacerlo como yo quisiere, con darme licencia para hacerlo á mi modo.
Diómela, y tomando un tordo escogido, con todas las partes que ha de
tener para buen hablador, encerrélo en un aposento en su jaula, donde no
pudiese oir pájaros que le perturbasen, y toda una noche y el dia le estuve
enseñando á decir: Fulano hurtó el dinero: fulano hurtó el dinero. Díme tan
buena maña, y él tenia tan buen natural, que dentro de quince dias, en
teniendo hambre, para pedir de comer decia: Fulano hurtó el dinero. De
suerte se servia de lo que le habia enseñado para todas sus hambres, ó
sed, que se habia olvidado de su canto natural. Aseguréme bien otros
181
ocho dias para que el tordo se asentase bien en lo aprendido, y yo en la
traza que llevaba ordenada, que fué importantísima para librar á más de
cien hombres que tenian presos sobre el hurto, inocentes de la maldad, y
entre ellos á muchos cautivos españoles é italianos, y de otras naciones. Y
así viendo que mi tordo habia de ser libertador de tantos cristianos presos,
un viernes que habia de ir el Rey á la mezquita, soltélo, y díle libertad para
que él la diese á los otros presos. Subióse á la torre con otros muchos
tordos, y entre las algaravías de los otros, él comenzó muy apriesa á decir:
Hazén hurtó el dinero, sin dejar de decirlo todo el dia muy apriesa, como
se veia en la libertad que deseaba. Fué á oidos del Rey lo que en la torre
decia el tordo. Espantóse, y cuando vino la hora de llegar á la mezquita, la
primera cosa que oyó fué el nuevo canto de mi tordo, que muy á menudo
decia: Hazén hurtó el dinero; Hazén hurtó el dinero. Asentóse luego que
pues habia sido tan secreto, debia de tener algo de verdad, que como son
agoreros en gran manera, se le puso en los cascos que el gran Mahoma
habia enviado algun espíritu de los que tiene junto á sí á declarar aquel
caso, por que no padeciesen tantos inocentes; pero por no arrojarse sin
consejo á la averiguacion del caso, llamó ciertos agoreros ó astrólogos,
que ya sabian lo que se habia cundido del tordo, y apretóles á que le
dijesen lo que sentian. Echaron su juicio, y vino tambien con el del tordo,
que prendió á su privado, y despues de haber confesado en la tortura, y
hallado todo el dinero, privó al privado de su privanza, despareciéndolo
con mucha aceptacion y gusto en toda la ciudad, que estaba mal con él,
no porque supiese mal que á nadie hubiese hecho, que hasta esta maldad
no se supo su malicia, sino por parecerles que todos los rigores que con
ellos usaba el Virey eran por consejo del privado, que esta miseria
padecen los que están en lugares supremos, que la envidia, ó los derriba,
ó los desacredita, siendo así que los verdaderos privados en llegando á la
grandeza que desean, con el amor y favor de sus reyes, luego acuden á la
conservacion de lo que han alcanzado con acreditarse haciendo bien á la
república. Si bien en las grandes monarquías no puede dilatarse
fácilmente esta verdad hasta que llegue á los que pueden ser jueces de
ello, para que la manifiesten sin que cualquiera se atreva á buscar autor á
los daños ó inconvenientes que ó por pecados de los hombres, ó por
juicios de Dios secretos á nuestra capacidad suceden en la república. Un
moderno estadista, alegando otros antiguos, dice que el príncipe no se ha
de dar en presa á su privado, que es no hacer tanto caso de él que le fie
su conciencia y sus acciones. Doctrina contra la misma naturaleza, porque
si cualquiera hombre particular naturalmente desea, y tiene un amigo con
quien, amándole, descanse y le descargue de algunos cuidados por la
182
comunicacion, ¿por qué ha de estar el príncipe privado de este bien que
los demás tienen? El príncipe valeroso, prudente y justo necesariamente
ha de tener junto á sí privados de irreprensible vida; porque si no lo fueren,
ó los apartará de sí, ó le mancharán su buena reputacion; pero que sea
conocidamente, y con general aplauso recibida la opinion del príncipe por
santa y justa, y que busquen en el privado qué reprehender, téngolo por de
ánimos mal contentos, y aun mal intencionados, y que se reciba á mal que
el privado crezca y medre en bienes y haciendas que los otros no pueden
alcanzar.
Considérese que en tan opulenta monarquía como la de España, de las
migajas que se desperdician de la mesa del príncipe sobra no solamente
para aumentar casas ya comenzadas y grandes, pero para levantarlas de
muy profundas miserias á lugares altísimos. Los grandes monarcas, reyes
y príncipes nacen subordinados al comun órden de la naturaleza, y sujetos
á las pasiones de amar y aborrecer, y han de tener amigos á quien
naturalmente se inclinen, que las estrellas son poderosas para inclinar á
un amigo más que á otro, que cuando estas amistades van por la sola
eleccion, no tienen aquella sazon y gusto que las otras: y siendo
superiores los príncipes, como lo son, no han de elegir el privado á gusto
ajeno, sino al suyo, y siéndolo, tambien lo será al gusto de los vasallos,
cuyo bien pende del gusto bien ordenado del príncipe: y este se ha de
seguir sin quebrarse la cabeza en condenar al uno ni al otro, ni juzgar si es
malo ó bueno, siendo la norma por donde se han de regular los actos de la
justicia, el gobierno de la república y la merced de los vasallos, el premio
de los buenos y el castigo de los malos. Cuanto más que, pues tienen dos
ángeles de guarda, y el corazon del rey está en la mano del Señor, es de
creer que los inclinarán al bien público y paz general. Que las cosas que la
ocasion ofrece de sucesos de fortuna no vienen ni tienen dependencia de
la voluntad y administracion del privado, sino de los movedores del cielo,
que son las causas segundas á quien la primera tiene dado su poder
general, si no es cuando en su tribunal se ordena otra cosa. Bueno es que
me confiese un hombre mal asentado peor sentido del buen modo de
juzgar que comunicó treinta ó cuarenta años y al que, ó por sus méritos, ó
por sus diligencias, ó por su ventura, llegó á ser privado, y que habiéndolo
alabado de virtuoso, apacible y discreto, amigo de hacer bien, en viéndole
privado, cuando más bien puede ejecutar su inclinacion, vuelve la hoja á
183
desdorar lo que antes doraba y adoraba; y venido á averiguar en qué
funda su desestimacion, ó por mejor decir, su poca constancia en la
amistad que antes le tenia, no sabrá responder, sino que es una especie
de envidia fundada en el bien ajeno, ó porque no le reparte con él, ó
porque le pesa que lo tenga, ó por mal entendimiento y peor voluntad. Los
privados de los grandes monarcas no pueden tener la memoria de todos
los conocidos, basta que la tengan de los que hacen diligencia para ello,
que los que son de mi condicion no tienen razon de quejarse del privado,
pues ha de nacer su bien de su cuidado y diligencia; y no teniéndola, es la
queja injustísima. Hay dos géneros de privados; unos que de principios
humildes subieron á merecer entrarse en la voluntad de su príncipe, y
estos quieren todo el bien para sí. Otros que siendo grandes señores han
sido muy aceptos y muy queridos de su rey, y estos como nacieron
príncipes quieren repartir el bien con todos. Pero los unos y los otros se
han de haber con su rey como la yedra con el árbol á quien se ase, que
aunque siempre sube abrazada con él sin jamás dejarle, con todo eso
nunca le estorba el fruto que naturalmente lleva: y así lo hacen los
privados que comenzaron por grandes señores, que nunca le estorban al
príncipe las acciones á que le obliga el lugar en que Dios le puso. Por
donde yo creo, y por las razones dichas juzgo que parece que no se podrá
engañar el rey en la eleccion del privado, pero podria engañarse el privado
en la eleccion de los que le propusiere á su rey por capaces para la
administracion de los cargos ó gobiernos, por estar en su noticia por tales
no siéndolo, engaño en que como hombre se puede caer, y así le importa
para la conservacion de su crédito y reputacion vivir con cuidado,
informándose de los que pueden ser jueces de ello, para que si la eleccion
no saliere tan acertada como se desea, á lo menos se entienda que no fué
acaso, ni por amistad ó antojo. Pero tornando á lo primero, digo, que es
terrible caso que quieran los estadistas privar al príncipe de tan grande
gusto como es la amistad del privado, á quien el príncipe naturalmente se
inclina, siendo así que la voluntad está siempre obrando, y tiene un blanco
adonde mira más que á otro, en todos los hombres del mundo, y adonde
halla descanso y alivio.
184
Descanso XIII
Ofrece la ocasion algunas veces cosas que divierten del intento principal,
como me ha sucedido en este paréntesis, dejando mi historia y tratando
cosas que no son de mi profesion, mas de conforme naturaleza las dicta y
ofrece. Habiendo sucedido en mi buena suerte salir con lo que se
pretendia por el lenguaje de mi tordo, mi amo cumplió su palabra despues
de haber cumplido el Virey la suya; y admirándose del secreto y prudencia
con que el renegado se hubo en aquel caso, por donde escusó el daño de
tanta gente como habia presa, que si no fuera por la sagacidad suya
pereciera él primero, si no fuera por aquel camino, y muchos de los presos
sin culpa. Él me dió libertad con mucha voluntad, aunque contra la de su
hija, que ya la ví muy inclinada á la verdadera religion, y al hermano, á
quien yo habia persuadido la misma verdad, de manera que ambos á dos
tenian deseo del bautismo; aunque el padre no se daba por entendido, sí
lo sospechaba, porque aunque callaba, sin duda lo deseaba. Llamábase el
muchacho Mustafá, y la hermana Alima, aunque despues que yo la pude
comunicar y encaminarla á la verdad católica se llamó María. Tuve lugar
de hablar con ella á solas con mucho gusto, pero no en cosas lascivas,
que nunca tuve intento de ofenderla; y por último la aseguré viniendo á
España, que por todos los caminos posibles la avisaria de mi estado, y la
advertiria de lo que le convenia hacer para ser cristiana como deseaba,
que enterneciéndose más con su intento principal que conmigo destiló
algunas lágrimas de piedad cristiana, y de rendida al amor honesto, con
que siendo la última vez que la hablé, me despedí de su presencia para lo
que era comunicarla más, y ella besando muchas veces el rosario que yo
le habia dado, dijo, que le guardaria para siempre. Díjome despues mi amo
con muchas muestras de amor: Obregon, yo no puedo dejar de cumplir la
palabra que te dí, por haberlo tú merecido, y por la obligacion que tengo de
ser español, y por las reliquias que me quedaron del bautismo (y miró al
rededor á ver si le escuchaba álguien) que tan en las entrañas tengo, que
ninguno de cuantos ves en todo Argel (de los moros hablo) te guardara fé
ni palabra, ni te agradeciera lo hecho. Y si el rey de Argel me agradeció y
cumplió la promesa que habia hecho á quien descubriese el hurto, es
porque es hijo de padres cristianos, donde la verdad y la palabra inviolable
se guardan. Y por acá esta bárbara nacion dice que el guardar la palabra
185
es de mercaderes, y no de caballeros. Y aunque yo te la cumplo, hágolo
contra mi voluntad, porque al fin estando tú aquí tenia con quien descansar
en las cosas que no pueden comunicarse. Pero ya que es fuerza y tú estás
inclinado á no estar en Argel, como yo tenia trazado, yo mismo te quiero
llevar á España en mis galeotas, y dejarte donde puedas con libertad
acudir á tu religion. Ahora es el tiempo propio, en que salen todos en
corso; yo habré de ir deshermanado de los demás, por dejarte en alguna
de las islas más cercanas á España, que más á poniente no osaré, porque
me traen muy sobre ojo por toda la costa, donde he hecho algunos daños
muy notables: y si el galeon en que venias no tuviera ventura en venirle
buen viento, todos veníades acá. Aprestóse mi amo para hacer su viaje,
llevando algunos turcos muy valientes consigo, y muy acostumbrados á
ser piratas; y escogiendo buen tiempo, puso la proa hácia las islas
Baleares, dejando en las orillas á su mujer é hija muy llorosas, la una
encomendándolo al gran profeta Mahoma, y la otra llamando muy á voces
y muy desconsolada á la Vírgen María, que como no habia cerca quien
pudiese reprehenderla, lo decia como lo sentia. Yo iba volviendo los ojos á
la ciudad, rogando á Dios que algun tiempo pudiese tornar á ella siendo de
cristianos, que como yo dejaba lo mejor de mi persona en ella, iba, aunque
libre, doliéndome de dejar entre aquella canalla una prenda que se pudiera
desempeñar con la sangre del corazon, pues deseaba aprovecharse de la
de Cristo, que aunque la supe dejar muy satisfecha y confiada de mi
voluntad, llevaba entre mí una batalla que no me dejaba acudir á otra cosa
sino al pensamiento que me aquejaba por cruel y desagradecido, me
martirizaba por ausente, y me acusaba dejar un alma cristiana entre
cuerpos moros; pero no sé qué confianza me aseguraba que la habia de
volver á ver cristiana. Al fin caminamos con felicísimo viento; y como mi
amo me via volver el rostro á la ciudad, decíame: Obregon, paréceme que
vas mirando á Argel y echándola maldiciones por verla tan llena de
cristianos cautivos, y por eso la llamas ladronera ó cueva de ladrones á
esta ciudad, pues asegúrote que no es el mayor daño el que los corsarios
hacen, que al fin van con su riesgo, y alguna vez van por lana y no vuelven
trasquilados, ni por trasquilar. Que el mayor daño es que por ver que son
en Argel bien recibidos, muchos de su voluntad se vienen de todas las
fronteras de África con sus arcabuces, ó por necesidad de libertad, ó por la
falta de regalos, ó por ser mal inclinados y tener el aparejo tan fácil, que es
lastimosa cosa ver que por la ocasion dicha está llena esta ciudad de
cristianos de poniente y de levante; que aunque voy á hacer mal por mi
provecho, no puedo dejar de sentir el daño de la sangre bautizada que me
tiene trabado el corazon. Otras veces, dije yo, he sentido á vuesa merced
186
enternecerse en esta materia, como á hombre piadoso de corazon y de
noble sangre; pero no le veo con mudanza de religion, ni con propósito de
volverse á la inviolable fé de San Pedro que profesaron sus pasados. No
quiero, respondió mi amo, decirte que el amor de la hacienda, la hidalguía
de la libertad, ni la fuerza de mujer é hijos, ni los muchos daños que en mi
propia patria he hecho me divierten de ello, sino preguntarte, si alguna vez
me has visto curioso en saber qué doctrina enseñabas á mis hijos: que por
aquí verás cómo debe estar mi fé en mi pecho. Y asegúrote que de
cuantos renegados has visto muy poderosos, ricos de esclavos y
hacienda, ninguno deja de saber que va engañado; que la libertad que
tienen tan grande, y las honras y haciendas, en que son preferidos á los
demás turcos y moros, los detienen, siendo señores, y mandando lo que
quieren, y á quien quieren; pero saben bien la verdad. Y para prueba de
esto en tanto que el tiempo refresca en nuestro favor, te quiero contar lo
que sucedió poco tiempo há en Argel.
Hay aquí un turco muy poderoso en hacienda, y abundante en esclavos,
venturoso en la mar, y esperimentado en la tierra, llamado Mami Reis, es
hombre de gentil determinacion, de buen talle, liberal y bien quisto. Yendo
este en corso por la costa de Valencia anduvo algunos dias sin poder
encontrar presa en el agua, hasta tanto que los mantenimientos le faltaron;
vista la necesidad saltaron en tierra él y sus compañeros con mucho riesgo
y peligro de sus personas, porque encendiendo hachas por toda la costa
los inquietaron de modo que se tornaron al agua, disparando algunas
piezas contra la gente del socorro. Con la priesa que llevaban se dejaron
en tierra al señor de la galeota y á otro soldado amigo suyo muy valiente,
que viéndose perdidos se entraron en un molino, donde hallaron
solamente una doncella hermosísima, que de turbada no pudo huir con las
demás gentes. Amenazáronla porque no diese voces, y en viendo la costa
quieta hicieron la seña que tenian hácia las galeotas, y en viendo la
primera noche vinieron al molino, y antes que tornase la gente del rebato
cogieron al capitan y su compañero, llevándolos á su galeota juntamente
con la cautiva doncella. La hermosura de ella era de manera que dijeron, y
con verdad, que tal joya de talle y rostro no se habia jamás visto en Argel.
El capitan, dueño de las galeotas, dijo que estimaba en más aquella presa
que si hubiera saqueado á toda Valencia. Ella iba acongojadísima y
llorosa, y él diciéndola que no fuese desagradecida á su buena fortuna,
pues iba á ser señora de toda aquella hacienda y otra mayor y de más
importancia, y no á ser esclava como pensaba. Pero la hermosura y
apacibilidad del rostro, acompañada con una mansa gravedad, era de
187
modo que se puede decir que siendo de noche dió luz á toda la galeota, á
quien todos se rindieron y humillaron como á cosa divina, admirándose
que Valencia criase tan soberanas prendas. Fuéla consolando por toda la
navegacion, que el turco sabe hablar un poco la lengua española, y es
hombre de muy buena suerte y talle, muy venturoso en cuantas empresas
ha acometido, muy rico en tierras, joyas y dineros, muy acepto á la
voluntad de todos los reyes de Argel. Para abreviar, fuése á desembarcar,
no á la ciudad, sino á una heredad suya de grande recreacion de viñas y
jardines muy regalados. Ella que se vió tan obedecida de esclavos y
amigos del turco, parece que se fué ablandando y dejando la tristeza que
le habia causado el cautiverio. Vino andando el tiempo á querer bien á su
amo, y á casarse con él, dejando su religion verdadera por la del marido,
en que vivió con grandísimo gusto seis años ó siete, querida, servida,
regalada, llena de joyas y perlas, y muy olvidada de haber sido cristiana.
Por cuya contemplacion se hicieron y hacian cada dia alegrísimas fiestas
de cañas y otras invenciones, porque su condicion se parecia mucho á su
cara, y la cara se aventajaba á todas las de Argel, de manera, que si no se
casára luego con ella, se la quitáran para enviarla al gran Turco. Pues
viviendo con toda esta idolatría, siendo su gusto la norma con que todos
vivian, habia allí un esclavo de Menorca, hombre de suerte, que como los
demás comunicaba con ella: vino su rescate, y el buen hombre fuése á
despedir de ella, y preguntóle en qué lugar habia de residir; él se lo dijo, y
ella le mandó que viviese con cuidado para lo que sucediese. Él, que no
era lerdo, la entendió, y yéndose á Menorca, vivió con él todo el tiempo
que pasó, hasta que tuvo ella modo como escribirle una carta á Menorca,
en que le decia que viniese con un bergantin, bien puesto, á la heredad de
su marido, á media noche para tal dia. Como llegó el tiempo en que todos
salen de Argel en corso, su marido armó sus galeotas con trescientos
esclavos, muy hombres de hechos, llevando vestidos á la española, y fué
á su ventura, azotando las olas con mucha gallardía, mirándolo su mujer, y
dándole mil favores desde una torre de su propia casa. El tiempo era muy
caluroso, y el dia que tenia concertado en la carta se acercaba. Fingióse
muy afligida de la ausencia y del calor, y dijo á sus esclavos y gente que
se queria ir á consolar á su heredad y jardines, y llevó consigo, como para
estar muchos dias, algunos cofres, donde iban vestidos, joyas y dineros y
toda la riqueza de oro y plata que habia en su casa, donde estuvo algunos
dias regalándose á sí y á sus esclavos y mujeres, que si antes la querian
mucho, entonces la adoraban. Llegó la noche que tenia concertada sin
haberse descubierto á nadie, con tan grande sagacidad y secreto, que ni
aun por el pensamiento se pudiera imaginar su determinacion, y puesta á
188
una ventana aguardó hasta las doce de la noche, sin dormir ni pegar sus
ojos, que vió un bulto que venia de hácia la mar: hizo la seña que estaba
concertada por la carta, y acudiendo bien á ella el hidalgo, dijo: Ea, que
aquí está el bergantin. Entonces la determinada señora habló con toda la
brevedad que pudo á sus esclavos, diciendo: Hermanos y amigos,
comprados con la sangre de Jesucristo; mi determinacion es esta, el que
quisiere libertad y vivir como cristiano, sígame hasta España. Respondió
por todos un gran soldado cautivo, natural de Málaga: Señora, todos
estamos determinados de obedecer vuestro mandamiento; pero mirad el
peligro en que os poneis y nos poneis, que ya las torres dan aviso, y en
amaneciendo cuajarán la mar de galeotas, y nos darán caza sin duda. Á
que ella respondió: Quien me puso esto en el corazon me guiará á
salvamento; y cuando no suceda, más quiero ser manjar de horribles
mónstruos marinos en los profundos abismos de las profundas cavernas
del mar, muriendo cristiana, que ser reina de Argel contra la religion que
profesaron nuestros pasados. Y sirviendo la hermosísima mujer de
valeroso capitan, alentó á sus esclavos de manera que en un instante
llevaron al bergantin los cofres y riquezas, dejando muertos á puñaladas á
una negra y á dos turquillos que daban voces. Juntos los esclavos, que ya
no lo eran, con los que venian en el bergantin, todos hombres honrados y
de gran pecho, se confortaron de manera unos á otros, que el bergantin
volaba con la fuerza de los remos y el viento que ayudaba.
En sabiéndose el caso en Argel, que fué luego, echaron tras ellos cuarenta
ó cincuenta galeotas, llevando cada cual su centinela en la gavia y en la
entena, que entendieron dar luego con el bergantin; más parece que Dios
ó lo guió ó lo hizo invisible; pues fuera de la diligencia dicha, su marido
Mami Reis andaba por las islas, y ni los unos ni los otros dieron con el
bergantin, hasta que al amanecer se hallaron entre las dos galeotas de su
marido, que para la tierra adentro llevaba su gente vestida á la española.
Ella con gran presteza y sagacidad mandó que los demás que iban en el
bergantin con los esclavos se pusiesen como turcos, para que pudiesen
huir dando á entender que huian de españoles. Fué gallarda y astuta la
advertencia, porque viendo Mami Reis que huian de él se holgó, diciendo:
Sin duda parecemos españoles, pues aquel bergantin de turcos se huye
de nosotros, y con grande risa celebraron la huida del bergantin, que con
esta traza se libraron, y llegaron á España, donde está muy rica y
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contenta, haciendo grandes limosnas de la hacienda de su marido: y
aunque en Argel sucedió otro caso semejante á este, fué con más poder y
menos circunstancias. Ya sabes á qué propósito te he contado este caso,
sucedido poco tiempo há, y sin duda yo creo que ninguno hay que no
tenga estampada en el corazon la primera religion que profesó, digo de los
bautizados, si bien esta mujer mostró más que todos aquel pecho varonil,
y determinacion cristiana. No me espanto, dije yo, que esa señora haya
tenido tan grande valor en su determinacion, que es propio de mujeres
poner por obra lo que se les pone en la testa, ni que haya vencido en
atrevimiento á los hombres, ni de que tuviese traza para ejecutar su
intento, que todo eso es creible en su natural inclinacion. Lo que me
admira es que haya tenido capacidad para guardar el secreto tanto tiempo,
que es más dificultoso en las mujeres guardar el secreto que guardar la
castidad; porque ninguna se escapa de tener una amiga con quien
comunica lo pasado, presente y venidero. Que lo otro no fué más de
encajársele en la cabeza que lo habia de hacer, porque carecia del
discurso que habia menester un caso tan árduo, importante y peligroso,
que se atrevia á su marido, á los corsarios y á todo Argel, á todas las olas
y borrascas del mar Mediterráneo, á las bestias marinas jamás vistas, ni
conocidas en su elemento, ni fuera de él, y todo esto no fué tan grande
hazaña como no revelar todo el secreto que tanto importaba. Todo eso,
dijo mi amo, es verdad, pero una cosa me hace más contradiccion, y es:
¿Cómo esa, siendo doncella, no tuvo valor para huir del molino con las
demás cuando la cautivaron, y lo tuvo despues para emprender un hecho
tan heroico? Á eso, dije yo, es fácil la respuesta, porque cuando esa
señora era doncella, con la frialdad natural que todas ordinariamente
tienen, la trabó el temor los miembros y venas del cuerpo, de manera que
no pudo huir, ni aun moverse de su lugar: pero despues que se casó, y la
abrigó la fuerza del calor del marido, mejoró su naturaleza, y cobró espíritu
para acometer esa empresa tan difícil. Y de todas las mujeres de quien se
hace mencion en la antigüedad no se sabe que fuesen doncellas, ni aun
se puede creer. ¿Pues las Amazonas, preguntó mi amo, no se dice que
fuesen doncellas? Señor no, respondí yo, ni en tanto que lo eran salian á
las batallas, sino ejercitándose, no en ócio, ni en lanificio, sino en cazas de
fieras, en andar á caballo, usando de la lanza, arco y saeta; y para hacerse
más fieras, se mantenian de tortugas y lagartos: y en siendo de edad para
ello se mezclaban con los varones circunvecinos: y si del concúbito parian
190
hijo varon, ó le mataban, ó le mancaban de manera que no quedase para
ejercicio de hombre; y si parian hembra, porque no fuese impedimento
para tirar al arco, le sacaban ó cortaban el pecho diestro, que eso quiere
decir Amazonas, Id est, sine ubere, sin teta; pero ninguna de ellas por sí
sola hizo tan grande hazaña como esta valenciana.
191
Descanso XIV
Como los esclavos y compañeros iban dormitando, tuvimos lugar y
espacio mi amo y yo para tratar esta materia y otras, con que se venció el
sueño. Habiendo reposado un tanto, dentro de dos horas descubrimos las
islas Baleares, Mallorca y Menorca, Ibiza, y otras islas pequeñas; pero no
nos acercamos á Mallorca, por el cuidado con que aquella isla vive, hasta
ser de noche: y aunque aguardamos á esto, fué menester apresurarnos,
porque si bien se parecieron presto, habia bien que trabajar para llegar á
ellas. Acercámonos á Mallorca por mejor, y para él fué peor, porque al
despuntar de un risco estaba en él una centinela que dió aviso á las
galeras de Génova, que andaban por coger á mi amo, y aunque se
acercaba la noche, comenzaron á batir los remos con grande furia hácia
nosotros. Mi amo viéndose perdido pasóse á la otra galeota, llevando
consigo la más granada gente que traia en ambas, y dióme á mí cargo de
mirar por la que me dejaba con poca gente; confiándose que hablando yo
español podria responder á propósito, y tener algun remedio la galeota. De
suerte, que me dejó por estorbo para que hiciesen la presa en mí, y se
pudiese librar. Sucedióle como él lo habia pensado, porque como hombre
astuto y muy práctico en toda la costa, no se hizo á la mar, sino á la isla,
que como era casi de noche, de caleta en caleta se fué escondiendo, y en
obscureciendo se hizo á la mar y se escapó. La galeota en que yo habia
quedado, como no llevaba gente que bogase, sino muy poca, y la más
ruin, fuése quedando tanto, que las galeras pudieron tirar una pieza para
que nos rindiéramos. Parámonos, y en llegando cerca yo, muy
alentadamente, y en bien claro español, dije: Rendidos somos. Pues á vos
buscamos, dijeron las galeras, llamándome por mil nombres infames, que
realmente como la galeota era aquella en que siempre andaba mi amo, y
hablé tan claro español, me tuvieron por el renegado. Echaron al remo
todos los turcos, canalla que hallaron conmigo, y á mí pensando que
habian dado con lo que buscaban, me maniataron para llevarme á Génova
y hacer en mí un gran castigo. Decíame el capitan de la capitana: Quante
volte habete scampato la vita, can renegato, adeso non scamparate, se
non impiccato? Señor, dije, mire V. S. que yo no soy el renegado que V. S.
piensa, sino un pobre español esclavo suyo. Por la defensa cargaron
sobre mí tantos palos que me obligaron á decir: Dicen que Génova es
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monte sin leña; pero harta ha habido para mí ahora. Riéronse dos músicos
españoles que traia el general en su galera de mi respuesta, y más de la
paciencia con que lo llevé: uno de los cuales conocia yo muy bien, y entre
ellos, por lo que les declaró uno de los músicos, tambien hubo alguna risa.
Yo me arrimé á un rincon maniatado, y dando gracias á Dios que tantas
veces me veia ejercitado en trabajos y miserias; que las desdichas nos
traen á la memoria las misericordias de Dios, y no los pecados por que las
merecemos; que si quisiésemos advertir cuánto mayores son que los
trabajos que Dios nos envia, nos consolaríamos, y no nos quejaríamos de
los instrumentos que Dios toma para castigarnos, que son sus invenciones
tan secretas y tan grandes que nos ponen en cuidado de considerar por
donde nos vino el daño, y no por donde lo teníamos merecido, y es tan
piadoso en el castigo, que no quiere infamarnos por lo que merecemos,
sino darnos en que merecer por lo que sufrimos, y llevar en paciencia lo
que no habemos pecado, que su misericordia á todo esto se estiende, que
nos ejercita en lo que no pecamos para descuento de lo que merecemos
en lo que pecamos, y luego echamos la culpa á aquellos por cuya mano
viene el justo castigo de Dios, que con lo que no habemos hecho nos
castigó lo que habemos hecho, por estimar en tanto nuestra honra que no
quiere muchas veces castigarnos por los mismos filos que nos matan
interiormente, porque no nos desconsolemos, ni lo tengamos por ejecutor
cruel. Acuérdome yo ahora de las desventuras que desde niño me han
seguido, y no me acuerdo de los delitos de mi juventud. Viéneme á la
memoria cuanto bien he hecho á algunos hombres en esta vida, y que por
estos mismos han venido muchos males, porque Dios toma semejantes
instrumentos para confusion y castigo de pecados cometidos con
ignorancia ó con malicia. Yo estoy ahora en fama de renegado, y
maniatado, agraviado injustamente por un astuto y endiablado hombre,
precito y descomulgado; y si quiero volver los ojos atrás veo que merezco
estos y otros mayores castigos de la mano de Dios. Á esto llegó un bellaco
de un cómitre, y dándome con un rebenque, me dijo: ¿Qué habla el perro
entre dientes? Callé porque no segundase. El señor Marcelo Doria, que
era general, movido á misericordia, dijo, que hasta averiguar quién era no
me tratasen mal. Yo como ví la puerta abierta á la piedad, dije: Suplico á
vuestra excelencia, pues la defensa natural es concedida á todos, se me
conceda á mí, que yo sé que en sabiendo vuestra excelencia lo que soy,
no solamente no padeceré en manos de un tan gran príncipe, pero espero
en Dios que me tiene de honrar más que merezco. Yo daré en Génova, y
aun en esta galera, testigos que me conocieron en la córte del rey Católico
en el tiempo que este renegado andaba haciendo mal en todas estas
193
costas, y será uno de ellos el señor Julio Espínola, el embajador. Hízome
desatar, y habló conmigo, preguntándome todo lo que deseaba saber del
renegado: yo le dije la astucia con que se habia escapado, con que
satisfice algo de mi persona, y puso mucha culpa á los que no siguieron la
empresa. Tornéme á mi rinconcillo, aunque no maniatado, y púseme en
cluquillas, las dos manos en el rostro, y los codos en las rodillas, porque
no me conociese el músico, pensando en mil cosas. Yendo navegando
hácia Génova, viendo que ya se habria dado noticia en Argel que las
galeras de Génova corrian la costa, pasamos el golfo de Leon con una
poca de borrasca, y habiéndolo atravesado de punta á punta, mandó el
general á los músicos que cantasen, y tomando sus guitarras, lo primero
que cantaron fué unas octavas mias que se glosaban:
El bien dudoso, el mal seguro y cierto.
Comenzó el tiple, que se llamaba Francisco de la Peña, á hacer
excelentísimos pasages de garganta, que como la sonata era grave habia
lugar para hacerlos, y yo á dar un suspiro á cada cláusula que hacian.
Cantaron todas las octavas, y al último pié que dijeron:
El bien dudoso, el mal seguro y cierto,
ya no pude contenerme, y con un movimiento natural inconsideradamente,
dije: Todavía me dura esa desdicha. Como fué en alta voz, miró el Peña,
que por venir yo tan disfrazado de cara y de vestido, y por ser él corto de
vista, no me habia conocido antes, y en viéndome, sin poder hablar
palabra, humedecidos los ojos, me abrazó, y fué al general, diciendo: ¿Á
quién piensa V. E. que traemos aquí? ¿Á quién? preguntó el general. Al
autor, dijo Peña, de esta letra y sonata, y de cuanto le habemos cantado á
V. E. ¿Qué decís? Llamadle acá. Lleguéme con harta vergüenza, pero con
ánimo alentado, y preguntóme el general: ¿Cómo os llamais? Márcos de
Obregon, respondí yo: el Peña, hombre que siempre profesó verdad y
virtud, llegó al general y le dijo: Fulano es su propio nombre, que por venir
tan mal parado debe de disfrazarlo. Espantóse el general de ver un
hombre de quien tenia tanta noticia en tan humilde traje, y rodeado de
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tantos trabajos y tan injustamente maniatado. Preguntóme la causa de
ello, y yo con mucha paciencia y humildad le conté todo lo sucedido,
porque el galeon del Duque de Medina habia parado en el Final. Hízome
mucha merced, particularmente trastejándome de vestidos. Y en llegando
á Génova visité á Julio Espínola el embajador, cuya amistad yo habia
profesado en la córte de España, que certificado Marcelo Doria de esta
verdad, ambos me hicieron merced de acomodarme de dinero y
cabalgadura para Milan; pero primero quise ver aquella república tan rica
de dineros y antigüedad, de nobles y antiquísimas casas, descendientes
de emperadores y grandes señores, y de la mayor nobleza de Italia; como
son Dorias, Espínolas, Adornos, de cuya notabilísima familia hay un ramo
en Jerez de la Frontera, emparentado con grandes caballeros españoles, y
señalado con el hábito de Calatrava y las demás órdenes: como don
Agustin Adorno, caballero tan virtuoso como principal. Y como mi intento
no era parar allí, dispúseme para proseguir mi viaje á Milan, para donde
habia salido de España.
195
Relación tercera de la vida del escudero
Marcos de Obregón
Yo, que de cautivo, esclavo y maltratado, tan presto me ví con dineros y
bien puesto de vestidos, deseaba ya ardentísimamente llegar á donde mis
amigos me viesen libre, y supiesen los trabajos y favores de que la fortuna
habia usado conmigo. Y así en habiendo visto la grandeza de aquella
república, y tomado el descanso que tan grande cansancio pedia, cogí mi
cabalgadura y Victorino, ó mozo de mulas, y aviándome para Milan, subí
por aquellas montañas de Génova, tan ásperas y encumbradas como las
de Ronda. Y en habiendo pasado por San Pedro de Arenas, ya que
anochecia, fué tan grande la piedra y agua que nos cogió, que perdimos el
camino en parte donde fuera fácil el despeñarnos hasta los profundos rios,
crecidos con la grande avenida, yendo á dar á la furia del mar; porque los
arroyos que se juntaron de la tormenta del granizo y agua eran bastantes
para mucho más que esto. No veíamos luz sino por los ojos del caballo
que nos guiaban, que es la peor bestia para caminar, del mundo, que en
Italia se camina con ellos. Y con la poca gana que llevaba se arrimaba á
cualquier árbol que topábamos, ó se arrojaba por donde se le antojaba. De
suerte que yo me apeé, y en unos árboles que tenian grandes troncos y
muchas ramas, trabadas unas con otras, nos arrimamos hasta esperar
que, ó la tempestad cesase, ó viésemos alguna claridad ó luz que nos
guiase á salvamento. El Victorino, aunque práctico en la tierra, estaba tan
turbado, que habia perdido los memoriales, y yo las esperanzas de poder
movernos de allí hasta la mañana. Corria el agua de nosotros por la carne
como de cueros de curtidura grandísimo rato con este trabajo; pero no
pudimos gozar de la sombra de los acopados árboles, porque corria más
agua de ellos que de nosotros, que todo lo rendia el tiempo insufrible y
borrascoso. Estando en esta suspension de ánimo congojoso, oimos decir
cerca de nosotros: Guarda la vita. Como tan cerca sonó, miré por entre las
ramas, y ví que á las espaldas de los árboles parecia una luz que salia de
tres casas, donde el caballo debia de haber posado otras veces, y aunque
196
por malos pasos, nos habia guiado allí. El espacio era poco, y en un
instante corriendo nos pusimos en las casas, de donde salieron con
grande cuidado á ofrecernos alojamiento: y donde no pensamos hallar
agua, hallamos muy gentiles capones, que todas las naciones extranjeras
hacen esta ventaja á España en las posadas y regalo de los caminantes.
Cenamos muy bien: yo pedí un jarro de agua, y trujéronmela de una fuente
que nacia junto á las mismas casas, caliente vaheando, hícela poner á una
ventana, que aunque el tiempo no estaba tan frio, la borrasca y granizo lo
habia trocado, y en un instante se enfrió, y aun heló el jarro de agua.
Bebílo, y el huésped trajo allí de las otras casas dos testigos, y viéndome
beber otro jarro de agua fria, les dijo: Señores, para esto os he traido,
porque si este señor español muriere de estos jarros de agua fria, no digan
que yo le he muerto. Reíme, juzgando que lo decia por aborrecer el agua,
ó por amar el vino, y no fué sino por la razon que el hostalero dijo despues.
Pregunté como nuevo en Italia, por qué razon queria que no bebiese agua
quien casi siempre la habia bebido y bebia. Respondió que las aguas de
España eran más delgadas y de más fácil digestion que las de Italia, que
tienen más humedad. Y es de creer que, pues gente de tan gentil discurso
como la italiana no osa beberla sola, halla en ella algun daño. Yo conocí
un caballero italiano, que cuando vino á España no habia bebido gota de
agua, y estando en España no bebió gota de vino, que las aguas, ora sean
de rio, ora de fuente, toman la calidad buena ó mala de la tierra ó
minerales por donde pasan. Las de España, por ser esta provincia tan
favorecida del sol, y consumir las humedades con tanta violencia, son
bonísimas, fuera de que ordinariamente pasan por minerales de oro, como
se parece en las de Sierra-Bermeja, que la misma sierra está del mismo
color, y son excelentísimas; ó pasan por minerales de plata, que son
bonísimas, como las de Sierra-Morena, que se verifica en las de
Guadalcanal; ó por minerales de hierro, como es en Vizcaya, que son
saludables. Y en resolucion, no hay agua en España que sea mala, sea de
fuente ó sea de rio, que de lagunas y lagos, ó encharcadas, ni las hay ni
las beben: antes parece que para mayor grandeza de la misericordia de
Dios, una laguna de más de una legua, que está cerca de Antequera, que
todos los años se hace sal, tiene junto á sí la mejor y más sana agua que
se conoce en lo descubierto, que se llama la fuente de la Piedra, porque la
deshace. Y en Ronda, otra fuentecilla, que llaman de las Monjas, que nace
mirando al Oriente, y en un cerro, en bebiéndola luego deshace la piedra,
197
y en el mismo dia salen las arenas, y de esta se puede escribir un
grandísimo volúmen. Pero lo que el hostalero me dijo fué tan verdad, que
en todo el tiempo que estuve en Lombardía, que fueron más de tres años,
ni tuve salud, ni me faltó dolor de cabeza perpétuo, por el agua que bebia.
Y verificóse el dia siguiente, que yendo caminando, en todos los
charquillos que se habian hecho del grande turbion de agua habia
animalejos, como sapillos, renacuajos y otras sabandijas, engendradas en
tan poco espacio, que es causa de la mucha humedad maliciosa del
terruño. Y en aquellos fosos de Milan se ven unas bolas de culebras en
mucha cantidad, engendradas de la bascosidad y putrefaccion del agua, y
la humedad gruesa de la misma tierra.
198
Descanso I
Pero ya, dejando esta materia, fuimos caminando por el Ginovesado mi
mozo de mulas y yo, hasta que topamos con unos labradores, que
preguntados por dónde tomaríamos el camino, que habíamos errado la
noche antes, nos dijeron un disparate para engañarnos, y que
anduviésemos perdidos más tiempo. El mozo entendió la burla, y dijo que
nos engañaban. Pero yo, no tomándolo por burla, deshonrélos en mal
lenguaje italiano, y ellos que eran muchos, cargáronse de piedras; yo me
apeé, y dí una cuchillada á uno: el mozo cogió su caballo, y dejóme entre
ellos, que como era de su nacion no quiso ser testigo del caso, y ellos
cargaron sobre mí, porque deslicé y caí en el suelo, y maniatándome,
dieron conmigo en el lugar más cercano que era muy grande y muy
poblado. Representaron la sangre del herido, y echáronme una cadena y
grillos muy pesada. Esta vez no me quise quejar de mi mucha desdicha,
sino de mi poca consideracion que estando en tierra no conocida, quise
hacer lo que no hiciera en la mia: que los españoles en estando fuera de
su natural se persuaden á entender que son señores absolutos. Yo que no
tenia de quién, ni á quién quejarme, volví contra mí las piedras que los
contrarios podian tirarme: víme cargado de los hierros que no tuve en
Argel, siendo enemigos de la fé y de los que la profesan, sin poder volver
los ojos á quien me mirase de buena gana. Que por la misma razon que
pensamos ser señores del mundo, somos aborrecidos de todos. Quien va
á tierras agenas tiene obligacion de entrar en ellas con grande tiento, que
ni las leyes son las mismas, ni las costumbres semejantes, ni las
amistades se guardan donde no hay conocimiento. Y es averiguada cosa
que aunque los reinos y repúblicas se guarden el respeto y amistad que
profesan entre sí, no corre lo mismo en los particulares, que
ordinariamente se desdoran, y tienen enemistades unos con otros: y tanto
más, cuanto más se ven, sin razon ó con ella, supeditados. Eché de ver
que la paciencia es virtud corriente para todas las cosas del mundo, pero
más para tratar con gentes no comunicadas. Tiene el forastero necesidad
de ser muy afable y comedido con crianza, y ha de perder de su derecho
en las cosas, que donde está no sabe si son buenas ó malas: con
semblante alegre, cólera enfrenada, viene fácilmente en el conocimiento
de lo que ignoramos en las tierras cuyas costumbres no han venido á
199
nuestra noticia. Yo me ví afligidísimo, sin ver á quién poder dar parte de
mis trabajos. Llamábanme de marrano muy cerca de mí, y la más honrada
sentencia era que me habian de dar garrote de secreto. El carcelero
parecia hombre corriente, pero no hallaba por donde entrarle para
consolarme con él. Estuve pensando qué modo tendria, y acordéme que
esta nacion es codiciosa sobremanera, y que por allí podria echar algun
cartabon para mi remedio. Llevaba en la faldriquera algunos escudos que
saqué de Génova. Andaban allí dos niños del carcelero muy graciosos, y
acordándome cuán buen rostro muestran los padres á quien hace bien á
sus hijos, dí á cada niño un escudo: aquí abrió los ojos el padre
agradeciéndolo mucho, y aun muchísimo, que me dió buena esperanza de
salir con lo que habia pensado. Díjome: V. S. debe ser muy rico. ¿En qué
lo echais de ver? pregunté yo. En la liberalidad, respondió, con que habeis
dado á esos niños moneda que aun los hombres mal conocemos por acá.
Pues si esto estimais siendo tan poco, ¿qué hareis cuando sepais lo
demás? y sacando dineros, díselos á él, y díjele: Porque me pareceis
hombre de buen discurso os quiero decir quién soy, que de esta niñería no
teneis que hacer caso. Yo he alcanzado lo que todos los filósofos andan
buscando y no acaban de dar con ello, pero primero me habeis de hacer
juramento de en ningun tiempo descubrirme. Él lo hizo solemnísimamente,
y con grandes ansias me preguntó, qué era lo que queria decirle, y le
respondí: Sé hacer la piedra filosofal que convierte el hierro en oro, y con
esto nunca me falta lo que he menester: pero no he osado comunicarlo
con nadie en Génova, porque la república no me estorbase mi viaje, que lo
hicieran sin duda, porque como esta divina invencion es tan apetecida y
deseada de todos, todos andan tras de ella: y si saben alguno que lo sabe,
ó los reyes ó las repúblicas los detienen contra su voluntad, por que
ejercite el arte para ellos á su costa, que en habiendo mucha cantidad de
oro en el mundo será estimado en poco. Señor, dijo el carcelero, muchas
veces he oido tratar de esa materia; pero nunca he visto ni oido decir que
lo haya nadie alcanzado en nuestros tiempos, que aunque V. S. me ve en
este oficio, que por estar quieto y mantener mis hijos ejercito, ya he estado
en España sirviendo á un embajador de Génova, y por lo dicho me recogí
á este pueblo donde nací. Huélgome de eso, dije yo, porque siendo, como
sois, discreto, y habiendo oido tratar de la materia, dareis crédito á lo que
vereis con vuestros ojos. Si yo pudiese, dijo, aprender eso, seria un
valiente hombre, que mandaria á todo mi lugar, y enviaria libre á V. S.
adonde fuese servido. Á lo primero, dije yo, os respondo que consiste el
hacerlo en dar un punto que es menester gran cuidado para acertarlo, y
así no me atrevo á enseñároslo; pero dejaréos con tanto oro, que no
200
hayais menester á nadie vos ni vuestros hijos. Y á lo segundo, que no
quiero que hagais por mí cosa que en algun tiempo pueda haceros daño,
que la misma arte química me dará modo para librarme, y esto os lo
enseñaré facilísimamente, que lo vereis aunque esteis ciego, como sin
culpa vuestra y sin consentimiento vuestro me libro, y vos quedais sin
calumnia, y con riqueza y gusto.
Echóse á mis piés con grandes ceremonias, quitándome la cadena y
grillos, contradeciéndoselo yo con grandes veras, y pensando adelante
toda la noche, para más asegurado en la materia, por hacer mejor mi
negocio, le dije: Sabed que el no haber acertado á dar el punto á la
transmutacion de los metales nace de no haber entendido á los grandes
filósofos que tratan esta materia sutilísimamente, como son Arnaldo de
Villanueva, Raimundo Lulio, y Gebot, moro de nacion, y otros muchos
autores, que la escriben en cifras, por no hacerlas comunes á los
ignorantes, que yo por enterarme en la verdad de ello he pasado á Fez en
África, á Constantinopla y Alemania, y con la comunicacion de grandes
filósofos he venido á descubrir la verdad, que consiste en reducir á la
primera materia un metal tan intratable y recio como el hierro, que puesto
en aquel principio suyo, y en aquella simiente de que fué hecho,
aplicándole las mismas cosas y los mismos simples que la naturaleza
aplica al oro, cuando se forma ó se va formando, viene á transformarse en
la misma substancia de él. Que de la propia manera que todas las
criaturas van imitando, en cuanto les es posible, á la más perfecta de su
género, así el hierro y los demás metales van imitando á la más perfecta
de ellas que es el oro, y dándole tales cualidades que la naturaleza con la
generacion del padre universal, que es el sol, viene á mudar su naturaleza
en la del oro, y esto se hace mediante ciertas sales fortísimas y corrosivas,
mirando los aspectos de los planetas, en que yo estoy muy diestro y
enterado. Y para que veais alguna semejanza que os persuada de esta
verdad, dejad esta noche un callo de herradura que haya sido muy pisado
y lleno del orin que recibe en los muladares, y hecho pedacicos muy
menudos, ó limándolo, ponedlo en una redoma con fuego lento, en muy
fuerte vinagre, y vereis lo que resulte. Hízolo puntualmente, y dióme en
que reposase aquella noche muy á mi gusto, donde pensé muy bien la
traza que llevaba ordenada para librarme de la prision.
201
Descanso II
Á la mañana vino el carcelero muy contento, diciendo que descubria que
se iba el hierro convirtiendo en un color rubio, como de oro, que la codicia
lo iba llevando á la perdicion. Ahí conocereis, dije yo, que os voy tratando
verdad; díle dineros para que me trajese ciertas cosas, ó ciertos simples
corrosivos y venenosos, que no los digo porque mi intento no es enseñar á
hacer mal, y con otras cosas que les junté hice unos polvos que muchas
veces rociaba con agua fuerte, y enjugándose, tornaba á rociarlos,
quedando con un color rubio muy apacible. Hechos los polvos, y
confeccionados como yo los habia menester, á dos bellacones que
estaban sentenciados á galeras les dije: Las galeras están en Génova, que
es acercarse vuestro martirio; si os atreveis á ponerme en una noche en
tierra del Rey, yo os sacaré de aquí con mucho silencio, y sin ruido de
dentro ni de fuera. Ellos respondieron con grande determinacion: Y aun á
los hombros sacaremos á V. S. y antes que amanezca estará entre
soldados españoles. Pues estad, les dije, mañana en la noche atentos, y
en viéndome con las llaves en la mano acudid á vuestro remedio y el mio.
Alegráronse los pobres, y con grandes ansias deseaban ya que llegase la
hora. Por la mañana dije al carcelero que trajese unos crisoles, y cuantos
callos de herradura pudiese hallar, que todos los habia de convertir en oro,
y que á la noche cuando toda la cárcel estuviese en silencio encendiese
lumbre de carbon, sin que hubiese ningun testigo que nos pudiese
denunciar. Él lo tuvo tan en cuidado que no dejó herrador, ni muladar que
no anduviese, y en llegando la noche me mostró tantos callos de
herradura, que vendidos á libras podian aprovecharle mucho; encerró su
gente, y los demás presos, y los dos que me habian de ayudar se hicieron
dormidos: encendió su brasero, y puesto en silencio todo, saqué mis
polvos y mostréselos, y pareciéronle del mismo oro. Pues mirad, le dije,
qué cordial olor tienen, y echéselos en la mano, él los llegó á oler, y yo con
mucha presteza le dí una palmada en la parte baja de la mano, y saltaron
en los ojos, cayendo él de la otra parte sin sentido, ni sin poder hablar;
cogíle las llaves, y los bellacones que vieron el caso acudieron luego;
202
abríles las puertas quedándose el pobre hombre sin sentido, y sin que
nadie nos viese salimos de la cárcel y del pueblo, y á la mañana habiendo
pasado arboledas, sierras y barrancos dificultosos, me hallé en Alejandría
de la Palla entre soldados españoles, que metian la guarda á don Rodrigo
de Toledo, gobernador de ella. Á los buenos galeotes les pareció que les
habia venido del cielo la libertad, y fuéronse á buscar su vida. Yo me
holgué en el alma de haber salido bien con mi intento, que aunque fué á
costa del pobre carcelero, por la libertad todo se puede hacer. Yo fuí esta
vez como el demonio, que tienta á los hombres por la parte que más flaca
siente en ellos: que él por la codicia, y yo por la libertad nos concertamos
muy bien, que es tan superior la codicia en los pechos adonde se halla,
que son muchos, que los rinde á cualquier flaqueza. Los bienes que por
merecimientos, ruegos y comodidades no se alcanzan, en acometiéndoles
por la codicia se rinden al gusto de ambas partes: los males que por
violencia y estratagemas no se pueden hacer, en mostrando la codicia su
amarillo rostro se ablanda la dureza de los pechos de hierro. ¡Qué de
fortalezas se han rendido, qué de lealtades se han quebrantado, qué de
clausuras se han rompido, qué de castidades se han corrompido,
acometidas por la codicia! Todos los vicios que á los hombres traen
arrastrados dejan alguna consideracion para lo venidero, sino la lujuria y la
codicia, que cogen y ciegan todas las potencias del discurso; más fácil es
de enfrenar la furia de un loco por castigo, que reducir á razon la sed de un
codicioso por consejo. Son los codiciosos como la esponja, que aunque
chupa toda el agua de que es capaz, ni está harta, ni se aprovecha de ella,
y son tan furiosos en sus actos como la culebra hambrienta, que á todo
acomete aunque sea un sapo que la hinche de ponzoña; que ni miran si es
lícito ó contra razon, que como sea engordar á todo acometen, y creo es
así, que tienen el castigo por sombra de su desatinada hambre. Como este
miserable de carcelero, que por donde pensó ver su casa llena de oro
quedó sin ojos para verlo. Dios mire por los codiciosos, y los reduzca á la
medicina que conserva la vida y aquieta la conciencia.
203
Descanso III
Partíme para Milan, temiendo por el gran deseo que llevaba de llegar,
alguna desgracia, que los desdichados han de vivir siempre con cuidado
de lo que puede y suele suceder. Hay un rio que pasa por la ciudad de
Alejandría, que se llama Eltanar, donde ví unas aceñas movedizas de
madera, que deben de tener en el fundamento algunas ruedas para
moverse, que no reparé en preguntarlo porque no hacia á mi propósito, y
habiendo esperado el barco para pasar el Pó, rio caudalosísimo, despues
de haberse sorbido el Eltanar en tramos en él con unas pobres peregrinas,
y al medio del rio sucedió, que por la corriente de Eltanar venia una aceña
ó molino de aquellos, que le debia de haber faltado el fundamento, y
encontróse de manera con nuestro barco que dió con él patas arriba.
El caballo, como son atrevidas estas bestias para cortar el agua, se arrojó
á ella, yo me así luego de la cola, y las peregrinas de mí, y el Venturino de
la postrera de ellas, y cayendo y levantando, y á veces topando con los
piés en la arena, llegamos á la orilla, donde el caballo nos roció por la
puerta falsa que debia de venir acebadado; pero no por eso me desasí
hasta verme ya pisar las orillas. Hallamos allí que habian pasado en otro
barco algunas gentes de diversas naciones, franceses, alemanes, italianos
y españoles, y para entendernos hablamos todos en latin; pero era la
pronunciacion tan diversa la una de la otra, que hablando en muy gentil
lenguage latino no nos entendíamos los unos á los otros, que me dió
mucho que pensar que aun en una misma lengua, y que corre por toda
Europa, dure el castigo de la torre de Babilonia. Llegamos á Pavía, insigne
universidad; regalóme el castellano, que era entonces, aunque como mi
deseo me llevaba á Milan, no paré hasta verme en aquella maravillosa
poblacion donde tan grandes santos ha habido, y continúan siempre los
prelados de aquel excelentísimo templo. El que entonces lo gobernaba era
el santísimo cardenal Cárlos Borromeo, que ahora dicen San Cárlos, que
fué su vida de manera que á pocos años de su muerte le canonizaron.
Llegué á tiempo que se celebraron las exequias de la santísima reina doña
Ana de Austria, y habiendo buscado á quién cometer la traza, historias y
versos de la vida ejemplar de tan gran señora, pudiendo cometerles á muy
grandes ingenios, tuvo por bien el magistrado de Milan de cometerlas al
204
autor de este libro, no por mejor, sino por más deseoso de servir á su rey,
y de aprender en cosas tan graves y de tan graves ingenios, y
ofreciéndoles, y dando noticia de Aníbal de Tolentino, excelentísimo
sugeto, que lo hiciera mejor que otro en toda la Europa: al fin por más
cercano le mandaron al autor que la hiciese. Oíle un sermon en estas
exequias al bienaventurado San Cárlos, que fué como su vida. Hallé á mis
amigos muy contentos, y admirados de la brevedad con que habia
conseguido libertad, y deseos de saber cómo habia sucedido, me forzaban
á que lo contase, y refiriese una y muchas veces; que realmente los
trabajos contados en la prosperidad, ó habiendo salido de ellos tienen su
gusto particular, que las desventuras todo lo que tienen de males
presentes tienen de bienes pasados; son los trabajos como las servas ó
nísperos, que cuando están en su fuerza son ásperos al gusto, pero
despues de pasada su sazon, lo que tenian de ásperos tienen de suaves
podridos; son como el que se va anegando en un rio, que va siempre
sacando la cabeza y haciendo todas las diligencias posibles para
escaparse, pero despues de salido bebe de aquella misma agua que le
quiso ahogar. Espina el erizo de la avellana, pero despues se halla gusto
en rumiándola. Holgué grandemente de ver la grandeza, fertilidad y
abundancia de Milan, que en esto creo que pocas ciudades se le igualan
en la Europa, aunque la mucha humedad que tiene, ó por aquellos cuatro
rios hechos á mano, por donde le entra tanta abundancia de provision, ó
por ser el sitio naturalmente húmedo, yo me hallé siempre con grandísimos
dolores de cabeza, que aunque yo nací sujeto á ellos, en esta república los
sentí mayores. Que siempre me han perseguido tres cosas: ignorancia,
envidia y corrimientos; pero los de aquí me duraron hasta volver á España.
Pasé en Milan tres años, como hombre que está en la cama, contando las
vigas del techo trescientas veces, sin hacer cosa que importase, lo uno por
estar siempre indispuesto, lo otro por lo poco que entre soldados se
ejercitan los actos de ingenio. Dióme gana de ver á Turin, y por mis
pecados fué por el mes de diciembre, tiempo en que no hay caminos, sino
rios en lugar de ellos, que como hacia buen tiempo cuando salí,
engañéme, pensando que fuera todo de aquella manera; y en llegando á
Bufalores, comenzó á desgajarse el cielo, no con lluvia, sino con acequias
de agua tan contínua que se perdió el tiento á los caminos.
Llegué á Turin, y por haber esperimentado los arroyos á la venida,
205
estúveme dos meses allí, en compañía de otro español; pero fueron tan
grandes las nieblas que se topaban los hombres por la calle sin verse,
nacidas de la vecindad, segun dicen allí, del Pó, que pasa por junto á la
ciudad: fuera de que por medio de ella van muchos arroyos de agua. Mas
veo que en España Guadalquivir pasa por Sevilla, más caudaloso que el
Pó y algunas veces tan crecido, que baña á la mayor parte de la ciudad, y
todo el campo de Tablada está hecho un mar navegable, y no he visto
tales nieblas. Y Granada tiene dos rios que la bañan, y muchos más
arroyos por las calles, y no parece esta escuridad ó niebla: pero dejando
esto posamos el otro español y yo en una hostería, donde me ví en el
mayor peligro, y en la mejor ocasion de ser dichosísimo que he tenido ni
tendré en mi vida. Que estando comiendo mucha gente, esperando mi
compañero y yo que acabasen para sentarnos, un viejo de hasta cincuenta
años de edad, de propósito dió en tratar de la religion nueva, de la religion
reformada, repitiendo esto muchas veces: y aunque era natural de
Ginebra, hablaba en buen italiano, que por ver españoles le pareció alzar
la voz más de lo que habia menester. Y tras de un brindis y otro decian
heregías muy dignas de gente llena de vino. Mi compañero decíame que
callase, y ellos brindando por la salud de sus fautores, tornaban una vez y
otra á decir de la religion nueva y de la religion reformada, de suerte que
me obligaron á preguntar qué religion era aquella, y quién la habia
reformado. Respondiéronme que era la religion de Jesucristo, y que la
habia reformado Martin Lutero y Juan Calvino. Antes de oir más palabras
les dije: Buena andaria la religion reformada por dos tan grandes hereges.
Alborotóse la hostería, y cargaron tantas cuchilladas sobre mí y sobre el
otro español, que si no cogemos una escalera nos hacen pedazos. La
huéspeda atajó el negocio con decirles que mirasen lo que hacian, que
estábamos depositados allí por el Duque. Sosegóse el alboroto, porque
hasta entonces aun no habian negado la obediencia al Duque de Saboya,
aunque la tenian negada á la Iglesia romana. En sosegándose el rumor me
dijo aquel viejo: ¿Por qué llamais hereges á dos varones tan santos y que
tanta gente llevaron tras su opinion? Respondí yo: ¿Por qué llamais
vosotros santos y reformadores de la religion de Jesucristo á dos hombres
que en todo y por todo, en vida y costumbres fueron contra la doctrina de
Jesucristo y de sus Evangelios, que fueron hombres libres, viciosos,
deslenguados, embusteros, engañadores, alborotadores de las repúblicas,
enemigos de la general quietud? Quiso tornarse á alborotar el viejo, y
206
como le habian puesto por delante el temor y respeto del Duque, cesó con
decir: Muchos son los llamados y pocos los escogidos, y esos somos
nosotros. Respondíle yo: Mejor dijérades, muchos son los escogidos y
pocos los llamados, porque no vienen á manos del Papa. ¡Estraño caso!
que hay gentes tan fuera del órden natural, que por sola libertad y
poltronería se desvien de la misma verdad que interiormente saben y
conocen. Y que tengan hombres poderosos que favorezcan sus errores,
de suerte que unos y otros siguen su mal intento. Los poderosos con decir
que siguen doctrina de hombres sabios, y los otros con decir que tienen
arrimo en príncipes poderosos, como si fuese disculpa para la ejecucion
de tantos vicios y abominaciones como cometen á sombra de la libertad
con que sus maestros les hacen vivir, en cuyas arrastradas opiniones hay
cosas tan ridículas que se echa de ver que adrede quieren errar.
207
Descanso IV
Volvíme de Turin á Milan, porque aunque tuve intento de pasar á Flandes
no hallé comodidad, fuera de saber que la gente de Flandes venia
marchando hácia Lombardía, y por haber estado ya en Flandes con la
misma gente en el asalto general de Maestrich donde me sucedió una
cosa muy graciosa, que pudiera ser muy desgraciada y fué: que en el saco
de la ciudad cogí al más lucido cuartago de todos los que habia en una
casa principal, y subiendo sobre él en cerro, como en tiempo de bulla no
se miran mucho las cosas, al tiempo que salia de la ciudad iban tras mí
más de trescientos cuartagos, porque la que yo habia tomado era una
yegua sazonada, y si no me arrojo de ella al suelo me dieran muchas
manotadas los galanes que la seguian.
Al fin volví hácia Milan, porque el compañero pasó hácia Flandes, y
buscando en qué caminar topé con una carroza, donde por fuerza hube de
ir, en compañía de cuatro ginebreses, tan grandes hereges como los otros.
Determinando de callar á cualquier cosa que oyese decir, por donde les
grangeé la voluntad de manera, que siendo muy enemigos de españoles,
me regalaron por todo el camino, diciéndome mil veces que era muy buen
compañero, que realmente, como no les traten de religion son sencillos, y
gente afable para tratar, y muy amigos de dar gusto. Fuéronme festejando
por el camino, y entre dos brazos del Tesino se apartaron hácia unas
arboledas y sierra, donde dijeron que iban á ver un grande nigromántico
para preguntarle ciertos secretos de mucha importancia. Yo, como era
mozo, y amigo de novedades, holguéme por ver aquella que tanto lo era
para mí. Anduvimos un rato por aquella arboleda hasta llegar al pié de la
sierra, donde se descubrió una boca de cueva con una puerta de tosca
madera, cerrada por de dentro. Llamaron, y respondieron de dentro con
una voz crespa, baja, y con un género de gravedad. Abrióse la puerta y
representóse la figura del nigromántico con una ropa de color pardo, con
muchas manchas, mapas pintados en ella, culebras, signos celestes, un
bonete en la cabeza largo, y aforrado en pellejo de lobo, y otras cosas que
208
hacian su persona horrible, como tambien lo era el lugar y casa donde
habitaba. Hablaron aquellos caballeros de Ginebra, informándole de su
venida, y como certificados de su gran fama venian á consultarle un
negocio grave. Él aunque en el principio comenzó á negárselo, al fin
acabaron con él con ruegos y presentes que le dieron, que lo ablandan
todo, á que se inclinase á admitir su peticion. Mientras hablaban con él, yo
miré el cuerpo de la cueva, que estaba llena de cosas que ponian temor y
espanto, como era cabezas de demonios, de leones y tigres, faunos y
centauros, y otras cosas de este modo, para poner horror á los que
entrasen, unas pintadas y otras de bulto, con que daba á entender que
tenia trato y amistad con algun demonio. Hablóles muy gran rato,
diciéndoles de su gran poder, y mostró muchas joyas de diversas gentes y
de grandes señores, que le habian dado por los muchos secretos que les
habia revelado. Llegados al caso, como yo miraba más al artificio con que
tenia adornada su cueva, preguntóles cómo no llegaba yo á la
conversacion. Respondieron ellos que era español. Díjoles el
nigromántico: No quisiera mostrar mis secretos delante de españoles,
porque son incrédulos y agudos de ingenio. Á lo cual respondieron ellos:
Bien podeis hacer en su presencia cualquiera cosa, porque aunque
español, es hombre de bien y buen compañero. Resolvióse á hacerlo, y
llamó á un ayudante tan fiero y espantable, que me pareció que era algun
demonio. Entramos más adentro, donde tenia el familiar, que era un
aposentillo más oscuro que el cuerpo de la casa, que estaba cercado con
unas barandillas, y dentro estaba uno como facistol, y sobre él un grande
globo de vidrio con un abecedario de letras grandes escrito al rededor, y
en medio del globo puesto el familiar, que era un hombrecito de color de
hierro, con el brazo derecho levantado en derecho hácia las letras, que
todo realmente ponia espanto. Habló con el familiar con una arenga muy
larga, proponiéndole la antigua amistad que habian profesado tantos años,
para obligarle á que con facilidad respondiese á lo que le queria preguntar;
y poniéndose unos guantes muy anchos, despues de puesta la demanda,
alzó la mano derecha, diciéndole: Ea, presto. El familiar se resolvió, y
señaló una letra. Quitóse el guante el nigromántico, y escribió aquella letra
que habia señalado el familiar. Tornó á ponerse el guante, y alzando la
mano otra vez, le dijo: Adelante. El familiar movióse, señalando otra letra,
y de esta manera fué preguntándole hasta haber escrito diez ó doce letras,
en que iba respondiendo á la pregunta muy á gusto de los ginebreses. Yo
209
como eché de ver que para escribir cualquiera letra se quitaba el guante,
diciendo qué podia ser; y aunque sospeché que se habian de alborotar
todos, determinadamente yendo á señalar otra vez con el guante, se lo
arrebaté por el dedo demostrador, y hallando una dureza muy grande en el
dedo, primero le pregunté al nigromántico: ¿Esta no es calamita ó piedra
iman? Quedó suspenso y corrido, y volviéndose á los otros, les dijo: Bien
decia yo, que los españoles eran agudos, y que no queria hacer cosa
delante de ellos. El secreto del caso era, que aquel familiarillo era hecho
de alguna cosa muy ligera, y el bracillo era de acero tocado á aquella
piedra iman que era tan fina como el nigromante diestro en señalar la letra
que habia menester, con que atraía al familiar corriendo á mostrarla.
Quedaron los ginebreses admirados, así de la sutileza con que aquél
engañaba á las gentes, como de la mia en haber conocido su embeleco. Y
aunque los sentí al principio pesarosos de que no hubiese cumplido el
pronóstico con la respuesta del familiar, que ellos tenian por demonio,
despues tuvieron en mucho el desengaño, y rogóles el nigromante que me
pidiesen que no le descornase la flor, porque con aquello ganaba su vida
sin hacer mal á nadie, y tenia reputacion de grande hombre. La invencion
cierto era ingeniosísima, muy conforme á la filosofía natural, y podia
sufrirse como por juego de masecoral: pero cosas tan repugnantes á la
verdad y del trato comun engaños tan conocidos, no es razon que
permanezcan, ni se permitan. Fuímonos, dejando muy desconsolado al
embustero, y escandalizados los ginebreses del caso me reprehendieron
el haberlo afrentado, y desanimádolo para proseguir en su embeleco. Yo
les dije: ¿No os habeis holgado de ver este secreto descubierto?
Respondiéronme que sí. Yo les dije: Pues de la misma manera se
holgarán todos los que lo supieren, porque menos importa quedar éste sin
opinion y sin oficio, que permitir un engaño tan estendido y pernicioso
como este. Y yo, para decir la verdad, siempre he estado y estoy mal con
estas gentes, como son: nigrománticos, judiciarios, y otros semejantes:
aunque estos judiciarios tengo por los peores, por estar más bien recibidos
en la república, y decir menos verdad. Que aunque los que tratan de la
verdadera astrología de movimientos, estos son doctos que saben las
matemáticas con fundamento, como es Clavijo Romano, el doctor Arias de
Loyola y el doctor Sedillo, españoles, grandes varones de su facultad; que
esos otros son embusteros, gente de poca substancia, de que podia traer
muchos cuentos, porque de cien cosas que dicen yerran las noventa, y
210
cuando aciertan alguna, es por yerro. Válense de mujercillas que les
vienen á preguntar, como gitanas, la buena ventura, y al fin es gente
ridícula, que acaban tan miserablemente como los alquimistas, porque
quieren dar alcance á los secretos que Dios tiene reservados para sí. En
estas conversaciones y otras semejantes llegamos á Bufalora, pueblo del
Estado de Milan, donde los ginebreses se apartaron y yo proseguí mi viaje.
211
Descanso V
Vuelto á Milan, como aquella república es tan abundante de todas las
cosas, eslo tambien de hombres muy doctos en las buenas letras y en el
ejercicio de la música, en que era muy sabio don Antonio de Londoño,
presidente de aquel magistrado, en cuya casa habia siempre junta de
excelentísimos músicos, como de voces y habilidades, donde se hacia
mencion de todos los hombres eminentes en la facultad. Tañíanse
vihuelas de arco con grande destreza, tecla, arpa, vihuela de mano, por
excelentísimos hombres en todos los instrumentos. Movíanse cuestiones
acerca del uso de esta ciencia, pero no se ponia en el extremo que estos
dias se ha puesto en casa del maestro Clavijo, donde ha habido juntas de
lo más granado y purificado de este divino aunque mal premiado ejercicio.
Juntábanse en el jardin de su casa el licenciado Gaspar de Torres, que en
la verdad de herir la cuerda con aire y ciencia, acompañando la vihuela
con gallardísimos pasajes de voz y garganta, llegó al extremo que se
puede llegar. Y otros muchos sugetos muy dignos de hacer mencion de
ellos. Pero llegado á oir al mismo maestro Clavijo en la tecla, á su hija
doña Bernardina en el arpa, y á Lúcas de Matos en la vihuela de siete
órdenes, imitándose los unos á los otros con gravísimos y no usados
movimientos, es lo mejor que yo he oido en mi vida. Pero la niña, que
ahora es monja en Santo Domingo el Real, es mónstruo de naturaleza en
la tecla y arpa. Mas volviendo á lo dicho, un dia acabando de cantar y
tañer, y quedando todos suspensos, preguntó uno, que cómo la música no
hacia ahora el mismo efecto que solia hacer antiguamente, suspendiendo
los ánimos, y convirtiéndolos á transformarse en los mismos conceptos
que iban cantando, como fué lo de Alejandro Magno, que estándole
cantando las guerras de Troya, con grande ímpetu se levantó, y puso
mano á su espada, echando cuchilladas al aire, como si se hallara en ella
presente. Dije yo á esto: Lo mismo se puede hacer ahora y se hace.
Replicóme, diciendo: Que despues que se perdió el género enarmónico no
se podia hacer. Dije yo: Con el género enarmónico me parece que era
imposible hacerse, porque como la excelencia de ese género consiste en
la division de semitonos y diesis, no puede la voz humana obedecer á
tantos semitonos y diesis como aquel género tiene. Y así aquel príncipe de
la música, el abad Salinas, que lo resucitó solamente, lo dejó en un
212
instrumento de tecla, pareciéndole que la voz humana con gran trabajo y
dificultad podia obedecerlo. Yo le ví tañer el instrumento de tecla que dejó
en Salamanca, en que hacia milagros con las manos, pero no le ví
reducirlo á que voces humanas lo ejecutasen, habiendo en el coro de
Salamanca en aquel tiempo grandes cantores de voces y habilidad, y
siendo maestro aquel gran compositor Juan Navarro. Y que se pueda
hacer y se hace con el género diatónico y cromático, como haya las
mismas circunstancias y requisitos que el caso quiere, sucederá cada dia
lo mismo. Y en las sonatas españolas, que tan divino aire y novedad
tienen, se ve cada dia ese milagro. Los requisitos son que la letra tenga
conceptos excelentes y muy agudos, como el lenguaje de la misma casta.
Lo segundo, que la música sea tan hija de los mismos conceptos, que los
vaya desentrañando. Lo tercero es, que quien la canta tenga espíritu y
disposicion, aire y gallardía para ejecutarlo. Lo cuarto, que el que la oye
tenga el ánimo y gusto dispuesto para aquella materia. Que de esta
manera hará la música milagros. Yo soy testigo que estando cantando dos
músicos con grande excelencia una noche una cancion que dice:
Rompe las venas del ardiente pecho,
fué tanta la pasion y accidente que le dió á un caballero que los habia
llevado á cantar, que estando la señora á la ventana, y muy de secreto,
sacó la daga y dijo: Veis aquí el instrumento, rompedme el pecho y las
entrañas; quedando admirados músicos y autor de la letra y sonata,
porque concurrieron allí todos los requisitos necesarios para hacer aquel
efecto. No les pareció mal á los presentes, porque todos eran doctísimos
en la facultad. En estos y otros ejercicios se pasaba la vida entre poetas
de poesía, y entre soldados de armas, donde se ejercitaba no solamente la
pica y arcabuz, sino tambien el juego de la espada y daga, broquel y
rodela, que habia valerosos hombres diestros y animosos, donde se hacia
mucha mencion de Carranza, aunque hubo quien daba la ventaja á don
Luis Pacheco de Narvaez. Porque en la verdadera filosofía y matemática
de este arte, y en la demostracion para la ejecucion de las heridas, excede
á los pasados y presentes. En estos y otros ejercicios loables se pasa la
vida en Lombardía, aunque yo traia siempre tan quebrada la salud, por
causa de las muchas humedades, que determiné volverme á España
213
despues de haber visto á Venecia, y hubo buena ocasion, porque
entonces iba la infantería y caballería del Estado de Milan á recibir á la
señora Emperatriz á tierra de los venecianos, para traerla á embarcar á
Génova. Salió aquella gallardísima gente del Estado hasta llegar á Crema,
donde recibieron á la Cesárea Magestad como á tan gran señora se debia.
En llegando allí para proseguir mi intento, pasé de la otra parte del rio en la
cabalgadura que hasta allí habia traido de balde, diciéndole al mozo de
mulas que yo le pagaria el resto del camino hasta llegar á Venecia; pero él
lo hizo tan bien, que en la primera posada me dejó plantado sin hablar
palabra, que era un pueblecillo pequeño, donde no hallé cabalgadura, ni
aun persona que me respondiese palabra buena, por ser español, y por ir
en traje de soldado: de manera que ni la humildad, ni el término apacible,
ni la paciencia, me aprovecharon para dejar de ir á pié y sin compañía, por
tierra no conocida, y madrastra de españoles. Iba caminando por unos
llanos, y aun de mala gana me decian si erraba el camino. Y habiendo
andado todo el dia bien desconsolado, sin saber dónde habia de ir á parar,
ya que se ponia el sol, ví venir atravesando el camino un caballero con un
halcon en la mano, y como me vió, paróse en el camino hasta que pudiese
emparejar con él, que estuve buen rato, porque iba despeado, tanto como
triste y afligido. En llegando á él, mostrando alguna compasion, me
preguntó si era soldado, respondíle que sí, y díjome que estaba lejos de
allí el alojamiento donde yo podia llegar aquella noche; que le siguiese
hasta una casería suya, donde me albergaria hasta la mañana. Seguíle,
aunque con alguna sospecha, pero acordándome que la gente principal
siempre es acompañada de buen término, verdad y misericordia,
quitóseme el recelo que podia tener con otra compañía.
214
Descanso VI
Entramos por unos jardines muy grandes que estaban cerca de su casería,
aunque mal cultivados y llenos de yerba que la misma naturaleza criaba
acaso, llegamos á la casería, donde salieron á recibirle unos criados llenos
de silencio y melancolía. Entramos en una casa, aunque de grande
edificio, muy desordenada de cosa que pudiese dar gusto, sino con unas
colgaduras negras y viejas, los sirvientes mustios, mudos y callados, y
todo lo de la casa lleno de luto y tristeza. Yo estaba suspenso y
embelesado de ver un aplauso tan lleno de horror y desconsuelo, y no
seguro, sino sospechoso de algun daño mio. El caballero tenia un
semblante de hombre que traia quebradas las alas del corazon, y no
mandaba cosa á los criados de palabra, sino con solo el semblante,
aunque furioso, macilento. Llamóme á cenar, de que yo tenia muy gentil
gana; como dije, estaba algo sospechoso, por mi poca suerte, de alguna
novedad. Cené con tanto silencio como el caballero que estaba frontero de
mí, que nunca más bien me supo el callar, porque saqué el vientre de mal
año á costa de la suspension con que el caballero cenó. Yo no osaba
preguntarle cosa, porque el verdadero camino para conservarse los
hombres es transformarse en el humor de aquellos con quien tratan, y
como no podemos saber los secretos del corazon ageno, habemos de
aguardar á que por alguna parte rompa el silencio; que es yerro escudriñar
las cosas de que no nos dan parte, especialmente con personas
poderosas, cuya voluntad se gobierna con el poder y el apetito. Al fin
acabada la cena, y echados de allí los criados, con una voz baja, que
parecia salirle de las entrañas, me dijo de esta manera: ¡Dichosos aquellos
que nacen sin obligaciones, porque pasarán con suerte mala ó buena, sin
darles cuidado mirar por las agenas y desvelarse en pensar qué dirán de
la suya! El pobre soldado en cumpliendo con hacer lo que le toca se va á
descansar á su lecho. El oficial y todos los demás de este género en
habiendo acabado su ministerio hallan descanso en la ociosidad. Mas ¡ay
de aquel que mirado de muchos ojos, respetado de muchas gentes,
rendido al parecer de muchos juicios, sujeto al murmurar de muchas
lenguas, no puede acudir á la sombra de sus obligaciones! Yo he querido,
señor soldado, descansar con vos en daros parte de mis lamentables
desdichas, no porque me faltara con quien descansar, sino porque las
215
desventuras no se han de comunicar con testigos tan cercanos que cada
dia puedan renovarlas. Que hace mal pecho y cria mala intencion
representarse á los ojos el testigo de los daños propios. Y asegúroos que
ninguno de estos sirvientes sabe la causa de mis infelicidades, que
aunque los veis andar tan amedrentados, no saben más de lo que leen en
el sobre escrito de mi rostro. Yo soy un caballero que tengo algunos
vasallos y hacienda para poder pasar y vivir con descanso, si la hacienda
lo puede dar, con las obligaciones que trae consigo: nací inclinado, no á
las córtes ni bullicio popular, que culpa la vida y entretiene el tiempo, sino
á la soledad, usando ejercicios del campo, como es la agricultura, huertas
y jardines, pesca y caza de montería y volatería, en que he gastado
algunos años y toda mi renta con mucho gusto, y algunas buenas obras
usadas con caminantes. Pasé mucha parte de mi juventud sin matrimonio,
teniéndolo por pesada carga y ocupacion excesiva para la ejecucion de
mis ejercicios; pero como las mudanzas en el mundo son forzosas, y el
cielo tiene dispuestas nuestras vidas con diversos accidentes, de bien en
mal, y de mal en peor, ó al contrario; sucedió un dia que yendo á caza con
un halcon en una mano y un corazon en otra para cebarlo, me arrebataron
el mio de improviso, dejándome en él una idea que ni se ha borrado, ni se
borrará para siempre jamás. Fué de esta manera, que pasando á la vista
de Crema salió por un callejon de unas huertas uno de los más bellos
rostros, y de mayor magestad que en persona mortal jamás se ha visto:
quise seguirla, y al mismo punto se tornó á encerrar en las huertas. Yo
admirado de tan extraordinaria y no vista belleza, informéme con gran
cuidado de su estado, nacimiento y bondad, y despues de averiguado
todo, hallé que era doncella honesta, hija de muy humildes padres.
Parecióme que no seria dificultoso el rendirla á fuerza de presentes,
promesas y dádivas, que suelen rendir á las peñas más encumbradas.
Visitéla por medio de algunas señoras, que no rehusan de usar de este
ministerio para acudir á hacer amistades á quien las obliga con regalos.
Íbanse en una carroza en achaque de ver las huertas, y con darle muchas
baterías, nunca pudieron darle asalto á la fuerza de su honesta castidad.
Vine á extremo que no pudiendo sufrir la violencia de mi estrella me fuí en
la carroza con las dueñas, en su mismo traje, que en las barbas, habia
poca diferencia de mí á ellas, por ser mozo y lampiño, y fué para
acabarme de matar. Porque en viéndome en la compañía de ellas y cerca
de su persona, de nuevo me abrasé con el encanto de sus dulcísimas
palabras, pronunciadas en mi favor, en que dijo: Quien trae tal dueña
consigo, tan apacible y hermosa, otras fuerzas sabrán conquistar de más
excelencia que esta triste y humilde sabandija. Estas palabras, y ver en
216
aquel pobre traje tanta limpieza y aseo, tanta gallardía acompañada de
vergonzosa gravedad, con esta tan honrada resistencia, con otras mil
cosas que en ella resplandecian, me forzaron á acudir al último remedio,
que fué pedirla para mi esposa, y para atajar discursos de historia tan
lamentable, recibíla por mi mujer, y recogíme con ella á esta casería,
donde viví con ella con tanto amor y gusto de su parte y de la mia, que no
sufria una hora de division.
El dia que iba á cazar, á la vuelta la hallaba llorosa, y con unas ansias y
desconsuelos que me regalaba el alma, y me obligaban de nuevo á
quererla como cosa divina: seis años que pasé en este gusto, bien
pudieran ser envidiados de todos los pasados y presentes; que fueron
tales, que solo un desagradecimiento de un pecho bajo y mal nacido
pudiera atajar tan bien fundados principios. Estaba cerca de aquí un
hombrecico, aunque sin calidad, de buenas partes, no consumadas, sino
apuntadas, porque sabia un poco de música, y otro poco de poesía:
preciábase de ser hombre de hecho, y en el pueblo donde vivia no era
estimado, ni hacian caso de su persona. Trújele para guarda de la mia, y
para comunicacion de algunos ratos desocupados en que me hacia
compañía. Adornéle de vestidos, dábale mi mesa, era el segundo
poseedor de mi hacienda, y en resolucion levantéle del polvo de la tierra á
ser hombre principal, igual con mi persona: antes y despues de
descansado, siempre que yo iba á caza iba en un rocin conmigo, y si se
cansaba, tornábase á la casería; esto era despues de cansado, en el cual
tiempo él tenia lugar de hablar con mi esposa, de que yo jamás tuve
sospecha, porque él era un hombre pequeño de cuerpo, falto de facciones,
dientes anchos, manos gruesas, falto de virtudes morales, inclinado á la
detraccion y cizaña; aunque despues no le dejaba volverse de la caza
hasta que yo tornase, más por cumplir con el mundo que por mala
satisfaccion que de él tuviese. Despues de esta privacion, aparecíase
todas las noches que yo venia una fantasma en los jardines que
alborotaba los perros y espantaba á los criados. Yo, aunque venia
cansado, levantábame á mirar todos los rincones de los jardines antes de
volver á mi cama, por si topaba la fantasma. Y en saliendo de mi cama, mi
esposa se encerraba por de dentro. Duró esta fantasma muchos dias y
algunos meses, pero notaba que los pocos dias que me dejaba en la caza
no habia fantasma á la noche, ni yo podia imaginar dónde se recogia,
217
hasta que una noche, habiendo venido de cazar, le dije á un criado que se
estuviese á la puerta del jardin, y tuviese gran cuenta con aquella vision.
Encerréme en mi aposento con mi esposa, esperando si tornaba como las
demás noches, cuando comenzaron los perros á hacerse pedazos
ladrando, porque la fantasma era tan grande que llegaba á la ventana y
tejados: levantéme con toda la priesa que pude, y encontrando al criado
que habia dejado á la puerta del jardin, me dijo: No se canse vuesa
merced, que la fantasma es Cornelio, su gran privado, que hace este
embeleco porque mientras vuesa merced sale, él está con mi señora
haciendo traicion á vuesa merced; el cómo, y por dónde entra yo no lo sé,
si no es que algun demonio le ayude; pero sé que es verdad, y há muchos
dias que pasa. Fué tan encendido el furor que se me esparció por las
entrañas, que arrebatándole por el cuello del jubon le dí de puñaladas,
diciéndole: Porque no lo digais á otro, y porque á mí me lo decís despues
de hecho; echéle en una bodeguilla, y cerré la puerta con la llave maestra
de la casa y del jardin, y sosegándome contra mi condicion, abrasado el
pecho y las entrañas de celos y deshonra fuíme paso entre paso para
llegar más quieto: llamé á la puerta donde estaba mi esposa, y mostrando
mucho temor, preguntó si era yo la fantasma; al fin en conociéndome abrió
la puerta, y viéndome mudado el color, que por más que disimulé me lo
conoció, me dijo: Señor mio, ¿qué mudanza de rostro es esa? Maldiga
Dios la fantasma y quien la inventó, que tan inquieto os trae y me trae.
Disimulé lo mejor que pude, diciendo que era nada, y acostándome en mi
cama, ella con sus acostumbradas caricias procuró aquietarme, con que
yo puse en duda su daño y el mio. Dormí poco y mal con la batalla
sangrienta que traia en mi pecho. Levantéme en siendo de dia, llamé los
criados de caza, y á Cornelio, con el mejor semblante que pude; fuimos al
campo, y en todo el dia no hallé cosa de volatería para las aves, ni caza
para los perros. Túvelo por mal agüero, y allá á la tarde el traidor de
Cornelio fingióse malo, por tornarse á la casería; enviéle, y mandéle que
dijese á mi esposa que tenia una garza echada tres leguas de allí, y no
podia aquella noche irla á acompañar; pero que en amaneciendo habia de
dar sobre la garza. Él fué muy contento con este recado, y yo quedé con
una grande máquina de pensamientos sobre la determinacion que habia
de tomar.
218
Descanso VII
Siendo ya bien tarde, que queria anochecer, envié los criados á parar la
garza, y siendo de noche, víneme con todo el silencio que pude á la
casería, y entrando por una puerta falsa del jardin con la llave maestra,
fuíme derecho al aposento de Cornelio, y abriéndolo, no lo hallé dentro,
sino el aposento con luz encendida. Tomé la luz, y fuí por una sala que
estaba pegada á su aposento, buscándole si parecia por allí: anduve toda
la sala, y fuí al remate de ella, que iba á dar á otra sala baja en cuyo alto
estaba la estancia mia y de mi esposa: ví una escalera arrimada á la pared
que llegaba hasta mi estancia, y en el remate de la escalera abierto un
boqueron por donde cabia un hombre muy bien, que estaba tapado con un
lienzo del Ticiano, del adulterio de Venus y Marte. Hasta entonces no
habia creido mi daño. Aparté la escalera de allí con intencion que no
tuviese por donde bajar, y como un trueno acudí á mi estancia, y llamando
para cogerlos descuidados, mi esposa me vino á abrir la puerta, y él fué
muy de priesa á poner los piés en la escalera, y poniéndolos en el aire, dió
con su persona abajo, quebrándose ambas piernas por las rodillas. Torné
á cerrar la puerta de mi estancia, y fuí á recibir al caido, que iba
arrastrando con las manos como toro español desjarretadas las piernas, y
díjele: Ah traidor, ingrato á los bienes recibidos, este es el pago que llevan
los falsos desconocidos; y arrimándolo á un madero de la escalera,
despues de haberle dado muchas puñaladas, le dí garrote, y con la misma
furia subiendo á dar de puñaladas á mi esposa, se me cayó la daga de las
manos, y todas cuantas veces intenté hacerlo me hallé incapaz de mover
el brazo para herir aquel cuerpo que tan superior habia sido á mis fuerzas.
Al fin bajéla abajo, y poniéndola junto á su amante, ya que no pude hacerla
otro daño, maniatéla de piés y manos, y á él saquéle el corazon, y púselo
entre los dos para que ella viese todos los dias el corazon donde tan á su
gusto habia vivido. Y al otro criado muerto lo traje arrastrando, y le dije:
Veis aquí el testigo de vuestro delito. Torné á quererla matar, y se me
tornaron á desjarretar los brazos, y al fin determiné de matarla con hambre
y sed, dándole cada dia media libra de pan, y muy poca agua. Hoy hace
quince dias que no ha visto luz, ni oido palabra de mi boca, ni ella me la ha
hablado, con darle yo esa miseria con mis propias manos. Y á mí no me
parecen quince dias, sino quince mil años, y en cada dia he pasado quince
219
mil muertes. Este es el miserable estado en que me hallo, desamparado
de todo aquello que me puede dar consuelo, y tan rematado, que quisiera
que Dios me hubiera hecho un hombre desechado del mundo, desnudo de
obligaciones, para irme donde jamás hubiesen habitado gentes. Y pues os
he hecho y dado parte de lo que nadie sabrá de mi boca, tambien quiero
que veais por vuestros ojos lo que tiene tan sin luz á los mios, y tan sin
esperanza de volverla á ver. Y tomando una vela con un candelero me dijo
que le siguiese, y pasando por un pedazo de jardin, abrió la puerta donde
estaban encerradas todas sus desdichas. Representóseme luego uno de
los más horrendos espectáculos que los ojos humanos han visto. Un
hombre arrastrado con muchas puñaladas en el cuerpo, otro
despedazado, por el costado abierto, y el corazon puesto en un escalon,
junto á uno de los más bellos rostros que naturaleza ha criado. Y para
mayor ocasion de dolor sucedió, que en abriendo la puerta se entraron tras
él algunos perros, que en viendo á la desdichada de su esposa llegaron á
lamerle las manos y rostro, y hacerle tantas caricias que á mí se me
enternecieron los ojos y al marido las entrañas y el alma. Viendo la
ocasion de su terneza, le dije: Señor, yo no os he hablado palabra, ni
replicado cosa que me habeis dicho, por no haber visto en vuestra pasion
puerta abierta, ni por haberme vos dado licencia. Pues ahora, dijo el
caballero, os la doy para que digais todo cuanto os pareciere. Y
desechado todo el temor por su terneza, le dije estas palabras: Vos, señor,
me habeis confesado que la primera idea que se os entró en el alma del
amor de vuestra esposa, ni se ha borrado ni se borrará para siempre
jamás. Tambien me habeis dicho que este negocio, falso ó verdadero,
nadie lo ha sabido sino estos dos que ya no pueden publicarlo, y la honra
ó infamia de los hombres no consiste en lo que ellos saben de sí propios,
sino en lo que el vulgo sabe y dice; porque si lo que los hombres saben de
sí mismos entendiesen que lo sabe el mundo como ellos lo saben, muchos
ó todos se irian adonde gentes no los viesen. Vos habeis atajado con la
muerte de estos lo que se podria decir. Teneis á vuestra esposa viva, y
quizás sin culpa, pues en cuantas veces la habeis querido matar no habeis
podido. No os digo más sino que mireis la terneza que han causado las
caricias y blandura que estos perros están usando con ella. Antes que el
marido respondiese palabra, ella alentándose, y sacando una voz cansada
del profundo pecho, como si saliera de algun sepulcro, dijo: Señor soldado,
no gasteis palabras en vano, porque ni yo estoy para vivir, ni por cuanto
cubre el sol querria tornar á ver su luz. Pero por si alguna vez espantado
de tan horrible caso os viniere á la memoria el referirlo, sepais la verdad,
porque ni condeneis la crueldad de mi esposo, ni divulgueis la infamia que
220
yo merezco. Estos dos hombres han merecido justamente las muertes
recibidas. Aquel arrastrado, porque dijo lo que no vió, ni pudo ver. Y este
despedazado no por lo que hizo, sino por lo que intentó hacer como
traidor, desagradecido al mucho bien que mi esposo y señor le habia
hecho, que procedió con tantas diligencias que yo entendí que tenia pacto
con algun demonio, porque le veia en mi propia estancia sin saber por
dónde habia entrado, mas de que lo ví salir por debajo de una tabla de
pintura, y preguntándole qué queria, me respondia: que venia á
entretenerme por la ausencia de mi esposo y señor. Yo no le dije palabra
mala por sus pretensiones: lo uno, porque yo jamás la he dicho á nadie; lo
otro, porque despues que vió mi entereza no dijo más palabra deshonesta.
Y, si me culpare mi esposo y señor porque no le avisé de ello, diré que aun
viéndole con enojos muy livianos me despulsaba hasta verle fuera de
ellos, cuanto más decirle una cosa que tan al alma le habia de llegar, y no
tenia reino, ni imperio el mundo por quien yo manchase mi honra y el lecho
de mi esposo y señor: y por la piedad que en vos he conocido, y por la
verdad que os he dicho, os suplico que le rogueis que no me alargue la
vida, sino que me abrevie la muerte, para que vaya presto á presentar este
martirio en la presencia de Dios.
Desde el punto que comenzó á hablar la desdichada, tanto como hermosa,
fueron tantas las lágrimas que derramó el marido, que viendo la ocasion, le
dije: ¿Qué os parece de esto, señor caballero? Á lo cual sollozando me
respondió: Que de la misma manera que os dí licencia para hablar, os la
doy para que hagais lo que os pareciere que me está bien. Al punto cogí
mi daga y corté las ligaduras de aquellos hermosos, aunque debilitados
miembros, que lo estaban tanto, que sin poder tenerse, se cayó sobre mi
pecho, y despues se asentó en el suelo, como á descansar del gran
martirio que habia pasado. El marido se arrojó de rodillas ante ella, y
besándole las manos y piés le dijo: Esposa y señora mia, pues no tengo
que perdonaros, os pido perdon con toda humildad del mundo. No pudo
responder, porque con el descanso le dió un desmayo, tal que yo entendí
que quedaba muerta, y levantándose el marido con mucha priesa, trujo
muchas cosas confortativas, con que la que habia quedado como azucena
volvió en un instante á estar como una rosa, que abriendo unos
suavísimos ojos zarcos y verdes, dijo al marido: ¿Por qué, señor mio, me
habeis querido tornar á esta desdichada vida? Porque no se acabase la
mia, respondió él; y cogiéndola entre los dos la llevamos á su estancia,
donde fueron tan grandes los regalos y beneficios que se le hicieron, que
al fin la reservaron de la muerte. De todo esto que aquella noche pasó,
221
ningun criado fué testigo. Á la mañana le pedí licencia para irme, para
seguir mi viaje; no me dejó ir en veinte dias, que lo hube bien menester
para el cansancio del camino, y para el horror que habia concebido de tan
triste historia y espantoso espectáculo. Que de arrebatarse de su pasion,
sin hacer reflexion en considerar si pudiera ser falso, hizo aquellos
homicidios, y llevaba camino de acabar con la inocente é inculpable mujer,
con que viviera inquietísimo, si viviera, y ella quedára infamada de lo que
no habia cometido; que el caballero se engañase con tantas apariencias
de verdad, lastimado de la honra y de los celos, raíz de tantos y tan
exorbitantes males, no es maravilla; pero que sea tanta la insistencia ó
pertinacia de un pecho doblado y lleno de cautelas, que por llevar su
intencion al cabo, lo que habia de gastar con inquietud, lo gaste en
estratagema, trazas y bullicios, en ofender la honra agena, y poner en
peligro su vida, cosa es que espanta, que parecen estos hombres
cautelosos hechos de diferente masa que los otros. Mas parece que
anduvo muy arrebatado en dar puñaladas al que le dió la nueva, y que
pudiera con aquella revelacion averiguar la verdad sin precipitarse. Mas la
misma naturaleza, que la razon, le llevó á hacer aquel castigo justo por
muchas causas. La primera y principal, porque es maldad de perversa
intencion, y entendimiento corrupto, y de conciencia derramada, decir un
hombre las faltas agenas de que no ha sido testigo. Lo otro, porque dar
malas nuevas á nadie de lo que le ha de pesar, parece que es tener gusto
de los males del amigo á quien lo dice. Lo tercero, porque chismosos y
congraciadores con su cizaña tienen destruida la mitad del mundo. Hay
tambien que notar aquí el gran sufrimiento de aquella tan hermosa como
agraviada mujer, que cuantos golpes le dió la fortuna, viéndose ya á la
puerta de la muerte, ni perdió la paciencia á sus desdichas, ni el respeto á
su marido. Ojalá todas supiesen cuánto les importa saber tenerla para
conservar la paz de su casa y el amor de sus maridos; que les parece que
es menos honra no dar tantas voces como ellos siendo más poderosos. Yo
habia quedado tan escandalizado y sin gusto de lo que habia oido y visto,
que aunque me rogaron encarecidísimamente que me quedase allí por
toda la vida, ó por algun tiempo, no pudo acabarse conmigo; pero
neguéselo dándoles á entender que iba muy contento de la obligacion en
que me habia echado, loando mucho al caballero el valor que habia
mostrado en reparar su honra, y á ella la entereza y conservacion de su
reputacion. Dentro de los dias que allí estuve eché de ver la razon que
tenia el marido de estar muy enamorado de aquel apacible y divino
semblante, tan lleno de gravedad honesta, que cierto en la hermosura del
rostro, gallardía del cuerpo, mansedumbre de condicion y suavidad de
222
costumbres, era un retrato de doña Antonia de Calatayud. Yo para
asegurarme del todo del temor que pudiera haber concebido, y dejarlos
gustosos, les dí palabra de volver á su servicio, ó á su casa en acabando
mis negocios en Venecia, y con esta condicion me dejaron ir, que como yo
tenia algun temor de algun daño de su parte, ellos lo tenian de mí porque
no revelase lo que habia visto; que todo este artificio han menester los que
son testigos de daños agenos, y no les ha de parecer que son señores de
las personas cuyos secretos saben. Que se ven grandes daños y se han
visto en esta máquina sobre las personas que han revelado secretos. Al fin
yo me despedí de ellos con mucho beneplácito suyo, y regalo que me
hicieron. Cogí mi camino encomendándome á Dios, espantado de tan
nuevo suceso, y lleno de tantas desdichas; pero muy contento de verme
libre de tan intrincado laberinto, y loando mucho en mí la honra y
estimacion de las mujeres italianas principales, y el recato con que se
guardan y las guardan. Habíame apartado ya cosa de una milla de los
jardines, volviendo atrás muchas veces la cabeza hasta que los perdí de
vista, que me pareció que estaba ya cien leguas de ellos; cuando ví venir
dos hombres á caballo á toda priesa hácia mí; miré si en todo aquel llano
habia alguna poblacion ó casa adonde recogerme y ampararme, y víme
tan solo, que no pude tener recurso para huir, porque yo entendí realmente
que ellos se habian arrepentido en dejarme venir, habiendo sido testigo de
todo lo pasado. Yo comencé á llamar á Dios en mi favor, porque cuanto
más andaban los caballos más crecia mi temor. Al fin ya que llegaron
cerca de mí, parecióme esperar su determinacion. Llegaron con el peor
término del mundo, y dijeron: Téngase, señor soldado. Yo respondí:
Tenido soy para lo que vuesas mercedes mandaren.
Eran dos hombres con dos escopetas, y unos cuchillazos de monte con
que desollaban los animales; las caras tostadas, las palabras
desapacibles, como dichas á español que iba solo, y á pié. Porque
preguntándoles qué era lo que mandaban, respondieron con el peor modo
del mundo: No le mandamos nada, que atrás viene quien se lo mandará;
con que me hicieron temblar y confirmar mi temor. Pero señores, les dije,
¿qué ofensa hice yo al señor Aurelio, para que de este modo me traten? Él
se lo dirá, respondieron. Yo dije: Déjenme seguir mi camino, señores. Y
dijo el uno: Estése quedo, sino arrojaréle dos balas en el cuerpo. Yo eché
de ver que no se podian llevar por humildad, y hice una cuenta entre mí: si
223
estos vienen á matarme poco ha de aprovecharme la humildad, porque
aquí no hay segundo lance para la disimulacion; y si no vienen á matarme,
no quiero que me tengan por cobarde. Y así en diciendo de las dos balas,
poniendo mano á la espada de él, dije: Pues si me tirare, aciérteme; sino
por vida del rey de España que les tengo de desjarretar los caballos, y
hacer pedazos las personas. Bravata de español, dijo el uno de ellos. En
esto llegaba ya el caballero en un gentil portante, y como vió la espada
desenvainada, preguntando qué era, le respondí: No sé yo en qué se
puede fundar una cosa tan injusta como querer dar la muerte á quien ha
querido dar la vida. No entiendo ese lenguage, dijo el caballero. Los
criados se sangraron en salud, diciendo: Señor, como nos enviasteis á
detenerlo, que él queria pasar adelante, entonces le amenazamos con una
pistola, y él á nosotros con decir que nos haria pedazos á nosotros y á los
caballos. Á lo cual respondió el caballero: Yo no os envié á detenerlo para
hacerle mal, sino para hacerle bien, que no me espanto que á dos
hombres que yendo á caballo, y bien puestos queriendo tratar mal á un
hombre de á pié, solo y honrado, se les atreva á eso y á mucho más.
Apeaos vos del caballo, y dadle esa escopeta al soldado español, y suba
en el caballo, y acompañadle hasta Venecia; y si os enviare luego,
volveos, y sino esperadle, y díjome á mí: Señor soldado, la confusion,
causada por mis trabajos, hizo que me descuidase de mi obligacion, y mi
esposa con su angélica condicion, enamorada de vuestra piedad y
olvidada de mi rigor, os envia en esta bolsita cien escudos para vuestro
camino, y esta joya de su misma persona, que es una cruz de oro,
esmeraldas y rubíes; y queda con esperanza de tornar á ver quien reparó
tanto derramamiento de sangre. Arrojéme á sus piés, agradeciéndole tanto
bien y honra, y subí en mi caballo, llevado por el mozo de mulas que me
habia querido matar. Llegué á Venecia tan rico, á mi parecer, que la podia
comprar toda. Díjele á mi mozo de mulas que me llevase á una muy gentil
posada, como práctico en la ciudad, y entrando en ella, no ví la hora de
echarlo de mí, porque yo lo traia de tan buena gana conmigo como él
venia: reposé aquella noche, y á la mañana despedílo.
224
Descanso VIII
Miré con grande admiracion la grandeza de aquella república, que siendo
tan rica y de tanta estimacion, que se persuaden á que tienen más razon
de desvanecerse que todas las naciones del mundo, no lo parecen en el
trato de sus personas, porque andan tan desautorizados, que quien no los
conociere, no los estimará en lo que son. Y para la vanidad suya pasó un
cuento gracioso entre un noble veneciano y un portugués, gente idólatra
de sí propia, que no estima en nada el resto del mundo; y fué, que yendo
yo á pasar por una puentecilla pequeña, que llaman del Bragadin, me
detuve, porque venia un magnífico detrás de mí; túvele respeto, porque
ellos quieren que se le tengan; y de la otra parte de la puente venia un
portugués, de razonable talle, mirando hácia el horizonte, con unos
guantes de nutria en las manos, y unas botas arrugadas en las piernas,
muy tieso; de suerte, que llegando al medio de la puentecilla el magnífico
entendió que el portugués le hiciera la cortesía que era de razon por estar
en su tierra, y el portugués queria lo mismo estando en el agua. Sucedió,
que llegando al medio de la puente ambos con mucha magestad chocaron;
y por no caer en el agua, el portugués apretó, y el magnífico no osó ladear;
cayeron los dos, el magnífico de espaldas, que era delgado de piernas, y
el portugués de pechos, que por poco no dieron ambos en la mar.
Levantóse el portugués de presto, limpióse el polvo con los guantes de
nutria, y el magnífico las calzas de lacre, limpiándose las espaldas; y
despues de limpios paráronse á mirar el uno al otro, y habiéndose estado
un rato suspenso, dijo el magnífico al portugués: ¿É vu sabi che mi sono
veneciano, gentil huomo patricio? Y el portugués al mismo tono respondió,
ó preguntó: ¿É vos sabedes que eu saon portugues fidalgo evorense? El
veneciano con mucho desprecio le dijo: Ande el bordel, beco cornuto. Y el
portugués, dando con el pié, le respondió: Tiraivos la, patife. Fué cada uno
su camino, volviendo el rostro atrás; el magnífico, señalando con el dedo al
portugués, diciendo con mucha risa: No va il, pazzon. Y el portugués al
mismo modo, decia: Ollay, ó parvo. De suerte, que yo no pude averiguar
cuál fué más fantástico y loco de los dos, aunque está la presuncion por el
portugués, por haberse atrevido en tierra agena, y donde tan poco amados
son los españoles; que alabando á los venecianos su ciudad dicen, que no
hay en ella calor ni frio, lodo ni polvo, moscas, ni aun mosquitos, pulgas ni
225
piojos, ni aun españoles. Son tan estadistas, que para lo que aman y han
menester, no hay encarecimiento en el mundo de que no usen: y para lo
que aborrecen no hay palabras tan obscenas de que no se aprovechen.
Llegó un noble de aquellos á comprar un poco de pescado, y con grandes
caricias y amores le preguntó el pescador, sin conocerlo, cómo estaba su
mujer é hijos; y á él le dijo que era muy hombre de bien; pero en no
queriendo darle el pescado al precio que él queria, le dijo que era un
cornudo, y su mujer una putana, y sus hijos unos bardajes. Ví otras cosas
allí muy de notar, en razon á la superioridad que les parece que pueden
tener por su antigüedad y gobierno. Fuíme á mi posada á la hora de comer
y apenas hube llegado cuando, habiendo comenzado la comida, me
dijeron que me buscaba una señora principal en una silla, diciendo:
¿Dónde está aquí un soldado español? Ví que no habia otro sino yo,
levantéme, y fuí á ver lo que me mandaba; ví salir una mujer de la silla, de
muy gentil talle y muy hermosa, y no menos bien aderezada, que con muy
grandes caricias, palabras dulces y regaladas, me dió la bien venida, de
que yo quedé dudoso y confuso, entendiendo que realmente me hablaba
por otro, y así le dije: Señora, no me hallo digno de tan grande y
autorizada visita como esta; suplícoos que advirtais bien si soy á quien
buscais. Ella respondió con alegre semblante, echándome los brazos al
cuello: Señor soldado, bien sé á quién busco, y á quién he hallado. Yo soy
la señora Camila, hermana del señor Aurelio, de cuyas manos recibí
anoche una carta, en que me manda que os hospede y regale, no como
segunda persona, sino como á la suya misma, todo el tiempo que
gustáredes estar en Venecia. Yo respondí: Bien creo que de un tan
excelente caballero me ha de venir todo el bien del mundo, y comenzando
por tan gallarda y discreta señora, habrá de suceder todo bien. Ea, pues,
dijo ella, seguidme, que aunque toda esta mañana no he podido dar con
vuestra posada dejé mandado en la mia que os tuviesen aderezada la
comida, como para tal persona. Y rehusándolo yo, por tener ya hecho el
gasto, dijo: que habia de hacer por fuerza el mandamiento de su hermano:
y así pagando lo que debia en la hostería me llevó consigo, no dudando yo
en lo que decia; pero fuí imaginando si acaso seria traza de su hermano,
para ejecutar en Venecia lo que no habia hecho en su casería. Mas ella
me llevó con tanta blandura y amor á su casa, que se me quitó cualquiera
imaginacion y sospecha. Entramos en una sala muy bien aderezada,
226
donde hallé puesta la mesa con muchos y muy escogidos mantenimientos,
en que me entregué tan de buena gana como lo habia menester; porque
fuera de ser muy á gusto la comida, la partia y repartia la señora Camila
con aquellas argentadas manos, no cesando de encarecer la voluntad y
fuerza con que el señor Aurelio, su hermano, se lo habia mandado.
Despues de haber comido sacó una carta firmada de Aurelio, en que decia
estas palabras: «Con cuidado me dejó un soldado español, huésped mio,
cuyas acciones descubrian ser hombre principal; no le regalé como
quisiera, si bien vuestra hermana y mi esposa le envió al camino una
bolsilla de ámbar con cien escudos, y de su persona una cruz de oro,
rubíes y esmeraldas, que no pudo más por ahora: buscadle, dándole el
hospedaje y regalos que á mi propia persona, sin dejarle gastar cosa
alguna en todo el tiempo que estuviere en Venecia; y si hubiere de volver
acá, dadle lo necesario para el camino.» Yo, con las señas de la carta,
acabé de enterarme en creer que era verdad cuanto la señora Camila me
decia, y los regalos recibidos y los que habia de recibir eran por cuenta de
aquel gran caballero Aurelio. Díjome luego que trujese mi ropa ó maleta á
su casa; porque en todo el tiempo que estuviese en Venecia ni habia de
comer ni dormir fuera de ella, ni gastar sino á su costa. Halléme
obligadísimo, y díjele, que yo no habia traido maleta, ni otra prenda, sino á
mi persona gentil; y ella mandó á una criada que me trujese un cofrecillo
pequeño para dármele. Trújolo, que era labrado con toda la curiosidad del
mundo: dióme la llave de él, y dijo que echase allí mis papeles y los
guardase, porque en Venecia habia mucho peligro de ladrones: holguéme
de ver el cofrecillo, y encerré dentro de él mis papeles y dineros, y la joya,
que ella se holgó mucho de ver, y le dió mil besos por haber sido de su
cuñado, á quien ella dijo que queria infinito. Eché la llave al cofrecito, y
roguéle que lo guardase. Ella dijo, que mejor estaria en mi poder, por si
queria sacar dineros, aunque no los habia menester mientras estuviese en
Venecia. Yo le respondí, que para haberlos menester ó no, mejor estaban
en su poder que en el mio. Y al fin porfiando, aunque ella lo escusó, le hice
que me le guardase. Á la noche me tuvo muy gentil cena, autorizándola
con su gallarda presencia, que realmente era muy hermosa. Pasé aquella
noche muy contento, por haber comido á costa de una tan gentil dama.
227
Descanso IX
En amaneciendo vino á visitarme, preguntándome cómo me habia hallado,
y si habia menester alguna cosa la pidiese con libertad, porque ella iba á
hacer una visita á una gran señora, y que si ella no tornaba á comer sus
criados y criadas me regalarian. No vino á comer, ni en todo el dia pareció.
Esperé hasta la noche: tampoco vino. No dejé de tener alguna
pesadumbre, dando y tomando en si podia por algun camino ser traza ó
cautela; porque ella me habia dicho que en Venecia no me fiase de
ninguna mujer, por principal que me pareciese, porque me habian de
engañar; pero considerando que aquellas señas de aquella carta por
ningun camino podian saberlas sino del mismo Aurelio, me sosegué. Por la
mañana, como no me visitó á la hora que el dia antes, ni mucho despues,
pregunté á una sirvienta de la casa si era levantada la señora Camila, y
respondióme que no habia tal mujer en aquella casa. Repliquéle, y
tornóme á responder lo mismo. Pero otro sirviente, que debia de estar
hablado, acudió, y preguntóme que le queria, qué estaba en cierta visita de
una señora enferma. Fingí que me sosegaba con eso, y preguntándole al
otro sirviente á solas si era aquella casa suya, me respondió que no sabia
más de que habia alquilado aquella sala para un gran caballero español.
Callé, y fuíme á la primera posada á preguntar si conocian aquella señora
que me habia venido á buscar, ó si sabian dónde vivia, y respondióme uno
muy presto: Quien os podrá decir su casa mejor que nadie es el que vino
aquí con vos, que es con quien enviasteis el caballo, porque él venia con
ella mostrándole vuestro alojamiento; y esa que vos teneis por gran señora
es una ramera que vive de hacer estafas y engaños. Sin replicar más
palabras me salí desesperado de verme despojado de mis dineros, joyas y
papeles con la bellaquería del que habia venido conmigo, que le habia
dado las señas de lo que traia, por donde fingió la carta que me mostró:
pero visto que ella misma me habia avisado del engaño que me habia de
hacer, reportéme, y fuí á ver si podia reparar el daño á la posada donde
ella me habia llevado. Y preguntándole al mozo que habia vuelto por ella si
habia venido la señora Camila, me respondió: Señor, aquí vino ahora, y
como no os halló se tornó á la enferma, pero mirad si la quereis algo, que
yo la iré á llamar. Quiérola, respondí yo, para que me dé unos papeles en
que están las señas de mi persona, porque tengo aquí una póliza de
228
doscientos escudos que cobrar de un cambio, y sin este papel que digo no
se pueden cobrar. Dijo el sirviente: Pues yo iré en un instante á avisarle de
eso. Mientras él iba yo fingí la póliza con las señas que en el pasaporte
que traia de Milan venian. Apenas acabé de escribir la póliza, cuando vino
mi señora doña Camila desalada, pensando coger los doscientos escudos
con todos los demás: y es de creer que habria visto ya papel de las señas
él, pues estaba en su poder, y tendria otra llave del cofrecito. Díjole mi
recado, y saqué la póliza del seno, y en mostrándosela envió á una criada
por el cofrecillo; torné de muerto á vivo, y díjele á la señora que me
buscase un caballero á quien diese poder para cobrar aquella póliza,
porque no queria que el embajador de España me la viese, porque me
conocia. Ella me trujo luego un rufianazo suyo, muy bien puesto, diciendo
que era un caballero muy principal. Díjele que trujese un escribano para
darle el poder; y la señora Camila, por más favorecerme, dijo que queria
que fuese de su mano. Fueron por él, y entretanto yo cogí mi cofrecillo, y
fuí á buscar un barco en que acogerme. Dejélo concertado, y volví á la
posada, donde hallé á la señora, y al rufo, y al escribano; díles el poder y
la póliza, y el papel de las señas, con que quedaron muy contentos, y yo
mucho más: y porque ya era de noche, les supliqué que se cobrasen muy
de mañana aquellos doscientos escudos, porque queria hacer un gran
servicio á la señora Camila. Fuí á pagar al escribano, y no me lo consintió.
Fuéronse, y yo torné á suplicarles que fuese luego por la mañana la
cobranza con mucho encarecimiento: diéronme la palabra que á las ocho
estaria cobrado.
Al salir de la calle asoméme, para en saliendo ellos salir tambien yo. Volvió
el gayan la cabeza, riéndose de la burla que me hacia, y como me vieron,
torné de nuevo á encomendarles la brevedad de la cobranza, de que ellos
se rieron mucho, porque como antes le habia dado el cofrecillo con
sencillez, creyeron que todo fuera así. En trasponiendo la calle cogí mi
cofrecillo debajo de la capa, y fuíme á mi embarcacion; no habia andado
treinta pasos cuando me encontró aquel sirviente que andaba en favor de
la señora Camila, y preguntándome que á dónde iba con tal priesa,
respondíle que iba á llevar aquel cofrecillo á la señora, que se acababa de
apartar de mí por aquella calle abajo; y señaléle una calle por donde,
aunque anduviera toda la noche, no toparia con ella. Dijo: Pues yo iré á
avisarla de ello, vuélvase á la posada. Él fué por su calle, y yo derecho al
229
barco que me estaba aguardando, con tan buenos alientos, que
amanecimos treinta leguas de Venecia, y contando á los pasajeros algo de
lo que me habia pasado, dieron en quién podia ser por el modo del engaño
y el artificio de que usó; pero cuando supieron que habia gastado en
regalarme su dinero, holgaron de saberlo para publicarlo en Venecia. No
supe si echaria la culpa á mi facilidad en creer, ó la fuerza de su engaño
en decir, porque aunque es verdad que es dificultoso librarse de una
cautela engendrada de una verdad clara y evidente, con todo eso arguye
liviandad el arrojarse luego á creerla; pero es tan poderoso el embeleco de
una mujer hermosa y bien hablada, que con menos circunstancias me
pudiera engañar. La facilidad en creer es de pechos sencillos, pero sin
experiencia, especialmente si la persuasion va encaminada á provecho
nuestro, que en tal caso fácilmente nos dejamos engañar. Yo me ví
rematado y perdido, no sintiendo tanto el agravio de la persona como la
falta del dinero, que tanta me habia de hacer; y así no fué el ingenio quien
me dió la traza, sino la necesidad, por verme pobre y en tierra agena, y
que ningun camino lícito y fácil podia deshacer mi agravio, sino por otro
engaño semejante ó peor. Mas Dios me libre de una mentira con tantas
apariencias de verdad, que es menester ayuda del cielo para conocerla, y
no rendirse á darle crédito. Aunque mirándolo bien, ¿qué conocimiento, ó
qué prendas de amistad ó amor habian precedido entre aquella mujer y yo
para que tan fácilmente gastase conmigo su hacienda, y para que yo me
persuadiese á que habia sencillez en aquel trato? La resolucion de esto es
que yo tengo por sospechosos ofrecimientos y caricias de gente no
conocida. Y es yerro sujetarse á obligaciones cuyo principio no tiene
fundamento; y así es lo más cierto en semejantes ofrecimientos agradecer
sin aceptar, que el mayor contrario que un engaño tiene es no rechazarlo
con darlo á entender, sino en entendiéndolo, echarlo á buena parte, que el
trato apacible señorea todo lo que quiere. Y dos cosas hallo que grangean
la voluntad general y encubren las faltas de quien las usa, que son
cortesía y liberalidad, que ser un hombre pródigo de buenas cortesías y
palabras amorosas, y no miserable de su hacienda, siempre engendra
buena sangre y mucho amor en los que le tratan.
230
Descanso X
Yo no me arrojé tanto á la navegacion por saber qué viaje habia de llevar,
como por huir de aquella embustera y su traga sangre: y así me fué
forzoso alargar mi viaje más de lo que convenia para disponer mi camino
para donde mejor me estuviera. Topéme entre los pasajeros uno que dijo
que iba huyendo porque le habian levantado un testimonio muy pesado, y
que habia puesto agua en medio en tanto que ó se averiguaba la verdad, ó
se deshacia el mal nombre que habia cobrado. Tengo, le dije, por yerro
notable volver el rostro y dejar las espaldas que reciban los agravios y
heridas, cuyos golpes han de dejar cardenales irreparables. Que en tanto
que parece la presencia del agraviado, cada uno quiere más poner duda
en el caso, que no arrojarse á manchar la reputacion ajena. Y para la
averiguacion de los delitos, el mayor y más evidente testigo es huir el
rostro. En poco estima su opinion quien no teme las heridas de la lengua
ausente. No hay hombre tan ajustado que no tenga algun émulo, y por no
dar lugar á las asechanzas de este no se ha de apartar de su vista, que los
mal intencionados de cualquiera átomo toman ocasion para emponzoñar
las intenciones del mundo, contra quien desean ver fuera de él. Con estas
y otras cosas que le dije le persuadí á que se volviese á Venecia, que me
importó algo; porque desembarcando en el primer pueblo que vimos, por ir
costeando, me hallé cerca de Lombardía, de donde yo tomé la derrota de
Génova, y él la de Venecia, que por el buen consejo dejé de rodear más
de doscientas leguas que hay por agua desde Venecia á Génova, adonde
pensé hallar á D. Fernando de Toledo, el tio; pero habiendo pasado
adelante, me dí aquella noche, aunque borrascosa, tan buena priesa, que
le alcancé en Saona al tiempo que se queria partir. Fuí recibido
alegremente, que lo habia muy bien menester por la melancolía que traia
conmigo, nacida de una perpétua enfermedad de corrimientos, que
siempre me han traido corrido, á las partes hipocondríacas. Venimos la
vuelta de España, dejando á la mano derecha la costa del Piamonte y
Francia, poco seguro entonces por las compañías que andaban de gente
perdida, gobernada por su antojo y voluntad, fuera de la de su rey. No
tomábamos puerto para lo necesario sino en las riberas que más cómodas
parecian para asentar el rancho, dejando á buen recaudo once falúas en
que veníamos. Comíamos, y buscábamos agua y leña.
231
Yo habia sacado de Génova una bota de diez azumbres de muy gentil vino
griego, que me hizo gran compañía y amistad hasta llegar á las pomas de
Marsella, que son unos montones muy altos y pelados, sin yerba, ni cosa
verde, estériles de árboles, y de todo lo demás que puede dar gusto á la
vista. Pues llegando á este paso, porque no fuese sin trabajo la jornada,
siendo mi falúa la postrera, encalló muy cerca de estas pomas, en una que
del batidero de las olas tenia hecho un poyo ó bancal bien largo. Así como
encalló dijo el arraez: Perdidos somos. Yo como sabia nadar, y ví cerca
donde podia ampararme, quitéme, y arrojé una saltambarca que traia, y
púseme al cuello como tahalí la bota, que ya llevaba poca substancia, y á
cuatro ó seis brazas llegué al poyo de la poma; entretanto desencalló la
falúa, y fuéronse los marineros no haciendo más caso de mí que de un
atún: y aunque les dí voces, ó no las oyeron por el ruido de las olas, ó no
las quisieron oir por no ir contra su natural costumbre, que es ser impíos,
sin amor y cortesía, tan fuera de lo que es humanidad como bestias
marinas agenas de caridad. Yo me hallé perdido y sin esperanza de
consuelo, sino era de Dios y del ángel bendito de la guarda; considerando
qué habia de ser de mí sino era que acaso pasaba por allí algun bajel ó
barco que me socorriera en tan apretada necesidad. Estuve desde las
ocho de la mañana hasta las dos de la tarde esperando si pasaba quien
me pudiera socorrer, teniendo confianza que aquel gran caballero se habia
de compadecer de mi trabajo; pero los marineros fueron tan crueles
bestias que le dijeron que me habia ahogado. Yo de cuando en cuando me
alentaba con mi bota, hasta tomar determinacion en lo que habia de hacer.
Resolvíme de entregarme á la tiranía del mar, bestia insaciable y fiera
cruel, y para esto desnudéme de un coleto de muy gentil cordoban, y con
la punta de la daga, y dos docenas de agujetas que traigo siempre que
camino, cogílo por la delantera, falda, brahones y cuello tan
estrechamente, que pude hincharlo sin que el viento se saliese. Vacié la
bota del santo licor que habia quedado, y hinchándola muy bien, hizo
contrapeso al coleto. Hice la misma diligencia con las botas enceradas,
que asidas de las ligas, ayudaban tambien á sustentar. Descalcéme los
valones, porque el agua se habia de colar por las faltriqueras, y quedéme
con solo el jubon y camisa, porque siendo de gamuza no se rendiria tan
presto á la humedad. Y puesto de esta manera, y acordándome que los
caminos guiados por Dios son los acertados, le dije de esta manera:
Inmenso Dios, principio, medio y fin sin fin de todas las cosas visibles é
invisibles, en cuya magestad viven y se conservan los ángeles y los
hombres, universal fabricador de cielos y elementos, á tí que tantas
232
maravillas has usado en este con tus criaturas, y que al bienaventurado
Raymundo, estribando en solo su manto, por tantas leguas de agua
guiaste á salvamento, y en este mismo lugar á los marineros que se iban
tragando las indomables olas, con solo un ruego de tu siervo Francisco de
Paula, aquietándolas, libraste de la muerte que ya tenian tragada: por el
nacimiento, muerte y resurreccion de tu sacrificado Hijo, Redentor nuestro,
te suplico que no permitas que yo muera fuera de mi elemento. Y luego
dije al santo ángel de mi guarda: Ángel mio, á quien Dios puso para
guarda de este cuerpo y alma, suplícote por el que te crió y me crió, que
me guies y ampares en este trabajo. Y dichas estas palabras, y asido muy
bien de mi barco, me arrojé con muy gentil brazo sobre el coleto y la bota,
comenzando á usar de mis cuatro remos valerosísimamente, no de
manera que me cansase, porque como llevaba el barco de viento, iba
braceando poco á poco de modo que no se rindiese la fuerza al cansancio.
No osaba imaginar en la profundidad de agua que llevaba debajo de mí,
por no desalentarme, ni osaba pararme, porque bien sabia yo que
mientras el cuerpo hace movimiento no le acometen los hambrientos
animales marinos: y si alguna vez sentia flaqueza en los remos, tendíalos
sobre el agua: fiando lo demás del barco, que alguna vez me consolaba
con la fragancia que salia de la bota, que iba muy cerca de las narices:
comenzaba á rezar, pero dejábalo, porque me faltaba la respiracion, que
para semejante conflicto es muy necesaria. Anduve una hora, ya
descansando, ya navegando, hasta que comenzó á refrescar un viento
que venia de África, y me traia hácia la tierra, que me era forzoso resistirlo,
porque no diese conmigo en una poma de las que tengo dichas, y me
hiciese pedazos. Pero estando en este último peligro descubrí una caleta,
con que respiré con nuevo aliento, y caminando ó navegando hácia ella, el
mismo viento meridional me ayudó milagrosamente. Ya que llegaba tan
cerca que descubrí muy bien toda la caleta, ví á la orilla de ella un hombre
merendando, que me dió nueva fuerza con verle, y que comia. Pero de la
misma manera que yo me alegré y esforcé con verle, él se espantó de mí,
entendiendo que fuese alguna ballena ó mónstruo marino. Vino una ola tan
grande, que me llevó tan cerca de la caleta que hice pié, y al mismo punto
el hombre espantado echó á huir á la tierra adentro. Y un lebrel que con él
estaba saltó al agua contra mí, y lo pasara mal si no fuera por la daga, que
siempre me acompañó, porque picándole con ella saltó en tierra, y fuése
huyendo tras su amo. En las caletas siempre está sosegada el agua, y
como yo hacia pié salí á tierra, hinqué las rodillas ambas en ella, dando
gracias á la primera causa: pero puestos los ojos en la merienda que el
otro habia dejado, miréme con mi bota y coleto, cosidos con el jubon y las
233
botas enceradas, que tambien hacian su figura, y no me espanté que me
tuviera por cosa mala. Arremetí con un pedazo de pan y otro de queso,
que habia dejado con un jarro de vino, y sacando el vientre de mal año,
juraré que en mi vida comí cosa que más bien me supiese. Pero estando
con el jarro en la boca, vinieron diez ó doce hombres, cum fustibus et armis
, que los habia movido el huidor, á matar la ballena, y como no la hallaron,
preguntáronle al buen hombre que dónde estaba, y á mí si la habia visto.
Él quedó confuso, yo respondí en italiano, que no osé en español, que allí
no habia llegado ballena, ni otra cosa que pudiese parecerlo, sino yo del
modo que me veian, y que aquel hombre habia huido por dejarme la
merienda. Riéronse de él, diéronle matraca, llamándole borracho y otras
cosas en lengua francesa, con que rieron harto, y á mí me tuvieron lástima
de verme tan mojado y desnudo. En el mismo tiempo venia una falúa con
doce remos, por mandado del maestre de campo á buscarme, porque les
dijo que habia de ahorcar al arraez si no me llevaban vivo ó muerto.
Híceles señas con la bota, que era la mayor que yo podia dar para mi
conocimiento y su gusto, y luego dieron la vuelta á la caleta, adonde me
hallaron puesto el sol, más afligido que perro manteado, temblando y
encogido. Echáronme en la falúa, todos admirados de verme vivo
habiendo pasado tal trabajo en tantos años de edad, que ya tenia cerca de
cincuenta. Lleváronme á Marsella, donde aquel gran caballero, amado y
conocido de todo el mundo, me acarició y regaló, aunque como aquel
trabajo me cogió en años crecidos, siempre me duró, y todos los inviernos
me resiento de aquella humedad y frialdad. Parecí yo en esto á un
escarabajo que estando en compañía de un caracol, recogido por miedo
del agua, confiado en sus alillas se determinó de volar á buscar lo enjuto, y
levantándose, dijo el caracol: Allá lo vereis, y le dió una gota gruesa, y lo
arrojó en el arroyo de la creciente: confiando yo en que sabia nadar y los
otros no, arrojéme al charco de los atunes, como dice D. Luis de Góngora,
donde me pudiera suceder lo que al escarabajo, si Dios no lo remediara,
que para una bestia tan cruel y desleal como el mar no aprovecha saber
nadar: que echarse un hombre en el mar es echarse un mosquito en la
laguna Urbion. Los animales de la tierra están enseñados á tratar con un
elemento fiel, amigable, suave y apacible, que donde quiera da acogida, y
sustenta al cansado; pero el mar ingrato, tragador de los bienes de la
tierra, sepultura perpétua de lo que en él se esconde, que se sale á la
234
tierra á ver si puede llevarse adentro lo que está en la orilla; hambriento
animal de todo lo que puede alcanzar, asolador de ciudades, islas y
montañas, envidioso enemigo de la quietud, verdugo de vivos y
despreciador de muertos, y tan avariento que estando lleno de agua y de
peces mueren en él de sed y de hambre, ¿qué puede hacer, sino destruir
á quien de él se fiare? y así parece que con sola la mano de Dios puede
hacerse lo que estos dias pasados sucedió en la toma de la Mámora á don
Lorenzo y al capitan Juan Gutierrez; á éste que nadando, y sin ayuda, y
con muchos años acuestas, quitó á cinco moros un barco en que iban; y á
D. Lorenzo, que habiendo nadado toda la noche, azotado de las
levantadas olas, llegando al barco donde pudiera descansar de tan
inmenso trabajo, alentándose con fuerzas sobrenaturales, dijo: que no
queria entrar en el barco porque recogiesen á otros que venian atrás más
necesitados que él, y pasó adelante. Caso es pocas veces ó ninguna visto.
Yo llevé mi trabajo, y una reprehension por el atrevimiento, porque la
confianza me pudo costar la vida; que yo realmente por mostrar que sabia
nadar y que tenia ánimo desvanecido para atreverme, fué causa de
arrojarme tan sin consideracion, aunque de las cosas tan arrebatadas da
poco lugar el discurso; pero mejor fuera aguardar la fortuna de todos que
anticiparme con la mia, que tan poco favorable me ha sido, que cuando la
vanidad engendra el atrevimiento ha de ser en los que tienen esperiencia
en su buena fortuna; ¿pero de qué importancia me podia ser á mí cobrar
fama de nadador, no siendo renacuajo ni delfin, ni habiendo de ser
marinero? ella fué vanidad, temeridad y disparate.
235
Descanso XI
Llegamos á España, desembarcamos en Barcelona, ciudad hermosa en
tierra y en mar, abundante de mantenimiento y regalos, que con oir hablar
en lengua española parecian suaves y substanciosos: y aunque los
vecinos tienen nombre de ser un poco ásperos, ví que á quien procede
bien le son apacibles, liberales, acariciadores de los forasteros, que en
todas las repúblicas del mundo quieren que el forastero con el buen
proceder obligue á la amistad. Si el que no es natural parece humilde, y
vive sin perjuicio de los naturales, tiene grangeada la voluntad de todos
porque junto su buen término con la soledad que padece, engendra piedad
y amor en los pechos naturales. Todos los animales de una misma especie
se llevan bien unos con otros, aunque no sean conocidos, sino son los
hombres y los perros, que teniendo mil buenas propiedades con que
suelen admirar, tienen esta propiedad bajísima, que todos muerden al
pobre forastero y le matan si pueden. Y esto mismo corre por los hombres
si el advenedizo no es como debe ser, entrando en jurisdiccion agena; y lo
que más ofende á los naturales es solicitarles las mujeres, que en lo que
más se ha de remirar el huésped es en esto, que basta teniendo agrado
para llevarse los ojos de la voluntad de todos tras de sí. Muchos se quejan
de pueblos donde han estado fuera de su patria, mas no dicen la ocasion
que dieron para ello: alaban sus tierras de madres de forasteros, y no
miran por qué camino les han obligado para tratarlos bien. Yo sé decir, que
en toda la Corona de Aragon hallé padre y madre, y en Andalucía grandes
amigos, si no son de la gente perdida, que solamente tratan de hacer mal:
estos en todo el mundo son enemigos de la quietud, revoltosos, inquietos,
levantados y soberbios, enemigos del amor y la paz.
Mucho me divierto para llegar á Madrid que tan deseado lo tenia. Llegué y
hallé muchos amigos deseosos de verme: hice asiento con un gran
príncipe muy amigo de música y poesía, que aunque siempre huí del
escuderaje, me fué forzoso acudir á él. Entré en su gracia muy de
improviso, fuí muy privado y favorecido suyo, y como yo venia harto de
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pasar trabajos, viéndome con demasiado regalo acometióme la
poltronería, y engordé tanto, que comenzó la gota á martirizarme. Dí en
tener pajarillos, y entre ellos en regalar á uno muy superior á los demás en
su armonía, aunque su consonancia muy concertada. Hacíale abrigar en
mi aposento de noche, donde una de ellas sentí toda la noche crugir
cañamones, contra la costumbre de los pájaros. En amaneciendo fuí á
mirar mi pájaro, y hallé en compañía suya un ratoncillo, que de lo mucho
que habia metido de los cañamones hizo tanta barriga, que no pudo tornar
á salir. Dije entre mí: Este ratoncillo, por haber comido tanto, ha buscado
su muerte. Yo voy por el mismo camino, que si un raton con sola una
noche de regalo ha engordado tanto, yo que todos los dias como y ceno
mucho, y muy regaladamente, ¿qué fin pienso tener sino la enfermedad,
que he cogido, y alguna apoplegía, que me acabe presto? Quitéme las
cenas, que con esto y el ejercicio me he conservado, que realmente esto
de comer á costa agena engorda demasiadamente, porque se come sin
miedo, y quien no se va á la mano en esto está muy peligroso para una
enfermedad. Han de comer los hombres mantenimiento de que sus
estómagos sean capaces, porque si nó, ó será forzoso vomitar la comida,
ó poner en peligro la vida, como la perdió el raton. Fuera de que los demás
miembros del cuerpo tienen envidia al estómago, porque todos han de
trabajar para que él solo engorde, cuando si no pueden llevarlo acuestas le
dejan caer, y dan con él en la sepultura. Yo ví que iba camino de esto, y
retiréme á comer poco, y cenar nada, que aunque al principio se lleve mal,
con la costumbre se puede alcanzar todo. Miren los que engordan mucho
el peligro en que se ponen, que ni la edad es siempre una, ni los
mantenimientos de una calidad, ni los que los dan de una misma intencion,
ni el tiempo corre de la misma manera. El que nació gordo, que siempre
sea gordo no es maravilla, que ya están enseñados sus miembros á
sufrirle y traerle acuestas; pero el que nace flaco y delgado, y en breve
engorda, en sospecha pone su duracion y su vida. Como puse enmienda
en mi comer y beber de noche, fuése consumiendo la gordura un poco, y
yo sintiéndome más ágil para cualquiera cosa. Que ciertamente la
poltronería manca y tulle los hombres. Con esto me torné inquieto que fué
causa que el príncipe á quien servia, con la ayuda de los congraciadores,
se entibió en favorecerme, y yo con servirle, que los señores son hombres
sujetos no solo á las estrellas, pero tambien á sus pasiones y apetitos; y
cuanto más superiores son, tanto más presto se cansan de las acciones
237
de sus criados, que quien los sirve es necesario que renuncie su voluntad,
y se ajuste con la del príncipe; y es razon que quien se dispone á servir
sacrifique su gusto á quien le da su hacienda, porque todos quieren ser
bien servidos; aunque he visto muchos señores de tan piadosa condicion,
que llevan con mucho valor y paciencia los descuidos de los criados; pero
lo contrario es lo más ordinario.
238
Descanso XII
Con este poco caso que mi amo hacia de mí tenia libertad para pasearme
de noche, no para cosas ilícitas, porque ni yo tenia edad para eso, ni mis
trabajos me habian dejado tan holgado que pudiese acudir á cosas de mal
ejemplo, ni es razon que en ninguna edad se hagan, sino á tomar un poco
el fresco, que las noches de verano en Madrid son para esto aparejadas.
Íbamos todas las noches con amigos, con nuestros rosarios rezando; no
hácia el Prado, por huir el mucho concurso de la gente, sino á calles solas,
que por mucho que lo sean, siempre hay la gente que basta para
compañía. Alejámonos una noche hasta llegar cerca de Leganitos; díjome
mi amigo: Parad aquí, que vais cansado, al fin sois ya viejo. Piquéme, y
díjele: ¿Quereis que corramos una apuesta, y veremos quién está más
viejo? Rióse, y dijo que sí. Pusímonos en órden para la carrera, y aun en
esta sencillez halló el demonio en qué perseguirme. Estaba un mozo á la
puerta de su casa, que así lo entendimos, y dímosle que nos tuviese las
capas y las espadas en tanto que pasábamos la carrera: apenas
comenzamos á correr cuando dijo una mujer: ¡Ay que me han muerto! por
una gran cuchillada que le dieron en el rostro, y apenas dió ella el grito
cuando se aparecieron dos ó tres alguaciles, y como íbamos corriendo
asieron de mí, que iba delantero en la carrera, y luego del otro, que hay
muchos tribunales en Madrid, y en cada uno más varas que dias tiene el
año, y con cada vara cinco ó seis vagamundos, que han de comer y beber
y vestir de su ministerio. Asiéronnos como á hombres que iban huyendo
por delito. Pidiéronnos las espadas, señalamos la casa donde las dejamos,
el mozo se habia acogido con ellas y las capas, porque no vivia allí. Como
nos cogieron en la mentira, que no habíamos dicho, lleváronnos á la mujer
herida, y con el coraje que tenia de su agravio, dijo que quien se la habia
dado echó á huir: y como nosotros íbamos corriendo, aunque no huyendo,
asentóseles á los alguaciles que sin duda éramos nosotros. Lleváronnos á
la cárcel de la villa sin espadas ni capas, donde yo entré con toda la
vergüenza del mundo, que no la tuve para desafiar al otro con mis años, y
la tuve para entrar en la cárcel sin capa. El alboroto fué mucho, el delito
sonó malísimamente; porque dos hombres, no niños, ni de la primera
tijera, acometieron una hazaña como aquella contra una mujer miserable.
Y el mismo que lo habia hecho, como despues con buenos indicios
239
averigüé, vino tras nosotros; y los alguaciles, que si fueran como deben,
no se precipitaran á hacer un borron tan infame, y si pusieran los ojos en la
justicia, y no en el provecho, averiguáran el caso, como á ellos les valiera
algo la prision, y á mí no me pusieran en mal nombre. Si ellos tuvieran
consideracion, miráran que dos hombres que iban sin capas, sin espadas,
sin sombrero, sin daga, ni cuchillo, ni otra cosa ofensiva, corriendo parejas,
no habian de salir de su casa para una cosa como aquella tan
desapercibidos, no pareciendo en toda la calle instrumento con que se
pudiera haber hecho. No preguntaron palabra á nadie en toda la calle para
averiguar la verdad, como lo hacen siempre. Y dado que los alguaciles
quisieran justificar la causa, la priesa que les daban los ayudantes no les
dejaran hacer cosa buena, por no hacer novedad en su costumbre. Al fin
nos echaron grillos, y fué la causa el teniente, que informado de los
alguaciles como quisieron, vino á la cárcel con intento de darnos la tortura;
mas como oyó las razones que arriba dije, y como apartándonos halló que
concertábamos en el dicho, estuvo perplejo, y no se determinó á cosa.
Echáronnos grillos, que estuvimos dos ó tres dias con ellos. Fuése
siguiendo la causa, y como no se halló el delincuente, por el indicio de ir
corriendo cuando se dió la cuchillada, nos olvidamos allá tres meses;
echáronnos en un calabozo, donde estaba un preso antiguo, bermejo, de
mala digestion, con unos bigotazos que le llegaban á las orejas, con que
se preciaba mucho, porque eran tan gordos y fornidos, que parecian cabos
de cirio amarillo. Éste tenia de suerte supeditada la cárcel, que no se hacia
entre los presos más de lo que él queria. La gente menuda temblaba de él,
y le servian con mucha puntualidad, y otros no osaban hacer un mandado,
porque él no gustaba de ello, y si lo hacian, torciéndose el bigote, decia:
Pues por vida del rey, si me enojo, que al pícaro y á ellos les dé mil palos.
De manera que el rato que estaba fuera del calabozo no se podia vivir, que
realmente era marcial, y ocasionadísimo para que se perdieran todos con
él. Estuvo dos ó tres dias enfermo, y no saliendo del calabozo, gozamos
de paz y quietud, que todos se holgaban de ello, más en saliendo tornó á
su ruin costumbre. Yo me ví tan rematado, que determiné de hacer que en
muchos dias no saliese del calabozo, y comunicándolo con mi compañero,
dijo: Mirad lo que haceis, no sea la prision más larga de lo que pensamos.
Y preguntándome cómo habia de hacer para que no saliese fuera,
respondíle: Cortándole un bigote. No os pongais en ese peligro, dijo él, por
amor de Dios. Yo no os pido, le dije, consejo, sino ayuda. Él tenia
costumbre siempre, de dormir boca arriba soplando, por no estragar la
grandeza de sus bigotes. Hice amolar muy bien unas tijeras largas, y
dejélo acostar á él y á todos los demás del calabozo antes que nosotros,
240
que nos traia tan sujetos, que en acostándose no se habia de mover nadie.
Cogí al primer sueño las tijeras, y alumbrándome mi compañero, díle una
gentil tijerada, con tanta sutileza, que le llevó todo el bigote, y él no
despertó, y de todos los presos nadie lo sintió sino mi compañero, que le
dió tanta tentacion de risa, que por poco reventára que, como le quedó el
otro tan grande, parecia toro de Hércules con un cuerno menos. Dormimos
aquella noche, y yo me hice el enfermo, quejándome de la mala cama;
pero levantéme casi junto á él, ó primero, con mi rosario en la mano
rezando, por verle cómo llevaba el negocio. En subiendo arriba, miráronle
todos espantados, sin decirle palabra; pero él dijo en saliendo: Hola,
pícaros, dad acá aguamanos. Vino un pícaro con un jarro calderesco,
echóle agua, y lavóse las manos. Luego acudió al rostro, y levantándolo,
tomó el bigote intacto con la mano derecha, luego volvió á tomar agua, y
fué á asir al otro con la izquierda cuatro ó cinco veces, y como se halló sin
él, fué tan grande su coraje, que sin hablar palabra metió el otro bigote en
la boca, y se lo comió, entrándose en el calabozo. Yo dije, como él lo
pudiese oir: Eso ha sido muy gran bellaquería, la mayor del mundo, el que
á un hombre tan honrado hayan ofendido en lo que más se miraba y
estimaba.
Estas y otras cosas le dije, con que le pude quitar la sospecha que pudiera
tener de mí; pero mirando lo que es razon, digo, que un hombre que está
en superior grado, se estime y haga respetar, vaya en hora buena; mas
que un desdichado que está en medio de su infelicidad, en el cieno de la
tierra que es la cárcel, siendo soberbio, merece que una hormiga se le
atreva. ¿Qué tiene que ver prision con soberbia? ¿necesidad con valentía?
¿hambre con desvanecimiento? La cárcel se hizo para sujetar cóleras y
malas condiciones, y no para inventar agravios; aunque hay algunos
bárbaros tan remontados, que ó por desesperacion, ó porque los tengan
por valientes, siendo acá unas ovejas, se hacen en la prision leones, en
lugar á donde con mayor humildad y ansias de corazon se ha de clamar á
la misericordia, sea justa ó injusta la prision. Él se acabó de quitar la barba
azafranada. Y como una desdicha sigue á otra, en este trabajo le llamaron
á visita para ver su negocio. Dijo un procurador: Está en el noviciado, que
se ha entrado fraile motilon. Tráiganle, dijo el teniente. Subió por fuerza, y
con toda la vergüenza y humildad del mundo, porque debia de tener la
valentía en los bigotes, como Sanson en el cabello. Así como entró, fué la
241
risa en la sala tan grande, que el teniente le dijo: Bien pareceis así, y bien
habeis hecho, porque no tengan que rapar en las galeras. Á que él
respondió: Vuesa merced habla como juez, que nadie se me atreviera á
decir eso. Leyéronle su causa, que era sobre haber dado una puñalada á
una miserable en la casa pública, delante de diez ó doce testigos; y
nombrándolos, dijo el agresor: Mire vuesa merced ¿qué testigos son los
que juran contra un hombre tan principal como yo? cuatro corchetes y
cuatro sellencas. Dijo el teniente: ¿Pues queríades que estuviesen para
testigos en esa casa el prior de Atocha, ó algun fraile descalzo? No argüis
bien. Tornáronle á encerrar en el calabozo, y de allí adelante le llamaban
el padre fray Rapado. Á nosotros nos echaron libres, pero gastados. No
quiero yo alabar lo que hice, porque bien sé que no se han de hacer
males, aunque de ellos resulten bienes; pero tambien sé que es menester
que perezca uno, porque no perezcan todos. Quitar de entre nosotros á
quien nos escandaliza, permitido es. El que se estima estímese, mas no
ha de ser con superioridad impertinente: los fanfarrones con tiranía tienen
á todo el mundo por contrario. Los hombres ocasionados á los muy
humildes, hacen salir con reveses que no pensamos. Yo he visto siempre
que estos habladores soberbios, que quieren supeditar á otros, en
hablándoles recio un hombre callado y llano, se rinden á callar. Que son
como las ruedas del coche, que mientras van por piedras, van haciendo
ruido, mas en llegando á lo llano, luego van con mucho silencio. Á este
desatinado desvanecido fué necesario por algun camino humillarlo, y
ninguno pudo ser más á propósito, que privarlo de tan inmenso cuidado,
como traia con aquellos rabos de zorro.
242
Descanso XIII
Salimos de la cárcel al cabo de tres meses, porque dimos muy gentiles
descargos; pero tan gastados, que no teníamos tras que parar, porque
para poder caminar al dia siguiente, yo fuí á vender unas botas
escuderiles, y mi compañero una maleta ratonada, que es muy de
escuderos, por no tener un cofre, guardar los pedazos de pan en
semejantes alacenas, receptáculo de ratones. Estando vendiendo nuestras
prendas, envió Dios á un hidalgo muy bien puesto, y doliéndose mucho del
testimonio que nos habian levantado, dijo: Que cierto gran caballero que
habia sabido nuestra desgracia, le enviaba á que supiese lo que se habia
gastado en nuestra prision, y que movido por entrañas de misericordia, le
habia dado en doblones lo que dijésemos que nos habia hecho de daño.
Yo conocíle, pero antes de declararme, le dije: Señor, esta obra de Dios
viene, que sabe nuestra necesidad, que es tanta, que vendemos nuestro
ajuar para comer hoy. Lo que nos cuesta serán cien escudos, poco más ó
menos; y en diciendo esto, sacó cincuenta doblones, y nos los dió. En
viéndolos en mi mano, le dije: Esto es cuanto á la costa, pero cuanto al
gusto que vuesa merced recibió de la venganza, y el disgusto que
nosotros pasamos, ¿qué satisfaccion puede haber? Que bien le conocí
aquella noche que nos fué siguiendo hasta la cárcel. Respondió
cuerdamente: El prenderos fué desdicha vuestra, el pagar es obligacion
mia. Como yo no os dí la desdicha, no puedo satisfacerla; y si todos los
desdichados tuviesen recurso á satisfaccion, no serian desdichados. Yo
como no tuve ventura para no padecer, tengo piedad para compadecerme;
otro pudiera ser que no mirára lo uno ni lo otro. Muchas desdichas
suceden á los hombres por secretos juicios de Dios, de que no podemos
pedirle cuenta. Las desdichas no están en nuestra mano, ni estuvo en la
mano mia hacer que fuésedes aquella noche corriendo, que eso fué
voluntad vuestra. Y os sé decir, que me pesó en el alma del hecho, no por
la cuchillada, sino por vuestro trabajo. La desdicha fué, que la cara de la
otra, y la carrera de vuestros piés cayeron en un dia: habeis sido tan
prudente en esta desdicha, que os he tenido envidia; que quien se acuerda
pacientemente en la adversidad, es señor de sus acciones, y las
desdichas le acometen con temor. Y si como puedo satisfaceros el daño,
pudiera poneros la fortuna debajo de vuestros piés, yo os hiciera
243
felicísimos, pero ya que en esto no lo fuísteis, fuísteislo en cortar el bigote
al otro, saliendo bien de ello. Que como vos, por discurso bueno habeis
echado de ver mi travesura, yo por vuestro disimulo conocí la vuestra.
Aunque el hidalgo habló tan bien, yo estaba contento y alborozado con ver
en mis manos aquel metal tan semejante á la luz del sol, que no supe
replicarle, sino agradecerle y estimar su cordura, igual con su piedad. Yo
me hallé tan harto de trabajos y desventuras, que determiné de dejar la
córte despues de haber andado algunos dias de mala ventura, sirviendo
del escuderaje, que tan forzoso me ha sido, aborreciéndolo como á una
culebra.
Fuíme á despedir de un caballero amigo, que no habia visto muchos dias
hacia, y hallándole muy melancólico y desgraciado, le pregunté qué tenia.
Respondióme, que ni podia dormir, ni comer, ni tomar descanso en cosa.
Pues si haceis, dije, lo que yo os enseñaré, sanareis de todas estas tres
cosas. ¿Cómo si lo haré, respondió, aunque cueste todo mi mayorazgo?
Pues levantaos mañana en amaneciendo, que yo os llevaré donde cojais
una yerba que os sane de todos esos males. Levantóse ó hícele levantar
de mañana, y mandó poner el coche: yo le dije, que no haria la yerba
provecho sino iba á pié, y dejando el coche lo llevé hácia San Bernardino,
convento de los Recoletos Franciscanos, diciendo, que estaba la yerba
allí, y que la habia de coger con sus manos. Hícele andar de manera que
iba carleando como podenco con sed, y tanto, que de cansado se sentó en
el camino. Preguntéle si descansaba. Respondió que sí. Pues sabeis por
qué habeis descansado, porque os cansásteis: y en las sillas de vuestra
casa no descansais, porque no os cansais. Hícele llegar á San Bernardino,
y volver á su casa á pié, con muy buena gana de comer. Comió y bebió
con gana, y luego se acostó, y durmió muy bien. Díjele luego: Quien no se
cansa, no puede descansar; y quien no tiene hambre, no puede comer;
quien no tiene falta de sueño, no puede dormir, no se queje quien no hace
ejercicio de males y enfermedades que le vengan, que la poltronería es el
mayor enemigo que tiene el cuerpo humano. El ejercicio á pié restaura los
daños causados de la ociosidad. Los caballos más ejercitados son de más
dura y brio. El pescado del mar Océano, es mejor que del Mediterráneo,
porque está más azotado por aquellas cavernas hondas de las olas más
contínuas y furiosas: los hombres trabajados están más enjutos, y para
más que los holgados; y así son todas las cosas, que un hombre que
244
trabaja más que otro es más poderoso, entiéndese con igual capacidad.
Holgóse mucho, y de allí en adelante dió en hacer ejercicio á pié por la
mañana y por la tarde, con que se halló muy bien y con muy entera salud,
y agradecióme la estratagema de que usé para quitarle de la ociosidad
que le tenia impedido, sin gusto y sin salud, é hízome un grande regalo.
Anduve por Madrid algunos dias, donde fuí ayo y escudero del doctor
Sagredo, y su mujer doña Mergelina de Aybar, hasta que los dejé ó me
dejaron.
245
Descanso XIV
Acabada mi última relacion, el ermitaño, dando grandes muestras de
admirarse de lo que habia oido, dijo que ya se podia pasar por la puente,
quizá cansado de haber escuchado tanto tiempo: despedíme de él, y
pasando la puente, ví tantos árboles arrancados de raíz, como habia traido
Manzanares; algunas ballenas destripadas, de las que solian alancear,
muchos animales ahogados, otros muchos mirando aquellos, admirándose
del diluvio y tempestad tan arrebatada y repentina. Todas las huertas
anegadas, las isletas cubiertas de arbolillos, que casi habia llegado hasta
la ermita de San Isidro Labrador; y con la arena y árboles hechas algunas
represas, que hasta ahora dejaron el rio dividido por muchas partes.
Determiné de quitarme de tanto ruido como el de la córte, y buscar quietud
en tierra más templada que es Castilla, yéndome al Andalucía, donde los
gentiles pusieron la quietud de las almas bienaventuradas, á su modo de
creer, diciendo, que en pasando el rio Leteo, que aun todavía conserva el
nombre de Guadalete, se olvidaban de las cosas de la tierra, y todo lo
demás pasado; que la escelencia del temple, abundancia de regalos,
apacibilidad de cielo y tierra, les hizo dar en este error, que los más
templados son más aparejados para la conservacion de los viejos, y como
me hallé con dinerillo, compré una mula, que me la dieron barata, por tener
esparavanes en los piés, y un ojo pasado por agua; pero caminaba
razonablemente, con que fuí mi camino encomendándome á Dios y al
bendito ángel de la guarda. Iba solo, porque por no caminar á gusto
ageno, se puede un hombre ir á pié, que es cansada cosa haber de parar
yo donde el otro quisiere, y no cuando yo fuere cansado, ó se me antojare
parar. Al fin, como me ví con dinero, quise caminar á mi modo. Hacia muy
grande calor, y habiendo salido muy de mañana para hacer medio dia en
la venta de Darazutan, fué tan escesivo el fuego que entró con el dia,
saliendo de aquellas matas unas exhalaciones abochornadas, que me
abrasaban el rostro, y me quedára mil veces si hallara lugar aparejado
para ello. Ví la venta desde lejos, aunque se parece poco por los
chaparros y arbolillos que la encubren; me parecia que al mismo paso que
yo llevaba, ella se alejaba de mis ojos, y la sed se me aumentaba en la
boca: no creí que pudiera llegar á ella, hasta que oí música de guitarras y
246
voces que salian de la misma venta: Ahora, dije, no me puedo engañar, y
entrando, hallé mucha gente que iba y venia, haciendo medio dia.
Alentéme con ver una tinaja de agua, de que siempre he sido muy
apasionado: refresqué, y púseme á oir la música, que siendo ella de suyo
manjar tan sabroso al oido, es de creer que en aquella soledad, llena de
matas y apartada de poblado, pareceria mucho mejor su melodía que en
los palacios reales, donde hay otras cosas que entretienen. Como el calor
estaba en su punto, y la venta muy llena de gente, fué menester la
suspension que la música pone para poder llevar la fiesta con algun
descanso; que esta facultad, no solamente alienta el sentido esterior, pero
aun las pasiones del alma mitiga y suspende; y es tan señora, que no á
todos se da por grandes ingenios que tengan, sino á aquellos á quien
naturaleza cria con inclinacion aplicada para ello; pero los que nacen con
ella, son aptos para todas las demás ciencias, y así habian de enseñar á
los niños esta facultad primero que otra, por dos razones; la una, porque
descubran el talento que tienen, la otra, por ocuparlos en cosa tan
virtuosa, que arrebata todas las acciones de los niños con su dulzura.
Aunque un autor moderno inadvertidamente dice que los griegos no
enseñaban á los mozos el primer tono, como si no fuera el más grave que
muchos de los otros, fué por ignorar la facultad, que quiso decir que no les
enseñaban música lasciva, que como por el oido entran en el alma las
especies, si es honesta y grave, la suben á la contemplacion del Sumo
Hacedor; si es deshonesta con demasiada alegría, la ponen en
pensamientos lascivos. Y es tan juez el oido de esta facultad, que me
acuerdo que un mozo que cantaba con mucha alegría, vino á ensordecer,
y pidiéndole despues que cantase, teniendo la voz tan buena como de
antes, hacia tan grandes disparates, que se reian todos de oirle cantar,
que realmente el oido es la clavija de la voz humana. Estos músicos
cantaron con tanta gracia, que despues de haber comido, se pasó la siesta
alegremente. Sacó uno de ellos un demostrador para ver qué hora era,
encareciendo mucho la invencion de los relojes, al cual dije, que lo mismo
que él habia hecho con el demostrador, se podia hacer con hincar una
paja ó un palillo en el suelo, mirando los dedos de sombra que hacia; y con
una vasija de agua, faltando el sol, haciéndole un muy sutil agujerito, y
señalando las horas con lo que va menguando, y otras invenciones que se
pueden hacer. Pasóse lo demás que restaba para caminar en alabar cada
uno su profesion, y las invenciones á que más está inclinado, tomando
ocasion de la invencion de los relojes. Tratóse de la astrología, de la
música, de la invencion de la memoria artificial, porque se halló un
247
caballero, oidor de Sevilla, que hacia milagros con ella. Dijo un escudero
viejo que estaba en un rincon espulgándose: Todas cuantas invenciones
han dicho vuesas mercedes no tienen que ver con la invencion de la aguja.
Riéronse todos, y él, corrido, con mucha cólera dijo: Si no les parece que
es así, háganme merced de echar un remiendo con un pedazo de
astrología. Á lo cual dijo el licenciado Villaseñor: Cada uno alaba aquello
de que se halla más capaz: este señor escudero puede hablar de esta
materia, porque usa más del ministerio del agujero. Yo no soy sastre,
respondió, sino un escudero tan calificado y tan antiguo, que todos mis
antepasados, desde Nuño Rasura y Lain Calvo, han servido á los condes
de Lemos. Y si ahora voy á pié, es porque tengo mis caballos dándoles
verde en las puentes de Eume. Y con esto echó sobre la guarnicion de la
espada unas calzas viejas, y poniéndoselas al hombro, cogió las del
martillado. Bien es, dije yo, que cada uno se precie de lo que profesó. Que
en Madrid habia un verdugo, que mostrándole á un muchacho suyo, en
una horca que tenia en su casa, cómo ahorcaria á un hombre suavemente,
y no pegándosele al muchacho la profesion, y aborreciéndola, le dijo el
verdugo: ¡Oh! llévete el diablo, que no te se puede pegar cosa buena;
pues yo te pondré con un zapatero y morderás el zumaque. Ya que nos
queríamos partir dijo el oidor: Cierto, que me dijeron ayer que buscaba
cabalgadura para venir este camino Márcos de Obregon, hombre de buen
gusto y partes, á quien yo deseo conocer. Así es, dije yo, yo le ví buscar
en que venir. ¿Conócelo vuesa merced? preguntó el oidor D. Hernando de
Villaseñor. Yo respondí: Sí señor y es grande amigo mio. Subimos á
caballo ó á mula, y fuéme preguntando si sabia algunas cosas del Sr.
Márcos de Obregon. Yo le dije unas redondillas muy nuevas, tanto que no
habian pasado de mis manos á segunda persona, y en oyéndolas
despacio, me las repitió luego el oidor de memoria. Él se admiró de las
coplas, y yo mucho más de su memoria. Fuíle diciendo muchas cosas, y él
refiriéndomelas luego. Confesóme que era memoria artificial, pero que
para aprenderla era necesario tenerla muy buena, que sin la natural se
aprendia con mucho trabajo y dificultad. Yo le dije: Por cierto la memoria
es cosa que parece divina, pues las cosas pasadas las tiene presentes,
pero yo la tengo por verdugo de los hombres desdichados, porque siempre
les está representando los malos sucesos, los agravios pasados, las
desdichas presentes, las sospechas de lo venidero y la desconfianza que
tienen en todas las cosas; y siendo la vida, como es, breve, se les abrevia
más con la contínua representacion de las infelicidades: y así, á estos
tales, mejor les seria el arte de olvidar que el de acordarse. ¿Cuántas
vidas habrá costado la memoria de las ofensas, que si no se acordáran no
248
se vengáran? ¿cuántos borrones se han hallado en muchas mujeres por la
memoria de los favores y disfavores? Tener buena memoria natural es
escelentísima cosa; pero gastar el tiempo en buscar dos ó tres mil lugares,
pudiéndolo gastar en actos de entendimiento, no lo tengo por muy
acertado, porque para la memoria sirve la estampa, las imágenes, los
colosos, estátuas, escrituras, edificios, piedras, señales de peñascos, rios,
fuentes, árboles y otras cosas sin número; y para el entendimiento sola la
naturaleza lo da y lo enriquece con la leccion de los autores graves y
comunicacion de amigos doctos. He visto muchos autores que escriben de
esta memoria artificial, y no he visto de estos obras en que se hayan
esmerado y dejado por ellas nombres de sus grandes ingenios, que
aunque Ciceron, Quintiliano y Aristóteles tocan algo de esta materia; pero
no hacen libros de ella, como cosa inferior al entendimiento. Y así D.
Lorenzo Ramirez de Prado, caballero muy docto en las buenas letras, así
de poesía como de filosofía, tiene muy sujeta la memoria artificial que hace
milagros con ella; pero no por principal objeto, sino por curiosidad, porque
á quien le sobran tantas partes, no le faltase esta. Y la historia que
cuentan de aquel gran poeta lírico Simónides, que habiendo caido una
casa sobre muchos convidados, y estando de suerte desfigurados que
nadie los conoció, él dijo en qué lugar estaba cada uno, nombrándoles por
sus nombres. Yo entiendo que fué acto de memoria natural y no artificial,
porque un hombre que iba á comer y brindar al banquete con la libertad
que entonces se usaba, no se habia de parar muy despacio á poner
imágenes y figuras en lugares imaginados, naturales y artificiales, ni
acordarse cargando la imaginacion de más carga de la que el vino les
ponia en tiempo que tan pocos aguados se usaban, y habiendo sido aquel
mismo dia, yo creo que sin artificio se hizo.
El autor de este libro, habiendo salido de casa de sus padres niño
estudiante, volviendo con canas á ella, conoció y nombró por sus nombres
á todos los que habia dejado niños, hallándolos con barbas y canas, y
ningun nombre ni costumbres dejó de decir de cuantos venian admirados
de verle. ¿Y no se dice por cosa de admiracion, que Cinea embajador del
rey Pirro, en dos dias que estuvo en Roma, conoció y nombró por sus
nombres á todos los moradores della? Mitrídates, rey del Ponto, negociaba
con veinte y dos naciones que tenia sujetas en el propio lenguaje de ellas.
Julio César en un mismo tiempo leia, escribia, dictaba y oía cosas
249
importantísimas, y por eso se hace particular mencion dellas, que hombres
ordinarios hay algunos que hacen milagros con la memoria natural. En
Gibraltar habia un conocedor de D. Francisco de Ahumada Mendoza,
llamado Alonso Mateos, que á treinta mil vacas que habia en la Sauceda,
las conocia á ellas y á sus dueños, y las nombraba por sus nombres,
dando á cada uno la que era suya. Y á todos los bandoleros que venian de
diversas partes, de una vez los conocia y sabia los nombres. Todo esto he
traido para que no parezca memoria artificial la de Simónides, y para que
sepan que con solo ejercitarla se aumenta y crece, como se ve en estos
conocedores, que siendo hombres toscos, muchos hacen lo mismo que el
dicho. Y en Madrid anda un gentil hombre, llamado D. Luis Ramirez, que
cualquiera comedia que ve representar, va á su casa y la escribe toda, sin
faltarle letra, ni errar verso: pero hay diversas maneras de memoria, unas
que se acuerdan de las palabras, y otras que se acuerdan de las cosas;
como es Pedro Mantuano, que de infinitas historias que ha leido, no
solamente no se le han olvidado, pero en cualquiera tiempo que le pidan, ó
que se ofrezca tratar de alguna de ellas, las tiene tan presentes como
cuando las iba leyendo, y los nombres propios contenidos en ellas; y de
los versos todos los que ve á segunda no se le olvida ninguno. Á todo esto
el oidor estuvo callando y loando mucho la que yo habia mostrado; y así
dijo, que la artificial, más era para una ostentacion, que para estar siempre
cansándose en ella y con ella. Y tornando á mis alabanzas, sin
conocerme, dijo que deseaba mucho conocer á Márcos de Obregon, lo
uno porque eran vecinos en los pueblos, porque él era de Cañete la Real,
y Obregon natural de Ronda: y preguntóme qué traza de hombre tenia,
qué trato, y qué proceder; y le respondí: La proporcion y traza de su
persona es de la misma manera que la mia, y el trato y proceder el mismo
que el mio, que como somos tan grandes amigos, yo le sigo á él y él á mí.
Por cierto si él tiene, dijo el oidor, semejanza á la apacibilidad que vos
habeis mostrado, con mucha razon tiene el nombre que le da el mundo. El
oidor por todo el camino me fué regalando: de manera, que descubrió la
nobleza heredada y adquirida en aquel viaje, en su ánimo, bondad y
liberalidad. Íbamos por toda Sierra-Morena, mirando cosas estraordinarias,
que como es tan grande, ancha y larga, que atraviesa á toda España,
Francia é Italia, hasta que se va á entrar en la mar por la canal de
Constantinopla, aunque con diversos nombres, habia mucho que ver y
notar en ella. Topamos en un arenalillo una culebra con dos cabezas, de
250
que se admiró el oidor, diciendo que lo habia oido decir, y hasta entonces
no lo habia creido. Ni aun ahora lo creo, dije yo, que un cuerpo tenga dos
cabezas: y noté que no se movia bien, ni huia de las bestias. Díjele á un
mozo de mulas que le diese con la vara, y él lo hizo así; y en dándole
vomitó un sapon que habia ya tragado, hasta la cabeza que estaba por
tragar, con que se deshizo el engaño que deben tener muchos. Así deben
ser, dijo el oidor, muchas cosas que nos dicen que nunca las vemos, como
es lo de la salamandra. Yo estaba, le dije, incrédulo en eso, hasta que á
dos personas de crédito y bondad les oí decir que junto á Cuenca, en un
pueblecito que se dice Alcantuz, habiéndose caido un horno de vidrio,
hallaron pegada al mismo mortero donde baten las llamas del fuego una
salamandra; y por ser persona de crédito lo creí, y no se han engañado los
que lo traen siempre por comparacion.
251
Descanso XV
Como el hombre naturalmente es animal sociable, que apetece la
compañía, el oidor se halló tan bien con la mia, que no se sufrió un punto
de division en todo el camino que pudimos ir juntos. Tenia y tiene muy
gallardo entendimiento, con que movia de lo que se ofrecia á la vista muy
gentiles cuestiones, á que yo le respondia lo mejor que pude y supe. Y si
algun hombre de traza se nos juntaba de su misma profesion, le sacaba
preguntas, ó daba ocasion que se las hiciesen; á que respondia
gallardemente. Pegósenos un clérigo de un pueblecillo de por allí cerca, y
yendo caminando, iba rezando sus horas en voz que lo pudiesen oir los
alcornoques y robles, de suerte que nos interrumpia la conversacion, y él
cumplia mal con su obligacion. Preguntóle el oidor: ¿No se podria dejar
eso para la noche, para que se hiciese con el silencio y devocion que se
requiere? Oh señor, respondió el clérigo, diónos la Iglesia esta pension,
que aun caminando habemos de rezar: ¿por qué no ordenará que yendo
un clérigo cansado, y pensando en sus negocios, y en el fin que han de
tener, no rezára caminando? Respondió el oidor: Porque la Iglesia no cria
á los clérigos para correos, sino para rezadores. Bien respondido está, dijo
el clérigo. Y quedó con esto muy satisfecho: topamos un muchacho medio
rapado, que por andar no tanto como las cabalgaduras, en alcanzándole
preguntó el oidor: ¿Á dónde vas, mozo? Él respondió: Á la vejez. Oidor: No
digo sino ¿qué camino llevas? Muchacho: El camino me lleva á mí, que yo
no lo llevo á él. Oidor: ¿De qué tierra eres? Muchacho: De Santa María de
todo el mundo. Oidor: No te digo sino ¿en qué tierra naciste? Muchacho:
Yo no nací en ninguna tierra, sino en un pajar. Oidor: Bien juegas del
vocablo. Muchacho: Pues siempre pierdo por bien que juego. Oidor: Este
muchacho no debe de ser parido como los otros. Muchacho: No, porque
nunca me he empreñado. Oidor: Quiero decir, pues no dices dónde
naciste, no debiste salir de madre. Muchacho: ¿Pues soy yo rio para salir
de madre? Oidor: Á fé que no teneis la lengua muy ruda. Muchacho: Si
fuera ruda no la trujera tan cerca de las narices. Oidor: ¿Tienes padre?
Muchacho: Antes por no tener muchos vengo huyendo, porque me
metieron fraile, y habia tantos padres, que no podia sufrirlos. Oidor: ¿Y es
mejor andar como correo? Muchacho: Por huir de la correa bien puede ser
un hombre correo. Reímonos mucho con el muchacho, y en llegando cerca
252
de una ventilla que está junto á un arroyo algo profundo, entre dos cerros,
nos dijo el mozo de mulas: Aquí habemos de parar, porque nos darán
buen recaudo, y la ventera es muy hermosa y aseada, y si pasamos
adelante habemos de caminar de noche más de tres horas. Él hizo fuerza,
prometiéndonos camas, que á lo que pareció, la ventera era su conocida
más de lo que fuera razon. Entramos en la venta, y luego se presentó la
huéspeda muy boquifruncida, vestida de un colorado oscuro, y una ropa
encima de lienzo blanco, llena de picaduras, y preguntóme el mozo de
mulas: ¿Qué le parece á vuesa merced? Yo le respondí: Paréceme
asadura con redaño. Y dijo el oidor: Está vestida de vírgen y mártir. Bien
dice vuesa merced, dije yo, mas está la castidad por defuera, y lo mártir
por dedentro, y como hay muchas matas por aquí, está muy rota la
castidad. Cada uno habla como quien es, dijo la ventera. Volví la hoja,
porque la ví corrida del apodo, y el mozo de mulas enojado; y le dije: La
verdad es que vuesa merced está muy deseada y hermosa, que tiene
cara, no para aquí, sino para estar muy bien empleada. Quedó muy
contenta, que era fácil de condicion, y sacónos muy buenas perdices, con
que cenamos. Ella muy contenta, despues de haberle dicho que lo hacia
como cortesana, nos dijo: Camas habrá para vuesas mercedes, aunque
para el friecillo que por aquí hace hay pocas mantas. Dijo el muchacho
frailesco: De esas no faltarán, que con las que ha echado el mozo de
mulas se puede abrigar Búrgos y Segovia. No se burle conmigo, dijo el
mozo de mulas, que le haré ver estrellas á mediodía. ¿Pues sois vos la
Epifanía? dijo el muchacho. Respondióle el otro: Soy la puta que os parió.
Y aun por eso, dijo el muchacho, salí tan grande bellaco.
Dijéronse muy graciosas cosas el muchacho y el mozo de mulas, con que
se pasó buen rato. El oidor preguntó al muchacho: Dí por tu vida, ¿de
dónde eres? Yo, señor, respondió, soy andaluz de junto á Úbeda, de un
pueblo que se llama la Torre Pero Gil, inclinado á travesuras; y como por
ser pequeño el pueblo no podia ejecutarlas, hurté á mi padre cuatro reales,
y fuíme á Úbeda, donde mirando las casas de Cobos estaban jugando
turron, y con la codicia del comerlo púseme á jugar los cuatro reales, y
habiéndolos perdido, sin probar el turron, arriméme á un poste de aquellos
soportales, que están allí cerca, y estúveme hasta que ya era de noche
desconsoladísimo; llegó un viejo, preguntóme: ¿Qué haceis aquí, gentil
hombre? Respondí: Tengo este poste que no se caiga, ¿por qué lo
pregunta? Porque si no teneis, dijo, donde dormir, allí hay un banco de un
tundidor, y os podeis acostar en aquella borra. Y esa borra, dije yo, ¿podrá
borrar mis borrones y desdichas? ¿Pues tan temprano os quejais de ella?
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dijo el buen hombre. ¿No quiere que me queje, respondí yo, si desde que
salí de casa de mi padre todo ha sido infelicidades? ¿De dónde sois?
preguntó. De muchas leguas de aquí, respondí yo. Mirad, hijo, dijo; para
los hombres se hicieron los trabajos, y quien no tiene ánimo para
resistirlos, en ellos perece; que comenzando tan temprano á sentirlos se
os harán más fáciles cuando seais hombre: los que se andan ovachones
no tienen esperiencia de cosas, y así nunca estiman el bien, que el trabajo
habilita á un hombre, y le hace capaz para todas las cosas: yo salí de casa
de mis padres de vuestra edad, y por mi virtud he llegado á tener un oficio
muy honrado de almotacen de esta ciudad. Bien adelante ha pasado, dije
yo, no se deshaga de él; pero quien no tiene blanca, ¿cómo podrá pasar
tan adelante? Si sois de tantas leguas, dijo, como decís, no es maravilla
haber gastado, y pasado trabajos. ¿Dónde es vuestra tierra? En la Torre
Pero Gil, respondí; rióse, y díjele: ¿Parécele que para contar trabajos es
poco tiempo? Así como salí, que fué de noche, me colé en una viña,
donde metí tanta uva llena de rocío, que si no buscára por donde salir,
reventára, y no pudiera llegar á Úbeda, y ya que llegué con este trabajo
me sucedió jugar cuatro reales que traia, y quedarme sin dineros y con
hambre y mucha sed, sin posada y cama. Pues id, dijo, allí, y la hallareis.
Fuí, y acomodando la borra, tendíme sobre ella; parece que descansé un
poco, y á media noche fué tan grande la mudanza de la serenidad en
borrasca y viento, que pensé no llegar á la mañana, porque el aire furioso
entraba en el banco, haciendo polvo de la borra para los ojos, y charco de
agua para todo el cuerpo: y sobre todo, los cochinos que andaban
paseándose y buscando la vida por aquellas calles, acudieron á los
bancos de los tundidores á repararse de la tempestad, y pensando que
estaba solo el mio, entraron gruñendo una docena de ellos, hocicando en
la borra, que aínas me borráran toda la cara; pero sufrílos y halaguélos,
por el abrigo que me causaban, y aunque con ofensa de las dos ventanas,
llegué á la mañana, no muy limpio ni oloroso, pero con algunos palos,
porque el mozo del tundidor antes de amanecer llegó á echar los cochinos
con una varilla de fresno de tres dedos de gordo, y pensando que daba en
ellos, pegaba tambien en mis espaldas, con que se me quitó el sueño y la
pereza. Pasé mi trabajo, aunque él no se me pasó, porque siempre iba de
mal en peor, que adonde quiera que iba, ó me buscaba el mal, ó yo lo
buscaba á él: que los muchachos mal inclinados, en tanto son buenos, en
cuanto la fuerza les hace que no sean malos. Fuíme de Úbeda á Córdoba,
donde topé un fraile mozo que iba á estudiar á Alcalá, y diciéndome si
queria acompañarle, le dije: Que de muy buena gana, porque comia y
bebia muy bien de limosna, que por los pueblos y ventas le daban.
254
Agradóle tanto mi bachillería, que me alabó mucho en un monasterio de su
órden, donde me dieron el hábito con mucho gusto. La tentacion de
hambre que pasan los novicios, aunque la oía decir, no la creia hasta que
la esperimenté, que cuando acabábamos de comer, cogíale al refitolero un
panecillo para comer entre dia; pero á la segunda vez que lo hice me lo
cogieron, tratándome mal. Usé una traza muy buena, que hinqué cinco ó
seis clavos por la parte de abajo en las tablas de mi cama, y en cogiendo
el panecillo iba corriendo y espetábale en un clavo de aquellos; venian tras
de mí, y como no lo hallaban, echaban la culpa á otro.
Pasé de esta manera algunos dias, con que almorzaba y merendaba á mi
gusto, y otros por mi culpa lo padecian: y estuviera hasta hoy secreto, si no
fuera por una travesura que hice contra el maestro de novicios, que
habiéndole enviado un tabaque ó canastillo de unas tortas hermosísimas
de bizcochos, le cogí dos en volviendo la cabeza, y fingiendo que iba á
otra cosa, fuí en un instante y espetélas en los clavos: volví muy
mesurado, púseme á leer, echó menos las tortas y fué de presto á mi
cama: miróme todo el cuerpo y los librillos, y no hallando lo que buscaba,
quiso ver si estaba debajo de la cama, metiendo la mitad del cuerpo, y al
fin dijo: Aquí no hay nada, vamos á otra parte: estaba yo ya muy seguro y
muy contento; pero al tiempo que fué á sacar la cabeza de debajo de la
cama, topó con el colodrillo en un clavo de aquellos, y como se lastimó,
miró lo que era, y halló en los clavos sus tortas y mis panecillos.
Asiéronme, poniéndome el cuerpo como tablilla de pintor; mire vuesa
merced si es mejor la correa que el correo. Dejáronme aquella noche, á su
parecer, que no podria volver sobre mí; pero yo cogí mi hatillo, y
aviándome hácia el camino, enviaron tras mí dos mozos que servian al
monasterio como donados, y por saber la tierra mejor que yo, cogiéronme
la delantera tan de mañana, que cuando salí los ví de lejos puestos en
lugar que no tenia remedio sino que me habian de coger, pero como la
necesidad es tan grande trazadora de remedios, hallélo en un colmenar
que estaba junto al camino; y así como los ví entréme en el colmenar,
derribando más de veinte colmenas, y poniéndome entre ellas, sin hacer
movimiento poco ni mucho, porque las abejas no acometen sino á quien lo
hace, y entrando ellos á acometer, las abejas, por defender su jurisdiccion,
los recibieron con sus armas al tiempo del asalto de las murallas, y como
ellos se defendieron con las manos, cuanto más jugaban de ellas, tanto
255
mayor número de abejas acudia. Alborotado el ejército y puesto en arma,
desampararon las tiendas de la retaguardia, y viniendo á socorrer la
vanguardia, fué tan grande el concurso, que les hacian sombra á los
pobres verdugos. Yo, vista la batalla que por mí se habia trabado, y viendo
la seguridad con que podia escabullirme, con el mayor silencio que pude,
me salí á gatas del real por entre unas jaras, que para encubrirme estaban
más espesas que las abejas para mis contrarios, que entrándoseles por
las muñecas y pescuezo, no les daban lugar á la defensa. Aunque lo
primero que hicieron fué cargar tan increible número á la frente y ojos, que
un momento los cegaron de manera que cuando quisieron salir ya no
acertaron, ni veian por dónde. Acudió el dueño del colmenar á sosegar sus
soldados, armado con sus armas defensivas, y halló de suerte á los
miserables mozos, aporreados y llenos de chichones, que en lugar de
reñirles el daño hecho en su real, hubo de sacarlos muy lejos de la gente
alterada y colérica, porque no los acabasen de matar. Seis dias há que
vengo huyendo de los azotes que me habian de pegar si me cogieran.
Entretuvo el muchacho toda la gente de la venta con sus sucesos con
gusto y risa. Yo le dije: Al fin hallaste misericordia en las abejas, que haber
sido sin daño de tercero, fuera el más feliz suceso del mundo: pero como
tenemos más obligacion á nosotros propios naturalmente que á los otros,
buscamos remedio para nuestros daños en los agenos, aunque ha de
procurar un hombre su bien sin mal del prójimo, porque lo demás es contra
caridad. Dijo el muchacho: Sea como fuere, que siempre oí decir que tiene
un hombre obligacion de guardarse á sí propio: que un cordero mató á un
lobo por huir de él en una trampa que habia puesto el pastor muy
encubierta de yerba, con una culebra muerta puesta encima. Vió el lobo
que venia muy determinado á cogerlo, y corriendo el cordero hácia donde
estaba su pastor, cuando llegó á la trampa, vió la culebra, y espantóse de
ella, dió en la trampa, y quebróse las piernas. Y si un cordero sabe
defenderse con daño ageno, ¿por qué no lo hará un hombre? Con esto se
fué cada uno á su cama, espantados de la bachillería del muchacho.
256
Descanso XVI
Salimos de la venta, y aunque gustáramos llevar al muchacho con
nosotros, él andaba tan poco, que el oidor le dió dineros para que se fuese
á su espacio. Ya que habia salido á puerto de claridad ó de seguridad, y
admirándome de la diversidad de los ingenios, dije: ¡Cuán pocas
esperanzas se pueden tener de estos muchachos que muestran en sus
principios agudeza y bachillería, que no les queda profundidad para las
cosas de veras y de substancia! El entendimiento capaz de las cosas,
nunca anda vacilando ni variando en cosas de poco momento: que á los
principios, para conmigo, da mayores esperanzas el que comienza más
callado que no el que descubre con locuacidad todo cuanto tiene en el
alma. Que siendo el entendimiento la más principal parte de ella, y no
siendo ella habladora, tampoco lo será el buen entendimiento. Cuando un
hombre está ya sazonado, y habilitado el ingenio en las veras, y con la
experiencia, bien enterado en la verdad, que sea locuaz, tiene caudal para
serlo; pero que no teniendo esta capacidad bien fundada sea hablador y
atrevido, ni creo en él, ni en quien hiciere mucho caso de él: pero con todo
eso, estos que hablan mucho son para la soledad del camino de provecho,
porque si los oyen entretienen, y si no los oyen, dan lugar á que mientras
hablan piense cada uno en su negocio. El oidor disputó un rato muy
doctamente del entendimiento, la memoria y la imaginativa, que no es para
este lugar, y todo el camino me fué preguntando por cosas de Márcos
Obregon con grande aficion. Llegamos á Córdoba, donde fué forzoso el
apartarnos, y me rogó encarecidamente al separarnos que le dijese el
deseo que tenia de conocerlo, y que si algun tiempo fuese á Sevilla, fuese
derecho á su casa. Y con esto llegando á la puente del Guadalquivir,
dividímonos cada uno por su camino, y en habiéndonos apartado cosa de
cien pasos, yo le dije recio, que lo pudiese oir: Señor oidor, yo soy Márcos
de Obregon; y picando con toda la priesa posible, cogí el camino de
Málaga ó de Gibraltar, que á uno de estos lugares era mi viaje. El oidor
quiso volver á llamarme, y como yo me dí priesa, fué diciendo á sus
criados: No en balde me hallaba yo tan bien con la compañía de este
hombre, que cierto le he cobrado un amor, sin saber quién era, que haria
cualquiera cosa por él. Yo me avié á una de estas ciudades, de cuya
templanza yo tenia satisfaccion que para la vejez son apacibles, por el
257
poco frio que hace en ellas; y por la variedad que tienen consigo los
puertos de mar, por la cercanía y correspondencia que tienen con África,
fuera de tener lugares acomodados para la soledad. Llegué á Málaga en
tiempo que habia llegado el mismo dia el bergantin del Peñon, de que era
capitan Juan de Loja, muy valiente soldado, que habia recibido y dado
muchas heridas á moros y turcos, y traia una presa muy apacible. Fuíle á
ver por ser muy amigo mio, y dándonos los parabienes cada uno de la
venida del otro, me dijo que habia topado con un barco muy trabajado de
una borrasca, y habia cogido en él una doncella turca y un gentil hombre,
que debian de ser hermanos, ella muy hermosa, y el mozo de gallardo talle
y algo españolados, tanto que se habian espantado por ser nacidos en
África, é hijos de infieles. Roguéle que me los mostrase, por tenerles muy
guardados, para hacer un presente de ellos. Él me dijo: Antes, pues habeis
estado en Argel, quiero que sin veros los oigais hablar, por ver si tratan
verdad. Entró donde estaban, quedándome yo á la puerta, y díjoles:
Contadme la verdad de vuestra historia, ya que es forzoso vuestro
cautiverio, para que conforme á esto os haga el tratamiento que merecen
vuestras personas. Estaba el mozo muy triste, y la doncella deshecha en
lágrimas, suspiros y sollozos; consolándolos su amo, el mozo dijo de esta
manera: Que la privacion de la preciosa libertad nos traiga tristes y
afligidos, la misma naturaleza lo pide; que carezcamos de nuestra tierra,
padres y regalos que poseimos, por fuerza se ha de sentir; que dejásemos
hacienda, esclavos y grandeza de nuestra voluntad, soledad nos causa;
pero que no consigamos el intento á que venimos, nos arranca el corazon
del pecho.
Mi hermana y yo, que lo somos cierto, nacimos en Argel, somos hijos de
un español que del reino de Valencia se pasó á Argel. Casóse con nuestra
madre, que es turca de nacion. Es nuestro padre corsario que trae por la
mar dos galeotas suyas, con que ha hecho mucho mal á cristianos. Entre
los cautivos que robó en España, vino uno á quien nuestro padre nos dió
para maestro de la lengua y letras españolas, que como nos encarecia
tanto las cosas de su tierra, nos encendia en amor y deseo de ver y haber
lo que tanto estimaba: este esclavo español se dió tan buena priesa en la
doctrina que nos enseñó, que dentro de pocos dias teníamos aborrecida la
que habíamos mamado en la leche, y abrazada en el corazon la del
bautismo. Si yo nombraba á Jesus, mi hermana á su madre María: no
258
teníamos otra comunicacion sino esta. Hicimos voto en voz de vivir y morir
en la religion cristiana. Diónos palabra este esclavo de buscar modo cómo
nos bautizásemos. Han pasado ocho años que fué á su tierra, y al cabo de
estos nos dijeron que en saliendo de Argel lo habian cautivado las galeras
de Génova, y le habian muerto entendiendo que era nuestro padre.
Desconfiados ya de su aviso ó venida, determinamos de buscar por otra
parte remedio. En este tiempo, como ya mi hermana tenia edad para tomar
estado, y yo era el mayorazgo de aquella hacienda, concertó nuestro
padre con un turco muy rico, que tenia hijo é hija de nuestra edad, de
trocar y casar hijo con hija, é hija con hijo, y habia sido este deseo general
en todo Argel, porque aunque tenia mi hermana y yo libertad con riqueza,
nunca nos vió nadie con resabios de tales, que si bien éramos estimados,
ella por su mucha hermosura, y yo por sucesion de mi hacienda, nunca
nos empeció que olvidásemos la libertad cristiana que nos enseñó nuestro
maestro, y por brevedad de nuestras desdichas, viendo tan cerca nuestros
casamientos por donde habíamos de borrar de nuestra alma los ardientes
deseos que conservábamos en el pecho; mi hermana y yo aguardamos á
que nuestro padre hiciese una jornada hácia levante para traer alguna
presa con que enriquecer más nuestro nuevo estado, y en echando las
galeotas al agua, nos fuimos á una heredad, y comunicando el caso con
cuatro esclavos españoles, dos turcos, y seis italianos prácticos en toda la
costa de España; y estando mi madre segura y descuidada, por estar mi
hermana en mi compañía, cogimos al anochecer un barco, y con todo el
silencio del mundo, batiendo los remos fuertemente, nos dimos tan buena
priesa, que al amanecer descubrimos la costa de Valencia; pero yendo con
esta buena suerte, nos vino un viento de hácia levante que nos hizo bajar
la vela, y nos echó hácia poniente con tanta furia, que no fuimos señores
del barco, porque venian sobre nosotros tan levantados montes y breñas
de agua, que mil veces nos vimos debajo de las olas sumergidos; y como
yo y mis criados llevábamos el cuidado puesto más en salvar á mi
hermana que á nosotros propios, una vez esperando un peñasco de agua
que venia á tragarnos, tendióse ella de bruces sobre el suelo del barco, y á
cuatro que se pusieron á resistir la fuerza por que no llegase á ella, se les
sorbió la ola, y nunca más parecieron. Rendímonos á lo que el cielo
ordenase despues de haber atado á mi hermana, de suerte que no se la
llevasen las olas aunque padeciese naufragios el barco, y á los que
llevaban los remos en las manos, se los arrancó de ellas el soberbio
259
viento, dejándoles los brazos mancos. Yo, visto que solo Dios podia
socorrernos, mandéles que no hiciesen defensa, porque el barco sobre
aquellas poderosas olas, andaba como cáscara de nuez, siempre encima,
aunque una vez, viendo que se volvia boca arriba, yo me abracé con mi
hermana, que me valió la vida, porque á los demás que iban sueltos los
voló, sino fueron á dos que se asieron á los dos bordes del barco. Vino á
sosegarse un poco el viento, pero las olas movidas del levante inexorable
quedaron por dos dias en su fuerza, andando sin gobierno cinco ó seis
dias, sin poder comer lo poco que nos habia quedado: como no tenia
remos, ni quien los gobernase, acordéme que aquel nuestro ayo ó esclavo
nos dijo, que los que se encomendaban á Dios, tomando el sagrado
bautismo, habian de pasar los trabajos con mucha paciencia y esperanza;
y consolámonos con esto. Mi hermana vuelta en sí comenzó con muchas
veras á rezar en un rosario que le habia dejado Márcos de Obregon, que
así se llamaba nuestro maestro, y en esto descubrimos vuestro barco, no
con intento de ponernos en defensa, que aquellos dos turcos que vuestro
valeroso brazo mató, los traíamos ya con celo de bautizarse: llegamos á
tierra de cristianos, donde suplicamos á Dios nos dé paciencia y nos
cumpla nuestro deseo. Acabó su razonamiento, y la hermana no el llanto
que habia comenzado desde el principio del cuento. El capitan, piadoso y
enternecido, les dijo: Si lo que habeis contado con tanta terneza es verdad,
yo os daré libertad y todas las joyas que tengo vuestras, y les dijo:
¿Conocereis á Márcos de Obregon si lo veis? Respondió la doncella:
¿Cómo lo habemos de ver si es muerto? Dijo el capitan: Salid afuera, y
mirad si es alguno de los hombres que están ahí. Alborotáronse confusos
entre esperanza y temor, y la doncella con mayor turbacion, porque el
amor hizo memoria de lo pasado, y la religion le facilitó su ardiente deseo
de ver á quien los habia enseñado; salieron afuera, y en viéndome se
arrojaron á mis piés, llamándome padre, maestro y señor; quedé en
éxtasis por algun espacio sin poder hacer otra accion sino admirarme,
afirmando que cuanto habian contado era verdad: en sosegándome de la
súbita alteracion, lloré tiernamente con ellos, que tambien el contento tiene
sus lágrimas piadosas, como el pesar congojosas: el capitan quedó
espantado del caso, y habiéndoles consolado con sus palabras y mi
presencia, les dijo: No quiera Dios que yo cautive á cristianos; libertad
teneis, y vuestras joyas, de que yo he sido no poseedor, sino depositario
veislas aquí (entre las cuales ví un rosario que yo le habia dado á la
260
doncella), usad de la libertad cristiana, pues tan venturosos habeis sido en
llegar á ejecutar vuestro soberano intento. La alegría que yo sentí en ver
aquellas dos prendas, que en mis trabajos y cautiverio me alentaron y
consolaron, me volvió, si se puede decir, á la mocedad pasada: que el
pecho con alegría entretiene la vida; y la alegría fundada en bien,
engendra paz en el alma. Hablé grandes ratos con ellos de mis trabajos y
sus consuelos, que siendo pasados, bien pueden traerse á la memoria,
pues causan, á la medida del pasado mal, la presente alegría. Los
virtuosos mozos cobraron tanta en verme, que se les borró del rostro la
tristeza del trabajo pasado. Dimos órden en su vida con ayudarles á
cumplir lo que tanto deseaban; y fué la mudanza de sus acciones
exteriores tan conocida, que nos dió ejemplo de vida á todos. Aviáronse á
Valencia á conocer los parientes de su padre, donde vivieron con tanto
consuelo del alma, que tuve nueva que acabaron sus vidas con grande
ejemplo de virtud cristiana.
261
Descanso XVII
Parecióme que para la quietud que yo deseaba, el bullicio de Málaga, y las
ocasiones de la tierra y mar, con el apacible trato de la gente, siendo yo
conocido en ella, no se podia hallar á la medida de mi deseo, y la
ejecucion del intento principal; fuíme á la Sauceda de Ronda, donde hay
lugares y soledades tan remotas, que puede un hombre vivir muchos años
sin ser visto ni encontrado si él no quiere. Púsome en camino un buen
hombre, y porque no pasase sin trabajo, llegando á la Sabinilla, se
desembarcaron dos bergantines de turcos, saltaron en tierra, y cogieron
pescadores y vaqueros, cuantos hallaron por allí; porque aunque habian
hecho ahumadas, no las echamos de ver hasta que dimos en manos de
los moros, que nos maniataron y llevaron á los bergantines; pero de verse
tan señores de la tierra, descuidáronse, hinchando las panzas de vino de
lo que hallaron en una hacienda de pesca; de manera que todos, ó la
mayor parte se emborracharon; dan sobre ellos la gente de Estepona y
Casares, y los demás que vivian cerca viniendo al rebato, cautivando y
matando, se escaparon muy pocos. Los que estábamos en los bergantines
maniatados, pedimos á los guardas, que si querian vivir nos desatasen y
echasen en tierra; lo cual hicieron, y les valió para poderse aviar, porque
desatando á un vaquero con los dientes, hombre de fuerza y ánimo, cogió
un remo como si fuera una vara de medir, y jugando de él, hizo que nos
desatasen á todos y nos echasen en tierra. Afligíme de nuevo,
acordándome de mis trabajos de mar y tierra, que aunque han sido
muchos, siempre hallé piedad y misericordia en ellos, como en este, que
viéndome un hombre anciano en edad, aunque robusto y fuerte en las
acciones de hombre de valor, vecino de la villa de Casares, que decian ser
un Abraham en piedad, porque su casa y hacienda era siempre para
hospedar peregrinos y caminantes; llegóse á mí, y dijo: Aunque siempre la
piedad me llama á semejantes cosas, ahora parece que me hace más
fuerza que otras veces, viéndoos afligido y con edad; idos conmigo á mi
casa, que aunque es pobre de hacienda, es abundantísima de voluntad, y
nadie hay en ella que no se incline á piedad tan entrañablemente como yo:
262
no solamente mi mujer é hijos, pero criados y esclavos, que tanto tiene el
hospedaje de bueno, cuanto tiene de concordia en el amor de todos.
¿Cómo es el nombre, pregunté yo, de quien tanta piedad usa conmigo?
que fuera de la caridad, que tanto resplandece en vuestra persona, hay en
mí otra fuerza superior que me abrasa el pecho en amaros. Yo, respondió,
soy un hombre no conocido por partes que en mí resplandezcan, contento
con el estado en que Dios me puso, pobre bien intencionado, sin envidia al
bien ageno, ni de las grandezas que suelen estimarse; trato con los
mayores con sencillez y humildad, con los iguales como hermano, con
todos los sugetos como padre. Alégrome cuando hallo mis vaquillas
cabales, castro mis colmenas, hablando con las abejas como si fueran
personas que me entendiesen; no me pongo á juzgar lo que otros hacen,
porque todo me parece bueno; si oigo decir mal de una persona, mudo
conversacion en materia que les pueda divertir; hago el bien que puedo
con lo poco que tengo, que es más de lo que yo merezco, que con esto
paso una vida quieta, y sin enemistades que destruyen la vida. Dichoso
vos, dije yo, que sin andar contemporizando las pompas y soberbias del
mundo, habeis alcanzado lo que todos desean poseer. ¿Pues cómo
habeis caminado á tan quieta vida? Respondió: No desprecio de lo propio,
no envidio lo ageno, no confio en lo dudoso, no reparo en recibir lo que
viene sin alteracion de ánimo. Quien tal estado alcanza, dije yo, bien es
que publique su nombre. No es mi nombre, dijo, de los conocidos por el
mundo, sino á la manera de mi persona, llámome Pedro Jimenez Espinel.
Dióme una aldabada en el corazon, pero soseguéme, prosiguiendo en la
conversacion para entretener el camino hasta llegar al lugar; y preguntéle:
¿Y con esa vida tan segura teneis alguna pesadumbre que os inquiete?
Por Dios, señor, respondió, si no es cuando no hallo la hacienda bien
hecha, ó la comida por aderezar, no tengo pesadumbre, y esa con leer el
Memorial de la vida cristiana de fray Luis de Granada, se me quita como
por la mano. ¡Cuántos filósofos, dije yo, han procurado esa sencillez y no
la poseyeron con cuantas observaciones han tenido en los preceptos de la
filosofía moral y natural! No me espanto, dijo el buen hombre, que como la
mucha ciencia engendra en los hombres algun desvanecimiento, sin
humildad no se puede alcanzar esta vida, que como yo soy ignorante,
abracéme desde mi niñez con la virtud de paciencia y humildad que conocí
en mis padres, y héme hallado bien con ella; pero pues habeis andado por
el mundo, podrá ser que hayais conocido por allá un sobrino mio que há
263
muchos años no sabemos de él, que segun nos han dicho, anda en Italia,
y á cuantos hospedo en mi casa, fuera de ser la obra buena, en parte lo
hago por saber de mi sobrino. ¿Cómo se llama? pregunté, y respondióme
con mi propio nombre. Sí le conozco, dije, y es el mayor amigo que tengo
en el mundo. Él es vivo, y está en España, y bien cerca de aquí; donde sin
andar mucho le podreis ver y hablar. Holguéme en el alma de conocer mi
sangre, y tan bien fundada en las virtudes morales cristianas, que pudiera
yo imitarle si fuera tan puesto en la verdad de las cosas como era razon. Él
se holgó de las nuevas que le dí, aunque por entonces no me dí á conocer
hasta que hube mudado estado. Que realmente la carne y sangre, y tan
cercana como esa, tiene algo de estorbo para la ejecucion de los intentos
buenos que apetecen soledad. De todos los valerosos hombres en religion
tenemos noticia que han huido á los desiertos de la compañía de parientes
y amigos que pueden ser impedimento para los buenos fines. Los actos
del alma en la soledad están más desembarazados y libres. Obras de
ingenio no quieren compañía. El vicio tiene menos fuerza cuando las
ocasiones son menos. Las más escelentes obras de varones señalados se
han fraguado en las soledades. Y quien quisiere adelantarse en cosas de
virtud, ora sea en ejercitarla, ora sea en escribir de ella, se hallará más
fácil y pronto para semejantes acciones. Y aunque la soledad por sí no es
buena, no está solo quien tiene á Dios por compañero.
264
Descanso XVIII
Y para cortar razones, llegué á la Sauceda, donde lo primero que encontré
fueron tres vaqueros con muy largas escopetas, que me dijeron: Apéese
del macho. Yo les repliqué: Mejor me hallo á caballo que á pié. Pues si tan
bien se halla, dijeron ellos, cómprenoslo. Eso seria, dije yo, quedar sin
macho y sin los dineros que no tengo. ¿Quién son vuesas mercedes, que
me venden el macho que yo compré en Madrid? Despues lo sabrá,
respondieron, y ahora apéese. Cierto, dije yo, que me huelgo, porque no
he visto más mala bestia en mi vida, maliciosa, ciega y llena de
esparavanes, y con más años acuestas que una palma vieja, tropieza cada
momento, y se arroja en el suelo sin pedir licencia; solo una cosa tiene
buena, que si le ponen un alcalí de cebada no se moverá hasta tener sed.
Pues con todas estas faltas lo queremos, dijeron. Al fin me bajé de ella, y
rindiéndoles las faldriqueras, como no hallaron substancia en ellas, dijeron
que habian de desollar al macho, y meterme en el pellejo si no les daba
dineros. ¿Pues soy yo cofre, les dije, que me quieren aforrar del pellejo del
macho? ¿ó quieren abrigarme por el frio que me ha causado el temor de
ver las escopetas? Con el buen ánimo que conocieron en mí, se
desenconaron del ruin que ellos tenian; y porque al mismo tiempo venian
otros cinco ó seis furiosos por asir á un hombre que se defendia de ellos
valerosamente, dando y recibiendo heridas, á los cuales mandó su caudillo
que no le matasen, porque tan valiente hombre seria bueno para su
compañía; mas él, con valeroso pecho, dijo que no queria sino que le
matasen si pudiesen. ¿Por qué? preguntó su cabeza, aquietándoles y
sosegando á él. Porque á quien tal desdicha como á mí le ha sucedido, no
há menester vivir. Miré al hombre, y pareciéndome que era el doctor
Sagredo, á quien yo habia comunicado en Madrid, aunque con trage
diferente, porque él era médico, y allí venia como soldado desgarrado,
pero siempre hombre muy de hecho, y así no me determiné en que fuese
él mismo. Sosegáronse, y él con grandes ansias reprehendia la piedad de
los salteadores porque no le mataron, y con ardientes suspiros clamaba al
cielo, diciendo: ¡Oh rigores de las estrellas, desdichas entrañables
265
solamente mias, mudanzas de fortuna, planetas verdugos de mi quietud y
sosiego, que habiéndome librado de tan inmensos peligros por mares y
tierras no conocidas, me viniese á tragar la furia del mar mi dulce
compañía, mi regalada esposa, despues de haberme seguido y
acompañado en tan importunos trabajos, y que fuese yo tan para poco que
no me arrojase en las levantadas olas para acompañar en la muerte á
quien me acompañó en la vida! Tantas ternezas dijo, que movió á
compasion á la más mala canalla que habia en el mundo en aquel tiempo,
que en hábito de vaqueros andaban trescientos hombres robando y
salteando á quien no se defendia, y matando á quien se defendia.
Juntáronse á consejo cosa de ciento que se hallaron allí con el caudillo,
para tratar de cierta sospecha que traian de que Su Magestad queria
remediar aquel fuego que se iba encendiendo con tan exorbitantes daños
como se descubrian en toda la Andalucía á cada momento, y juntamente
sentenciar qué habian de hacer de muchos que tenian en cuevas presos.
Y entretanto nos pusieron al doctor Sagredo y á mí con otros dos en una
cueva, fácil para entrar, y para salir imposible, aunque tenia bastante
claridad, que por entre la espesura de los encumbrados árboles entraba en
la cueva. Y viéndome en aquella afliccion, por no estar en triste silencio, le
pregunté: Señor, ya que estamos en un trabajo, y padeciendo un mismo
agravio, os suplico me digais si sois el doctor Sagredo. Alborotóse, y
replicóme: ¿Quién sois vos que me lo preguntais, y dónde me conocísteis?
Yo soy, le respondí, Márcos de Obregon. No lo acabé de pronunciar,
cuando echándome los brazos al cuello, me dijo: ¡Ay padre de mi alma! ya
murió vuestra querida y regalada; ya murió mi amada esposa; ya murió
doña Mergelina de Aybar; ya murió todo mi bien y mi compañía. Ya no soy
el doctor Sagredo, sino una sombra del que solia, hasta que llegue la
disolucion de este miserable cuerpo. ¡Ay mi consejero leal, y cuán mal me
aproveché de vuestra doctrina para verme ahora en la soledad que me
aflige y atormenta el alma, si no es que el inmenso Dios, tras tantos
infortunios, sea servido de ponerme en esta mazmorra con vuestra
compañía para que muera con algun alivio y refrigerio, que despues que
de ella me aparté, se apartó de mí todo lo que podia estarme bien! ¿Pues
cómo y cuándo, dije yo, y dónde murió aquella prenda tan amada vuestra,
y alabada por su hermosura de todo el mundo? Ninguna fuerza pudiera
haber tan grande para mí en lo descubierto como la vuestra para contar
desdichas, y que tanto me atormentan la memoria. Pero pues no sabemos
266
el fin que nos está guardado en esta esquiva prision, y estando tan cierto
que renovar mis desventuras á quien las ha de sentir, y no burlarse de
ellas, puede aligerar tan pesada carga, tomaré el principio de lo que lo fué
de mi total ruina.
267
Descanso XIX
Luego que, por mi desgracia, salí de aquella reina del mundo, Madrid, ó
madre universal, en el primer pueblo á donde llegué ví tocar cajas que
hacian gente por mandado de Felipe II, para ir á descubrir el estrecho de
Magallanes; y como yo nací más inclinado á las armas que á los libros, dí
con ellos á un lado; y con el ánimo alterado, arrimándome á un capitan
amigo mio, eché mi caudal en armas y en vestidos de soldado, que no le
parecieron mal á doña Mergelina, que con ver que ella gustaba de ello me
incliné más á seguir aquel modo de vida, llevándola en mi compañía, por
quererlo ella, y por desearlo yo, que muchos hombres casados fueron á la
misma jornada, porque la intencion de Su Majestad era poblar aquel
estrecho de vasallos suyos, y pluguiera á Dios me lo estorbara, que yo
tenia mi voluntad tan subordinada á la suya, que sin su beneplácito no me
arrojara tan inconsideradamente á profesion tan llena de miserias y
necesidades. Embarcámonos en Sanlúcar, que voy abreviando, y llegando
al golfo de las Yeguas fué tan desatada y terrible la tormenta que nos
sobrevino, que por poco no quedára tabla en que salvarnos; pero por la
prudencia de Diego Flores de Valdés, general de la flota, volviendo las
espaldas á la tormenta, tornamos á invernar á Cádiz primera vez, de
donde salimos, y con grandes incomodidades llegamos á la costa del
Brasil, invernando segunda vez en San Sebastian, á la boca del rio
Ganero, muy ancho y estendido puerto. Estuvimos allí algun espacio,
admirándonos de ver aquellos indios desnudos, y tanta abundancia de
ellos, que bastára para poblar otro mundo. Solian desaparecerse algunos
de ellos, sin saber qué se hacian, y un valeroso mancebo, mestizo
portugués é indio, determinóse de buscar el fin de tantas personas como
faltaban, y embrazando una rodela de punta de diamante, y una muy gentil
espada, se fué por la orilla del ancho mar: vió de lejos un mónstruo marino
que estaba esperando algun indio para cogerle, y que llegando cerca,
puesto en piés el mónstruo, porque antes estaba de rodillas, era tan
grande, que el portugués no le llegaba al medio cuerpo, y cuando el
mónstruo le vió cerca, cerró con él pensando llevarle adentro, como hacia
268
con los demás. Pero el valeroso mozo, poniendo la rodela adelante, y
jugando la espada, defendióse lo mejor que pudo, aunque las conchas de
la bestia marina eran tan duras que no le pudo herir por alguna parte. Los
golpes que el mónstruo le daba eran tan pesados que no los osaba
esperar, hasta que dió en ponerle delante la punta del diamante,
apuntando á las coyunturas de los brazos, por donde el mónstruo recibió
tanto daño que se iba desangrando: y habiendo durado esta pesca grande
rato, al fin cayeron ambos muertos. Fueron á buscar al animoso mozo, y
hallaron uno caido á una parte, y otro á otra. El capitan Juan Gutierrez de
Sama y yo vimos el cuerpo del espantable mónstruo, y otros muchos
españoles, con grande admiracion. El mar por allí tiene muchos bajíos y
muchas islas; en una de ellas vimos una serpiente de las que por acá nos
pintan para espantarnos, que tenia el hocico á manera de galgo, largo, y
con muchos dientes agudísimos; alas grandes de carne, como las de los
murciélagos, el cuerpo y pecho grandes, la cola como una viga pequeña
enroscada, dos piés, ó manos con uñas, el aspecto terrible. Encaramos
cuatro escopetas hácia ella, porque estaba en una fuente que por el
remanente íbamos á buscar para beber. Yo fuí de parecer que cuando la
matásemos ella mataria á alguno de nosotros, y así la dejamos, porque
ella en viéndonos se entró por la espesura del monte, dejando un rastro
muy ancho como de una viga. Mas como no me importaba, ni importa para
mi discurso, no digo muchas monstruosidades que vimos. Seguimos
desde allí el camino ó viaje del estrecho, por el mes de enero y febrero,
cuando allá comienza el verano, con muchos vientos contrarios,
oponiéndonos á recias corrientes, que ó por cerros altísimos, y canales
que hay debajo del agua, ó por vientos furiosos que la mueven, nos hacian
tantas contradicciones, que muchas naos padecieron tormentas, y algunas
naufragio, sin poderse socorrer unas á otras. Entre las que padecieron
naufragio fué la que llevaba mi esposa y á mí, que aunque soltaron pieza,
ó no nos oyeron, ó no pudieron socorrernos, sino fué una que iba á vista
de la nuestra, que compadecidos los marineros, contra su costumbre, de
nosotros, acudieron á tan buen tiempo que pudo salvarse la ropa y las
personas antes que del todo se hundiese. Los soldados y marineros,
despues de haberse anegado nuestro navío, y pasado al otro, acudieron á
regalar á la mal malograda de mi esposa, que aunque era tan varonil, el
temor de la tragada muerte la tenia turbada, y así fué parecer de todos que
no siguiésemos la armada hasta ver que la gente hubiese respirado del
269
trabajo pasado. Descubrióse una isla despoblada, adonde con algun
trabajo pudimos arribar. Reparámonos del cansancio y trabajo, hicimos
agua, que la hallamos muy buena, y algunas frutillas con que nos
refrescamos, y dentro de quince dias nos hicimos á la vela siguiendo la
flota, que no pudimos alcanzar. Llegamos á vista del estrecho, despues de
haber andado perdidos mucho tiempo. Descubriéronse grandes y altas
sierras, con muchos árboles frutales, y infinita caza, segun supimos de
pobladores que dejó allí la armada, aunque ni saltamos en tierra, ni
nuestra cabeza lo consintió por volver á seguir la flota.
270
Descanso XX
Estando esperando viento para volver la proa, vimos venir muchísimas
aves en aquella parte del estrecho, donde habia unos hombrezuelos
pequeños de estatura, porque en la otra son altísimos y membrudos, que
casi las aves se señorean de la tierra, de manera que los hombrecitos
huian de ellas; nos vino un viento tan poderoso, que nos hizo pasar el
estrecho sin poderle resistir, con grandes daños del navío, porque siendo
la orilla muy llena de bajíos, íbamos casi arrastrando por la arena las
áncoras, fuera de no estar el estrecho llano como el de Gibraltar, sino
haciendo combas y senos, y topando en las áncoras que habia dejado la
arena por allí. La presteza del viento fué tanta y tan sin pensar, que no
tuvieron los marineros traza para defender al navío. Pasamos de la otra
parte con todos estos peligros de golpes que el navío daba, y duró tanto,
que nos rompió las velas mayores, aunque las demás se amainaron,
dejaron el trinquete de proa para que la inmensa furia del aire nos llevase
adonde quisiese, sin poder dar bordo ni ver lugar adonde pudiésemos
tener recurso ni socorro. Al fin anduvimos seis meses perdidos, faltando ya
todo lo necesario para conservar la vida, arrojados y sacudidos de las olas
por tan inmensos mares, de nadie conocidos y navegados, perdida la
esperanza y el gobierno sin saber hácia dónde caminábamos, dispuestos
cada dia para ser manjar de mónstruos espantables, fuera de nuestro
elemento, y acabadas ya comida y bebida, de suerte que no habia
quedado cuero de maleta que no hubiese sido dulcísimo mantenimiento de
su dueño, si se las dejaban comer á solas, con un temor horrible, de
imaginar la sepultura que teníamos abierta en las no habitadas cavernas
del profundo mar, ó en las hambrientas entrañas de sus indomables
bestias. Creyendo que ya todo el mundo hubiese tornado á ser agua otra
vez por el diluvio general, comenzaron todos á decir en un grito: ¡Tierra,
tierra, tierra! porque descubrimos una isla de tan altos riscos cercada, y
ellos adornados de tan levantados árboles, que parecia alguna cosa
encantada, y apenas la descubrimos, cuando en un instante se
desapareció, no por arte mágica sino por la fuerza de una corriente que
nos arrebató el navío contra nuestra voluntad, sin ser poderosos para
resistirlo, hasta que la misma corriente nos echó á un lado, entre unos
remolinos tan furiosos, que tuvimos por cierto que se tragára el navío, y á
271
nosotros con él; pero volviendo en sí los marineros, y no habiendo perdido
el tiento donde se descubrió la isla, parecióles que dando bordos con el
trinquete, llevando siempre á vista la corriente, sin acercarnos á ella,
podíamos tornar á cobrar la isla; pero yo fuí de opinion y parecer que
amainasen el trinquete, y con los dos barcos que iban amarrados en la
popa, llevásemos el navío á jorro; porque si la corriente arrebatase uno de
los barcos, sería fácil de volver al navío; mas si arrebatase el navío,
tornaríamos á perder el tiento, y aun las vidas; y encomendándonos todos
al bendito ángel de la guarda, con grandísimas plegarias y oraciones, y
bogando los barcos aquellos que más robustos ó menos flacos habian
quedado por la falta de los mantenimientos, remudando de cuando en
cuando porque todos se alentasen con la esperanza de ir á buscar tierra,
pusimos en la guia ó en lo más alto del árbol mayor un hombre muy bien
atado que fuese descubriendo con grande vigilancia, y avisando lo que
pareciese que se descubria; y al cabo de dos dias al punto que ya nos
parecia que habíamos perdido el camino de nuestra salud, tornamos á ver
aquellas altísimas y tajadas peñas, más empinadas que el Calpe de
Gibraltar, pero llenas de tan próceros y vistosos ramos, que alentó de
manera á todos mis compañeros, que fué menester quitarles los remos de
las manos; porque con las ansias y encendidos deseos que tenian de
llegar á tierra, por poco dieran otra vez con el navío en la corriente, y con
las personas en la última miseria de desesperacion. Pero dándoles una
grande voz, les dije: Compañeros, ya que Dios os ofrece, tras de tantas
desventuras, hambres y trabajos, ocasion en que se conozca cuánto
puede la industria junta con el valor de los pechos, que tanto tiempo han
estado firmes, siendo terreno de increibles golpes de fortuna, si ahora nos
faltase la cordura y sufrimiento para con prudencia considerar cuánto más
cercanos estamos de la muerte que en todo el tiempo que nos ha traido la
fortuna jugando con nuestras vidas, no seria ya culpa suya, sino nuestra,
precipitarnos en tan evidente peligro como el que habemos tocado con las
manos y visto con los ojos. Y siguiendo mi parecer en lo que tanto nos
importaba, fuimos acercándonos á la isla con tanto tiento, que aunque
diéramos en la corriente con alguno de los barcos, con la mucha atencion
que todos los marineros de conocimiento llevaban, no se recibiera daño
que no fuera fácil de reparar. Caminamos tanto y tan atentamente, que
veníamos á hallarnos menos de media legua de la isla, y muy cercanos á
la corriente, que al parecer de los más esperimentados, comenzaba sobre
la isla muy poco trecho, y se estendia por ambos lados, de manera que
dejaba la entrada imposible y la isla inaccesible, como le dimos el nombre.
Y aunque la corriente no era tan estendida como en lo que por nuestro
272
daño habíamos visto, era mucho más furiosa, por ser en aquella parte más
angosta.
Al fin, estando suspensos, y sin consejo sobre lo que se habia de hacer, yo
dije resueltamente: ¿Allí hay tierra y riscos? pues aquí ha de haber lo uno
y lo otro. Y determinadamente hice arrojar el áncora, y á poco trecho aferró
de suerte, que todos quedamos muy contentos y con esperanza de
salvamento. Hecho esto, pedí todos los cabos, sogas y maromas, de que
habia abundancia, tambien como de pólvora, porque no se habia ofrecido
lance en que gastar lo uno y lo otro, y atadas fuertemente una soga con
otra vino á ser tanta la cantidad, que podia el barco llegar á la isla, y
echando en él cincuenta compañeros, y los más fuertes que me pareció,
con sus arcabuces, frascos y frasquillos, bien llenos de pólvora, y yo por
cabo de ellos, aviando en el navío, que aunque nos arrebatase la
corriente, fuesen dándonos cabo, y alargando con mucho tiento las
maromas, hasta ver en qué parábamos; nos dejamos llegar, guiándonos el
bendito ángel de la guarda, y arrebatándonos la corriente, sin recibir el
barco otra alteracion, sino ir con mucha furia. Á poco trecho nos hallamos
en un abrigo, ó seno que hacia la isla por aquella parte, tan sosegado, que
si era grandísima la furia de la corriente, no era menos mansa y quieta la
playa ó puerto adonde nos arrojó. Con este infeliz, y no pensado suceso,
fuimos bogando, arrimados al levantado risco para buscar alguna entrada,
y luego vimos á la puerta que hacia el encorvado abrigo, un ídolo de
espantable grandeza, y más admirable hechura, y de novedad nunca vista
ni imaginada: por su grandeza era como de una torre de las ordinarias;
sustentábase sobre dos piés tan grandes, como lo habia menester la
arquitectura del cuerpo: tenia un solo brazo que le salia de ambos
hombros, y éste tan largo, que le pasaba de la rodilla gran trecho: en la
mano tenia un sol ó rayos de él, la cabeza proporcionada con lo demás,
con solo un ojo, de cuyo párpado bajo le salia la nariz con sola una
ventana: una oreja sola, y esa en el colodrillo: tenia la boca abierta, con
dos dientes muy agudos, que parecia amenazar con ellos: una barba
salida hácia fuera con cerdas muy gruesas: cabello poco y descompuesto.
Pero aunque pudiera espantarnos esta vision para no pasar adelante,
como íbamos buscando la vida, y se habia de hallar en tierra, caminamos
hácia el ídolo, por donde estaba la pequeña entrada para la isla, de nadie
jamás vista ni comunicada, y al punto que llegamos el barco á la entrada,
273
salieron los dos altísimos jigantes, de la misma hechura que tengo pintado
el ídolo, y cogiendo el barco cada uno de su lado, fué tanto el espanto
nuestro y la violencia suya, que sin podernos valer, nos vaciaron en una
cueva que estaba al pié del ídolo: y á un pobre compañero que tuvo ánimo
para disparar el arcabuz, cogió un jigante de aquellos, ciñéndolo con la
mano por medio del cuerpo, y lo arrojó tan lejos, que le vimos ir por encima
del agua grande trecho, hasta que cayó en el mar. Yo tuve advertencia de
amarrar el barco á un tronco de un árbol que estaba cerca de la entrada,
antes que llegásemos á ella, que despues nos fué de mucha importancia,
no previniendo el daño que nos habia de venir, sino porque el barco no se
fuese hácia la corriente.
274
Descanso XXI
Los jigantes, así como nos echaron en la cueva, taparon la boca, dejando
caer un troncon de un árbol, que estaba en la puente superior pendiendo,
á manera de puerta levadiza, que hizo con el encaje y golpe temblar, no
solo la cueva y el ídolo; pero por un resquicio ó ventana que salia á la mar,
la violencia del viento movido levantó tan grandes olas en ella que
sentimos nuestro barco dar muy grandes golpes, por la grandeza y
pesadumbre suya, porque no creo que me engaño en decir que tenia el
tronco treinta varas de circunferencia, y de alto más de sesenta; era de
una materia tan maciza y pesada como la más dura piedra del mundo. Los
jigantes con el gran servicio que habian hecho á su ídolo, comenzaron á
bailar y danzar, y hacer sones descompuestos y desconcertados en unos
tamboriles roncos y melancólicos, que más parecia ruido hecho en
bóveda, que són para bailar. En tanto que ellos estaban atentos á sus
juegos, y entretenidos á costa de nuestras vidas, nosotros llorábamos la
desventura nuestra y la fuerza del hado que con tal violencia nos habia
tratado y traido á punto que ya que nos parecia haber hallado algun alivio
á tan contínuos é incesables trabajos, nos habia puesto á morir de hambre
y sed entre cuerpos muertos, de los que sacrificaban á su insaciable ídolo;
pero como no se ha de perder el camino en cualquiera adversidad, si los
trabajos son la piedra de toque del valor y del ingenio, luego se me
representó el modo de podernos valer en tan apretado paso, adonde el
ánimo, el ingenio y la presteza habian de concurrir juntos en un instante. Y
como estaban contentos y divertidos en sus fiestas, y realmente era gente
sencilla, y les pareció que con aquel lance y con tenernos encerrados en
tan obscura sepultura, no habria más memoria de nosotros; pudimos,
aunque con trabajo, venir á la ejecucion de mi intento, que fué de este
modo: Tomé las cuerdas que me parecieron necesarias, y con los huesos
blancos de aquellos muertos que habia más descarnados, tomando los
más pequeños, hice una escala con que pudiésemos llegar al resquicio
que tengo dicho, que no pudo hacerse sin mucha dificultad, porque como
todo era peña viva, no dió lugar á que se pudiesen hacer agujeros para
subir á poner la escala; mas como la necesidad es tan grande maestra, y
no iba menos que la vida en hallar modo para poner la escala, tomé un
hueso de un espinazo bien descarnado, por el agujero metí una cuerda, y
275
juntando los dos cabos que se quedaban debajo, con la mayor fuerza que
se pudo probamos todos á tirar el hueso hácia la ventana ó resquicio; y un
mozo recio, criado en las montañas de Ronda, tuvo tan buen modo, traza y
fuerza, que acertó á colar el hueso por el resquicio, de manera que quedó
atravesado ó encallado; entonces atando la escala á un cabo de aquellos,
y tirando por el otro, llegó la escala á lo alto, y teniendo mis compañeros
del cabo que habia quedado abajo, yo subí con mucho tiento por la escala,
y la aseguré de manera, que todos pudimos subir al resquicio y bajar al
barco.
Hallada esta ingeniosa traza, tomé la pólvora de todos los frasquillos, y
mientras mis compañeros subian y bajaban al barco, hice una mina debajo
los piés del ídolo, que habia muchos huesos donde hacerla, y dejándola
bien tapada, con menos de un palmo de cuerda encendida, subíme por la
escala y salté en el barco, y desviándonos con los remos adonde no nos
pudiera el daño alcanzar, apenas nos pusimos á mirar lo que pasaba,
cuando dió la mina tan espantable trueno que alborotó las aguas, y resonó
el ruido por la mayor parte de la isla, y el ídolo dió tan increible caida sobre
los danzantes, que hizo pedazos docena y media de ellos. Los demás
viendo que aquel en quien tenian confianza, les habia muerto los
compañeros, dieron á huir, metiéndose la isla adentro, y dejando
desamparado todo el sitio que nosotros habíamos menester; entramos
dentro, dejando el barco bien amarrado, y todos á un tiempo nos
arrojamos y besamos la tierra, dando inmensas gracias al Fabricador de
ella por habernos dejado pisar nuestro elemento. Y aunque nos espantó el
estrago que habia hecho el ídolo, y nos pudiera detener el espectáculo que
teníamos delante de los ojos, viendo cubierto el suelo de aquellos
exorbitantes mónstruos, como vimos la tierra escombrada de ellos, y la
hambre y sed hallaron en que ejercitar su oficio, arremetimos á unos
árboles frutales escelentísimos, y á una alegrísima fuente que nacia al pié
de un peñasco, muy cercada de ojos más claros que los de la cara. Yo fuí
á la mano á los compañeros, estorbándoles que no encharcasen en fruta y
agua, porque no se corrompiesen, y lo que buscábamos para la vida, nos
acarrease la muerte: y mirando á un lado y otro, vimos un jigante de
aquellos sobre quien habia caido el ídolo, vivo, pero quebrado, y las
piernas de suerte que no podia menearse, y haciéndole señas que nos
dijese dónde habia mantenimiento, nos señaló con la nariz, que no podia
276
con otra cosa, una cueva que tenia la entrada llena de árboles muy verdes
y muy espesos, tanto que la hacian dificultosa, á lo menos para los
naturales, que para nosotros no, y supimos despues, que nadie podia
entrar allí sino cuando se hubiesen de sacar mantenimientos para la
república ó el comun, so pena de no comer de ellos en cierta cantidad de
tiempo. Al fin, entramos en la cueva muy ancha y clara por de dentro y con
muchos apartamientos, donde habia cecinas de pescado y carne
suavísimas, muchos tasajos bien curados, y una fruta más gorda y más
sabrosa que avellanas, de que usaban en lugar de pan, y otros muchos
mantenimientos de que cargamos el barco, y hinchendo una docena de
cueros de agua dulce y fria, enviamos á los compañeros que ya nos tenian
por muertos, con que todos se alentaron comiendo y bebiendo del
mantenimiento y agua fria dulcísima, y tornaron dando órden, que dejando
en el navío alguna guarda para las mujeres de los que ya habian estado
en la isla, los demás en los barcos viniesen á ella, usando siempre de los
cabos y sogas, que de otro modo no podia ser; y bien llenos los
estómagos de comida, y los frascos de pólvora y cuerdas, se pasaron á
nuestra compañía.
277
Descanso XXII
Interrumpieron la relacion que iba dando el doctor Sagredo unos
portugueses que venian de la Vendeja con cuatro cargas de lienzo, por
una senda, á su parecer, segura de los salteadores, por ser muy nueva; y
como ellos la sabian mejor que los portugueses, dieron con ellos á la boca
de nuestra cueva; de manera, que turbados del no pensado encuentro, se
arrodillaron, diciendo: Por as chagas de Deus naon nos matades como á
patifes, nen tomedes venganza en nosas patuvisadas, que fez á santa
Forneira á os castelhanos. Sosegaos, mentecatos, dijo el caudillo, que no
queremos sino que nos vendais el lienzo á como os ha costado. De muito
boa vountade, dijeron ellos, y sacando el libro de caja, donde venian
escritos los precios, cada salteador pidió lo que habia menester; y
mandando el caudillo que pagasen el dinero antes de tomar el lienzo, de
que yo me admiré, que usase de tanta piedad con los portugueses.
Tomaron su dinero, y desenfardelando para medir el lienzo, y tomando la
vara para medir, dijo el caudillo á los portugueses: Aquí tenemos nuestro
contraste y medida, como república libre; y no medimos con las varas que
por allá se usan, sino con las que acá tenemos; y pidiendo la vara para
medir el lienzo, le trujeron una pica de veinte y cinco palmos, con que ellos
midieron, y dieron á cada uno las varas que habian pedido, que les debió
de salir á cuartillo por vara, con que ellos quedaron riéndose y contentos, y
los portugueses callaron, y se fueron descargados del peso que traian.
Reímonos nosotros, sino fué el doctor Sagredo que prosiguió su cuento,
diciendo: Antes que la fortuna diese vuelta á la rueda de nuestra
prosperidad, nos dimos tan buena maña, que dejamos con el saco la
cueva casi vacía, nuestro navío lleno, no solo de frutas secas y frescas,
pero de mucho pescado seco, carne, cecina y muchas botas de agua, y
otros licores que bebian aquellos jigantes de mucho gusto y substancia;
pero no fué tan seguro que á los fines no nos sobresaltasen los jigantes,
porque como hallamos la tierra sin contradiccion, y el cansancio y trabajo
de la mar pedian reposo en tierra, tomámoslo de manera, que nos
dormimos en los descansos frescos de aquella cueva, que ella era de
manera apacible por las salas y remansos que tenia llenos de comida, y á
trechos unas fuentecillas heladas, que aunque estuviéramos muy
descansados, nos obligára á sentar allí nuestros tabernáculos. Duramos
278
dos dias en este regalo y fresco, hasta que al tercero, estando hasta como
entre las doce y la una sesteando, sentimos tan gran ruido y alboroto de
gente y tamboriles, que recordamos todos, diciendo: Arma, arma, porque
venia toda la isla llena de jigantes sobre nosotros, y acudiendo á los
arcabuces, no hallamos cuerda encendida, ni fuego en que encenderla, ni
hombre que hubiese sacado del navío pedernal, eslabon y yesca;
comenzaron á decir: Perdidos somos; pero yo, antes que el temor tomase
posesion de los corazones con la imposibilidad de la defensa por verse
encerrados, y no poderse aprovechar de los arcabuces, dí órden que la
mayor parte de ellos quitasen de aquellos maderos que dividian un
apartamiento de otro, y lo pusiesen á manera de trampa, en que
tropezasen; despues de haber rompido la dificultad de los árboles, que
como arriba dije, hacian la entrada muy dificultosa á los jigantes, y los
demás tomamos unos palos muy secos, cada uno dos, que eran unos de
moral, y otros de yedra, y de cañaleja, ó como más á mano se hallaban, y
fregando el uno con el otro fuertemente, á poco espacio vinieron á humear,
sacando lumbre, y nosotros á encender las cuerdas y aprovecharnos de
los arcabuces, y tuvimos demasiado tiempo para todo, porque su intento
no fué venir sobre nosotros, que ya nos tenian por más que muertos, sino
á ver el estrago que su ídolo habia hecho, que los que habian escapado de
él habian ido á dar cuenta á su gobernador, que llamaban todos Hazmur, y
trayéndolo con mucha majestad sobre cuatro muy grandes vigas, en una
silla hecha de mimbres á manera de cesto, le mostraron hecho pedazos á
aquel en quien adoraban, y los que él con su caida habia despedazado y
destripado, y no supiera que estábamos allí, si el mismo jigante,
derrengado, que nos mostró la cueva, no se lo dijera, lo cual sabido,
arremetieron á la boca de la cueva, tirando peñascos, desgajando y
arrancando de los árboles que les estorbaban á la entrada, aunque el que
llegaba primero, ó tropezaba y caia en las trampas, ó los derribábamos
con las balas, porque aunque hubo opiniones que les tirásemos á el ojo
que tenian solo, porque sin él no podian atinar á la boca de la cueva, la
mia fué, que cebando los arcabuces con dos balas, se les tirase á las
piernas, porque el tiro del ojo no era tan cierto como estotro, y todos caian,
sirviéndonos de saetera y trinchera, así los maderos que habíamos puesto,
como los árboles espesos que estaban á la entrada, y aunque las muchas
piedras ó peñas que arrojaban pudieran hacer gran daño en nosotros,
como perdian la fuerza de los árboles, cuando llegaban á las trampas
hacian muy poco, ó ninguno; fuéles tan mal, que admirado su gobernador
de tan grande novedad, mandó que se retirasen del mal que hacian y que
recibian de la cueva, pareciéndole que, pues el ídolo habia caido con tan
279
grande espanto, y los que tenian por muertos herian á los vivos, debia de
haber alguna fuerza superior que causaba tan grande daño en ellos. Al
punto obedecieron y se sosegaron con caida de algunos de ellos, y ningun
daño nuestro, y haciendo demostraciones de paz y de amistad, el
gobernador, mirando al cielo y alzando hácia él la mano, nos dió seguro
que podíamos manifestarnos libremente, y estar sin recelo hablándole y
dando razon de quién éramos y de nuestra venida allí, y fué el mejor
tiempo del mundo, porque si más tardáran, se nos acabára la municion, y
con grande ánimo salimos muy en órden hechas tres hileras, y las cajas
sonando en sus puestos con gentil correspondencia y aire. Fué tanto el
gusto de aquella sencilla gente, á lo menos de los que no estaban heridos,
que en oyendo el són y órden de las cajas, se les cayeron las duras armas
de las manos, mirando con admiracion grande y alegría á su señor, que
siempre se habia estado en la silla en hombros de los que le habian traido
acuestas, y él quedó como suspenso y admirado de ver en tan pequeña
gente dos brazos y dos piernas, y las demás partes del cuerpo dobladas, y
mucho más del ánimo y traza con que procedíamos; y haciendo alto en la
boca de la cueva, nos paramos á ver aquella espantosa gente llena de
pieles de animales, y de plumas de muchos colores, y la gravedad de su
gobernador, respetado, temido y obedecido en sus mandamientos.
Habiendo considerado el modo con que podíamos hablar en nuestra
defensa con las señas más naturales y semejantes á la verdad que
pudimos declarar lo que sentíamos; dejadas prolijidades y señas, y las
demás dificultades que por entonces se allanaron, el gobernador nos
preguntó tres cosas: si éramos hijos de la mar; y si lo éramos, cómo
éramos tan pequeños; y siendo tan pequeños, cómo habíamos osado
entrar entre gente tan grande como la suya. Á lo primero respondimos que
no éramos hijos de la mar, sino del Dios verdadero, superior al suyo, y
como tal los habia castigado, porque viniendo maltratados del mar á
pedirle hospedaje, nos habian querido matar. Á lo demás respondimos que
la grandeza no consiste en la altura del cuerpo, sino en la virtud y valor del
ánimo, y con él osamos entrar en su tierra y pasar todas las aguas del
furioso mar; y que los hijos del Dios, fabricador del cielo y de la tierra, no
temian los peligros que les podian suceder de las manos de los hombres,
especialmente si no adoraban aquel que era Señor universal sobre todas
las dignidades del cielo y de la tierra, y Criador del mismo sol á quien ellos
adoraban. Aquí mudó la conversacion, como oyó decir que el sol tenia
superior, y preguntó á qué fin habia sido nuestra venida. Respondimos la
verdad, refiriendo algunos de nuestros trabajos, y acordándole la
obligacion que tenian unas criaturas á otras, en razon de ser hijos de Dios,
280
á socorrerse y ampararse en las necesidades y desventuras, y que esto le
pedíamos como á hombre que tenia lugar supremo, y le habia puesto Dios
para juzgar las causas de premio y de castigo. Dió muestras de admirarse
de nuestra respuesta, y la suya fué que le habia parecido muy bien lo que
habíamos dicho; pero que él no podia, sin avisar al rey de la isla de tan
grande novedad, recibirnos y ampararnos, porque tenia pena de la vida si
lo contrario hiciese; y suplicándole nos concediese licencia para enviar al
navío cuatro compañeros, que para todos, ni la quiso dar, ni nosotros
desamparar la puerta de la cueva, diciendo que iba por mantenimiento de
los de nuestra tierra, y con la mayor diligencia que pudieron entraron en el
barco, haciendo señas al navío que tirase de los cabos. Entre tanto el
gobernador despachó un correo al rey de la isla á darle noticia de lo que
pasaba.
El correo era un perro de que usaban para las diligencias importantes, que
metiéndole en la boca un cañuto atravesado, y dentro unas hojas de árbol
muy anchas con las cifras de lo que avisaban, bien arrolladas las hojas, las
ponian en el cañuto, y al perro le ponian un barboquejo bien apretado para
que no se le cayese el cañuto, ni se parase á comer y beber; de suerte
que solo le quedaba la boca libre para carlear ó resollar, y no para otra
cosa, y en teniéndolo bien puesto, le despachaban con cuatro palos, con
que lo hacian llegar más presto á su querencia, que debian ser cuatro
leguas; y en viéndolo venir le salian á recibir al camino, y regalándolo con
comida y bebida, hacian con otro perro lo mismo; de manera que la
estafeta podia caminar cien leguas cada dia; pero tenia pena de
sacrificarle al ídolo el que le estorbase el viaje al perro, ó le estorbase que
no llegase á su manida, ó mansion, ó descansare donde habia siempre
perros de las ventas más vecinas, á quien trataban mal, porque volviesen
con más amor á sus querencias. Mientras mis compañeros fueron al navío,
el gobernador mandó que no les dejasen entrar en la cueva sin ver lo que
llevaban, ni á nosotros salir de ella; con pena que si alguno saliese le
matasen, y estaba nuestro remedio en la venida de los compañeros,
porque habian ido por pólvora y balas, que nos habia quedado muy poco
de ambas cosas, lo cual aseguraron con mandar el gobernador que no se
quitasen seis guardas de junto á la boca de la cueva de noche, porque de
dia todos lo podian ver. Fuénos forzoso cuando los compañeros venian,
decirles que se tornasen al barco, hasta que diésemos traza para que
281
pudiesen entrar, y pensando cómo quitaríamos las guardas de noche,
díjele, que en oyendo algun movimiento ó ruido, entrasen con toda la
priesa que pudiesen; y para esto de dia, cuando las guardas se quitaron
de su puesto, estando la gente descuidada, derramé por el suelo, donde
se sentaban, pólvora revuelta con algunas chinas menudas, é hice desde
allí hasta nuestro puesto, una reguerita de la misma pólvora. En llegando
la noche, se pusieron las seis guardas en su lugar, y estando los unos
sentados y los otros tendidos sin calzones, porque no los usaban, dimos
fuego á la reguerita, y llegando en un instante á la pólvora que tenian
debajo, les abrasó aquella parte de manera, que con las chinas y la
pólvora, muchos dias no se podian sentar. Ellos y los demás, con su
sencillez, entendieron que el fuego habia salido de la tierra, y fueron todos
temerosos y admirados á contarlo á su gobernador, y entonces los
compañeros con otros dos que habian quedado en el navío, entraron con
mucha priesa, trayendo seis costalillos de pólvora y balas, con que nos
animamos y pusimos en defensa para lo que nos pudiera suceder.
Pasamos la noche con cuidado, haciendo centinelas, y atrincherándonos
de nuevo con los maderos; pero como ellos no entendieron que el daño
era de la parte de dentro, no hicieron diligencia con nosotros. Á la mañana,
al tiempo que el sol salia, se pusieron todos mirándolo, y con una música
de aullidos y cañas, le hicieron la salva con muy pocas palabras y muchas
veces repetidas.
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Descanso XXIII
Volvió el perro ó correo con su cañuto en la boca, en que venia escrito con
sus señas que no nos dejasen en la isla, porque gente que tenia los
miembros doblados tambien tendrian la intencion doblada: y para la
conservacion de la paz que siempre habian profesado, no podian
sustentarla si forasteros se apoderaban de su tierra, que si en su república
habia alguna alteracion, teniendo quien les acudiese seria el daño mayor.
Que en tanto se conserva la paz, en cuanto los inquietos no tienen quien
los favorezca, y que no habiendo obediencia de los inferiores á los
superiores no puede haber paz. Que si los alborotadores de ella no
tuviesen quien se les allegase, vivirian en quietud y sosiego. Que los
animales de una misma especie tienen paz unos con otros; pero si son de
diferente especie, nunca tienen paz, y así haríamos nosotros con ellos.
Que lo que habian siempre guardado para sí, sin comunicacion agena, no
era bien que forasteros entrasen á gozarlo. Que no podia haber buena
amistad con gente de diversas costumbres para vivir en paz. Y que
habiéndose de administrar justicia con igualdad, habíamos de ser tan
favorecidos como los naturales, y luego entrarian las enemistades á
inquietar la paz. Así mandaba que no nos admitiesen en la isla, pero que
nos dejasen ir con seguridad. Esta respuesta nos la dieron para la salida,
pero con tanta priesa que no nos consintieron estar medio dia en la isla.
Salimos con más priesa de la que nos dieron, adivinando lo que nos habia
de suceder; porque apenas estuvimos en el barco cuando entraron en su
cueva, y como la hallaron sin mantenimientos, acudieron á la orilla del mar,
arrojando piedras y peñascos sobre nosotros, tan espesos, que si el barco
no fuera tirado y ayudado del navío, nos hundieran mil veces. Llegamos, y
hallé á mi esposa y á las demás mujeres del navío tan deseosas de vernos
como si hubiera muchos años que estábamos ausentes. Y sosegados en
nuestro navío como los marineros se habian refrescado, no habian estado
ociosos, hallámosles velas remendadas, jarcias, y obras muertas
reducidas á mejor estado, y todo cuanto era necesario reparado, y con el
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viento que á los marineros les pareció salimos de aquella isla inaccesible,
y con el mantenimiento que bastó para dar una vuelta al mundo, que para
no ser prolijo, al cabo de un año, con hartos trabajos, nos vinimos á hallar
cerca del estrecho de Gibraltar, donde fué mi mayor desdicha y
desventura; porque como nuestro navío venia maltratado de tan contínuos
movimientos y trabajos como habia sufrido, llegó un navío de infieles, y á
vista de Gibraltar nos cañonearon á su salvo, de suerte que nos hubimos
de rendir, y matando algunos de los compañeros, lo primero que hicieron
fué entrar dentro y llevarse á mi esposa y un pajecillo que nos servia, con
otras mujeres de los compañeros, y como fué á vista de Gibraltar, y la
gente tiene valor y piedad, acudieron con toda la presteza posible á
nuestro socorro en diez ó doce barcos, llevando por cabeza á don Juan
Serrano y don Francisco su hermano, que dió una cuchillada á un valeroso
caudillo, como la de don Félix Arias, que le cortó el casco de hierro y le
abrió la cabeza, de que cayó muerto en el agua, que nos importó la vida;
pero á mi esposa la muerte, porque los enemigos se retiraron del daño que
nos iban haciendo, recogiéndose á su navío con las mujeres. El que habia
robado á doña Mergelina, enamorado de su hermosura, quiso forzarla, y
huyendo de él, delante de mis ojos, asióse con las jarcias y cayó en la
mar, sin ser socorrida de los herejes. Llegó la noche, y la gente de
Gibraltar, llenos de piedad y misericordia, nos echaron en tierra, y nos
albergaron con regalados alojamientos en casa de don Francisco
Ahumada y Mendoza, y estos tornaron á ver si podian destruir aquellos
enemigos de la fé y de la corona de España. Partíme ayer de Gibraltar,
deseando más la muerte que la vida, aunque no tan de espacio como va
esta. Acabó su relacion el doctor Sagredo, y haciendo las exequias de su
mujer con lágrimas, los dos que estaban con nosotros quisieron
consolarle, ayudándole á llevar su pena muy pesadamente, porque
querian por fuerza que se alegrase; ignorancia de gente que sabe poco,
que mucho más se consuela un desconsolado en decirle que tiene razon
de estarlo, que no con querer que con la reciente pasion muestre contento;
que quieren forzar al paciente á que dance y baile el cuerpo, teniéndolo
casi sin alma, con razones bárbaras y consuelos tan pesados como ellos,
que es como hacer que un rio vuelva su corriente atrás. Las aflicciones de
los atribulados y tristes se han de aligerar con darles á entender con el
semblante, que les alcanza parte de su tristeza, que les sobra la ocasion
para estar tristes, que teniendo quien los ayude á sentir, ya que del todo
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no se consuelen, á lo menos vase templando la pasion. Á dos géneros de
gente no tengo por acertado que se oponga nadie, siendo fresco el
accidente, á los coléricos y á los tristes, que es venir á ser muy mayor el
daño en ambas personas. Á un cierto juez, no muy sabio, acabando de
cenar se le antojó de azotar á un hombre honrado, y habiendo mandado
encender hachas para la fiesta, como la ciudad se alterase, y diesen voces
sobre el caso, él se encendia más, de modo que llamó al verdugo con gran
determinacion de hacerlo, por la contradiccion que le hacian. Estando ya
del todo perdido llegó un hombre de buen discurso, y dijo: Bueno es que
teniendo tanta razon el señor corregidor, le vayan á la mano. Castíguelo
vuesa merced, que todos se holgarán de ello; pero porque estos no le
pongan en la residencia esta determinacion, llame vuesa merced un
escribano, y haga un poco de informacion. Satisfízole al juez esto, y al
segundo testigo que tomó se le fué la pasion y alteracion del celebro, que
estas dos pasiones no admiten contradiccion, sino templanza.
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Descanso XXIV
Como los vaqueros ó bandoleros andaban con la sospecha dicha, ni
querian soltar á los que tenian en cuevas, ni dejar pasar á los que iban
siguiendo su viaje, porque no hallasen testigos tan cercanos,
pareciéndoles que no tenian bien averiguados sus delitos. Hallaron un
pajecico muy hermoso, que venia solo, y habiéndolo asido cerca de
nuestra cueva, le quisieron atormentar porque dijese con quién venia y por
qué se habia adelantado de la compañía, creyendo que lo habian echado
para descubrir tierra, y que los amos serian, ó gente rica, ó que viniesen á
hacerles daño, que despues no pudieron escusar. Negando el paje lo que
le pedian, le mandaron que se desnudase, para forzarle á confesar la
verdad. Él, con mucha desenvoltura y gracia, les preguntó quién era el
caudillo ó cabeza de aquella compañía. Díjole Roque Amador, que así se
llamaba: Yo soy; ¿por qué lo preguntais? Pregúntolo, dijo el paje, porque
tengo tan grandes informaciones de vuestra justicia y gobierno, que no
habeis jamás hecho injuria á quien os trata verdad, y con esta confianza os
diré quién soy. Como aquellos bandoleros ó vaqueros tenian aquella
Sauceda por defensa y sagrado, vivian como gente que no habian de
morir, sujetos á todos los vicios del mundo, rapiñas, homicidios, hurtos,
lujurias, juegos, insultos gravísimos; y como por ser grande, que tiene
aquella dehesa diez y seis leguas de travesía, y por algunas partes tan
espesa de árboles y matas, que se pierden los animales por no acertar á
sus habitaciones, no tenian temor de Dios ni de la justicia, andaban sin
órden y razon, y cada uno siguiendo su antojo, si no era cuando se
juntaban á repartir los despojos de los pobres caminantes, que entonces
habia mucha cuenta y razon. Llegó un bellaconazo en camisa y
zaragüelles, despues que habia jugado lo demás, y renegando de su
suerte, con mucha furia hizo suspender el tormento del paje, diciendo:
¡Maldiga Dios á quien inventó el juego y á quien me enseñó á jugar! ¡Que
unas manos que saben derribar un toro, no sepan hacer una suerte! Mas
deben estar descomulgadas, pues echan contra mí treinta pintas en favor
de un medio gallina, ó medio liebre. ¿Hay álguien que se quiera matar
conmigo? ¿Hay algun diablo con sus piés de águila que se me ponga
delante, para que ya que no me ayude á jugar, me ayude á matar? ¡Que
no llegue blanca á mis garras que no me la agarren luego! ¡Ni me basta
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usar de trampas, ni aprovecharme de fullerías, para que no vaya todo con
el diablo! ¡Voto á tal, que tengo de ir á jugarme á las galeras! Quizá por
aquí, ó me llevará el diablo, ó tendré más ventura. Mas alzábame con la
zurda siempre que yo tomaba el naipe, que tengo hechos mil juramentos
de nunca parar á momo, y me los pone siempre el diablo delante. Y con el
barato que yo le dí ha entrado en vuelta para desollarme cerrado; mas
púsose al lado otro tan grande gallina como él, que desea siempre que yo
pierda. ¿De qué se rien? ¿soy yo algun cornudo? Mienten cuantos se rien.
Ríense, dijo el caudillo, de los disparates que decís. Callad, y pues sabeis
que sois desgraciado, no jugueis ni digais blasfemias, que os haré dar tres
tratos de cuerda. Harto mejor será, dijo él, darme tres escudos para probar
la mano y dar de comer á mi moza, que le he jugado cuanto trujo á mi
poder. Vicio endemoniado, más que todos los que ejercitan los hombres,
que el jugador nunca está quieto: si pierde, por desquitarse; si gana, por
ganar más. Este acarrea la infamia, la poca estimacion de la buena
reputacion, la miseria que padecen mujer é hijos, ser miserable en lo
necesario por guardar el dinero para el juego, y envejecerse en él más
presto de lo que habia de ser; y cuando mucho grangea, es alcanzar que
los tahures conocidos vayan á jugar á su casa, donde, si los puede
acarrear, sufre desvergüenzas de tonos que le abrasan el alma: que como
la mayor parte de ellos son hombres sin obligaciones, se arrojan á decir
cualquiera libertad, y en no sufriéndolas por callar, no vuelven á darle el
provecho; pero son tan grandes poltrones los que dan en esto (trato de la
gente ordinaria, y que por comer y beber viciosamente echan la honra á
las espaldas), que los caballeros y los que tienen renta y hacienda segura,
el tiempo que han de estar ociosos despues de haber cumplido con sus
obligaciones jueguen, no es culpable, porque evitan cosas de más daño y
escándalo; pero el que tiene cuatro reales para mantener su casa juegue
ciento, ¿cómo se puede llevar sin que lo paguen las joyas y vestidos de la
pobre mujer, y la desnudez y el hambre de sus hijos, y dar en otras cosas
peores como este desventurado, aborrecido aun de aquellos que le
acompañaban en sus delitos, robos, homicidios y fuerzas?
Acabó éste sus quejas, y llegándose la noche, con que se dejó por
entonces la averiguacion del paje, le pusieron en un apartamiento dentro
de nuestra cueva, porque no fuese á dar soplo á los que pensaban venir
con él, mandándonos que no hablásemos con él palabra, ni le
aconsejásemos cosa, so pena que nos matarian. El paje estuvo toda la
noche suspirando, y si alguna vez se dormia recordaba con grandísimas
ansias, y nosotros no teníamos osadía para preguntarle de qué se
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quejaba, ó qué tenia. Como ellos andaban de paso sobre la sospecha, que
no les importaba menos que la vida, recogíanse de noche adonde no los
pudiesen hallar, que habia bien donde hacerlo; y de cualquiera ruido de
personas ó animales se recelaban y recataban. En amaneciendo fueron á
visitar las cuevas, donde tenian presos ó recogidos á los pasajeros, y
viniendo á la nuestra nos hallaron como nos habian dejado, sin haber
hablado palabra con el paje, á quien llamaron primero que á nadie,
queriéndole apretar á que dijese lo que le habian preguntado. El paje con
mucha cortesía y donaire, dijo: Sr. Roque Amador, ayer pregunté cuál era
la cabeza y caudillo de esta compañía, porque siéndolo vos, tendria mi
partido seguro, por el buen nombre que teneis. Que no es hazaña para
vos, atormentar una sabandija tan sola y miserable como yo, ni manchar
vuestra opinion, empleando vuestro valor en lo que más os puede
desdorar, que aumentar vuestro nombre. Si rigiendo y gobernando gente
tan desgobernada, cobrásteis la fama que teneis en toda la Andalucía,
¿qué pareceria ahora, si aniquilaseis este crédito, con abatiros á una presa
tan humilde un águila tan valerosa? Más gloria es conservar la ya
adquirida y granjeada con valor propio, que no ponerse en duda, y
aventurar lo que ya es vuestro. Vos os habeis preciado siempre de justicia
y verdad con misericordia, no será justo ahora que conmigo solo os falte.
Estábamos en la cueva muy atentos, oyendo la retórica con que el paje
hablaba: y el Roque Amador, movido de las buenas palabras del paje,
aseguróle que no recibiria daño ninguno diciendo la verdad. Yo estaba
confuso, porque me parecia conocer la voz y habla del paje; pero no dí en
quién pudiese ser. Habiendo hablado con aquella blandura Roque, dijo el
paje: Pues si alguna compasion ha llegado á vuestro piadoso pecho de mi
tristeza y soledad, dadme palabra por vos y por vuestros compañeros de
guardar, como naturalmente debeis, mi persona sin agravio ni en secreto,
ni en público. Á esto dijo aquel picaronazo: Ea, sor paje, desnúdese, que
aquí no entendemos de rotrónicas ni ataugias, sino de meter un poco de
plomo en el cuerpo de quien no trae dineros. Dijo el paje con donaire: Si es
tan pesado como vos, el diablo podrá digerillo, que ya yo me acuerdo
haberos visto á vos ó á otro que se os parecia asaeteado en Sierra-
Morena. Rióse Roque, y le dijo: Óyete, bestia, que el paje habla muy bien:
y á vos os digo, gentil hombre, que os doy palabra, por mí y por mis
compañeros no solamente de no agraviaros, mas de favoreceros y
ayudaros en todo lo posible. Pues con esa confianza, respondió el paje,
hablaré como con un pecho lleno de valor, misericordia y verdad. Y
estando nosotros muy atentos á lo que pasaba, habló el paje de esta
manera: Si yo no me consolára con saber que no soy la primera persona
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que ha padecido desventuras y trabajos, y desgracias sin gracia, con la
que resplandece en vos, me animára en contar mis desdichas: pero como
la fortuna tiene siempre cuidado de señalar caidos y derribar levantados,
no siendo yo la primera que ha sufrido sus encuentros y mudanzas, me
animo á hablar con libertad. Sabed que yo no soy hombre, sino mujer
desventurada, que despues de haber seguido á mi marido por tierra y mar,
con increibles daños de hacienda y persona, y habiendo navegado hasta
todo lo descubierto y mucho más, padeciendo grandes naufragios por
regiones no conocidas, por misericordias que Dios usó con nosotros, nos
venimos á hallar en el estrecho de Gibraltar, donde viendo nuestra
salvacion cierta á vista de tierra, bien deseada, nos acometió un navío de
infieles, viniendo el nuestro desmantelado y casi sin gente, y los
mantenimientos tan gastados, que á su salvo cogieron las mujeres,
asiéndome á mi primero y á un pajecillo que me servia, matando á todos
los que se defendieron, y á mi marido con ellos. El capitan del navío,
enamorado de mí, quiso por buenas palabras inclinarme á su gusto, y á
que ofendiese la pureza y castidad que debia á mi muerto esposo: no le
respondí mal, por que no quisiese usar de la fuerza, que sin defensa
podia. Yo, llamando al paje debajo de cubierta le puse mis vestidos, y
vestíme los suyos, que son los que traigo puestos. Tenia el muchacho muy
buen rostro, y en saliendo fuera quiso el capitan acometerle, pensando
que fuese yo, pero dando á huir el paje con los vestidos y las jarcias del
navío, enfrascándose cayó en la mar, y hundiéndose luego no pareció
más. Sobre la desdicha de la pérdida de mi marido y la pérdida del paje,
yo me habia tiznado el rostro, porque se quedase con la fé de lo que habia
visto, y no me conociese.
La piadosa gente de Gibraltar, con el valor que siempre ha profesado,
acudieron á nuestra defensa, y habiendo estado en ella dos dias con sus
noches, no se apartaron hasta rendirlos y dar libertad á los que habian
prendido, y queriendo hacer lo mismo de ellos, despues de tenernos en los
barcos, diciéndoles que se diesen á prision para traerlos á la ciudad,
dieron fuego al navío, y desde allí abrasados bajaron derechos al infierno.
En Gibraltar, informándome del camino que habia de llevar para Madrid,
me dijeron que habia de pasar por la Sauceda, y llegando á Ronda me
encaminarian en él. Estábamos los cuatro, y particularmente el doctor
Sagredo y yo, como atónitos, y sospechando que fuese sueño ó ilusion de
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algun encantamiento, ni determinados de creerlo, ni resueltos de
desconfiar en la verdad. El Roque Amador, con gran piedad de lágrimas
que al fin de su cuento derramó la bella mujer, la consoló y ofreció
encaminarla con mucha seguridad, y darle dinero para su viaje,
preguntándole cómo se llamaba, porque historia tan estraña no se
quedase sin memoria: ella respondió, diciéndole la verdad como en todo:
Llámome doña Mergelina de Aybar, y el malogrado de mi marido, que no
era soldado sino maestro, se llamaba el doctor Sagredo. El doctor Sagredo
que se oyó nombrar de su mujer, medio ahogándose con la súbita
alteracion y gusto, dijo: Vivo es, y en su compañía dormísteis esta noche.
Roque Amador, espantado del caso, mandó sacar los que estábamos en
la cueva, y preguntándole cuál era de aquellos el que habia hablado. Ella
retirándose atrás, como espantada, respondió: Si no es alguna sombra
fantástica de causas superiores, este es mi marido, y este es Márcos de
Obregon, á quien tuve por mi padre y consejero en Madrid. Pues todos
tres os podeis ir en buen hora, y aunque no sea dinero ganado en buena
guerra, veis aquí parto con los tres algo de lo que á otros se les ha cogido,
que el haber detenido á todos estos presos, no ha sido por hacerles mal,
sino porque nuestros contrarios no se encontrasen con ellos, y aviándonos
á todos los demás, y rogándonos que no dijesen de haberlos encontrado.
Doña Mergelina con muestras de grande agradecimiento, dijo al caudillo:
No tengo con que serviros el bien que de vuestras manos me ha venido,
sino con deciros lo que oí en Gibraltar, á quien no os quiere mal; que el
licenciado Valladares trae órden de dar gran premio, y perdonar
cualesquiera delitos á quien os entregare en sus manos: y junto con esto
vinieron á ella los pregones y bandos que mandó echar aquel gran juez:
con que juntando á cabildo á sus compañeros, les hizo una grande
oracion, que tenia entendimiento para ello, y la conclusion fué que todos
pensasen aquella noche lo que podian hacer para su defensa, tomando el
consejo que mejor pareciese. Fueron á sus alojamientos, y mientras ellos
pensaban aquella noche lo que les habia encargado el Roque Amador,
como astuto se acogió á Gibraltar, y en el barco de la vez se pasó en
África, dejándolos á todos suspensos y engañados. Como quedaron sin
cabeza y sin gobierno dispararon, huyendo por diversas partes, cesando
los insultos que antes hacian; aunque prendió con grandes astucias el juez
á doscientos de ellos, de que hizo ejemplar justicia: nosotros venimos
seguros á Madrid sin tropezon ninguno, pareciéndome, como es verdad,
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que en ella hay gente que profesa tanta virtud, que quien la imitare hará
mucho.
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Descanso último, y epílogo.
Ya cansado de tantos golpes de fortuna, por mar y por tierra, y viendo lo
poco que me habia durado la mocedad, determiné de asegurar la vida y
prevenir la muerte, que es el paradero de todas las cosas; que si esta es
buena, corrige y suelda todos los descuidos cometidos en la juventud.
Escribíla en lenguaje fácil y claro, por no poner en cuidado al lector para
entenderlo. Dijo muy bien el maestro Valdivieso, con la gallardía y claredad
de su ingenio, á un poeta que se precia de escribir muy obscuro; que si el
fin de la historia y poesía es deleitar enseñando, y enseñar deleitando,
¿cómo puede enseñar y deleitar lo que no se entiende, ó á lo menos ha de
poner en mucho cuidado al lector para entenderlo?
Si se hallaren algunas inadvertencias, atribúyase á mi poca erudicion, y no
á mi buen deseo, que advirtiéndome de ellas, con mucha humildad recibiré
la correccion de cualquiera que con buena intencion me quisiere
enmendar, que quien ha querido enseñar á tener paciencia, mal cumpliria
con sus preceptos si le faltase para oir y recibir la correccion fraternal, que
sin ella, ni opusiera el pecho á las olas y crueldades del furioso tridente, ni
ablandára la inclemencia de los salteadores, ni redujera á buen término los
impíos y contínuos trabajos de la esclavitud, ni atrajera á mi favor la
grandeza elevada de los poderosos, ni gozára de la gran cortesía de los
príncipes, ni sujetára á tantos y tan inmensos torbellinos como trae consigo
la fragilidad humana, sin la divina virtud de la paciencia; que cuando no
haya hecho otro efecto en mí sino librarme del pernicioso vicio de la
ociosidad, que tan estendida he visto por todos los estados de los
hombres, me bastára tener y haber sacado gran fruto de mis trabajos; y si
la juventud advirtiese bien los hijos que va criando la ociosidad, tomando
ejemplo en los daños ajenos, ni rehusarian los peligros de la soldadesca,
ni vendrian á miserable servidumbre, ni se sujetarian á las necesidades
que ven padecer y traer arrastrados á varones de buenos nacimientos,
rendidos á mil bajezas, que pudieran remediar á su salvo con buen tiempo;
de criar los hijos consintiéndolos andar ociosos, vienen los padres á ver
exorbitantes delitos que no pueden remediarse sino con mucha infamia, ó
con más hacienda de la que poseen. La ocupacion es la grande maestra
de la paciencia, virtud en que habíamos de estar siempre pensando con
grande vigilancia para resistir las tentaciones que nos atormentan dentro y
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fuera. Al fin con ella se alcanzan todas las cosas de que los hombres son
capaces. Que aunque haya calidad, bienes temporales y abundancia de
humanos favores, sin esta virtud no se puede llegar al colmo de lo que se
desea; y si á la paciencia se allega la perseverancia, todo lo facilita y todo
lo enseña: al pobre, á que pase su vida con quietud y mejore su estado: al
rico, á que conserve lo adquirido sin apetecer lo ajeno: al gran caballero, á
que no se contente con la sangre que de sus pasados heredó, sino pasar
adelante: al pródigo, á que se ajuste con lo que tiene y puede tener: al
miserable y avariento, á que entienda que no nació para sí solo: al valiente
y arrojadizo, á que refrene los ímpetus que tanto mal acarrean: al cobarde,
á que se tenga por virtud en él lo que es falta de ánimo: al que se ve en
trabajo, á que los lleve con aliento y suavidad. ¿Qué no hace la virtud de la
paciencia? ¿qué furias del mundo no sujeta? ¿qué premios no alcanza?
Pero si un flemático sabe airarse y ejecutar con vehemencia los ímpetus
de la cólera, ¿por qué un colérico no sabrá templarse y perseverar en los
actos de paciencia? Tenemos ejemplos presentes y vivos de esta verdad
muchos, y para imitar. Mas con uno solo se verá lo que puede la escelente
virtud de la paciencia. ¿Quién pensára que de tan gran cólera, con sangre,
riqueza y juventud, como la que tuvo en sus primeros años el duque de
Osuna D. Pedro Giron, vinieran tan admirables virtudes como las que
tienen espantado el mundo? ¡Que habiendo sido un furioso rayo de cólera,
impacientísimo en los tiernos años de su mocedad, sujetase con grande
paciencia su robusta condicion á servir en Flandes con tantas ventajas que
templase la furia de los amotinados, y pusiese su valeroso pecho á recibir
los mosquetazos con que querian escalar y saquear su casa! ¿Qué
paciencia no tuvo, con templanza y justicia, gobernando á Sicilia? ¿Y qué
valor, sin ella, bastára para la ejecucion de sus soberanos intentos,
echando por mar y tierra tan poderosas armadas, que ha enfrenado la
potencia de los turcos, haciendo temblar á los demás enemigos, con que
ha sido amado y temido de las gentes á quien ha gobernado y gobierna?
Preguntando D. Francisco de Quevedo, caballero de gallardísimo
entendimiento, cómo se hacia respetar con tanta mansedumbre á este
gran príncipe, respondió que con la paciencia, que aunque en la gente
humilde y ordinaria engendra algun menosprecio, en los príncipes y
gobernadores engendra temor, amor y respeto; pero esto quédese para
grandes historias, que no puede caber en tan pequeño discurso. Jorge de
Tobar, á quien yo conocí en sus primeros años por hombre que tuvo bríos
y valor para en cosas honradas perder la paciencia, con ella misma
adquirió grandes virtudes morales, que le pusieron en lugares dignos de
tan grande sugeto como ha parecido, usando de gran verdad, valor y
entereza en los actos de la justicia distributiva; pero ¿qué escelencias no
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se halláran en la divina virtud de la paciencia? ¡Oh virtud venida del cielo!
Dios nos la dé por su misericordia, y á mí para que, imitando la virtud de
mis compañeros en este recogimiento, sepa asegurar la vida y prevenir la
muerte. Y para la ejecucion del buen intento, si yo supiera aprovecharme
de él, me puso Dios por vecina á una tan grande señora como doña Juana
de Córdoba Aragon y Córdoba, duquesa de Sesa, cuya virtud cristiana,
valor propio y heredado, y cortesía general puede servir de norma y
dechado á cualquiera que deseare perfeccion cristiana, en cuya disciplina
se criaron tales hijos como D. Luis Fernandez de Córdoba, duque de Sesa,
caballero adornado de muy superiores partes, muy dado á la leccion de las
buenas letras, gran favorecedor de ellas y de los que las profesan.
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